El alemán Rüdiger Frank (Leipzig, 1969) pasa por ser uno de los occidentales que mejor conoce la hermética dictadura de Corea del Norte. Este coreanista, economista y experto en relaciones internacionales que trabaja como profesor de estudios asiáticos en la Universidad de Viena, viaja a menudo al país del dictador Kim Jong-un. Desde hace casi tres décadas, visita el régimen comunista al menos una vez al año. La última vez que lo hizo fue el pasado mes de mayo, con motivo de una feria comercial.
En suelo norcoreano, Frank suele impartir seminarios económicos, pero en ocasiones también hace de guía para turistas. De ahí que su último libro publicado en Alemania se titule Unterwegs in Nordkorea o De paseo en Corea del Norte (Ed. DVA, 2018). Ese es uno de los volúmenes que ha publicado sobre la dictadura del país asiático cuyo líder protagoniza este martes una cumbre inédita con el presidente estadounidense, Donald Trump.
Frank, que ha conocido la dictadura norcoreana bajo Kim il-sung, abuelo de Kim Jong-un, y de Kim Jong-il, padre del actual líder norcoreano, ve al régimen totalitario en fase de apertura al mundo. Pero, para este guía occidental de Corea del Norte, eso no significa que la “desnuclearización” anhelada por Trump vaya a tener lugar a corto plazo.
¿Qué espera usted del encuentro de este martes entre el líder norcoreano Kim Jong-un y el presidente estadounidense Donald Trump?
Los norcoreanos se sienten amenazados por Occidente y también por otros países. Saben que la fuerza militar convencional no es suficiente para defenderse de esa amenaza. Por eso han desarrollado armas nucleares. No creo que en un futuro próximo vayan a renunciar a esas armas porque las amenazas, para ellos, siguen y seguirán ahí. Esto significa que, de la cumbre entre Kim Jong-un y Donald Trump, no conviene esperar una renuncia inmediata del programa nuclear norcoreano. Pero lo que sí es imaginable es que se ofrezcan garantías para que esa renuncia pueda ocurrir en algún momento futuro.
Si al régimen norcoreano se le pide la desnuclearización. ¿Qué es lo que quiere Corea del Norte?
Eso está claro. A saber, reconocimiento internacional, una normalización diplomática con Estados Unidos, o sea, la apertura de embajadas y, finalmente, el desmantelamiento de las sanciones económicas.
Siempre se ha dicho que la lógica del régimen norcoreano es imprevisible, algo que también se reprocha a Donald Trump. ¿Hasta qué punto puede haber sorpresas en la cumbre de Singapur?
No creo que las haya. En realidad, Corea del Norte sigue una política muy consistente si uno sigue la política norcoreana y echa la vista atrás. No creo que pueda haber grandes sorpresas en la cumbre de Singapur, pero es posible que Corea del Norte ceda en ámbitos que para los norcoreanos no son esenciales y en los que aún nadie ha pensado todavía. Por ejemplo, el anuncio de la destrucción de su centro de pruebas en Punggye-ri, el pasado mes de mayo, sería algo así. Podrían, por ejemplo, presentar públicamente un misil nuclear y destruirlo para mostrar el deseo del país de desnuclearizarse.
Posteriormente, es posible imaginar que Kim Jong-un viaje a Washington si él y Trump se entienden bien en Singapur. En esta lógica, también es imaginable que haya, por fin, un acuerdo de paz para acabar del todo con la Guerra de Corea y, tal vez, el inicio de unas relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Corea del Norte, algo que no ha ocurrido nunca. Más que sorpresas, lo que sí imagino es que se abra un proceso que haga pensar en resultados concretos.
Pero de Corea del Norte se dice que tiene un largo historial de romper acuerdos internacionales.
Yo al único que veo como imprevisible es Donald Trump. Lo hemos visto en el último G-7 celebrado en Canadá.
El presidente estadounidense suele presentar la política internacional como un escenario de “ganadores” y “perdedores”. En Singapur, ¿se van a dejar presentar los norcoreanos como perdedores?
Las dos partes tratarán de presentarse como vencedores de la reunión. Los norcoreanos no tienen inconveniente en que Trump se presente en su país como vencedor. Kim Jong-un hará lo mismo con su gente. Por eso es imaginable que la cumbre en Singapur deje una situación en la que ambos saldrán como “ganadores”. Luego están otros actores internacionales que pueden verse afectados. Por ejemplo, China. Estados Unidos, en su estratégica lucha contra los chinos, puede ganar enteros con la reunión de Singapur, lo que dejará a China como perdedora.
Pero, en realidad, ¿quién sale ganando de esta cumbre?
Kim Jong-un ya puede verse como vencedor de ese encuentro, y simplemente porque la cumbre tendrá lugar. Estados Unidos ha rechazado durante veinte años realizar un encuentro de estas características con Corea del Norte. Siempre dijeron que Corea del Norte debía desnuclearizarse. Pero ahora tiene lugar el encuentro de Singapur sin que haya ocurrido esa desnuclearización. Por eso, la cumbre es una victoria para Kim Jong-un. De ahí que Trump tenga que buscar algo en esa cumbre para que pueda presentar el encuentro como un éxito.
¿Hablan de lo mismo los responsables norcoreanos y los estadounidenses cuando hablan de “desnuclearización”?
Existen una confusión sobre este concepto. Los norcoreanos han dicho que la desnuclearización significa que todos los otros países con capacidad nuclear renuncien a sus armas atómicas. En este sentido, las preguntas son: ¿cómo de lejos irá esa desnuclearización? ¿Significa la desnuclearización de Corea del Norte que todos los países del mundo con bombas atómicas deban renunciar a esas armas? En cualquier caso, las dos opciones, que Corea del Norte renuncie, o que todos renuncien, resultan poco realistas. Aún así, el tema de la desnuclearización estará sobre la mesa en Singapur. Es un objetivo oficial. Pero no creo que los norcoreanos vayan a contentarse con la idea de que ellos sean los únicos que renuncien a la capacidad nuclear.
¿Han ido Trump y Kim Jong-un demasiado lejos con esta cumbre, convocada de forma sorprendente?
Trump ha dicho, y tiene razón, que la cumbre de Singapur puede ser el inicio de un proceso. Así es cómo hay que ver esa cita. Hay que tener en mente el objetivo de la desnuclearización, pero lo importante, en realidad, son los pasos que se dan por el camino. Esos pasos pueden ser realistas, como por ejemplo, pensar en que no haya un mayor desarrollo del programa nuclear y del programa de misiles balísticos de Corea del Norte. Para esto están preparados los norcoreanos. Eso ya, de por sí, sería un éxito.
Luego está la cuestión de las inspecciones. En el pasado ya hubo inspectores de la Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) trabajando en Corea del Norte. Pero claro, si algo así ocurre de nuevo, cabe plantearse que haya inspectores norcoreanos viajando a Estados Unidos con objetivos similares. No sé qué pensarían los estadounidenses. Creo que sería difícil imaginárselo.
¿Por qué renunciaría Corea del Norte a su capacidad nuclear?
Piense en Japón, un país entre los más avanzados. Allí hubo en 2011 un accidente nuclear, en Fukushima. Un accidente así podría ocurrir también en cualquier momento en Corea del Norte. En este ámbito hay posibilidades de que exista una cooperación internacional con los norcoreanos. Por ahí podría empezarse a trabajar en favor de una desnuclearización que podría ocurrir en 20, 30, 50 años o, tal vez, nunca.
Corea del Norte está más presente que nunca en la escena internacional. ¿Cómo analiza usted esa actividad política?
Esa actividad existe desde noviembre del año pasado, cuando se anunció que el país había desarrollado armas nucleares. Estaba claro, en este contexto, que habría negociaciones. En enero, Kim Jong-un ya afirmó que estaba dispuesto a mantener negociaciones al respecto. En toda esta evolución, un actor decisivo es el presidente surcoreano, Moon Jae-in. Él ha tenido el coraje suficiente para participar en este proceso de forma decisiva. Lo mismo pasa con Trump, aunque sus formas son muy poco convencionales.
¿Cuál es el papel de Corea del Sur en este proceso de apertura norcoreano?
Corea del Sur está muy interesada en que toda esta operación con Corea del Norte termine pacíficamente. El país quiere tener conexión por tierra con China y quiere tener acceso al mercado norcoreano. Además, la economía surcoreana sufre por estar siempre bajo la amenaza de que estalle una guerra. Lo más importante, sin duda, es que Corea del Sur esté a favor de este proceso.
¿Han servido de algo las sanciones económicas impuestas a Pyongyang?
Las sanciones han tenido un impacto sobre el país. No sería cierto decir que no han tenido ningún efecto. Pero no creo que el papel de las sanciones haya sido decisivo. Al contrario, sin las sanciones, el proceso con Corea del Norte al que ahora asistimos estaría más avanzado. Las sanciones económicas han hecho daño a la economía, claro. Han mostrado que, sin la voluntad de Estados Unidos, no se puede tener una actividad económica internacional.
No me refiero a que Corea del Norte necesite dinero de Estados Unidos o acceso al mercado estadounidense. Pero, sin el apoyo de Estados Unidos, poco se puede hacer. Hoy, por ejemplo, Corea del Norte no puede comprar productos textiles a ningún país del mundo, no puede vender carbón a China y no se puede transferir dinero a Corea del Norte. Todo esto es por culpa de las sanciones. Para que la economía del país se desarrolle, tienen que levantarse las sanciones. Por eso, para Corea del Norte, es una motivación el poder negociar con Estados Unidos.
A Kim Jong-un se le reprocha que el controvertido exjugador estadounidense de baloncesto Dennis Rodman y su chef japonés hayan sido de un tiempo a esta parte las únicas personas del exterior con las que ha tenido un contacto cercano.
Últimamente, el líder norcoreano se ha reunido con Mike Pompeo, el secretario de Estado estadounidense, con el presidente chino, Xi Jinping. El domingo se entrevistó con el primer ministro de Singapur, Lee Hsien Loong. Yo creo que hay una clara voluntad norcoreana de apertura internacional. En los últimos años, se ha visto un cambio en el país.
¿Ha cambiado mucho el país tras la llegada al poder de Kim Jong-un en 2011?
Él es alguien al que le gusta la política. Le gusta el contacto con otros políticos y con los medios de comunicación. Su padre era otra cosa. Kim Jong-il era alguien que se mantenían muy a distancia, también en Corea del Norte, donde no pronunciaba apenas discursos ni realizaba apariciones públicas. Su hijo lo hace, y mucho. No hay que perder de vista que el país tiene un Ministerio de Asuntos Exteriores muy profesionalizado. Allí trabaja gente que conocen bien la realidad internacional, que hablan idiomas, con experiencia y que están al servicio de Kim Jong-un.
¿Cómo de preparada está Corea del Norte para una apertura internacional? Hablamos de un país que ha permanecido aislado lustros, donde no hay, por ejemplo, Internet. El país parece estar lejos de los estándares tecnológicos de otros países asiáticos.
Es cierto que no hay Internet en Corea del Norte, pero existe, sin embargo, una Intranet. Los ordenadores han llegado al país. Los hay portátiles, de mesa, también hay tablets y smartphones. La gente sabe lidiar allí con las nuevas tecnologías. Saben lo que es Android y utilizar apps. Utilizan sistema de mensajes instantáneos y leen periódicos digitales. Desde un punto de vista tecnológico, el país está preparado, aunque no exista esa conexión internacional a través de Internet. También puedo decirle que han aprendido mucho de China en lo económico. Están preparados para vivir en un mundo económicamente moderno. La situación de Corea del Norte es muy diferente a la del que llamábamos “bloque comunista” en tiempos de la Unión Soviética.