Nuestros cerebros no son rival para nuestra tecnología
Debemos ajustar nuestras plataformas digitales para que estén en línea con los valores que nos hacen humanos.
Punto de inflexión: la Comisión Federal de Comercio (FTC) de Estados Unidos anunció en julio que iba a multar a Facebook con 5.000 millones de dólares -la mayor sanción jamás impuesta por la agencia- por violar la privacidad de los usuarios.
Hace una década, le preguntaron a Edward O. Wilson, profesor en Harvard y renombrado padre de la sociobiología, si los humanos serían capaces de superar las crisis a las que tendrían que enfrentarse durante los 100 años siguientes. "Sí, si somos honestos y hábiles", contestó. "El problema real de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y una tecnología divina". Desde que el Sr Wilson hiciera su comentario, los poderes divinos de la tecnología han aumentado de forma dramática, mientras que los impulsos paleolíticos de nuestros cerebros se han quedado exactamente como estaban.
Aun así, esta idea -que la infraestructura digital de Facebook y Google haya sobrepasado las capacidades naturales de nuestro cerebro- no se encuentra entre las quejas lanzadas contra las empresas tecnológicas hoy en día. Lo que nos llega es la preocupación por que las empresas del mundo tecnológico estén recopilando y monitorizando nuestros datos personales, o por que sean, sencillamente, demasiado grandes.
Imaginemos que hubiéramos conseguido solucionar el tema de la privacidad. En esta nueva utopía, todos nuestros datos serían de nuestra propiedad y los gigantes tecnológicos tendrían prohibido monitorizar nuestro paradero en la red. Solo tendrían acceso a los datos que hubiéramos accedido a compartir.
Aunque es posible que nos llegaran menos anuncios espeluznantes y nos sintiéramos menos paranoicos con el tema de la vigilancia, las tendencias más preocupantes del mundo de internet seguirían sin haber sido abordadas.
Nuestra adicción a la validación social y a las ráfagas de 'me gustas' seguiría destruyendo nuestra capacidad de atención. Nuestros cerebros seguirían sintiéndose atraídos por la indignación y los tuiteos enfurecidos e insistirían en seguir reemplazando el debate democrático por infantiles "él ha dicho tal" y "ella ha dicho cual". Los adolescentes seguirían siendo vulnerables ante la presión social de las redes y el ciberacoso, con el consiguiente perjuicio para su salud mental. Los algoritmos de contenido seguirían llevándonos a ratoneras en las que florecen el extremismo y las teorías de la conspiración, ya que las recomendaciones automatizadas salen más baratas que pagar a un editor para que decida en qué merece la pena invertir el tiempo. Y el contenido radical, incubado en comunidades insulares de internet, seguiría motivando los tiroteos masivos.
La mejor de nuestras leyes de privacidad nunca va a ser mayor que la resistencia de nuestras emociones paleolíticas ante las tentaciones de la tecnología.
Con la posibilidad de influenciar de esta forma a 200 millones de cerebros, las redes sociales sostienen el bolígrafo con el que se escribe la historia del mundo. Las fuerzas que han desatado afectarán a las elecciones del futuro e incluso a nuestra capacidad de distinguir la realidad de la ficción, aumentado así las divisiones dentro de la sociedad.
Sí, la privacidad en las redes es un problema real que necesita ser abordado. Pero la efectividad de la mejor de nuestras leyes de privacidad nunca va a ser mayor que la resistencia de nuestras emociones paleolíticas ante las tentaciones de la tecnología.
Por ejemplo, una aplicación llamada FaceApp fue capaz de persuadir a 150 millones de personas para que entregasen imágenes privadas de sus rostros, unidas a sus nombres. Y no tuvo que hacer nada más que apelar a su vanidad. ¿Cómo? La app ofrecía la posibilidad de crear retratos que mostraban, con un realismo surrealista, a la gente tal y como sería dentro de mucho tiempo. ¿Quién es el propietario de la app (y de los 150 millones de nombres y rostros)? Una empresa rusa con sede en San Petersburgo.
¿Quién necesita hackear elecciones o robar información sobre los votantes si la gente está dispuesta a entregar felizmente escaneados de sus rostros con tan solo apelar a su vanidad?
Nuestros instintos paleolíticos hacen que seamos sencillamente incapaces de resistirnos a las bondades de la tecnología. Esto, sin embargo, no solo compromete nuestra privacidad sino también nuestra capacidad para actuar de manera colectiva.
Esto se debe a que nuestros cerebros paleolíticos no fueron creados para tener una consciencia omnisciente del sufrimiento global. Las fuentes de noticias de internet suman todo el dolor y la crueldad del mundo y arrastran a nuestros cerebros hacia una suerte de impotencia adquirida. Una tecnología que nos proporciona un conocimiento casi completo sin incluir un nivel proporcional de responsabilidad no se puede considerar humana.
Nuestros cerebros paleolíticos tampoco están programados para la búsqueda de la verdad. La información que confirma nuestras creencias hace que nos sintamos bien, mientras que la información que la desafía, no. Los gigantes tecnológicos que nos dan más de aquello sobre lo que ya hemos clicado antes son intrínsecamente divisorios. Décadas después de la división del átomo, la tecnología ha dividido a la sociedad en universos ideológicos diferentes.
En pocas palabras, la tecnología ha sobrepasado a nuestros cerebros y ha disminuido nuestra capacidad de abordar los retos mundiales más apremiantes. El modelo de negocio de la publicidad, construido sobre la explotación de esta disparidad, ha creado la economía de la atención. A cambio obtenemos 'gratis' una versión anterior de la humanidad. Esto nos deja totalmente expuestos. Con 2.000 millones de humanos atrapados en estos entornos, la economía de la atención nos ha convertido en una civilización inadaptada para su propia supervivencia. Pero aquí viene la buena noticia: somos la única especie con la suficiente consciencia sobre nosotros mismos para ser capaces de identificar esta discordancia entre nuestro cerebro y la tecnología que utilizamos. Esto quiere decir que tenemos el poder de revertir estas tendencias.
La pregunta es si estaremos a la altura del desafío, si podemos mirar en nuestro interior y utilizar esa sabiduría para crear una tecnología nueva y radicalmente más humana. Es el 'conócete a ti mismo' de los antiguos. Tenemos que alinear nuestra tecnología divina con un conocimiento honesto de nuestros límites.
Puede ser que esto suene bastante abstracto, pero hay medidas concretas que podemos tomar.
En primer lugar, los legisladores pueden imponer impuestos especiales a los gigantes tecnológicos -un impuesto de 'vuelta a la versión anterior'- que haría de sus modelos de negocio, basados en la utilización y extinción de nuestra capacidad de atención, algo prohibitivamente caro, a la vez que distribuiría la riqueza entre el periodismo, la educación pública y la creación de nuevas plataformas que favorecieran los valores humanos y el servicio a la sociedad.
Es necesario que entendamos nuestras vulnerabilidades y puntos débiles y las partes de nosotros sobre las que hemos perdido el control.
En segundo lugar, en vez de apuntarnos a plataformas gratuitas de redes sociales que se benefician a costa de convertirnos en extremistas adictos y narcisistas, podríamos acordar el pago de suscripciones a servicios que rehúyan los 'me gustas' en favor de herramientas que fortalezcan nuestras vidas fuera de la pantalla. Hacer, por tanto, que estos servicios sean, esencialmente, fiduciarios que actúen al servicio de la humanidad.
Una tercera medida sería que, en lugar de propagar la desinformación, las plataformas digitales reforzaran radicalmente las infraestructuras de los medios que nos protegen ante el contenido viral y malicioso y las distorsiones tecnológicas, como los deepfakes (vídeos creados y manipulados utilizando inteligencia artificial para que parezcan reales).
Los candidatos a las elecciones presidenciales de 2020 deben concienciarse sobre la amenaza que supone la tecnología y su carrera por superar a nuestros cerebros, y los medios de noticias deben pedirles cuentas. Ningún presidente puede cumplir sus promesas electorales de forma efectiva si no aborda la cuestión de la economía de la atención.
Si queremos crear una tecnología más humana, es necesario que pensemos en profundidad sobre la naturaleza humana, y eso supone más que hablar únicamente de la privacidad. Estamos en un momento profundamente espiritual. Es necesario que entendamos nuestras fortalezas naturales -nuestra capacidad para la consciencia sobre nosotros mismos y el pensamiento crítico, para el debate razonado y la reflexión- así como nuestras vulnerabilidades y puntos débiles y las partes de nosotros mismos sobre las que hemos perdido el control.
La única forma de hacer las paces con la tecnología es que hagamos las paces con nosotros mismos.
*Tristan Harris es cofundador y director ejecutivo del Centre for Humane Technology (Centro para una Tecnología Humana).