El 1 de enero de 1973 los trabajadores de Reino Unido celebraron con entusiasmo lo que había traído el mercado común a su país. Pero no se trataba de alegría europeísta.
Las encuestas entonces indicaban división sobre si la adhesión era o no una buena idea: el 39% de los británicos estaba en contra, el 38% a favor y los demás no declaraban su opinión. Lo que se celebraba era que por primera vez el día de año nuevo era festivo. Según decía un teletipo de Reuters, los británicos se estaban comportando “a la manera de sus nuevos compañeros continentales”, que sí tenían ese día libre: “Hay previsiones de que el próximo 1 de enero también sea festivo aquí”. Así fue y así ha sido desde entonces.
El primer ministro, el conservador Edward Heath, dijo entonces que su convicción de llevar Reino Unido a la Comunidad Europea venía de su experiencia en la Segunda Guerra Mundial. Creía que esa asociación serviría para que hubiera menos conflictos en Europa. Pero Heath había sufrido hasta llegar ahí.
El año anterior hasta la ceremonia de la firma del acuerdo entre Reino Unido y Comunidad Económica Europea en el Palacio de Egmont de Bruselas había quedado deslucida. Reino Unido no era el único que firmaba entonces el acuerdo: también lo hacían Irlanda, Dinamarca y Noruega (que a finales de ese año se retiró después de que sus votantes dijeran “no” en referéndum). Una activista alemana lanzó tinta al primer ministro británico. Protestaba por un desarrollo urbanístico en Covent Garden, no por la adhesión. Pero era sólo el principio de las tribulaciones con una larga batalla parlamentaria para aprobar la ley de entrada en el club comunitario.
Entonces la oposición a la integración europea venía de los laboristas, que se quejaban de que la adhesión se había hecho sin apoyo popular.
Los miedos de los británicos suenan familiares: que subiera el precio de los alimentos, que llegaran trabajadores de otros países europeos dispuestos a cobrar menos (“el primer barco de sicilianos”, decían entonces) y que se cuestionara su modo de vida con regulaciones que pocos entendían. “Vamos a esperar un poquito. Si las cosas se ponen feas por allí, ya le diremos al señor Heath que hagamos las maletas y volvamos a casa”, decía un votante entrevistado en un bar de Leicester por el New York Times.
Aun así, dos años y medio después y tras una renegociación de los términos de la adhesión, el 67% de los británicos dijo “sí” a quedarse dentro de la Comunidad.
¿Fue culpa del Frère Jacques?
La desconfianza de los británicos hacia el proyecto europeo ha ido en aumento desde los 70. Los partidarios de la salida de la UE ahora dicen que la adhesión fue un engaño porque los políticos vendieron que entraban sólo en un mercado común, no en una organización con aspiraciones de unidad política.
“Mi madre votó a favor en 1975. Yo habría votado a favor”, me cuenta el eurodiputado del UKIP James Carver, que tenía cinco años en el primer referéndum. “Nos dijeron que esto iba del mercado común. Pero no era así. Era para crear una comunidad política. Mucha gente que votó "sí" entonces está arrepentida y habla ahora con sus hijos”.
Margaret Thatcher es un buen símbolo de la evolución de muchos. Ascendió gracias a su europeísmo (moderado) y fue derribada por su euroescepticismo entre la división de los conservadores.
El momento más dramático fue su discurso el 20 de septiembre de 1988 en el Colegio de Europa de Brujas, el centro donde se forman los futuros funcionarios y diplomáticos de la UE. La idea original de Exteriores era hacer un discurso proeuropeo, como los que habitualmente se escuchaban en este centro fundado por los estados miembros.
Pero a Jacques Delors, entonces presidente de la Comisión Europea, le entró la vena federalista y dijo ante el Parlamento Europeo que estaba naciendo “el germen” de un Gobierno europeo y que el 80% de las reglas se harían en Bruselas. Unos días antes del discurso de Thatcher, Delors proclamó que la negociación colectiva también se haría desde las instituciones europeas. Fue en una conferencia de sindicatos donde se acabó cantando el “Frère Jacques” por si faltaba algo para asustar más a los británicos.
Thatcher dio una de cal y otra de arena en Brujas. “El Reino Unido no sueña con una existencia tranquila y aislada en la periferia de la Comunidad Europea. Nuestro destino es Europa como parte de la Comunidad. Pero esto no significa que nuestro futuro esté sólo en Europa, como tampoco lo está el de Francia o España o cualquier otro miembro”.
En un cambio para lo que hasta entonces había sido el partido más favorable a la integración europea, Thatcher insistió en que “trabajar más unidos no requiere que el poder esté centralizado en Bruselas o que las decisiones sean tomadas por una burocracia escogida” y comparó cualquier intento centralizador con la Unión Soviética. “No hemos bajado con éxito las fronteras del Estado en Reino Unido para ver cómo se vuelven a imponer a nivel europeo con un súper Estado que ejerza un nuevo dominio desde Bruselas”.
La matrícula de los pescadores españoles
Uno de los traumas británicos es que la legislación europea prevalece sobre la nacional en una larga lista de asuntos donde la Justicia de la UE tiene competencias.
El primer caso con notoriedad pública que demostró que era así fue el de una empresa de pescadores españoles que denunció al Reino Unido ante el Tribunal de Justicia de la UE por la restricción nacional que quería imponer Londres a los propietarios de barcos matriculados en su país.
La empresa se llamaba Factortame y sus propietarios eran tres nacionales españoles de origen portugués que vivían en España. Sus barcos estaban matriculados en Reino Unido porque su compañía tenía sede legal allí, pero una norma de 1988 del Parlamento británico obligaba a que los propietarios de los barcos fueran de nacionalidad local para poder matricularlos. Reino Unido quería impedir que lo pescado en sus aguas para el mercado español contara en sus cuotas.
Después de un largo proceso y varios capítulos de batalla legal quedó claro que el dictado europeo contaba más que las reglas locales y que Factortame recibiría una indemnización y podría seguir con sus matrículas británicas.
Hoy el caso se cita a menudo y sigue siendo uno de los argumentos a favor de la salida de la UE.
¿Qué hizo tan euroescépticos a los británicos?
Las reticencias a la UE siempre existieron entre votantes y políticos. Pero Iain Begg, del Instituto Europeo de la London School of Economics (LSE), me cuenta que hay tres momentos clave en el último cuarto de siglo que explican por qué se ha llegado hasta aquí.
En primer lugar, el asesinato político de Margaret Thatcher en medio de la lucha entre proeuropeos y antieuropeos. En segundo lugar, la debilidad del Gobierno de John Major, que desembocó en que los conservadores “tuvieran que hacer una travesía del desierto” que resultó en un partido donde los políticos tenían que demostrar su euroescepticismo para que no les comiera votos la derecha del UKIP. “Muchos tenían que fingir que eran antieuropeos para que los metieran en comisiones”, cuenta Begg. El tercer factor es la crisis desde 2008, que ha llevado más inmigrantes del sur de Europa a Reino Unido y que ha lastrado el argumento a favor de la UE. “Lo que se decía en 1975 es que convenía estar en la Comunidad Europea porque era un socio comercial dinámico. Ahora la imagen de la economía europea débil y de una Europa incapaz de resolver la crisis griega es una mala narrativa”, explica.
Así la explosión de la decepción con el sistema político local es similar a la que se ha vivido en España o en Estados Unidos, y las protestas contra la UE vienen de las dificultades para competir en un mercado abierto.
John Curtice, politólogo de la Universidad de Strathclyde en Glasgow y referente en demoscopia en el Reino Unido, me explica que se trata de un proceso de los últimos 15 ó 20 años que viene del rechazo a la globalización.
“El referéndum va de la actual personalidad de la sociedad británica y de cómo tiene que ser. De un lado hay graduados universitarios, capaces de competir en un mercado global, que sacan partido de la libre circulación de personas y se sienten culturalmente cómodos con la inmigración. De otro, personas más mayores y con pocos estudios que se sienten amenazadas por los inmigrantes del Este o de Italia, Grecia y España y que no sacan ventajas de la globalización”, dice.
El discurso en Bloomberg
El 23 de enero de 2013, en la sede de Bloomberg en Londres, David Cameron pronunció un discurso que enlaza con el de Thatcher de 1988.
El primer ministro fue mucho más allá preocupado por el ascenso del UKIP y por la división en su propio partido. “La gente está cada vez más frustrada con el hecho de que la UE sea algo que se le hace a la gente en lugar de algo que se hace en su nombre”, dijo Cameron. “La gente cada vez está más frustrada con el hecho de que decisiones que se toman cada vez más lejos rebajen su calidad de vida por la austeridad y por los rescates a gobiernos al otro lado del continente”.
En la campaña de 2010, Cameron ya había prometido que haría un referéndum si había cualquier tratado nuevo en la UE. Ahora proponía una consulta aunque indicaba que haría campaña por que los británicos se quedaran dentro del club comunitario después de negociar “un nuevo acuerdo”. En febrero de este año, Reino Unido consiguió nuevas excepciones como miembro sui generis de la UE. Esas excepciones le permiten negar subsidios a trabajadores europeos, no aceptar regulaciones financieras o quedar al margen de cualquier decisión política.
Para los que defienden el brexit esto es insuficiente y no cumple todo lo que prometió Cameron en Bloomberg.
¿Por qué está ganando el “no”?
Según las encuestas, el “leave” ("marcharse") gana al “remain” ("quedarse") desde hace unos días. La media de los sondeos indica que la diferencia a favor de abandonar la UE es ahora de cuatro puntos.
Aún es pronto para saber si el asesinato de la diputada laborista Jo Cox tendrá efecto en la opinión pública. Cox hacía campaña a favor de que su país se quedara en la UE y criticaba los prejuicios contra los inmigrantes.
El asesinato de Cox puede movilizar el voto de los que se quieren quedar en la UE. Pero cuesta encontrar a analistas que se atrevan a expresarlo. “Prefiero no especular. Es de mal gusto”, me dice Begg, el experto de la LSE.
El Guardian es uno de los pocos que se ha atrevido a ligar el asesinato de Cox con el mensaje de los partidarios del brexit en un duro editorial.
En mayo, la opción de quedarse tenía una clara ventaja. Según el profesor Curtice, el momento clave fue el 27 de mayo. Ése es el día en que el Gobierno tuvo que dejar de utilizar recursos del Estado para hacer propaganda a favor de quedarse en la UE porque empezaba oficialmente la campaña. Hasta entonces, podía utilizar a funcionarios públicos para hacer informes, por ejemplo del Tesoro, explicando las consecuencias negativas de la salida de la Unión.
Según las encuestas, los votantes creen que ambas partes les están mintiendo y, sobre todo, no creen que vayan a estar mejor dentro de cinco años si se quedan en la UE.
El eslogan “toma el control” de los euroescépticos es muy popular mientras la campaña a favor del “sí” está ahora más desinflada.
“No se hace política local. Sólo nacional. Los periódicos locales no están interesados”, me dice Rob Wheway, un activista que está haciendo campaña por su cuenta en Coventry. Él se queja de que los políticos laboristas que están a favor de quedarse no se han atrevido a hacer campaña porque tenían elecciones locales en mayo y temían perderlas si mencionaban la UE.
¿Van a votar de verdad “no” a la UE?
Las encuestas en Reino Unido no lograron predecir con exactitud el resultado del referéndum de Escocia en septiembre de 2014. La mayoría indicaban una victoria del “no” a la independencia por un margen estrecho o en algún caso un triunfo del “sí” por los pelos. Al final, el “no” ganó por más de 10 puntos. Pero al final casi todos los sondeos apuntaban a una derrota de la independencia.
Aquí se estima que puede haber voto oculto a favor de permanecer en la UE. También es posible que los indecisos jueguen un papel, pero Curtice cree que quedan pocos que importen. “Lo más probable en este punto es que no voten. Lo esencial para cada campo más que conquistar a los indecisos ahora es movilizar a los suyos”, explica.
A principios de este mes, el plazo de registro se tuvo que ampliar 48 horas por los problemas de la web. Curtice no cree, sin embargo, que la participación tenga influencia a no ser que sea masiva, por encima del 85%, algo impensable en esta votación. Sus cifras indican que la división entre jóvenes (más europeístas) y mayores (menos) se mantiene sea cual sea la participación. “Un aumento mantiene el equilibrio, no ofrece ninguna ventaja a un campo a no ser que la participación sea muy alta”, explica.
El español emigrado por la crisis
En la campaña de 2010, David Cameron prometió que bajaría la diferencia entre los británicos que se van y los inmigrantes que llegan a Reino Unido por debajo de 100.000 al año. Ése era el asunto que obsesionaba al UKIP y por el que podía perder votos. “Nada de peros”, decía el aspirante a primer ministro. Según los últimos datos disponibles, en 2015 el balance fue de 333.000 personas.
En la actualidad viven en Reino Unido tres millones de personas de otros países de la UE, entre ellos españoles, griegos e italianos emigrados por la crisis. Los británicos se quejan de que reciben ayudas públicas y en ocasiones abusan del sistema. En el caso de los españoles, por ejemplo, utilizando alternativamente el primer y el segundo apellido para cobrar dos veces.
Lo que más ha cambiado el equilibrio de fuerzas es que la campaña de "leave" se ha centrado durante las últimas semanas en la inmigración. La mitad de los inmigrantes no proviene de países de la UE, pero los euroescépticos han asimilado hasta a los refugiados sirios con los que vienen del sur de Europa. “Han conseguido que exista esa percepción”, explica Begg. “La combinación emocional que juega con la identidad británica y la inmigración funciona bien”.
¿Cómo sería la salida?
Si Reino Unido vota “leave” el próximo jueves, no pasará nada ese día. La semana siguiente David Cameron acudirá al Consejo de la UE como un representante más de los Veintiocho, con plenos poderes para votar y opinar como cualquier Estado miembro.
El resultado del referéndum no es vinculante. Lo que pase o no pase después depende de los políticos.
Gracias al Tratado de Lisboa ahora existe un artículo que permite empezar el procedimiento de salida de la UE. El plan es que tras una petición del Estado en cuestión, la Comisión Europea empiece a trabajar en los documentos que después deben ser aprobados por unanimidad por el Consejo. Según lo establecido, en dos años el país que se quiere ir puede estar fuera.
En este caso, los últimos retoques del acuerdo para marcharse los dirigiría en el Consejo el propio Reino Unido, que presidirá la UE durante el segundo semestre de 2017.
Salir es relativamente simple, pero el plan que pretende Reino Unido en paralelo es más laborioso. Mientras sale, quiere firmar un nuevo acuerdo comercial para no tener que pagar los aranceles que le tocarían en cuanto estuviera fuera del mercado común. Tiene mucho que perder ya que el 45% de sus exportaciones van ahora a otros países de la UE.
En Bruselas, los expertos en comercio aseguran que no buscan problemas, pero que por experiencia será imposible negociar un pacto tan rápido. El acuerdo comercial entre la UE y Canadá, muy similar al que querría Reino Unido, lleva siete años de negociación y aún no se ha aprobado. Jean-Claude Piris, el ex jefe jurídico del Consejo y quien escribió el Tratado de la UE, explicaba a Juan Sanhermelando que lo más realista es pensar en una negociación de 10 años.
Si el Reino Unido quisiera un acceso amplio al mercado común como el que ahora tiene por ejemplo Noruega, también tendría que someterse a sus reglas. Esto incluye participar en la libre circulación de personas, uno de los motivos de quienes rechazan ahora la pertenencia a la UE.
¿Qué perdería Reino Unido?
Según el Tesoro, en los próximos 15 años Reino Unido crecerá entre un 4,6 y un 7,8% más dentro de la UE que si está fuera y tiene un acuerdo comercial. El informe calcula que cada familia perdería de media 4.300 libras al año (unos 5.400 euros) si su país está fuera del bloque europeo.
El 70% de los encuestados por Ipsos MORI creen que esta afirmación es falsa.
Los empresarios sí se creen los daños. La mayoría de sus asociaciones están a favor de que su país se quede en la UE. Incluso apoyan quedarse las organizaciones de agricultores, que individualmente están entre los grupos profesionales más críticos con la institución que los ha subvencionado pero también los ha hecho entrar en el sistema de cuotas y ceder en ocasiones a favor de los productos franceses.
¿Los helados serían más caros?
Es posible. Es uno de los argumentos de uno de los empresarios que está a favor de quedarse en la UE. La leche podría subir de precio y así costaría más hacer productos derivados de ella. “El precio de los lácteos subirá, el precio de los helados subirá y en último término el consumidor pagará por ello”, dijo Paul Polman, consejero delegado de la multinacional británico-holandesa Unilever. “Cojamos por ejemplo uno de nuestros productos, Magnum”.
El precio de los impuestos sobre lácteos se puede negociar, pero hay aranceles automáticos sobre algunos productos que no se eliminarían ni con un acuerdo comercial. Por ejemplo, el 10% sobre los automóviles, una de las principales industrias exportadoras ahora de Reino Unido.
¿Y las aspiradoras serán más baratas?
Eso sugiere James Dyson, uno de los pocos empresarios activos en el frente partidario de marcharse de la UE.
Dyson inventó el aspirador sin bolsa y ahora dice que ha creado el mejor secador del mundo.
El inventor y empresario dice que ganará dinero por no tener que luchar ante la justicia europea por el etiquetado de sus aspiradoras y tendrá más libertad para contratar ingenieros que no sean de la UE. Su principal queja es el Tribunal de Justicia de la UE. “Es un tribunal que actúa movido por motivos políticos para proteger intereses establecidos”, se quejó la semana pasada. Dyson dice que si la UE impone aranceles como a cualquier país tercero, Reino Unido hará lo mismo con los vendedores de productos de otros países europeos.
¿Y los pepinos serán más rectos?
Uno de los símbolos de la burocracia europea ha sido durante años el supuesto requisito de que los pepinos tengan una forma recta y que los plátanos tengan un número estándar en cada racimo.
En realidad, la directiva europea no prohibía los pepinos torcidos sino que los clasificaba en distintos tipos de calidad para que los comerciantes tuvieran información sobre la mercancía. En 2008, además, la Comisión renunció a meterse en los detalles de la mayoría de frutas y verduras.
¿Afectará a las elecciones españolas?
El desinterés habitual de la mayoría de votantes y políticos españoles por lo que pasa fuera de su país ha hecho que en esta campaña apenas se toque el brexit. Pese a la lejanía, un voto negativo tendrá consecuencias inmediatas para las bolsas y acrecentará la incertidumbre para toda la economía europea. Sólo hay un día laborable entre el referéndum y las elecciones españolas, pero el brexit podría beneficiar al PP y perjudicar a los más nuevos.
“Si uno tuviera que hacer una hipótesis cuando ocurren este tipo de shocks suele favorecer a quien está en el Gobierno”, me contestaba el politólogo Pablo Simón en una charla sobre las elecciones españolas de Politikon esta semana en el Café Manuela de Madrid. “Suele haber una tendencia a reagruparse detrás de la bandera”. Pero Simón estaba inquieto por el efecto que pueda tener mucho más allá. El flujo de turistas británicos puede disminuir y la incertidumbre financiera suele afectar a las economías percibidas como más vulnerables en los mercados de deuda.
“Yo estoy más preocupado por el brexit que por las elecciones españolas”, decía Simón después de haber escuchado a la politóloga Berta Barbet sobre el debate en Reino Unido. “Cuando me dijo que al final estaba todo en manos de los jóvenes me eché a temblar”.