¿La Nueva Guerra Fría? Es con China, y ya ha comenzado
En 2019, lo que había empezado como una guerra comercial se ha convertido rápidamente en un cúmulo de conflictos.
Punto de inflexión: Estados Unidos y China han intensificado su guerra comercial en 2019, abocando a los mercados mundiales a la incertidumbre.
¿Cuándo empezó la Segunda Guerra Fría? Los historiadores del futuro dirán que fue en 2019.
Algunos insistirán en que una nueva Guerra Fría ya había comenzado, con Rusia, en 2014, cuando Moscú envió sus tropas a Ucrania. Pero el deterioro de las relaciones ruso-estadounidenses palidece en comparación con la hostilidad chino-estadounidense desplegada en el último par de años. Y aunque Estados Unidos y China pueden probablemente evitar una guerra caliente, la perspectiva de una segunda Guerra Fría sigue siendo inquietante.
Puede que los expertos más quisquillosos sostengan que la nueva Guerra Fría empezó realmente con la elección de Donald Trump en noviembre de 2016, o con sus primeras imposiciones de aranceles a lavadoras y paneles solares de importación (muchos de los cuales se fabrican en China) en enero de 2018. Otros sugerirán que principios de octubre de 2018, cuando el vicepresidente Mike Pence señalaba como posible inicio la utilización, por parte de Pekín, de "recursos políticos, económicos y militares, así como (de) propaganda, para potenciar su influencia".
Pero no ha sido hasta 2019 cuando la estrategia beligerante de la Administración Trump con China ha sido aceptada de facto por miembros de la élite política de los dos principales partidos. Con extraordinaria velocidad, la hostilidad de Trump ha pasado de idiosincrasia de política exterior a creencia popular. Incluso la senadora Elizabeth Warren, la candidata demócrata a la presidencia, ha empezado a exigir una línea más dura con Pekín.
En la opinión pública se ha producido un cambio similar. Una encuesta del Pew Research Center señala que el porcentaje de estadounidenses con una imagen desfavorable de China se ha disparado hasta el 60% en 2019, frente a un 47% el año anterior. Solo un 26% de estadounidenses tiene una percepción favorable del país.
Si la Segunda Guerra Fría se limita a la competencia económica y tecnológica entre dos sistemas (uno democrático, el otro no) sus beneficios bien podrían compensar los costes.
Algo más ha cambiado en 2019. Lo que comenzó como una guerra comercial, un ojo por ojo sobre los aranceles mientras ambas partes discutían sobre el déficit comercial estadounidense y el robo de propiedad intelectual por parte de China, se metamorfoseó rápidamente en un cúmulo de otro tipo de conflictos.
En resumen: Estados Unidos y China se han visto envueltos en una guerra tecnológica sobre el dominio mundial de la red de telecomunicaciones 5G por parte de la compañía china Huawei, así como en una confrontación ideológica en respuesta a los abusos sobre las minorías musulmanas uigur en la provincia china de Xinjiang, además de la clásica rivalidad entre superpotencias por la primacía en ciencia y tecnología. La amenaza de una guerra de divisas también se cierne sobre el tipo de cambio del yuan chino, que el Banco Popular de China ha permitido que se debilite frente al dólar.
Los lectores más veteranos probablemente creerán que otra Guerra Fría es una mala idea. Sus recuerdos de la primera puede que incluyan experiencias tipo Armageddon, como la crisis de los misiles en Cuba de 1962, y varias guerras convencionales libradas en países desde Vietnam a El Salvador. Pero no hay evidencias de que la Segunda Guerra Fría pudiera conllevar arriesgadas políticas nucleares o guerras subsidiarias.
Para empezar, China es tan inferior a Estados Unidos en cuanto a armamento nuclear que es mucho más probable que cualquier enfrentamiento se produzca en el ciberespacio, o en el espacio a secas, que con misiles balísticos intercontinentales. La República Popular no tiene tampoco la misma estrategia de expansionismo mundial que tenía la Unión Soviética. El dinero chino va a parar a proyectos de infraestructuras y a los bolsillos de los políticos, no a las guerrillas en países extranjeros. La iniciativa 'One Belt, One Road' ('Un cinturón, una ruta'), el programa insignia de inversión exterior del presidente Xi Jinping, no busca una revolución mundial.
Si la Segunda Guerra Fría se limita a la competencia económica y tecnológica entre dos sistemas (uno democrático, el otro no) sus beneficios bien podrían compensar los costes. Al fin y al cabo, el producto económico derivado de las operaciones de investigación y desarrollo asociadas con la primera Guerra Fría fue una de las razones de que el crecimiento estadounidense fuera tan fuerte en los años 50 y 60.
En aquel entonces, había también un beneficio político. Una vez pasada la convulsión del macartismo, cuando los estadounidenses llegaron al consenso de que todos se enfrentaban a un enemigo común, las divisiones internas disminuyeron notablemente. Hay que tener en cuenta que una de las mayores fuentes de conflicto político y social en la época de la Guerra Fría fue la guerra contra el comunismo que Estados Unidos no había conseguido ganar. Contra Vietnam.
Si los estadounidenses están ahora abriendo los ojos ante un nuevo enemigo externo, ¿no podría esto disminuir la notable polarización interna de los últimos tiempos, que podemos apreciar en el deterioro del bipartidismo en el Congreso, así como en la vehemencia del discurso en las redes sociales? Es posible.
Quizá la idea de un enemigo exterior podría convencer a los políticos estadounidenses de que inviertan importantes recursos en el desarrollo de nuevas tecnologías, como la computación cuántica. Indicios de espionaje chino y operaciones para influir en la academia estadounidense y en Silicon Valley ya están presionando al Gobierno para que vuelva a priorizar la seguridad nacional en investigación y desarrollo. Sería simple y llanamente un desastre que China ganara la carrera por la supremacía cuántica, ya que la encriptación de los ordenadores convencionales quedaría obsoleta.
China representa hoy una amenaza económica mayor de lo que nunca fue la Unión Soviética.
El gran riesgo de una Segunda Guerra Fría sería dar por hecho que Estados Unidos ganara. Eso sería una lectura errónea tanto de la primer Guerra Fría como de la situación actual. En 1969, una victoria estadounidense sobre el enemigo comunista parecía absolutamente inevitable. Como tampoco era obvio que el colapso final de la Unión Soviética se produjera sin derramamiento de sangre.
Además, China representa hoy una amenaza económica mayor de lo que nunca fue la Unión Soviética. Las estimaciones históricas del producto interior bruto muestran que en ningún momento durante la Guerra Fría la economía soviética fue mayor del 44% de la estadounidense. China ya ha superado a Estados Unidos al menos en un aspecto desde 2014: el PIB basado en la paridad del poder adquisitivo, que se ajusta por el hecho de que el coste de la vida es más bajo en China. La Unión Soviética nunca podría haberse valido de los recursos de un sector privado dinámico. China sí puede. En algunos mercados (en particular, tecnología financiera), China ya está por delante de Estados Unidos.
Resumiendo: 2019 no es 1949. El Tratado del Atlántico Norte se firmó hace 70 años para frenar las ambiciones soviéticas; nada semejante se establecerá para contener las de China. No espero que estalle una segunda guerra de Corea el año próximo, sin embargo sí espero que esta nueva Guerra Fría sea aún más fría, incluso aunque Trump intente un deshielo en forma de acuerdo comercial con China. Puede que el presidente estadounidense haya sido el catalizador de la gran helada, pero no es algo que pueda deshacer simplemente cuando le plazca.
En 2007, el economista Moritz Schularick y yo empleamos el término 'Chímerica' para describir las relaciones económicas simbióticas entre China y Estados Unidos. Hoy, esa asociación está muerta. La Segunda Guerra Fría ha comenzado. Y si la Historia sirve de guía, durará mucho más que el presidente durante cuyo mandato se ha iniciado.
*Niall Ferguson es el investigador sénior del Fondo Milbank en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Autor de 15 libros, el más reciente 'La plaza y la torre. El papel oculto de las redes en la historia: de los masones a Facebook'.