Los cambios de régimen, incluso los más radicales, han seguido una constante desde que el mundo es mundo. Mostrar al pueblo la opulencia de los anteriores mandatarios es un regalo, en ocasiones envenenado, para quienes nunca tuvieron la oportunidad ni el coraje de tomar su Bastilla. Cruzar el umbral de lo hasta ahora prohibido posee un componente morboso para quienes jamás pensaron que un día entrarían en el hogar de quienes dirigieron sus vidas y la nación.
Sucedió en Bagdag tras la caída de Sadam Hussein y en el Trípoli de Muamar el Gadafi, y, antes, en la Cuba de Batista y en la Nicaragua de Somoza. En España, las puertas del palacio de El Pardo se abrieron de par en par en 1977 para que los españoles vieran donde vivió Franco 40 años, y lo mismo sucedió en Paraguay cuando cayó el dictador Stroessner, en febrero de 1989. Recuerdo que la mañana en la que fue derrocado por el general Rodríguez, tuve la oportunidad de sentarme en la silla del despacho de su mansión tratando de imaginar los sentimientos de quien cargaba sobre sus espaldas la muerte de miles de ciudadanos, del artífice de la operación Cóndor; pero no sentí nada, ni tan siquiera náuseas.
Desde el pasado 1 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador, el nuevo presidente de México, el hombre que anuncia la 'cuarta transformación' con un cambio radical de régimen, abrió al pueblo las puertas de Los Pinos, la residencia del ya expresidente Enrique Peña Nieto, donde ha vivido seis años junto a su familia. Una golosina con la que alimentar el espíritu y el rencor de los que menos tienen y más esperan.
"Qué lujo", repetía la señora Lupita a cada paso viendo el comedor y el vestidor de la habitación del matrimonio Peña Nieto. "Es tres veces mi casa". Lo decía mezclando admiración, resentimiento y la envidia propia de quienes apenas subsisten. El 53% de los mexicanos están situados en el umbral de la miseria. Por eso, la medida de abrir al pueblo Los Pinos no es un acto de conciliación, sino de oscuro resentimiento.
Mostrar las comodidades y lujos de los que han dispuesto los presidentes mexicanos es, también, un acto de constricción para quien, como López Obrador, pretende dirigir la nación enarbolando la bandera de la austeridad. Es coherencia política con sus votantes, aunque para la oposición, la apertura al pueblo de Los Pinos, como la venta del avión presidencial o la suspensión del nuevo aeropuerto, desprenda ese característico olor que desprende el rancio populismo. Aseguran que al nuevo gobierno le será difícil aunar contención en el gasto con crecimiento económico y menos aún les gusta que López venda al pueblo la idea de que vive en un barrio obrero, cuando la realidad es que dirige el país desde los oropeles del Palacio Nacional.
Una visita a Los Pinos
Los Pinos es un complejo de 60 hectáreas situado dentro del Bosque de Chapultepec cuya protección, hasta el pasado 1 de diciembre, corría a cargo del Estado Mayor Presidencial, un cuerpo de élite militar. "Un ejército dentro del ejército", como definió López Obrador antes de disolverlo.
El primer inquilino de Los Pinos fue el general Lázaro Cárdenas, el presidente que abrió las puertas de México a Indalecio Prieto y a los tesoros expoliados por la República española en 1939. Desde entonces, a excepción de Adolfo López Mateos, ha sido utilizado como residencia de presidentes mexicanos.
El complejo lo compone un conjunto de oficinas, dependencias militares y casas rodeadas de cuidados jardines flanqueados por una senda de estatuas de presidentes. La casa más visitada es la que hasta la semana pasada ocupó el presidente Peña Nieto, denominada Casa de Miguel Alemán. "Hasta cine tenía el muy pendejo", dice a modo de letanía el papá de una familia de seis al ver la sala de proyección.
La visita recorre toda la residencia, donde los mármoles italianos brillan tanto como las lámparas de araña. El tamaño de la cocina llama la atención de los visitantes. "Es como mi casa", dice una señora alarmada porque las habitaciones lucen vacías de mobiliario. "Qué rateros. Hasta los colchones se llevaron". Nada que ver con la realidad. Los muebles son propiedad del presidente de turno y tan solo la biblioteca, el despacho o el comedor son propiedad del estado.
En los sótanos hay una sala de crisis a la que pomposamente alguien denominó búnker, aunque nada tenga de blindada ni tenga la capacidad de mantener a salvo al presidente en el improbable caso de atentados o bombardeos. Probablemente, por el estado actual, jamás se utilizó.
Las decisiones tomadas entre sus paredes
En el despacho presidencial, en el que no me permitieron sentar, se fraguaron muchas de las decisiones que Peña Nieto tomó durante los seis años de mandato: la reforma educativa con cárcel incluida a Alba Esther, la entonces presidenta del sindicato de maestros, acusada de lavado de dinero, enriquecimiento ilícito, defraudación fiscal y delincuencia organizada que recientemente ha sido absuelta. Probablemente, en esta discreta mesa recibió el 28 de septiembre del 2014 el primer informe sobre la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, y, en noviembre del 2014, en estas cuatro paredes cuyos ventanales dan a un florido jardín, se fraguó el surrealista plan de comunicación tras publicarse la noticia de la adquisición de una mansión valorada en siete millones de dólares en un barrio residencial de la ciudad de México. Angélica Rivera, su esposa, terminó cargando con la responsabilidad asegurando que la Casa Blanca la pagó con los ahorros amasados por su trabajo como actriz en Televisa.
En este despacho, en julio del 2015, supo de la fuga de Joaquín Loera, el 'Chapo Guzmán', y aquí tuvo origen la reforma fiscal y la energética que permitió la llegada a México de compañías petroleras extranjeras, criticadas ahora por López Obrador por no alcanzar las inversiones previstas tras la caída de los precios petroleros y la escasa rentabilidad del crudo mexicano, aunque eso AMLO se lo guarde. Y sobre esta mesa recibió el ultimo informe que Miguel Osorio Chong, secretario de Gobernación, elaboró confirmando que durante el sexenio, 129.000 personas fueron asesinadas.
Por eso, quiero entender que salir de Los Pinos es para un expresidente como Peña Nieto un acto de liberación ajeno a cualquier melancolía. Ahora le espera un periodo de adaptación a la realidad que dicen pasará en España, huyendo de los reproches y amenazas lanzadas por López Obrador durante el discurso de investidura. No ha trascendido si le seguirá su esposa Angélica, de quien la rumorología le separó hace meses llevando –dicen– vidas separadas. Angélica preferiblemente en Miami y Enrique, en la casa de Ixtapan de la Sal, Estado de México, donde viajaba cada viernes en el helicóptero presidencial. Desde el pasado sábado se desconoce su paradero ya no dispone de helicópteros ni protección oficial, retirados por López Obrador.
Angélica Rivera, la actriz de Televisa que alcanzó fama con la telenovela Destilando amor, en donde encarnaba el personaje de 'la Gaviota', sobrenombre con el que se la conoce popularmente en México, asegura que ha recibido varias ofertas de productoras y amenaza con volver pronto a televisión. Al parecer, ultima un libro de memorias sobre su estancia en Los Pinos del que los mexicanos esperan conocer la verdad de un matrimonio que siempre estuvo bajo sospecha. Un guión, el de sus vidas, digno de telenovela.