Achim Schmid se llama desde principios de año T. M. Garret Schmid. Este alemán de 43 años vive en Estados Unidos. Ha cambiado de nombre y ahora dice no ser la misma persona que hace unos años. En 2012 se mudó al otro lado del Océano Atlántico, rompiendo de una vez por todas con la vida que había llevado en Alemania. Esa era una vida de “racista convencido” –según sus términos– en la que ganó prominencia, primero como músico de varias bandas de rock para cabezas rapadas y, después, como miembro del Ku Klux Klan, organización secreta de extrema derecha de marcada ideología racista.
Ésta, aunque fue prohibida en tiempos del III Reich en Alemania, retomó su actividad en suelo germano en los años 60. “Soldados estadounidenses lo trajeron de vuelta”, cuenta Schmid a EL ESPAÑOL. En Alemania, Schmid fue una suerte de embajador germano para los Caballeros Internacionales del KKK. También en suelo germano, por diferencias con ese grupo, Schmid formó a los Caballeros Blancos Europeos del KKK, que tuvo a varios funcionarios de policía como miembros.
“Aquello cuando se supo en 2012 fue un escándalo”, dice Schmid, recordando las portadas de los periódicos alemanes de aquella época. En 2012, sin embargo, él ya estaba de vuelta de todo aquello. Ese año viajó a Estados Unidos para rehacer su vida, algo que ha logrado, aunque sin perder de vista a los jóvenes radicalizados. Desde Tennessee (Arkansas, sureste estadounidense), participa en las actividades de Exit-Deutschland, una organización alemana de apoyo a quienes caen en círculos de ultraderechistas como en los que Schmid estuvo atrapado no hace tanto. Él salió de aquello del mismo modo en que entró, casi sin querer.
Schmid era el pequeño de tres hermanos de una familia modesta afincada en el suroeste alemán. Nació en Mosbach, una pequeña población del rico land de Baden-Wurtemberg. Su familia, sin embargo, venía del norte germano. Ellos eran más pobres que el resto. “Mis padres se habían mudado allí desde el norte de Alemania. Tenían problemas con el alcohol. Mi madre lo ocultaba bien. Se encerraba en el cuarto y bebía sola. Al día siguiente iba a trabajar. No teníamos buena reputación en el pueblo”, cuenta Schmid.
Es fácil imaginar que Schmid tuviera una infancia difícil. “Mis padres se divorciaron cuando yo tenía dos años. Mi padre murió. Mi hermana dejó la casa cuando yo tenía seis años, mi hermano se fue a la universidad cuando yo tenía siete. Me faltó un modelo a seguir en la vida. Tuve un problema de identidad”, asegura.
El niño 'nazi' del colegio
A los ocho años, una infección de meningitis le dejó media cara paralizada. “En el pueblo y en la escuela, yo era el nuevo, tenía además una gafas enormes y horribles, era el objetivo perfecto para el bullying”, explica. El único modo que encontró Schmid para ganarse la atención de otro modo que no fuera para ser objeto de bromas y acoso fue hacer chistes sobre judíos y nazis.
Era la Alemania de los años ochenta. “Entonces no se hablaba de los nazis, ni de Adolf Hitler, ni del III Reich, el Holocausto o la Segunda Guerra Mundial. Hablar de aquello estaba mal. Todo era un tabú”, cuenta. “Pero si uno hablaba de eso, se ganaba la atención del resto”, añade. Aficionado al dibujo como era, el Schmid niño hacía caricaturas y chistes sobre judíos pero también sobre Hitler. Con un cuaderno hizo un cómic. Lo llamó el Hitler Comic. “Ahí me reía de todos, en ese momento no había elegido un bando”, apunta.
Quien se tomó la broma muy en serio fue su director de escuela. A sus manos llegó ese cómic, lo que costó a Schmid una reunión con él. Al chico, que tendría entones unos diez o doce años, el director le preguntó: “¿Qué piensas de Hitler?”. “Yo traté de explicar que yo no era nazi porque me reía también de Hitler. Pero el director no quería escuchar. Tampoco me explicó nada. Y después de aquello, me empezaron a llamar el 'niño nazi'”, recuerda Schmid.
Arrastrando como arrastraba un problema de identidad, el chico no tardó en aceptar la etiqueta. “Dejé de ser un cualquiera. Ya no se me podía molestar fácilmente. Nadie quería líos con un nazi”, dice. En octavo, otro niño de su colegio le prestó una cinta de un grupo de música skinhead. “Cantaban eso de: 'Somos alemanes y estamos orgullosos de serlo'”, cuenta Schmid.
Músico skinhead
Se hizo skinhead a través de la música. “Un día me fui a la ciudad, me afeité la cabeza y me uní a la primera banda de skins que vi”, asegura. “La música me llevó muy lejos, porque era para mí algo muy importante”, agrega. Schmid llegó a tener tres bandas. A saber, Wolfsrudel, Höllenhunde Süddeutschland y Celtic Moon o 'Manada de lobos', 'Cancerberos del sur alemán' y 'Luna Céltica'.
Fue artista cabeza-rapada y también miembro del Partido Nacional Democrático de Alemania (NPD). A esta formación se la conoce en Alemania como el partido neonazi. El Schmid militante del NPD y skinhead artista se prodigó por los escenarios de festivales de la extrema derecha germana. Éstos son capaces, aún hoy, de reunir a miles de neonazis y ultraderechistas. El pasado mes de junio, sin ir más lejos, el festival RechtsRock –algo así como 'Rock de derechas'– reunía a 6.000 neonazis en la localidad de Themar (centro-este germano).
En 1998, un músico del que se rumoreaba era miembro del KKK, le invitó a unirse al clan. “Yo pensé: '¡Wow!, me quieren a mí en esa sociedad exclusiva, esa que se reúne en secreto y que son gente relevante. Me uní”, sostiene. Así fue cómo integró los Caballeros Internacionales del KKK. Él era una suerte de embajador del KKK en Alemania. Por aquel entonces, Schmid ya estaba algo cansado de ser un cabeza rapada.
“Los skinheads no hacen más que beber. Se reúnen una vez al mes, hacen una fiesta y se cuentan cuatro cosas. Estaba decepcionado”, apunta. Una decepción parecida vivió con el NPD. Él contribuyó, por ejemplo, a que Alexander Neidlein entrara en el partido neonazi. Hoy Neidlein es el secretario general del NPD.
El “idiota cristiano” del partido neonazi
Pero a Schmid lo consideraban el “idiota cristiano” del NPD. “El NPD no es cristiano, porque Jesucristo era judío. Pero el KKK decía que Jesús era blanco sin más. Aquello dio lugar a discusiones en el NPD”, cuenta Schmid. Hasta que un día él dijo 'basta' al partido neonazi. “Dejé el NPD y fui músico skinhead y miembro de KKK hasta que me encontré con la gente de Blood & Honor en Dinamarca”, afirma, aludiendo a la red neonazi 'Sangre y Honor' a la que está vinculada Combat-18, una organización terrorista de origen británico y de inspiración neonazi.
La rama española de Blood & Honour fue disuelta en 2010 por orden el Tribunal Supremo, después de que se produjera la detención de 18 personas por asociación ilícita y tenencia de armas. En el año 2000, el grupo fue prohibido en Alemania. Sobre Schmid recayó la responsabilidad de hacerlo funcionar en la clandestinidad. Fue Erik Nilssen, reconocido en los círculos de la extrema derecha como un intelectual neonazi, quien le dejó el encargo.
“Él era el cerebro de Blood & Honor en Escandinavia. Quería que tradujera un libro suyo y que llevara la página web de la organización. Dije que sí, pero leyendo aquello, me parecía que era muy fuerte. Porque en esos textos se hacía un llamamiento al terrorismo”, cuenta Schmid. “Traducir aquello me hizo tener muchas dudas”, añade. En ese tiempo, se produjo un registro en su casa y en la de otros compañeros de “movimiento”. “Yo, además, ya estaba en un juicio por una canción que había escrito. Las letras iban en contra de la ley”, apunta.
Cara a cara con el terrorismo de ultraderecha
El miedo al terrorismo y a la policía llevaron a Schmid a dejar sus responsabilidades con Blood & Honor y en el KKK. “Mirar el terrorismo cara a cara era algo que no quería hacer. La presión del Gobierno también estaba ahí. No quería ir a la cárcel. Me dije que no merecía la pena”, asegura.
Pero Schmid seguía siendo un racista, por eso trató de montar un KKK más a su medida. A saber, los Caballeros Blancos Europeos del KKK. “Queríamos formar nuestra propia sociedad paralela. Pero tenía que ser gente nueva, nada de gente del NPD. Queríamos tener a gente normal. Por eso tuvimos a gente del mundo de los negocios y hasta a policías”, recuerda Schmid.
Sin embargo, él seguía con sus dudas. “El movimiento de ultraderecha alemán no es cristiano, porque es antisemita y Jesucristo era un judío. En Estados Unidos es distinto, pero el caso es que estuve preguntando sobre esta paradoja, pregunté a diferentes miembros del KKK de Suecia, Austria, Estados Unidos y no había respuestas”, comenta.
En el año 2000, los servicios de inteligencia alemana ya sabían de la existencia de su KKK. “Nos dijeron: 'Sabemos que estáis ahí, llevad cuidado con lo que hacéis'. Esa presión del Gobierno, de nuevo, no era algo que yo quisiese. Entonces le dije a uno de mis miembros: 'Me retiro, tu serás mi sucesor'”, abunda.
Schmid cambió de ciudad en Alemania. “Todavía pensé en abrir otro KKK, más cristiano y menos racista, pero entonces me encontré con mi casero, que era turco. Él vivía en el primer piso de la casa, nosotros en el segundo”, cuenta. La relación de amistad con su casero le cambio la vida. “Era súper bueno con nosotros. Me pidió ayuda con su ordenador. Pasé horas con él, arreglando el ordenador, me invitó a té y a dulces, me quedé a cenar con su familia un montón de veces y me di cuenta de que ese hombre era muy diferente de cuanto había conocido”, rememora.
El peligro de dejar el KKK
Schmid ahora se considera alguien “liberal”. Tiene familia, tres hijos y un nieto. Trabaja en su propia empresa, dedicada a la producción de contenidos audiovisuales. Además, es operario de fuegos artificiales. Hace una vida normal pese a saber que, dejar el KKK y el neonazismo puede acarrear fatales consecuencias. “Existe el peligro de que unos racistas me peguen un tiro o algo así. Ese riesgo está ahí. Pero no creo que sea enorme”, valora.
En sus primeros años en Estados Unidos fue productor de música. Uno de sus amigos de esos días es el músico y activista afroamericano Daryl Davies. “Es mi amigo, ha tocado con leyendas como Chuck Berry y es conocido por tener amigos en el KKK. Se cuenta que él ha sacado a unos 200 miembros del KKK”, señala. A una causa parecida se dedica Schmid en Exit-Deutschland y en C.H.A.N.G.E, una ONG multicultural de la que él es el fundador que se ocupa, entre otras cosas, de la lucha contra el racismo y la violencia.
Para él, la clave para evitar caer en una banda, ya sea de neonazis, de supremacistas o de gánsteres, está en el diálogo abierto con la sociedad. “Nadie sale de las arenas movedizas con todo el mundo señalando y condenando a una persona por ser de extrema derecha, a esa persona se la saca con una mano tendida. Hay que hablar para tratar de entender”, plantea. “El problema cuando te ponen la etiqueta de nazi es que ya nadie quiere hablar contigo de tus sentimientos, sólo ven la etiqueta, no ven a la persona. Y todo eso no hace más que reforzar el compromiso de la persona en el movimiento en el que esté metido”, concluye.