"Si la patria llega a convencerse de que tengo algo qué pagar, pues es la patria… Así como la he servido y he hecho cosas por ella, yo no estoy aquí para refunfuñar y odiar. Confío en la historia. Soy cristiano. Creo en la vida después de la muerte. Creo tener un pequeño sitio en la historia del Perú". Cuando hizo estas declaraciones a la prensa peruana la noche del martes, Alan García (Lima, 1949) ya sabía que la patria estaba a punto de dictar sentencia. Sobre el expresidente peruano pesaba desde el año pasado una medida cautelar que le prohibía salir del país.
El mandatario estaba acorralado por el caso Odebrecht, una macrotrama de corrupción que ha enfangado a las más altas esferas del poder de Latinoamérica y ha borrado de un plumazo el aura de intocables de otros poderosos de la región. García estaba siendo investigado junto a otros altos mandos del Partido Aprista por los delitos de colusión, tráfico de influencias y lavado de dinero en la concesión de la obra del Metro de Lima a la infame empresa de construcción de brasileña. Un trato que, presuntamente, se cerró a cambio de ayudas ilegales al partido en el que García militaba desde que contaba 17 años.
Todo se torció aún más para esta figura clave de la política peruana en la mañana de este miércoles. Un grupo de agentes de la Policía acudieron al domicilio de Alan García en el barrio limeño de Miraflores con una orden judicial: detención preliminar de 10 días para el hombre que había dirigido el destino de Perú durante 11 años.
El ministro del Interior peruano, Carlos Morán, ha explicado los pormenores de la fallida detención que ha acabado en suicidio. Los agentes y el fiscal Henry Amenábar comunicaron el arresto en el recibidor de la vivienda y García solicitó unos segundos para llamar a su abogado. El expresidente peruano se encerró entonces en su habitación. "A los pocos minutos se escuchó un tiro. La Policía forzó la puerta y le encontró con una herida de bala en la cabeza".
Primer mandato, primera fuga
Un trágico final que parecía estar escrito. Para el que fuera presidente más joven de América Latina cuando irrumpió en 1985 dispuesto a cambiar de arriba abajo Perú, esta ha sido su segunda fuga. La definitiva. Durante la primera parte de su primer mandato se ganó el cariño del pueblo con un programa eminentemente de izquierdas: restricción del pago de la deuda exterior, rechazo a los organismos multilaterales, reducción de gastos militares y limitación de las importaciones.
Pero su ambicioso programa de reformas no cuajó y dejó al país ante el precipicio de la ruina. En 1992, acusado de enriquecimiento ilícito y de haber ordenado una matanza de presos por terrorismo en varias cárceles, García tuvo que huir tras el autogolpe de Fujimori. En aquella ocasión consiguió refugiarse con éxito en la Embajada de Colombia en Lima.
Desde allí partió al exilio, primero a Colombia y luego a Francia, donde permaneció hasta que en 2001 la Corte Suprema de Perú declaró prescritos aquellos delitos, por los que nunca fue juzgado. Francia es un país fundamental en la forja de este líder que fue apodado 'el Caballo loco' por su impetuoso temperamento. En el país galo había completado su formación académica y germinó su pasión por los valores de la Revolución francesa.
Su amplio conocimiento quedó patente cuando en 2010 pronunció una conferencia en la Corte Suprema de Lima sobre las consecuencias del proceso revolucionario francés en América Latina: "Sus conceptos de libertad, igualdad, fraternidad, propiedad, le ganan a sus antagonistas", dijo entonces.
Los valores de esa etapa histórica han acompañado la trayectoria de Alan García hasta convertirse en una obsesión que trasladó a su ámbito más privado. No en vano, uno de sus hijos lleva el nombre de Federico Danton en un claro homenaje a Georges-Jacques Danton. El expresidente peruano fue un fiel discípulo intelectual del credo político del que fuera ministro de Justicia y figura destacada de la Revolución francesa. "Lo que me atrae de Danton es su integralidad. Su capacidad oratoria. También su soberbia", confesó a Pedro J. Ramírez en un encuentro en 2010.
El regreso del 'Caballo loco'
Como Danton, Alan García tuvo un segundo mandato en Perú entre 2006 y 2011. La etapa de Fujimori y el giro copernicano en sus políticas y en su ideología hicieron bueno al 'Caballo loco'. Los peruanos olvidaron la quiebra de la anterior etapa -en la que hasta amagó con nacionalizar la banca- y volvieron a confiar en él.
La nueva gestión fue exitosa en lo económico, y en ella se multiplicó la inversión en el país. En 2016, intentó lograr -en un nuevo paralelismo con su admirado Danton- un tercer mandato. Pero García no superó el 5% de los votos, lo que le llevó a renunciar a sus cargos en el PAP y mudarse a España, donde residía hasta que la Justicia estrechó el cerco y lo prohibió salir de Perú.
La autocrítica y la rectificación que practicó ejemplarmente permitieron esta resurreción política inédita. "En el vértigo de lo ocurrido todos estamos obligados a cambiar y a revisar lo que antes pensábamos", dejó escrito en el prólogo de su novela autobiográfica El mundo de Maquiavelo.
Su dramático final este miércoles parece una macabra secuela de su experiencia en el autogolpe de Fujimori en 1992. "Era de noche. De repente mi casa estaba rodeada de soldados. No sabía si venían a matarme o a prenderme. Yo estaba en bata y pensé que sería indigno morir en bata. Me vestí, agarré dos pistolas comencé a disparar al aire. Los soldados creyeron que había resistencia dentro de la casa y se demoraron los suficiente como para que yo pudiera escapar por los tejados", recordó sobre aquella primera fuga.
Este 17 de abril, 27 años después, Alan García ha preferido emular a Robespierre y pagar "el precio de la patria" quitándose la vida. Al igual que "el Incorruptible" líder de la revolución francesa, el 'Caballo loco' afrontó en su última hora una dramática decisión: apretar el gatillo antes de que la "guillotina" de la Justicia hiciera su trabajo.