El 7 de abril de 1994, hace exactamente 25 años, comenzó en Ruanda uno de los mayores genocidios de la historia que acabó con la vida de más de 800.000 personas en solo 100 días. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) eleva la cifra de muertes hasta el millón de personas y estima que alrededor de 200.000 mujeres fueron violadas.
Asimismo, millones de ciudadanos huyeron del país. Según un informe publicado por ACNUR en 2009, 3,4 millones de personas habían regresado al país. Además, en ese momento todavía quedaban cientos de miles en países cercanos como Angola o el Congo.
Este genocidio ocurrió tras décadas de problemas y ataques entre dos etnias del país, hutus y tutsis, y se venía advirtiendo años aunque la comunidad internacional hacía oídos sordos al problema.
Una historia de conflictos
Para entender un conflicto violento, primero hay que conocer el contexto histórico. En Ruanda siempre han habitado diferentes etnias: hutus -que representaban el 85% de la población aproximadamente-, tutsis -14% de la población- y por último los twas -que solo representaban un 1%-.
A pesar de ser minoría con respecto a los hutus, los tutsis históricamente tenían el poder en el país y contaban con más privilegios, aunque sí que había movilidad en los estratos sociales y estas etnias vivían con relativa armonía. Sin embargo, con el paso de los años, las relaciones se fueron deteriorando.
En 1959, cuando todavía permanecía el dominio de la monarquía tutsi y el país estaba colonizado por Bélgica (que había conseguido este territorio tras la I Guerra Mundial cuando se lo cedió Alemania) se produjo un levantamiento hutu que se saldó con cientos de muertos y cientos de miles de desplazados.
Con esta revolución llamada "Revolución campesina hutu" cayó el dominio de los tutsis. Además, Ruanda abolió la monarquía y, en 1962, se independizó de Bélgica. Pero estos cambios no disiparon los conflictos y la tensión entre ambos grupos continuó aumentando.
Las políticas contra los tutsis se fueron radicalizando y en 1988 nació el Frente Patriótico Ruandés (FPR). Este partido estaba formado principalmente por tutsis y tenía como objetivo principal el retorno de los miles de refugiados y la reforma del gobierno ruandés.
Tras varios años de enfrentamientos y ataques, en 1993 se firmó un acuerdo de paz en Arusha (Tanzania), pero los sectores más radicales del gobierno pusieron trabas casi desde el principio. Durante meses tras la firma del acuerdo, se siguió haciendo campaña contra los tutsis, lo que terminó en el gran genocidio que ha pasado a la historia (donde murieron mayoritariamente tutsis, pero también hutus moderados).
El momento determinante que dio inicio a las oleadas de violencia fue la muerte el 6 de abril del presidente hutu, Juvénal Habyarimana. Su avión se estrelló tras chocar con un cohete.
Al día siguiente, fue asesinada Agathe Uwilingiyimana, la primera ministra del país, junto con 10 solados que formaban parte de su escolta (los cuales eran militares de la ONU). Ese mismo día la radiotelevisión de las Mil Colinas atribuyó la autoría del accidente del presidente al FPR y llamaron a la población a eliminar "a las cucarachas tutsis".
Responsabilidad internacional
Durante estos 25 años desde que se produjo la masacre, se ha reprochado la falta de actuación internacional para evitar el conflicto o, al menos, para frenarlo una vez comenzó.
El principal organismo criticado es la ONU, que cuando comenzó el conflicto, en vez de dar apoyo a la población civil que estaba siendo atacada, decidió reducir el número de tropas de 2.500 a 240.
Mientras Naciones Unidas debatía sobre los acontecimientos que estaban sucediendo, Roméo Dallaire, comandante de las fuerzas de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda (Unamir), que tenía como principal objetivo conseguir la paz en la región, reclamó más apoyo porque "con 2.000 soldados más, sería capaz de frenar el exterminio tutsi".
Además, tres meses antes del inicio del genocidio, Dallaire había advertido de que los hutus más radicales se estaban armando para atacar a los tutsis. Finalmente, cuando la ONU fue consciente de la magnitud de la tragedia en julio de 1994, el Frente Patriótico Ruandés ya se había hecho con el control del país.
Acusaciones a Francia
Francia es uno de los países al que más se culpa a nivel internacional de las consecuencias del genocidio. Por una parte, Dallaire afirmó que los franceses se movían por la zona francófona y comprobó "que tanto franceses como belgas y alemanes tenían allí consejeros a docenas. Ellos sí sabían lo que pasaba, pero ninguno proporcionaba a la ONU, es decir, a mí, su representante, la información que poseían".
Las acusaciones contra Francia han ido más allá y en varias ocasiones el Gobierno de Ruanda ha señalado al gobierno del país de ser cómplices del genocidio.
En 2017 el gobierno ruandés difundió un informe elaborado por el bufete de abogados Cunningham Levy Muse, en el que decía que los funcionarios franceses tenían pleno conocimiento de la preparación del genocidio y "no solo no hicieron nada por evitarlo, sino que armaron a los perpetradores, les apoyaron en la creación y mantenimiento de un gobierno de transición hutu y trataron de evitar que los responsables fueran llevados ante la justicia", tal y como recogía el diario El Mundo.
Proceso de reconciliación
Durante estos más de 20 años desde que ocurrió la masacre, Ruanda ha repetido el mantra "Genocide never again", para no repetir el momento más oscuro de su historia reciente. Asimismo, han elaborado una gran cantidad de políticas y programas de reconciliación para cerrar cuanto antes las heridas.
Una de ellas es Asociación Modeste et Innocent (AMI), que colabora con gobiernos locales para identificar y abordar situaciones de conflicto sin resolver entre hutus y tutsis. Como explicaba El País, por un lado reflexionan de manera separada con supervivientes y exprisioneros y cada uno escribe las acusaciones que haría al otro grupo.
En la tercera fase intentan comprender la perspectiva del otro y se produce un encuentro entre los grupos basado en el diálogo y el perdón. Todas las personas del programa se comprometen a continuar el camino de la reconciliación e inician una actividad económica conjunta "que les lleva a mantener el contacto en un ambiente de colaboración y confianza".
Así, sabiendo que el país solo puede avanzar y pasar página con el perdón y la superación del odio, Ruanda continúa en su camino hacia la reconciliación. Para pasar página, no se debe olvidar la historia y este genocidio debe recordarse cada año a nivel internacional.