El juez John Roberts preferiría estar en cualquier otro lado que no fuera el Senado de Estados Unidos, donde tendrá que presidir el juicio político al presidente Donald Trump. En sus quince años en el Tribunal Supremo, se ha forjado la imagen de árbitro imparcial y ahora toda su obra podría estar en peligro.
Roberts, de 64 años, está acostumbrado a la solemnidad del Supremo, donde los periodistas toman nota con papel y lápiz, las cámaras están prohibidas y las únicas imágenes que ven la luz son las de las caricaturas.
Ahora, se enfrenta al Senado, una institución totalmente distinta en la que reinan las divisiones partidistas y donde los legisladores planean sus intervenciones dependiendo de los minutos que lograrán en las principales cadenas de televisión.
Bajo la luz de los focos, Roberts asumió la Presidencia del Senado para, a continuación, tomar juramento a cada uno de los senadores, que prometieron administrar "justicia imparcial" en el juicio a Trump, acusado de haber presionado a Ucrania para que investigara al exvicepresidente estadounidense Joe Biden.
En todo momento, vestido con una toga negra, Roberts guardó la compostura y tuvo mucho cuidado para no dar pistas sobre sus preferencias políticas. El juez sería un buen jugador de póquer.
La imparcialidad
Nombrado como presidente del Tribunal Supremo por el republicano George W. Bush (2001-2009), Roberts siempre se ha mostrado hermético en sus declaraciones y se ha esforzado por demostrar que la máxima instancia judicial del país está compuesta por jueces imparciales y no por políticos con toga.
"Los jueces son servidores de la ley, no al revés. Los jueces son como árbitros. Los árbitros no hacen las reglas, las aplican", dijo en 2005 en el Senado durante su proceso de confirmación en el cargo.
Debido a su obsesión con la imparcialidad, Roberts intentará volverse invisible en el juicio a Trump y minimizar lo más posible su papel. Evitará verse arrastrado al fango político y, por ello, los expertos esperan que ejerza simplemente como un maestro de ceremonias.
"Lo más posible es que Roberts sirva como figura decorativa", resumió Frank Bowman, profesor de la universidad de Misuri en un artículo en el blog especializado del Tribunal Supremo.
Observado por Trump
Roberts es un juez que suele votar a favor de ideas conservadoras, como las restricciones del aborto o la donación ilimitada de dinero en campañas políticas, pero eso no le convierte para nada en alguien favorable a Trump.
De hecho, ambos dejaron claras sus preferencias en noviembre de 2018. Entonces, el presidente criticó a un juez de California que había bloqueado una de sus medidas e intentó desacreditarlo al insinuar que su fallo obedecía a razones partidistas porque había sido nombrado por su antecesor en la Casa Blanca, Barak Obama.
Es un "juez de Obama", arremetió entonces Trump. Y, en respuesta, Roberts se apresuró a defender la independencia de todas las cortes del país.
"No tenemos jueces de Obama o jueces de Trump, jueces de Bush o jueces de Clinton. Lo que tenemos es un grupo extraordinario de jueces que dan lo mejor de ellos mismos para garantizar la igualdad de derechos de quienes comparecen ante ellos. Esa independencia judicial es algo por lo que deberíamos estar agradecidos", aseguró.
Ese comunicado de Roberts acaparó una gran atención mediática porque rara vez los jueces del Tribunal Supremo se posicionan sobre asuntos que tienen que ver con la política.
Reputación en juego
Debido a todas esas circunstancias, la reputación de árbitro imparcial que tanto le ha costado cultivar está en juego.
En su carrera, Roberts ha recibido críticas tanto de progresistas por sus fallos en contra de derechos como el matrimonio igualitario como de conservadores, que le guardan rencor por haber salvado en 2012 la reforma de salud de Obama, que Trump ha intentado derogar sin conseguirlo.
Esa decisión desató, cuatro años más tarde, la ira de Trump, quien consideró que Roberts se había convertido en una "pesadilla para los conservadores".
"El juez Roberts ha resultado ser un desastre absoluto", opinó el mandatario en una entrevista a la cadena ABC.
Roberts de alguna forma nació para ser juez. Originario de Buffalo (Nueva York), estudió Derecho en una de las instituciones más prestigiosas de Estados Unidos, la Universidad de Harvard, donde llegó a ejercer como director de la revista Harvard Law Review.
Después de graduarse, trabajó como asistente para el que fuera presidente del Supremo, el fallecido William Rehnquist.
Rehnquist fue el juez que supervisó en 1999 el juicio político al presidente demócrata Bill Clinton, que resultó absuelto por el Senado.
"No hice nada en particular, lo hice muy bien", se vanaglorió en un libro de memorias Rehnquist, parafraseando un texto de la opereta Iolanthe de Gilbert y Sullivan.
Dos décadas más tarde, todo parece indicar que Roberts seguirá el ejemplo de su maestro.