Desde la llegada al poder en México de Andrés Manuel López Obrador el país se divide entre "fifís", como denomina el presidente a los conservadores de cuello blanco que viven con ingresos por encima del salario tope marcado de 108.744 pesos (5.066€) y en barrios residenciales, y el resto de la población, mayoritariamente humilde y rayando en un 53% la miseria, cercanos ideológicamente al nuevo régimen y fieles a los ideales que persigue esta cuarta transformación.
Una transformación emprendida por un presidente cuyos principios básicos se apoyan en la lucha contra la desigualdad y el apoyo económico a los sectores más necesitados. La austeridad es la bandera que ondea cada mañana López Obrador desde el balcón de su residencia en el Palacio Nacional.
Ahora a los "fifís", las gentes de cuellos blancos, a los conservadores que cuestionan los vaivenes políticos y económicos del gobierno se les estigmatiza señalándolos con el dedo de la corrupción. Se anima a la población, como sucedió en la Cuba de Castro y después en la Venezuela de Chávez y Maduro, a denunciar al que sospechen que vive por encima de sus posibilidades.
“Los corruptos -dice López Obrador- son fantoches, no ocultan la opulencia. Compran coches de lujo, ropa elegante y se mudan a mejores lugares. Todo eso hay que denunciarlo”.
Chocolates Rocío, en la élite
Y en estas andaban los mexicanos, meditando la conveniencia de denunciar a ese vecino con mejor coche, casa grande en Acapulco y negocio propio, cuando saltó la noticia de la puesta en marcha de la fábrica de chocolates Rocío, dispuesta a competir con los más finos del mundo.
La fábrica de “Willy Wonka”, como se la identifica en la redes, habría pasado desapercibida si no fuera porque quienes componen el accionariado son Andrés, Gonzalo y José Ramón, tres de los cuatro hijos del presidente López Obrador de quienes hasta ahora desconocíamos sus inquietudes empresariales; tan solo que desempeñaban funciones en el partido Morena y su colaboración en la pasada campaña electoral.
Jóvenes emprendedores que deciden volar más allá de la protección de papá, creando un conglomerado industrial chocolatero de alto nivel de exigencia e inversión económica que controlará todo los procesos de fabricación; lo que se conoce en el sector como "Tree to Bar" (del árbol a la barra).
“Nuestro cacao -dicen los hermanos López- fue sembrado en una propiedad familiar llamada “Finca El Rocío”, y ubicada en el municipio de Teapa, perteneciente al Estado de Tabasco en México”.
La finca en cuestión donde se encuentra la plantación de cacao es una propiedad del presidente que traspasó a sus hijos, y así aparece registrada en los escasos bienes declarados por López Obrador. “Ahí cuidamos nuestras plantas con un manejo cien por ciento orgánico que nos ha hecho acreedores durante varios años consecutivos a los certificados USDA Organic, Certificado Ecológico UE y Certificado Orgánico de SAGARPA.
Un chocolate con valor emocional
"Este es el resultado de un esfuerzo por recolectar la mayor cantidad de variedades de cacao criollo en México para después sembrarlo en la “Finca El Rocío”, sin tener riesgo de ser polinizado por otras variedades. Creando así una rica mezcla del cacao seleccionado que nos da un resultado único en el mundo. Nuestro cacao entonces podría definirse como una mezcla de cacaos criollos mexicanos de almendra blanca, con calidad de exportación y certificación orgánica”, aseguran.
"Rocío es también el amor de una madre que ya no está”, dicen los hermanos al referirse a su madre Rocío Beltrán Medina, fallecida en 2003 como consecuencia de una paro respiratorio causado por una enfermedad crónica; sin duda alguna el episodio mas doloroso de López Obrador y sus por entonces tres hijos.
Dicen que el objetivo de chocolates Rocío es es crear un producto de alta calidad, capaces de conquistar a los paladares más exigentes y competir con los más finos del mundo, esos que en México solo están al alcance de los más “fifís”.