A media tarde del sábado las banderas ya ondeaban a media asta por toda Lisboa en señal de luto por la muerte de Mário Soares, el icónico jefe de Gobierno y Estado que falleció horas antes en el Hospital de la Cruz Roja de la capital lusa a los 92 años de edad.
El Ejecutivo del primer ministro António Costa ha declarado tres días de luto nacional y encargado la celebración de un funeral de Estado en el que se espera la asistencia de toda la clase política portuguesa, además de altos representantes de los países de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa, el foro que agrupa los países del antiguo imperio luso. En una decisión que sin duda será polémica Costa, que se encuentra de visita de Estado en la India hasta el jueves que viene, ha anunciado que no asistirá al funeral.
Con el fallecimiento de Soares los lusos dicen adiós a la figura que definió la transición democrática de Portugal y que transformó a uno de los Estados más atrasados del continente en una entidad política competitiva y moderna. Durante su vida fueron muchos quienes le compararon con Felipe González, pues al igual que su homólogo español el socialista luso dominó la escena política de su país durante la segunda mitad de los años 80 y el primer lustro de los años 90.
El político tomó las riendas del país a la vez que Portugal dejaba atrás más de cuatro décadas de dictadura y diez años de Guerras Coloniales. En medio de un ámbito político tan crispado que muchos observadores internacionales auguraban una guerra civil en tierras lusas, el político destacó por liderar un Partido Socialista (PS) moderado que dialogaba tanto con la izquierda como con la derecha.
Durante sus dos mandatos como primer ministro (1976-78, y luego entre 1983-85) el político inició el proceso de adhesión a la entonces Comunidad Económica Europea (CEE) e intentó solucionar los recurrentes problemas económicos del país. Como presidente de la República (1986-96) vio cumplido el objetivo que se había marcado como primer ministro: la integración de Portugal en la Unión Europea. Desde el Palacio de Belém, sede de la Presidencia de la República, el actual jefe del Estado, Marcelo Rebelo de Sousa, recordó el camino político que compartió junto a Soares durante los últimos cuarenta años, resaltando el papel decisivo que desempeño el político fallecido en la lucha contra la dictadura salazarista y la transición democrática del país.
“En todo aquello que era decisivo para el país, Soares fue vencedor, luchando por el bien de todos”, afirmó el presidente de la República, que alabó la tenacidad con la que el político fallecido encabezó los primeros Gobiernos democráticos de Portugal tras la Revolución de los Claveles, como también su mandato al frente del Ejecutivo de gran coalición que tomó las riendas del país tras su colapso económico en 1983. “Se puso a disposición del pueblo en sus momentos más complicados, liderando en Gobierno durante dos de las peores crisis financieras de nuestra historia”.
Rebelo de Sousa también recordó el activismo con el que Soares apoyó las causas de la izquierda tras su paso por la Presidencia. “Fue feroz en su oposición a la invasión de Irak y fue una de las personas que más se identificó con el sueño y la lucha por la independencia de Timor Leste. La causa principal de Soares siempre fue la libertad, dentro y fuera de las fronteras de Portugal”.
Opositor republicano y líder de la Transición
Pocas horas después de su muerte, periodistas, politólogos e historiadores ya debatían el legado de Soares, que consiguió vivir varias vidas durante los 92 años que pasó sobre la tierra. En declaraciones a EL ESPAÑOL, el historiador António Costa Pinto afirma que Soares será recordado por su profunda vinculación con la Primera República portuguesa (1911-26), el régimen político de un progresismo moderado, extinguido con el golpe militar que dio paso a la larga dictadura salazarista.
“Sin duda era heredero natural de la Primera República; su padre era una ex sacerdote que había llegado a ser ministro durante la República, y el joven Soares creció rodeado por los opositores que acudían a su casa familiar para charlar”, explica Costa Pinto. “Esa educación fue fundamental, pues frente a los conspiradores del Partido Comunista (PCP), que defendían una tesis soviética frente a Salazar, él defendía la legitimidad democrática clásica. Por este motivo también optaba por una resistencia democrática, abierta. Dio la cara, nunca ocultó su oposición al Estado Novo”.
El rechazo a las políticas comunistas hizo que Soares creara un grupo de oposición alternativo que eventualmente se convertiría en el actual Partido Socialista Portugués (PS). Su republicanismo moderado también fue decisivo tras la Revolución de los Claveles, cuando sus principios terminaron por marcar el rumbo político del país.
“Soares representaba la opción moderada en un país inestable”, asegura Costa Pinto, que explica que cuando el político volvió a Lisboa se encontró con una situación de júbilo absoluto, pero también de incertidumbre. La independencia de las colonias provocó una crisis humanitaria con la llegada de decenas de miles de ‘retornados’ del extinto imperio luso. A lo largo del ‘verano caliente’ de 1975 el país vivió una oleada de atentados terroristas. Ante el espectro de una guerra civil entre ultraconservadores y comunistas que pedían una república soviética en tierras lusas, los militares sugirieron que los civiles no estaban preparados para tomar las riendas del poder.
En medio del caos Soares destacó por ser un moderado. El antiguo preso político tenía legitimidad democrática y las políticas que apoyaba eran centristas. Ese balance sedujo a los electores: el PS fue el partido más votado de las primeras elecciones democráticas celebradas en el país en más de medio siglo, y el socialista se convertía en primer ministro de Portugal en 1976.
Oposición a las políticas soviéticas
Luís Rosa, veterano periodista del diario Observador, considera que Soares debe ser recordado por su oposición a las políticas de extrema izquierda surgidas tras la Revolución de los Claveles y por la labor que el político desempeño en la integración de Portugal en la futura Unión Europea. “El PCP era de tendencia estalinista y había conseguido la promulgación de una Reforma Agraria que llevaba Portugal hacia el colectivismo soviético”, explica Rosa. “Soares sabía que eso era insostenible. Ideológicamente, era mucho más próximo a los socialistas anticomunistas de Alemania o Suecia”.
Declarando que era necesario “guardar el socialismo en la gaveta”, el primer Gobierno de Soares restituyó gran parte de las fincas intervenidas a través de la Reforma Agraria de 1975 y abrió la puerta a la privatización de muchas de las empresas nacionalizadas tras la Revolución. A la vez, su Ejecutivo promulgó una expansiva reforma laboral que facilitó los despidos colectivos y limitaba el poder de los sindicatos. “Su suma preocupación fue consolidar un régimen democrático y defender una economía de mercado capitalista, donde el derecho de propiedad era fundamental”, señala Rosa.
Aunque lanzó ambiciosos programas sociales para promover la modernización del país –que a esa altura registraba tasas de analfabetismo del 25%–, el Ejecutivo fue duramente criticado por aumentar impuestos y cortar salarios a instancias del Fondo Monetario Internacional (FMI), entidad que guiaba al Estado ante la formalización de su candidatura a la CEE.
“Las medidas eran absolutamente necesarias, pero no eran populares”, afirma Rosa. “Es por eso que cae su Gobierno y pasa a la oposición, pero Soares era listo y sabía que podría volver al poder tarde o temprano”.
El colapso de la economía lusa en 1983 facilitó esa vuelta cuando Soares hizo uso de su capacidad conciliadora para fraguar un Gobierno de gran coalición. El político chocó con la izquierda nuevamente, firmando un memorando con el FMI para subir los impuestos, devaluar el escudo y eliminar ayudas sociales.
La dureza de las medidas de Soares hizo caer sus índices de apoyo y los conservadores acabaron por abandonarle para hacerse con la jefatura del Gobierno en 1985. Cuando decidió presentarse a la Presidencia pocos meses más tarde fue ridiculizado y las encuestas le dieron apenas 5% del voto. Pese a ello, el socialista consiguió llegar a la segunda vuelta y los comunistas decidieron apoyar su candidatura para evitar ver tanto el Parlamento como la jefatura del Estado en manos de la derecha.
Un Soares emocionado prometió ser “presidente de todos los portugueses” y apoyar al primer ministro conservador. Durante su primer mandato cumplió con su palabra a rajatabla, respaldando a Aníbal Cavaco Silva tan lealmente que algunos políticos de la izquierda le tacharon de chaquetero. El electorado, en cambio, estaba encantado: entraba mucho dinero desde Bruselas y todos agradecían la buena sintonía entre la Presidencia y el Ejecutivo en una época de bonanza económica. Cuando se presentó al segundo mandato en 1991 los lusos le reeligieron con un 71% de los votos.
El segundo lustro de Soares en la Presidencia fue bien distinto al primero. “Supo interpretar la enorme popularidad de Cavaco durante su mandato, y aprovecharse del desgaste del Ejecutivo durante su segundo periodo en la Presidencia. Se dedicó a desgastar el Gobierno de Cavaco, vetando leyes, filtrando información negativa a los medios”, afirma Rosa. “Fue efectivo en lo que hizo, haciendo posible la victoria socialista de António Guterres en las legislativas y de Jorge Sampaio en las presidenciales”.
Un líder que adoraba ser protagonista
Costa Pinto y Rosa coinciden en describir a Soares como un político que adoraba ser el protagonista en todo momento, y ambos señalan que ese afán a veces hizo que viviera momentos embarazosos dentro y fuera de Portugal. El socialista consiguió un escaño en el Parlamento Europeo en 1999 pero sus sueños de consolidarse en el ámbito internacional acabaron cuando afirmó que el discurso de su rival para la presidencia de la Eurocámara, Nicole Fontaine, era “de ama de casa”; el comentario machista le costó el puesto.
Su estatura dentro del PS le permitió presentarse como candidato del partido a las presidenciales de 2005 pero los lusos rechazaron su intento de hacerse con un tercer mandato. Apenas 15 años después de su aplastante victoria de 1991, Soares sólo consiguió el 14% de los votos.
Durante la última década de su vida el político se mantuvo activo a través de la Fundación que lleva su nombre. Liberado de las presiones electorales, Soares pareció cambiar de ideología, defendiendo puntos de vista cada vez más enfrentados a su liberalismo económico.
“Dio apoyo a Hugo Chávez y al régimen de los Castro en Cuba”, explica Rosa. “Rechazó a Hollande por tener políticas económicas liberales y fue el gran interlocutor de Lula da Silva en Europa. No llegó a declararse marxista, pero se mostró tremendamente crítico con Estados Unidos e incluso con la UE”. Aunque los electores ya no le devolverían a las más altas esferas del Gobierno, durante la última década de su vida Soares gozó de amplia popularidad entre los lusos, y en 2007 éstos le votaron al puesto número 12 en el concurso que la televisión pública organizó para determinar los 100 portugueses más importantes de todos los tiempos. Muchos ya hablan de la posibilidad que sus restos mortales pasen al Panteón Nacional en Lisboa, donde reposan los políticos más ilustres de Portugal.
“Sin duda será recordado como un hombre que fue decisivo en la implantación de la democracia en este país, el que nos alejó de espectro del marxismo y nos abrió las puertas de Europa”, sentencia Rosa. “Dos personas definieron el siglo XX en Portugal: una fue Salazar, y la otra fue Soares. Su muerte pone punto final al siglo pasado”, concluye Costa Pinto. “Fue el más importante político de la Transición, el hombre que normalizó la democracia, el que nos mantuvo encaminados a la UE cuando otros preferían la URSS. Fue un gran demócrata y sobre todo un gran republicano”.