En Líbano la confesión te acompaña desde el nacimiento. En el certificado de nacimiento, junto a los datos del recién nacido, se escribe la secta del padre, y aunque existe la posibilidad de retirarla hay un tabú cultural que impide hacerlo sin tener problemas con el entorno. Tal es la implantación de la religión en Líbano que, por ejemplo, no existe el matrimonio civil con reconocimiento oficial y en elecciones, la población vota de acuerdo a su confesión, habiendo 34 asientos para maronitas, 14 para la iglesia ortodoxa, ocho para los católicos melquitas, cinco para los armenios, uno para los protestantes, uno para otras minorías cristianas, 27 para suníes, 27 para chiíes, dos para alawitas y ocho para drusos. Además, el primer ministro debe ser suní, el presidente maronita y el portavoz del parlamento, chií. El sistema está planteado de este modo con el objetivo de evitar conflictos por la representatividad de cada grupo social, el repunte de la violencia y una nueva guerra como la que asoló el país hace 15 años. Sin embargo, el sistema se ha quedado obsoleto, se están abriendo brechas en su seno y es incapaz de evitar el irreconciliable odio sectario que ha ido generando durante tres décadas.
La religión se ha vuelto un factor clave en la ecuación que ayuda a entender el puzzle libanés. "La religión está por encima del estado. Las sectas siempre van a tener más importancia y la gente va a querer votar primero a los suyos", afirma Elías, cristiano y simpatizante del Movimiento Patriótico Libre, el partido del actual presidente Michel Aoun. Elías también lamenta ver cómo el sectarismo se ha convertido en un problema "a la hora de elegir un buen líder para el país".
De acuerdo a Hassan, musulmán, "las religiones controlan los barrios", pero confía en que cada vez más jóvenes quieren cambiar las cosas aunque sea una tarea difícil porque, según él, sus "padres y abuelos nunca lo van a aceptar".
Complementando las palabras de Hassan, el periodista Ali Alawiyeh describe un sistema cercano a la segregación donde "la gente de cada secta viven juntos, pero no se mezclan con los otros, porque todos sospechan de todos. Todo está dividido, desde las compañías hasta las cadenas de televisión, radios, clubs de fútbol… De hecho, a menudo, cuando conocemos a alguien por primera vez, lo primero que le preguntamos es su confesión. Se podría decir que no hay ateos. Tu puedes ser uno, pero en tu certificado de nacimiento siempre aparecerá una religión".
De acuerdo al código penal de Líbano, despreciar los ritos religiosos tiene de seis meses a tres años de cárcel, siendo en el papel una sanción más severa que la impuesta por amenazar un juez o despreciar al presidente. La religión es un tema tan sensible que la legislación libanesa la blinda y protege más que a los símbolos nacionales. Incluso, no hay censo oficial desde 1935 por el temor a limpiezas étnicas según unos, y para facilitar que los cristianos sigan concentrando la mayoría de la fuerza en el gobierno según otros.
El poder de las autoridades religiosas es tal que tienen la capacidad de censurar, de acuerdo a la iniciativa MARCH, obras como El Código Da Vinci o a artistas como Lady Gaga. Recientemente Sepultura, uno de los grupos más importantes del thrash metal a nivel mundial, tuvieron que cancelar su concierto en Beirut tras ser acusados de ser "adoradores del demonio".
El estatus especial de las dieciocho religiones reconocidas por el estado hace que ateos y agnósticos deban refugiarse en grupos privados de Facebook y usuarios anónimos en foros de internet para evitar ser imputados y detenidos como le pasó al poeta Mustafa Sbeity en 2017 por "insultar a la Virgen María" en su muro.
Los partidos quieren más sectarismo
Son las tres de la madrugada. El 'Ring Bridge' de Beirut vuelve a estar dividido como en los días de la guerra. Solo el ejército puede impedir que centenares de jóvenes armados con palos, bates y hasta botellas de cristal rotas lleguen a las manos. Pocas horas antes, alguien en el puente estaba insultando al secretario general de Hezbolá Hassan Nasrallah mientras improvisaba con otros manifestantes una barricada con la que cortar la carretera. Es importante destacar que el 'Ring Bridge' separa Bachoura y Basta al-Tahta y otras zonas del sur que pertenecen al grupo islamista chií Amal con Gemmayzeh, Marfa'a y Majidiyeh; bastiones de las Falanges Libanesas, cristianos maronitas. Y es que los barrios de viviendas beirutíes están divididos y repartidos según la confesión ideológica.
La carretera pronto se convirtió en un frente ambos grupos de maronitas y chiíes que desató una ola de tensión durante tres días que no tardó en llegar a otros puntos del país. Mientras unos cantaban el himno nacional con la cruz al cuello, los otros gritaban "¡chií!, ¡chií!, ¡chií!" ondeando banderas de Amal y Hezbolá. El odio es tal que George, manifestante cristiano que simpatiza con la extrema derecha, se refería a sus 'rivales' como a unos fanáticos con los que no se puede dialogar. "Conmigo puedes hablar árabe, inglés, francés o lo que quieras, pero ellos solo entienden el 'Allahu Akbar'", afirmaba tajante, con un odio irreparable. Y es que los partidos se han encargado a lo largo de varias décadas de articular un sistema en el que puedan culpar de los problemas del país a las otras sectas y así evitar que se cuestione su corrupción. Y es que en esa identidad forjada entorno a la secta, el clan y el partido, Dios ha desparecido y solo queda la religión sin él.
Según el profesor de la Universidad de Líbano Jamal Wakim, "el sectarismo es la fórmula que bloqueó la creación de una identidad nacional en Líbano, generando fórmulas particulares que a su vez se utilizan para dividir a la sociedad y evitar la lucha de clases. La confesión es una forma de tribalismo". Sin embargo, el profesor Wakim tiene la esperanza de que más pronto que tarde la población libanesa podrá superar el sistema confesional. "Como decía Marx, el sistema político es un reflejo del económico. Si la élite está ligada al capital occidental -y en Líbano lo está-, también lo hará con la política, porque también se importa. Por eso el modelo sectario no puede sobrevivir, y por eso el sistema está en crisis", explica el profesor Wakim.
La revolución de los jóvenes
Como explica Jamal Wakim, la brecha en el sistema ya se ha abierto. Hadi, que lleva desde octubre acampando en la Plaza de los Mártires de Beirut y desde finales de octubre haciendo guardia cada noche para defender el lugar de los ataques de Amal, es uno de los muchos ejemplos de esa brecha; afirmando que aunque es chií, no cree en las religiones. "¿Viste la manifestación aquella donde todos gritaban "¡chií!, ¡chií!, ¡chií!?" Yo no quiero eso. Yo quiero un país donde no haya corrupción y donde la gente pueda vivir bien. Me da igual la religión de quien lo lidere, porque ahora utilizan la religión para manipular a las masas y todos son igual de corruptos", afirma tajante Hadi mientras mira hacia el sur, hacia Basta al-Tahta, alerta y temiendo que como la noche anterior, vuelvan a aparecer 'los moteros de Amal'.
De acuerdo a Najwa, militante del Partido Social Nacionalista Sirio, que aboga por un estado secular y la creación de una identidad en términos nacionales, "el sectarismo es una enfermedad entre nosotros; es peligroso. Hay que combatirlo para construir un sistema social, pero no se puede hacer de la noche a la mañana y es algo que requiere de tiempo".
Cada vez más jóvenes libaneses empiezan a replantearse el sentido de su sistema sectario y el papel de las religiones en su día a día. En 2009, la empresa Gallup estimaba que el 12% de la población ya no veía la religión como algo importante en su día a día. En ese sentido, tanto Najwa como Jamal Wakim, como Hassan, como Hadi, tienen esperanzas de que que en octubre de 2019 haya empezado la verdadera revolución contra el sectarismo y por Líbano. En Beirut, en Sidón, en Trípoli, en Tiro… los manifestantes, cansados de divisiones provocadas por los clérigos y sus partidos, reivindican que Líbano es una única nación, con una única bandera.