Siria encara su noveno año de guerra sin que se vislumbre la paz en el horizonte. Algunos territorios, como la ciudad de Alepo, han dejado atrás lo peor del conflicto. Antes tuvo que pasar un calvario que duró hasta el 22 de diciembre de 2016 en que finalmente se consiguió romper el cerco de la ciudad que los sublevados pretendían convertir en su bastión del noroeste desde el que derrocar el régimen de Bashar al Assad.
El saldo de destrucción y muerte no impidió entonces, ni lo hace ahora, que la comunidad cristiana celebrase, bajo las bombas y entre las ruinas, la Navidad.
Ese acto de resistencia, junto con todas las pequeñas y grandes acciones con las que esa comunidad pretendía mantener una normalidad a todas luces imposible, les mantuvo unidos pese a la desolación diaria y el temor constante a que las fuerzas del Daesh y de Al Nusra, que ocupaban parte de la ciudad, consiguiesen tomarla por completo y acabasen con sus vidas.
Uno de los principales artífices de esa “resistencia cotidiana” fue el arzobispo de la Iglesia Greco Melquita de Alepo, monseñor Youhanna Jeanbart. Sus cartas en las que nos contaba la situación en su ciudad y nos hablaba de los niños que habían nacido o de los logros académicos de los escolares, arrojaban una luz extraña sobre las imágenes de la ciudad devastada que nos ofrecían los informativos.
Cuando visité a Alepo el mes de abril pasado entendí la aparente contradicción entre esas imágenes y el relato de la vida cotidiana que nos ofrecía Monseñor Jeanbart durante estos años. Vi barrios enteros en ruinas pero también el esfuerzo de la comunidad cristiana de Alepo para encontrar, pese a todo y con el mayor de los esfuerzos, motivos para la esperanza.
En estos días volverán a celebrar la Navidad y de nuevo será una Navidad muy distinta a la nuestra aunque probablemente más alegre que la de los últimos años. El hombre que me decía en abril que parecía que su misión no era otra que construir lo que otros destruían –la comunidad, el espíritu, los edificios- no ceja en su empeño de que la vuelta a casa por Navidad de los miles de ciudadano que dejaron la ciudad durante la guerra, se haga realidad.
Siria lleva ya casi diez años en guerra, sin embargo, hace dos años se inició la reconstrucción de algunas zonas de Alepo. En esa situación van a celebrar la próxima Navidad ¿Cómo la vivieron durante el cerco de Alepo? ¿Cómo la van a celebrar este año?
La Iglesia, mucho antes del final de la guerra, había hecho esfuerzos importantes para emprender la reconstrucción de las casas de los cristianos de la ciudad que habían sido dañadas por los proyectiles y la construcción de nuevos apartamentos para los más necesitados de sus fieles. También se trabajó para rehabilitar sus estructuras socio-pastorales y sus iglesias destruidas o severamente dañadas y permitir así que los fieles continuasen viviendo con dignidad y en una atmósfera serena y un ambiente tranquilizador a la espera de un mañana menos austero y difícil.
Quisimos con todo ello, generar entre ellos una esperanza real, fundada sobre hechos concretos y cuantificables, representados por todo lo que hemos podido hacer por ellos durante la guerra y a partir del mismo momento en que los combates cesaron en la ciudad. Esto ha sido posible llevarlo a cabo a costa de grandes sacrificios, a pesar de nuestros modestos medios y de que la reconstrucción efectiva de la ciudad aún no ha empezado. Es evidente que esta acción ha podido tener un impacto positivo sobre la moral de los cristianos de Alepo y calmar sus incertidumbres y su temor de ver su porvenir definitivamente comprometido.
Esta acción preventiva (de reconstrucción a pesar de la guerra) ha permitido a nuestros fieles reunirse alrededor de sus iglesias y poder socializar, vivir y celebrar juntos los momentos más importantes de su vida familiar así como las diferentes fiestas cristianas y, sobre todo, la fiesta de la Navidad, que ha representado siempre la fiesta familiar por excelencia.
Gracias a Dios, hemos podido constatar que la práctica religiosa ha aumentado sensiblemente y que nuestras iglesias, así como nuestros centros sociales y nuestras organizaciones apostólicas están siempre llenas. El número de nuestros fieles que se quedaron en Alepo no es ni la mitad de lo que eran antes de la guerra, y sin embargo, el número de practicantes que asisten regularmente a las iglesias no ha disminuido.
El año pasado la Navidad se celebró con euforia, después de estos años de tristeza y de privaciones causadas por la guerra que nos había llevado a la miseria. Este año, de nuevo, los cristianos se preparan para celebrar la Natividad del Señor con mucho entusiasmo. Todos quieren darle a esta festividad el ambiente y la alegría que reconforte a las familias y las llene de felicidad.
Al mismo tiempo que las celebraciones litúrgicas, las corales preparan conciertos; grupos de jóvenes, representaciones escénicas o teatrales; los más mayores preparan comidas comunitarias; los Scouts, la Nochebuena y nuestra Cáritas, juguetes para los niños y regalos de cosas útiles para los más pobres. Es así como nos preparamos para celebrar la Navidad este año.
Durante la guerra usted centró su actividad en mantener unida a la comunidad cristiana de Alepo a pesar de las circunstancias ¿cómo lo consiguió?
Pudimos ayudar a la comunidad cristiana a permanecer en el país, en primer lugar gracias a nuestra presencia continua entre ellos. En ningún momento dejamos de mantenerlos ni moral ni materialmente. Nunca dejamos de ofrecerles de qué vivir y alimentar a sus familias y educar a sus niños y que los mandasen al colegio.
¿Qué impacto ha tenido para la ciudad y para la región la salida de tantos refugiados hacia otros países?
La emigración ha tenido un impacto terrible sobre nosotros. Hemos sido testigos de un agotamiento gradual de las fuerzas con las que el país podría contar para recuperarse y progresar. Hemos sufrido mucho por esta hemorragia que ha sangrado nuestra comunidad sin piedad.
Esta guerra sin sentido, ha destruido nuestro hermoso país y ha dispersado a un gran número de nuestros fieles en tierras lejanas, a menudo ajenas a su cultura y costumbres. Es cierto que la buena educación que pudieron recibir en Alepo y su identidad cristiana hace que su integración en sociedades de acogida en Occidente sea menos difícil, sin embargo, este tipo de exilio, al que han tenido que someterse, sigue llenando o a muchos de ellos de amargura y de nostalgia: la amargura de una vida que debe comenzar casi desde cero, con las incertidumbres de un mañana impredecible y la nostalgia de una tierra maravillosa formada por siglos de rica civilización que les ha visto nacer, prosperar y crecer, y de una patria que han amado tanto y que los ha perdido para siempre.
Hemos sufrido mucho por esta hemorragia que ha sangrado nuestra comunidad sin piedad
Hay que decir que asimismo su partida fue una desgracia para la Iglesia ya que debilitó enormemente la presencia cristiana, en Siria en general y más particularmente en Alepo, que –como he dicho- perdió más de la mitad de sus fieles.
La experiencia de la guerra, las ausencias, la destrucción de muchos de sus barrios, ha dejado sin duda una herida importante en el espíritu de la gente de Alepo ¿cómo está afrontando su labor como pastor para intentar curar esas heridas?
Es evidente que la amarga experiencia de esta guerra ha marcado profundamente a nuestros fieles y ha llevado a algunos casi hasta la desesperación. Para intentar curar esta profunda herida que tanto les hace sufrir, empezamos a dirigirles mensajes llenos de esperanza sobre el porvenir del país, pero, al mismo tiempo, hemos puesto en marcha acciones que prueban nuestra confianza en un futuro mejor.
Incluso durante lo peor de la guerra, una de sus “obsesiones” fue intentar que la comunidad cristiana no abandonase Alepo y una vez que la paz casi se ha restablecido en su ciudad, ha puesto en marcha algunos proyectos para conseguir la vuelta a casa de quienes se marcharon ¿cuáles son esos proyectos? ¿Qué logros han conseguido hasta el momento?
Por ese motivo nos lanzamos sin esperar (al final de la guerra) a proyectos de reconstrucción de nuestras iglesias y nuestros equipamientos escolares y sociales destruidos durante el conflicto. Desarrollamos programas de ayuda para crear hogares para los jóvenes, tanto con apoyo material y financiero como con la construcción de apartamentos nuevos para ellos. También hemos podido poner en marcha un programa llamado “Alepo os espera” para ayudar a que vuelvan a casa quienes lo deseen. Este proyecto ha tenido un impacto positivo sobre la opinión pública del país lo que confirma nuestra convicción de que hay lugar para creer en un porvenir mejor para el país.
Al mismo tiempo nos hemos aplicado en animar a los matrimonios jóvenes a que no duden en tener niños en estos tiempos inciertos y difíciles. Con este fin se ha creado un programa de apadrinamiento de todos los recién nacidos de la diócesis que también se hace cargo de los niños por nacer para proporcionarles una ayuda financiera especial durante cinco años consecutivos. Su escolarización corre también a nuestro cargo. A quienes lo necesitan les proporcionamos préstamos sin interés con los que emprender un pequeño negocio, etc.
También estamos contentos de comprobar que nuestro proyecto "Retorno" está obteniendo sus frutos. De hecho, hemos podido ayudar a más de 125 emigrantes a regresar de América o incluso de Europa a sus hogares. Esto ha llevado a un buen número de los que se quedaron, a reconsiderar su proyecto inicial y ha frenado, de la misma manera, el flujo de salidas al extranjero, al tiempo que alienta a los desplazados internos en los países vecinos a regresar a sus hogares.
Es cierto que la acción puede parecer quijotesca para algunos e inútil para otros, sin embargo, los resultados nos dan la satisfacción de haber logrado algunos resultados significativos y, sobre todo, la confirmación –con hechos- de que nuestra llamada a la presencia cristiana en el país no se limita a las palabras y la retórica.
Por otro lado, el proyecto “Construir para quedarse” ha permitido ofrecer una formación a más de 200 jóvenes en las diferentes ramas de sus institutos profesiones, de artes y oficios. Su oficina de apoyo para pequeños proyectos pudo aumentar sus servicios y superar el número de 320 en préstamos gratuitos otorgados. Su Comité a cargo de la restauración de casas dañadas por la guerra consiguió el significativo número de 1.500 viviendas rehabilitadas. 57 apartamentos destrozados por los rebeldes pudieron beneficiarse de muebles nuevos. Y hace cinco meses se lanzó un nuevo proyecto de vivienda que debería proporcionar un alojamiento confortable para 90 parejas de recién casados de bajos ingresos dentro de un año.
Para que nuestros jóvenes no se vayan de Alepo, en primer lugar necesitamos paz y que se levanten las injustas sanciones que algunos países de Occidente nos imponen
Es obvio que estas acciones llevadas a cabo con miras al futuro bienestar de nuestros fieles no nos desvía de nuestro deber principal de ayudarlos a hacer frente a las limitaciones de su vida diaria, que se ha vuelto pesada y dolorosa debido a la guerra. Continuamos ofreciéndoles lo que conseguimos recolectar para ayudarlos a cruzar el desierto del desempleo forzado que muchos de ellos sufren con amargura. No hemos dejado de subsidiar la educación de sus hijos. Tratamos de ayudar a los menos afortunados a encontrar algo de comer, ofreciéndoles regularmente cupones de alimentos, al mismo tiempo les aseguramos a las familias qué que puedan calentarse en invierno. Los huérfanos, las viudas y los ancianos figuran en la lista de visitas regulares y asistencia.
Además de las acciones que están llevando a cabo ¿Qué necesita Alepo para que los jóvenes, a pesar de que la guerra continua, de la falta de oportunidades y de la destrucción de sus barrios, no abandonen la ciudad y el país?
Para que nuestros jóvenes no se vayan de Alepo, en primer lugar necesitamos paz y que se levanten las injustas sanciones que algunos países de Occidente nos imponen. La paz permitiría al gobierno disminuir la movilización de jóvenes (en el Ejército) y, al mismo tiempo, reducir el periodo de servicio militar obligatorio, lo que frenaría sin duda la salida del país de esos jóvenes. Es evidente que el levantamiento de las sanciones junto con la paz, permitirán al país centrarse en la reconstrucción y en el desarrollo bajo todos sus aspectos lo cual dará un impulso al empleo y limitará el paro que ha empobrecido a un gran número de ciudadanos en estos desgraciados años de violencia.
Ante esta nueva Navidad aún bajo los efectos de la guerra y de empezar un nuevo año ¿cree que hay motivos para la esperanza en Alepo, en Siria? ¿Cuál sería su deseo para el 2020?
Con la llegada de la Navidad, a pesar de que la guerra continúa en ciertas regiones del país, tenemos una gran necesidad de que las grandes naciones recuperen el sentido real de los derechos humanos y que el recuerdo del nacimiento del hijo de Dios en un pesebre, pobre y desprovisto de todo, inspire en estas naciones sentimientos de piedad y misericordia hacia la multitud de niños que viven en la miseria. Esta miseria causada por la guerra, la pueden detener si lo desean y devolver a nuestro hijos, la alegría de vivir en su propio país.
Lo que deseamos para el año que viene es, en primer lugar, la paz, y al mismo tiempo querríamos ver a nuestros amigos de Occidente trabajando para ayudarnos a vivir mejor en nuestro propio hogar, en lugar de empujarnos a dejar nuestro país para ir a vivir exiliados en el extranjero.