La bandera de la UE y la del Reino Unido ondean juntas en la sede de la Comisión Europea en Londres en una plaza llamada Smith, cerca de Westminster. El edificio de ladrillo rojo tiene hoy grabado el nombre “Europe House” en la entrada flanqueada por columnas, pero hasta 2003 ésta era la sede del partido conservador británico. De sus ventanas de cuadraditos blancos se asomaba Margaret Thatcher para celebrar sus victorias electorales.
Un edificio al lado tiene pegados cuatro carteles con letras blancas y fondo rojo: “Vote Leave” ("vota 'marcharse'")
En una callecita que desemboca en la plaza, una casa muestra una señal de “Make the 23rd of June independence day” ("Haz del 23 de junio el día de la independencia"), pero unos pasos más allá se encuentra otra con una pegatina en azul de “Vote Remain” ("vota 'quedarse'). Este jueves también hay parada una furgoneta de una empresa de fontaneros que tiene pintada en la puerta la leyenda “Britain Stronger in Europe” ("Gran Bretaña más fuerte en Europa").
LA CONSIGNA DEL SILENCIO
Dentro de la sede de la Comisión y el Parlamento de la UE, se acaba el debate. En la entrada un reloj azul con estrellas amarillas en lugar de números marca el tiempo. Las fotos de Jean-Claude Juncker y Martin Schulz se ven más allá de la barrera de entrada. Pese a las apariencias hay poco entusiasmo europeísta.
No tengo cita, pero el portavoz, Mark English, baja a hablar conmigo. Está nervioso y lo primero que me dice es “no voy a poder ayudarte, no puedo decirte nada”. Nos conocemos de Bruselas, pero eso no cambia la consigna del silencio.
“Por supuesto que no hemos hecho campaña. El presidente de la Comisión Europea lo dijo muy claro”, explica deprisa. Asegura que ni la Comisión ni el Parlamento han celebrado ningún evento en Londres.
Le pregunto si en las últimas semanas se han acercado más británicos a esta oficina de información a interesarse por cómo funciona la UE. “No hemos notado nada. Siempre hay gente aquí”, dice English, bajando la voz.
En esta oficina ni siquiera van a quedarse a seguir los resultados por la noche. La mayoría de los empleados viven lejos. Para ellos, la votación no sólo decide el futuro del Reino Unido, sino el suyo propio.
UN NUEVO MUNDO
El colegio electoral más cercano está a la vuelta de la esquina, en un centro comunitario alojado en lo que en el siglo XIX eran los baños públicos de Westminster.
En este día gris y lluvioso el ajetreo de votantes no para. Por aquí viven funcionarios, profesores y otros profesionales. Muchos son partidarios de quedarse en la Unión Europea.
Entre la veintena de votantes a los que pregunto, sólo tres me dicen haber votado “leave” ("irse"), media docena dicen que no tienen tiempo o no quieren contestar y el resto aseguran haber votado “remain” ("quedarse").
Entre quienes han votado en contra de la UE, se encuentran dos mujeres muy distintas.
Jeanne, una rubia londinense que ya votó en el referéndum de 1975, sale con paso decidido con su marido. Duda un momento antes de acceder a contestar, pero al final defiende su voto en contra de la Unión Europea.
Como otros, critica para empezar el tono de ambos lados. “No me gustó todo el rollo de la televisión. No sabes en qué dirección votar. La campaña fue muy agresiva y horrible”, dice, contenta de que haya terminado. “Mañana empieza un nuevo mundo. Probablemente vamos a estar fuera”, explica. Dice conocer a “mucha gente” que ha votado como ella porque no está “contenta con cómo van las cosas”. “Será mejor para nosotros estar fuera. Europa se está derrumbando”, dice. Ya votó que “no” a la Comunidad Económica Europea hace 41 años. “Mi madre estaba viva entonces. Pasó por la guerra y sabía cómo podían ser los alemanes cuando tomaban el control”.
Un poco antes que ella, también ha votado aquí a favor de dejar la UE una londinense de 25 años llamada Anderona Cole, que lleva trencitas africanas y trabaja para una institución reguladora. Reconoce ser una excepción entre sus amigos jóvenes, que son mayoritariamente partidarios de quedarse en la UE. Dice haber convencido a algunos de sus familiares.
Poco antes de la campaña Cole dudó sobre qué votar, pero dice que se decidió antes de que empezara buscando información por su cuenta.
“Creo que Gran Bretaña es un país soberano. Y no creo que fuera de la UE o entre los socios europeos haya países que vayan a negarse a comerciar con nosotros si estamos fuera. Necesitamos tiempo para ir por nuestro camino. La UE no es democrática. No creo que quedarnos en el estado actual sea bueno para nosotros”, explica.
MEJOR NO SER UNA ISLA
Entre los que han votado a favor de quedarse en la UE la más entusiasta es Amy, una profesora de colegio de 25 años, muy delgada, dicharachera y que dice vivir en un ambiente “muy de izquierdas” donde todo el mundo está votando a favor de quedarse.
“No tengo la experiencia de otras generaciones de Gran Bretaña como una nación independiente. No sólo estoy acostumbrada a que seamos parte de algo más grande, sino que creo que me siento mucho más europea que la generación de mis abuelos”, dice. “He disfrutado de todos los privilegios que vienen con ello: viajes más baratos, intercambios culturales con gente como tú…”, me explica. Amy dice que es mejor la “unidad” frente a problemas globales como la degradación medioambiental o el terrorismo. “Es mejor no ser una isla”.
Sigue intentando convencer a sus abuelos, que están a favor del “leave” porque, según ella, tienen “un sentimiento de nostalgia” sobre lo que fue su país. Ella les dice que va a vivir en el Reino Unido más tiempo que ellos y que miren hacia adelante. “Espero que no piensen en ellos hace 50 años, sino en ahora y en el futuro”, cuenta. Su abuelo es más flexible, pero con su abuela ya ha perdido la esperanza de que cambie de parecer.
Los votantes más mayores que apoyan la permanencia en la UE no están tan animados, más bien se conforman con lo menos malo.
“Es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”, dice Veronica Hitchcock, que participó en el referéndum de 1975, pero no se acuerda de que votó. “Estamos en una mala situación en cualquier caso. Sería una locura marcharse, empeoraría las cosas”.
La hermana Irene, de la congregación de San Vicente de Paúl, repite el mismo dicho que Hitchcock y se ríe al saber que no es la primera. “Hay bueno y malo en las dos decisiones. Sólo espero haber hecho lo correcto”, cuenta. “Hay ventajas en las dos opciones. Puedes arriesgarte o quedarte con lo que tienes. Creo que al final la mayoría votará a favor de quedarse”.
“Hay cosas que deberían cambiar. No soy economista, tengo que escuchar a los expertos. Es una decisión muy difícil. Confío en que el Espíritu Santo me haya llevado a hacer lo correcto. Es una gran responsabilidad para toda Europa”, explica. La hermana Irene dice que su congregación católica es muy fuerte en España y que está muy interesada en la selección española porque tiene un “buen equipo”.
Como la monja católica, otros en este colegio repiten que la decisión no ha sido fácil.
“No sabía a quién creer, todo el mundo dice cosas diferentes, es muy confuso”, dice Kabra, una joven trabajadora social del barrio que lleva velo. Al final, votó “remain”. “Si nos vamos no sé qué pasaría. Si nos quedamos dentro tal vez tengamos más oportunidades”.
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