El Reino Unido ha decidido poner fin a 43 años de historia. La votación era una batalla de generaciones y de mentalidades. Los jóvenes profesionales, urbanos y abiertos al mundo han perdido.
El miedo a la incertidumbre financiera, la presión de las empresas y el asesinato de la diputada laborista Jo Cox no han pesado tanto en la decisión de un referéndum arriesgado.
El camino hasta la votación sobre la adhesión de 1973 ha sido tortuoso y ha mostrado un país profundamente dividido.
John Curtice, politólogo de la Universidad de Strathclyde en Glasgow y referente en demoscopia en el Reino Unido, me explicaba hace unos días que la consulta volvía al debate que se vive desde los años 90 en todo el mundo sobre la globalización.
“El referéndum va de la actual personalidad de la sociedad británica y de cómo tiene que ser. De un lado, hay graduados universitarios, capaces de competir en un mercado global, que sacan partido de la libre circulación de personas y se sienten culturalmente cómodos con la inmigración. De otro, personas más mayores y con pocos estudios que se sienten amenazadas por los inmigrantes del Este o de Italia, Grecia y España y que no sacan ventajas de la globalización”, decía Curtice.
La división de la sociedad británica reflejada en esta votación continuará, según explicaba también Matthew Goodwin, politólogo de la Universidad de Kent, durante la noche electoral de la London School of Economics (LSE). “La fractura es entre grupos sociales con diferentes escalas de valores más que con diferencias económicas”. La consulta era la ocasión de escuchar la voz “alta y ruidosa” de los que se quejan de la inmigración, de las élites de Westminster y de una UE que “no está funcionando para ellos”.
LOS MAYORES
Los votantes del “remain” ("quedarse") eran más jóvenes, más formados y más urbanos. El voto a favor de la Unión Europea se ha concentrado en las grandes ciudades del sur del país y en Escocia. Los escoceses, de hecho, incluso amenazan con repetir su referéndum sobre la independencia respecto al Reino Unido porque quieren estar en la Unión Europea. Los residentes de Irlanda del Norte también estaban entre los más partidarios de que el Reino Unido siguiera en el club comunitario.
La medida por la que mejor se ve la brecha entre el "sí" y el "no" a la Unión Europea era la edad. El 75% de las personas menores de 25 años votaron “remain”, según la encuestadora YouGov. También fue la opción favorita de quienes tienen entre 25 y 49 años. El “leave” ("marcharse") venció por 12 puntos entre las personas de 50 a 64. Donde realmente ha cosechado sus votos el euroescepticismo es entre las personas de más de 65 años, donde "leave" era la opción favorita por una ventaja de más de 20 puntos respecto al “remain”.
En los colegios electorales el jueves en Londres varios votantes citaban el argumento generacional para convencer a los euroescépticos.
En Westminster, en una zona de jóvenes profesionales partidarios de quedarse en la UE, Amy, una profesora de colegio de 25 años, me contaba cómo había intentado convencer a sus abuelos hasta el final de que votaran “remain”. Ellos estaban a favor del “leave” porque, según Amy, tienen “un sentimiento de nostalgia” sobre lo que fue su país.“Espero que no piensen en ellos hace 50 años, sino en ahora y en el futuro”, contaba.
A su lado, una mujer que había votado en el referéndum de 1975 llamada Jeanne recordaba su oposición a la Comunidad Económica Europea por la influencia de su madre, que vivió la Segunda Guerra Mundial. “Sabía cómo podían ser los alemanes cuando tomaban el control”.
LA DIVISIÓN DEL PARTIDO TORY
La mayoría de los votantes conservadores se han decantado por salirse de la Unión Europea, pero es el partido más dividido sobre este aspecto. Según YouGov, estaba a favor del brexit el 57% de los tories y en contra el 43%.
David Cameron temía que esa fractura le supusiera perder votos hacia la derecha del UKIP y que parte de sus ministros acabaran luchando contra él.
Ya en 2005 Cameron prometió una consulta pública sobre el Tratado de Lisboa, el que está en vigor. Aunque después llegó a decir que había llegado el momento de que los tories dejaran de “armar follón” con la pertenencia de su país a la UE, el ascenso de la derecha del UKIP le llevó de nuevo a la convocatoria del referéndum. Lo retrasó hasta que pensó que las encuestas estaban a favor de quedarse y que los votantes estarían contentos con la renegociación que hizo en febrero para lograr más excepciones para el Reino Unido. Pero en las últimas semanas, el debate sobre la inmigración y una campaña demasiado bronca hicieron subir los apoyos al “leave”.
Pese a las críticas de los europeístas, la mayoría de los británicos estaban de acuerdo en que el referéndum era una buena idea.
El país estaba dividido antes de la votación sobre si Cameron debía continuar en el poder después de haber pedido el “sí” a la Unión Europea. Parte de sus ministros hicieron campaña por el brexit.
LA CAMPAÑA RACISTA
El debate sobre la inmigración ha sido un arma de doble filo que ha resultado al final muy eficaz. Ha conseguido movilizar a los más contrarios a los inmigrantes por la promesa que hizo Cameron de limitar la llegada de trabajadores de fuera del Reino Unido.
Ya en la campaña de 2010, Cameron dijo que bajaría la diferencia entre los británicos que se van y los inmigrantes que llegan al Reino Unido por debajo de 100.000 personas al año. Ése era el asunto que obsesionaba al UKIP y por el que podía perder votos. “Nada de peros”, decía el aspirante a primer ministro. Según los últimos datos disponibles, en 2015 el balance fue de 333.000 personas.
En la actualidad viven en el Reino Unido tres millones de personas de otros países de la UE, entre ellos españoles, griegos e italianos emigrados por la crisis. Ha habido casos de fraudes y abusos del sistema de ayudas públicas.
“Fue un gran acierto de los euroescépticos centrar la campaña en la inmigración”, explica el profesor Matthew Goodwin. De hecho, la inmigración era la principal preocupación de los votantes, más que la estabilidad económica.
Era una estrategia arriesgada. El discurso contra los extranjeros había asustado a los más moderados que desconfían de la burocracia de la Unión Europea o de sus costes, pero que siguen queriendo que el Reino Unido sea un lugar abierto.
El politólogo Simon Hix creía el jueves por la noche que el anuncio de Nigel Farage que utiliza una cola de refugiados con la leyenda “punto de inflexión” sería lo que haría perder a la campaña contra la UE. “Puede ser que eso haya animado a los progresistas que no estaban seguros de qué votar”, decía. Si fue así, no fue suficiente.
El UKIP, incluso cuando pensaba que había perdido el referéndum, veía que había una oportunidad de “renovación de marca” centrada en la inmigración como han hecho otros partidos en Alemania, en Francia o en Holanda.
LA MALA CAMPAÑA DEL ‘REMAIN’
Varios analistas coinciden en que el campo del “sí” a la Unión Europea no tenía un mensaje claro, unido y positivo.
El Gobierno se concentró durante meses en presentar los datos económicos más aterradores en el caso del brexit y acabó en una lucha de cifras en tono bronco.
Los laboristas, los más europeístas, tampoco lograron movilizar a los suyos. En particular su líder, Jeremy Corbyn, “no consiguió dar un mensaje apasionado y claro”, según Goodwin. Uno de cada dos votantes laboristas ni siquiera sabía lo que opinaba su partido respecto a la permanencia o no en la Unión Europea.
LA ÉLITE DE WESTMINSTER
Sue Cameron, columnista del Daily Telegraph, recordaba en la noche electoral lo que decía el estratega laborista Philip Gould: “Los políticos se han convertido en futbolistas jugando en estadios vacíos”.
“Los partidos ya no hablan a la gente como hace 60 años”, decía Sue Cameron. El ascenso de las fuerzas críticas con conservadores y laboristas demuestra, según ella, que tiene que haber un “reajuste” de los políticos para volver a conectar con su audiencia.
“Hay apetito de la derecha euroescéptica de continuar la batalla contra la élite de Westminster”, decía también Goodwin.
Farage definía esta mañana la victoria del brexit como una victoria "contra los grandes bancos... contra la gran política". El mensaje contra el sistema es parecido al que pronuncian partidos populistas por toda Europa y también Donald Trump o Bernie Sanders en Estados Unidos.
LA CRISIS DEL EURO
Lo que convenció a los británicos a quedarse en la Comunidad Económica Europea en junio de 1975 fue que era una buena oportunidad comercial.
Eran los años de la inflación alta y la Guerra Fría. El club comunitario parecía una apuesta que favorecería el crecimiento. Así lo defendía entonces Margaret Thatcher, recién nombrada líder de los conservadores.
Ahora, los votantes del brexit repiten que la economía europea “se derrumba”, pese a que la crisis del euro ha pasado y a que el Reino Unido no esté dentro del área de la moneda única.
“Lo que se decía en 1975 es que convenía estar en la Comunidad Europea porque era un socio comercial dinámico. Ahora la imagen de la economía europea débil y de una Europa incapaz de resolver la crisis griega es una mala narrativa”, explica Iain Begg, del Instituto Europeo de la LSE.
EL DESARROLLO POLÍTICO DE LA UE
Las llamadas a la Constitución Europea asustaron a los británicos. Hasta Tony Blair prometió en 2005 un referéndum. No lo hizo tras el rechazo del texto por parte de franceses y holandeses.
El Tratado de Lisboa era una versión light, la Constitución sin alma, pero quedó la impresión de que se estaba montando un Gobierno europeo a espaldas de los ciudadanos. Valéry Giscard d’Estaing ayudó poco, como de costumbre, al decir que el tratado era “una recreación de la sustancia de la Constitución”.
El desconocimiento de la UE, además, ha acrecentado la distancia. El Reino Unido es el país de los Veintiocho donde sus ciudadanos son los europeos que reconocen estar menos informados sobre qué es esa organización a la que pertenece su país. Esto acrecienta la sensación de falta de legitimidad.
Según el Eurobarómetro, más del 60% de los británicos ni siquiera sabe que pueden escoger en elecciones a los miembros del Parlamento Europeo. Un cuarto de los ciudadanos dice que nunca ha oído hablar de la Comisión Europea.
Desde que entraron, los británicos siempre han tenido la sensación de que la UE era un invento francés.
Tras una reunión con Jacques Chirac y Giscard d’Estaing después del primer referéndum, Margaret Thatcher contaba en sus memorias lo que había entendido: “La identidad y los intereses franceses siempre estarían primero en la comunidad o en cualquier otro foro. Alguna gente encontraba esto un agravante, pero lo encontré extrañamente tranquilizador. Sabías dónde estabas”.
LA NOSTALGIA DEL IMPERIO
Para una parte de los británicos, el sueño de influencia global más allá de las fronteras de la Unión Europea sigue existiendo. El reconocimiento de que ya no es así cuesta hasta a los políticos.
En la cumbre del G-20 en San Petersburgo en 2013, el portavoz de Vladimir Putin tocó la sensibilidad británica cuando dijo: “El Reino Unido es sólo una pequeña isla. Nadie les hace caso. Sólo los oligarcas rusos que se han comprado Chelsea”.
Cameron hizo entonces un discurso en defensa de la grandeza británica y de lo que ha aportado al mundo: “El Reino Unido es una isla que ayudó a derrotar al fascismo en el continente europeo… Es una isla que ayudó a acabar con la esclavitud, que inventó la mayoría de las cosas dignas de inventarse”. Algo parecido del primer ministro de ficción en Love, actually.
LOS TABLOIDES
Los periódicos más vendidos en el Reino Unido estaban a favor del brexit. El Sunday Times, el Daily Mail, el Sun, el Daily Telegraph y el Sunday Telegraph se posicionaron agresivamente contra la Unión Europea.
El Daily Mail mostraba este miércoles una viñeta de una familia en una cárcel con las siglas UE en la puerta y que miraba hacia el sol radiante del mundo exterior. Ese mismo día publicaba una doble página titulada “Quién quiere ser tocado por una catástrofe económica como ésta?”, ilustrada con fotos viejas de protestas en España, Grecia y Portugal.
El editorial del Sun esta semana no dejaba dudas: “Podemos quedarnos en la UE sin reformar. O podemos irnos, reafirmar la soberanía del Reino Unido y reestablecer el simple principio de que seamos gobernados por políticos que elijamos, no por burócratas que no”.
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