870 millones de votos, 350 partidos: la India afronta sus mayores elecciones
Una campaña complicada en un país mayormente analfabeto, donde los ciudadanos identifican las candidaturas por dibujos, colores y el culto a la personalidad.
25 febrero, 2019 02:09Lal Dungri (Cebolla Roja) es una aldea india de 9.000 habitantes difícil de encontrar en cualquier mapa, pero que ha saltado a la historia en cuatro ocasiones: en el año 1980, en 1984, en 2004 y el pasado jueves. En Lal Dungri, y en esas fechas, comenzaron sus respectivas campañas electorales Indira, Rajiv, y Sonia Gandhi antes de llegar a liderar la mayor democracia del mundo. Mientras Rahul, el por ahora último eslabón de la dinastía más poderosa de Asia, comenzaba su campaña con un baño de multitudes en medio de un paisaje polvoriento, 2.000 kilómetros al norte, en la nevada Cachemira, tenía lugar el atentado terrorista más sangriento en varias décadas: 44 soldados indios morían tras la autoinmolación de un hombre bomba.
Si ya estaba claro que las elecciones de este año iban a ser las más importantes de los últimos 30 años -tiempo que ha necesitado el partido en el poder para obtener una mayoría absoluta-, el salto a la arena política nacional de Rahul Gandhi y la nueva crisis militar con Pakistán convierten esta campaña en un verdadero punto de inflexión para la India.
Para el gobierno de Narendra Modi y su partido, el nacionalista y conservador BJP, el ataque terrorista supone un golpe a su credibilidad. En 2016, otro ataque terrorista de radicales musulmanes infiltrados desde Pakistán acabaron con la vida de 19 soldados indios, tras lo cual se desencadenó una operación de “ataques de precisión quirúrgica” como represalia de la que incluso se llegó a hacer una película. Los ministros de Modi llegaron a utilizar como eslóganes en sus mítines diálogos de este film, y el propio Primer Ministro ha basado su programa de política exterior en una actitud beligerante hacia los guerrilleros que, desde el lado paquistaní de Cachemira, hostigan a las fuerzas indias. Sin embargo, el presupuesto de Defensa indio es comparativamente el más bajo desde 1962, cuando la India perdió una guerra con China, y recientemente dos grandes escándalos de espionaje han sacudido la cúpula de los servicios secretos de Nueva Delhi.
La inversión en infraestructuras, otra de las grandes promesas de Modi, se ha traducido en algunos éxitos relativos y un puñado de promesas a medio cumplir. El proyecto del “tren bala” se ha quedado en un “tren de velocidad semi-alta” que fue anunciado orgullosamente en Twitter por el Ministro de Ferrocarriles (“es un pájaro… es un avión…”) se ha convertido en el hazmerreír de los noticiarios al presentarse con un vídeo acelerado que intentaron hacer pasar por real. El resto de la industria nacional también está pasando un mal momento, con la pérdida de 11 millones de puestos de trabajo en 2018 y el paro con las peores cifras de los últimos 45 años.
Por último, las revueltas de granjeros de los últimos tiempos, un colectivo que engloba a cientos de millones de ciudadanos y que tiene un peso decisivo en la política nacional, han dejado al gobierno sin uno de sus principales apoyos.
Todo esto allana el terreno para que, después de preparar su salto a la política de alto nivel durante décadas,el ya no tan joven Rahul Gandhi (48) tenga la oportunidad de devolver al histórico Partido del Congreso (centro-izquierda) el poder que ahora detenta el BJP (nacionalista conservador).
Comenzar la campaña en Lal Dungri, un lugar donde las estampas de Indira cuelgan como una deidad más junto a las de Ganesh o Shiva, es considerado un buen auspicio por los Gandhi, ya que siempre que dieron allí su primer mitin terminaron ganando las elecciones. Para contrarrestar el fervor popular hacia Rahul, el gobierno de Narendra Modi ha prometido un aluvión de infraestructuras para esa zona de Gujarat, incluyendo una estación del tren de “semi-alta” velocidad.
Por su parte, Rahul contará con el inestimable apoyo de su hermana Priyanka (47), una figura muy carismática a la que la prensa suele retratar como dinámica, decidida y llena de energía -al igual que su abuela Indira, de la que es su vivo retrato-, frente al reflexivo, calmado e introvertido Rahul.
La India, con 1.350 millones de habitantes, es un país rural donde la política se mueve alrededor del culto a la personalidad o las afinidades tribales y de casta. El 30% de los adultos son analfabetos y los programas electorales tienen una importancia muy relativa. Gran parte de los ciudadanos reconocen las candidaturas gracias a colores y dibujos: hay una lista de 82 símbolos aceptados por la comisión electoral que van desde un teléfono hasta una lámpara de gas, pasando por la mano abierta del Congreso o la flor de loto del BJP. Los partidos más recientes se han tenido que “conformar” con siluetas de bombonas de gas, bolsos de señora o cometas, que aún estaban libres.
Tras un quinquenio bajo el gobierno nacionalista y pro hindú de Narendra Modi -quien en el pasado estuvo acusado de consentir y alentar la matanza de miles de musulmanes en unos sangrientos disturbios de su Gujarat natal-, el signo político del segundo país más poblado de la Tierra puede pendular de nuevo a su eterno centro de gravedad: el Partido del Congreso, que ha detentado el poder durante la mayor parte de su historia democrática. Los 545 diputados (incluyendo a dos que el Presidente elige a dedo) del Lok Sabha, el Parlamento de Nueva Delhi, se repartirán entre cientos de formaciones políticas que se agrupan en tres grandes coaliciones: la liderada por el BJP (actualmente en el gobierno), la del Congreso (la dinastía Gandhi) y la del BSP de Mayawati.
Kumari Mayawati (63), una antigua maestra de casta baja que, reivindicando los derechos de las clases sociales más bajas, llegó a presidir cuatro veces el gobierno regional de Uttar Pradesh, un estado indio con la población de Brasil. Mayawati se ha convertido en un símbolo de la importancia que las castas, tribus y etnias tienen en la política nacional india. En sus primeros mítines, se limitaba a leer los nombres de sus candidatos, que el público podía reconocer como de casta baja debido a sus apellidos, y durante sus mandatos consiguió imponer un gobierno más eficiente e incomparablemente menos corrupto que todos los anteriores en Uttar Pradesh, una región cuyo peso específico en votos es decisivo para quien quiera gobernar el país. Aunque su línea ideológica es cercana al Congreso, siempre ha querido conservar su independencia sin decantarse por una alianza explícita porque defiende “una nueva forma de hacer política” que rompa con el bipartidismo.
El terrorista suicida que se colocó el pasado jueves en el punto kilométrico 272 de la autopista de Srinagar llevaba 80 kilos de explosivos pegados a su cuerpo. En el Parlamento de Nueva Delhi hay 7 asientos vacíos, asignados a la parte de Cachemira que permanece controlada por Pakistán y nunca han sido ocupados. Las próximas elecciones indias registrarán unos 870 millones de votos electrónicos. Concurrirán más de 350 formaciones. La campaña de las mayores elecciones de la historia de la Humanidad empezó en una aldea de 9.000 habitantes. Son cifras que intentan describir la magnitud, las contradicciones y las circunstancias de unas elecciones que decidirán la suerte para los próximos años de un quinto de la población mundial. Aun así, los sentimientos, la historia, las tradiciones y los símbolos -como una cebolla roja- jugarán un papel fundamental en estos comicios.