“Traicionados y vendidos”. La pancarta que cuelga en la Karl Marx Allee de Berlín, sobre el cartel luminoso del Café Sibylle, traduce el sentir de buena parte de los vecinos de los edificios estalinistas más célebres de la capital alemana. Se trata de varios bloques de pisos que, en paralelo, se extienden por casi tres kilómetros del centro-este berlinés. Fueron construidos en los tiempos de la extinta República Democrática de Alemania (RDA) y constituyen un claro ejemplo de arquitectura estalinista, la que pretendía levantar “palacios para la clase obrera”.
Otrora, en la capitalista Alemania Occidental, a esta calle se la llamaba despectivamente Stalinallee, algo así como la “avenida de Stalin”. Actualmente, los edificios de esta avenida son escenario de un conflicto social provocado por la gentrificación que sufre la capital alemana. Los vecinos tratan de evitar el rápido cambio del barrio a través de la subida de precios de los alquileres.
La situación de Berlín es de “urgencia” en materia de vivienda, según el término que más se usa aquí para hablar de este tema. No se construye lo suficiente para abastecer a una demanda creciente. Esto provoca que los precios suban fuertemente desde hace tiempo. La coalición de izquierdas que gobierna la ciudad, liderada por el socialdemócrata Michael Müller, se esfuerza en contrarrestar la tendencia, aunque con poco acierto.
La última y más importante batalla contra la gentrificación en Berlín se libra en la Karl Marx Allee. De momento, los vecinos de estos palacios comunistas para la clase obrera se han apuntado una victoria. Para empezar, han podido hacer piña, movilizarse y hacerse visibles. Las fachadas de estos inconfundibles edificios están pobladas ahora por pancartas, telas rojas y naranjas que asoman en las ventanas en forma de protesta. “Es algo que acordamos hacer para simular con colores que había un incendio en los edificios”, dice a EL ESPAÑOL Thomas Bodegein.
Este jubilado trabaja en el Consejo de Inquilinos de la Karl Marx Allee, una institución que media entre quienes viven de alquiler en los apartamentos de la célebre avenida berlinesa y los propietarios. Éste otrora emprendedor en el sector de los seguros lidera un improvisado equipo compuesto por otros 30 ó 40 inquilinos de los edificios estalinistas que se ocupa de mantener informados y movilizados a los vecinos afectados por una reciente operación inmobiliaria de la empresa Deutsche Wohnen. Ésta adquirió 700 apartamentos distribuidos en cuatro de los bloques estalinistas de la avenida en noviembre.
Se estima que hay unas 2.000 personas concernidas por la operación, mantenida en secreto hasta hace unas semanas. Gisella, por ejemplo, una vecina afectada, se enteró hace unos días del cambio de manos del apartamento que alquila. “Todo empezó el pasado mes de noviembre. Una amiga me contó en un café lo de la compra. Hay urgencia por hacer algo”, dice esta jubilada de 67 años a EL ESPAÑOL.
“El secretismo con el que se ha llevado a cabo la operación ha contribuido a que haya una escalada en esta movilización”, dice Bodegein. También ha contribuido a que los vecinos saquen las pancartas y las telas de protesta de la fachada, y a que se manifiesten por el barrio regularmente pese al frío desde hace un par de sábados, conocer la identidad de la empresa compradora de los apartamentos. Entre los inquilinos, Deutsche Wohnen tiene mala fama. “Muy mala fama”, precisa Gisella.
La fama de la empresa compradora
“En la prensa se ha informado de que, por ejemplo, en uno de los bloques de esta empresa del barrio de Kreuzberg sólo había, durante un mes, agua caliente. Esto es un problema, porque obligaba a acumular agua fría en cubos para los vecinos poder ducharse”, cuenta Bodegein. “También, por lo visto, esta empresa no hace nada ante determinadas necesidades de reparaciones en los edificios para que los inquilinos se vayan por su propia iniciativa y, después, poder subir el alquiler a los nuevos vecinos”, añade.
Sea como fuere, la forma con la que se comporta esta empresa en el mercado parece justificar la existencia de la plataforma Deutsche-Wohnen-Protest.de, en la que se da cuenta de abusos como los que cita Bodegein. “Deutsche Wohnen es una empresa orientada a hacer negocio, sólo quiere hacer que sus inversores estén satisfechos y no tanto que lo estén sus inquilinos”, abunda Bodegein. Según sus cuentas, la firma, con sede en Berlín, posee en la capital germana 170.000 viviendas. Bodegein la considera un “poder fáctico” en el mercado inmobiliario berlinés.
En la empresa alemana no parecen entender las reticencias de Bodegein y compañía. “Los edificios históricos de la Karl Marx Allee encajan muy bien en nuestra oferta”, han manifestado los portavoces del la firma. Bodegein y el resto de vecinos de la Karl Marx Allee reprochan el “secretismo” de la operación inmobiliaria de Deutsche Wohnen. En general, temen que esa compra sirva para subir los precios de los alquileres. Gisella, la vecina que lleva más de tres décadas viviendo de alquiler en la Karl Marx Allee, tiene ese miedo.
Por eso ha venido a ver a los responsables del Consejo de Inquilinos de la Karl Marx Allee. Bodegein y compañía han encontrado una falla en el contrato de compra de Deutsche Wohnen que puede impedir que la empresa se salga con la suya. “La idea es hacer que los vecinos hagan de intermediarios entre la empresa y las autoridades de Berlín para recomprar los apartamentos y hacer que vuelvan a la titularidad pública”, explica Bodegein. El objetivo es que los inquilinos, al pagar el alquiler, estén comprando poco a poco los apartamentos para la empresa Gewogab, una compañía de titularidad pública.
Karl Marx Allee “en buenas manos”
Ante esa opción Gisella trae consigo papeles para firmar y llevarlos al notario. Ella tendría opciones de contribuir a la compra del piso pagando su alquiler. Si ella no termina de pagarlo, porque decida mudarse o por cualquier otra causa, podrían culminar la compra los siguientes inquilinos que lleguen a la que todavía es casa de Gisella. Las autoridades berlinesas se han mostrado dispuestas a participar en la operación de recompra. Eso sí, siempre y cuando haya suficientes vecinos implicados. Necesitan una participación mínima del 26% de los afectados, según las cuentas de Bodegein.
El café Sibylle se ha convertido en el cuartel general de Bodegein y compañía. Aquí es donde los vecinos se coordinan. Tienen que rellenar documentos, asesorarse y hacer que todos los vecinos firmen ante notario su decisión de participar en la recompra.
“No sabemos quién va a estar aquí en las fiestas. Tenemos que organizarnos, porque a mí me consta que desde el 21 de diciembre no trabaja en la ciudad prácticamente ningún notario por las fiestas navideñas”, explica Bodegein. Habla al tiempo que atiende a vecinos inquietos, en persona o por teléfono. Hasta el próximo 5 de enero hay margen para presentar un número de vecinos participantes en la operación de recompra.
Bodegein trabajará horas extras estas fiestas como representante de los inquilinos. Pasa en el Café Sibylle prácticamente todo el día ocupándose del futuro de sus vecinos. Está convencido de que hay opciones, si no de salvar de la gentrificación este rincón berlinés, al menos de hacer que “quede en buenas manos”.