¿Cómo es posible que mientras en España los nuevos casos de coronavirus crezcan cada día por centenares, en China, considerada como origen y principal foco de la epidemia, “solo” se detecten veintitantos? Considerando estos números como ciertos (para algunos la información que llega de China no es de fiar), la explicación puede estar en cómo ha reaccionado Pekín para contener en lo posible los contagios. Las medidas, drásticas y a veces incluso brutales, parecen estar siendo también efectivas. ¿Se debería -o podría- hacer lo mismo en Europa?
Cuando la nochevieja del año pasado las autoridades chinas informaron de dos casos de neumonía atípica en Wuhan, el resto del mundo apenas prestó atención. Y cuando una semana más tarde el virus apareció en Europa -en Francia, concretamente-, e incluso cuando el 11 de enero se informó de la primera muerte, aún parecía imposible que se tratara de algo serio.
Por eso, cuando el 23 de enero China puso a Wuhan, una ciudad de 11 millones de habitantes, en cuarentena, cerrando todas las vías de entrada y salida a la ciudad, además de autobuses urbanos y metro, la única explicación posible parecía estar en que Pekín es un régimen inhumano que trata a sus ciudadanos como a ganado o como si fueran parte de un videojuego de gestión en el que Xi Jinping está al mando.
Altavoces en las calles ordenando a la gente permanecer en casa, asaltos policiales a quienes se reunían para jugar al mahjong (un juego de mesa), secuestro y aislamiento de cualquier posible afectado… Desde la intocable Europa parecíamos estar viendo una película distópica que no iba con nosotros.
Xi Jinping, visita la 'zona cero'
La visita del líder chino, Xi Jinping, a Wuhan, escenificó uno de los momentos cumbre de esa "película". Aunque las imágenes mostraban al presidente chino caminando por las calles de la ciudad y a entusiasmados ciudadanos saludándole desde los balcones, el montaje del vídeo deja muchas dudas sobre si ambas escenas se produjeron simultáneamente o no.
Eso sí, el golpe de efecto funcionó y las portadas de todo el mundo han mostrado a Xi "plantando cara" a la situación, mientras por ejemplo Trump se refugia en su mansión de Florida jugando al golf con Bolsonaro y celebrando la fiesta de cumpleaños de su futura nuera. Mucho más importantes que las operaciones de imagen, y desde luego más efectivas, han sido las medidas que los chinos han adoptado.
El día clave fue el 19 de febrero, cuando el número de infectados entró en una fase de estabilización y dejó de crecer a ritmo desbocado. Hasta entonces -y como estaocurriendo por ejemplo en Italia o España-, la cifra de afectados se incrementaba en porcentajes diarios de dos cifras. Desde el 19 de febrero, cuando había unos 74.000 infectados, hasta ahora, solo se han detectado 6.000 nuevos casos en toda China.
Aunque China no canta victoria todavía, las autoridades si dan por controlada la pandemia, aunque siguen sin levantar las drásticas restricciones para dominarla. "Los casos nuevos siguen disminuyendo. Creemos que hemos superado el pico del actual brote epidémico, que ahora se mantiene en un nivel bajo. La atención médica debe ser la máxima prioridad, sin tregua, debemos intensificar los esfuerzos de prevención y control", afirmó este jueves Mi Feng, portavoz de la Comisión Nacional de Salud, en una rueda de prensa.
La experiencia de China
Para China esta crisis no ha sido una situación nueva. En 2003, el SARS mató a casi 350 personas y se puede decir que, desde entonces, los ciudadanos chinos han asumido tres cosas: que siempre deben tener a mano la mascarilla y el móvil para protegerse e informarse; que cualquier cosa es posible; y que, si les dicen que tienen que cerrar las escuelas, dejar de ir a trabajar o no salir de casa, tienen que obedecer.
En el caso del Covid-19, bautizado así para evitar asociarlo con un país o etnia concretos, el Gobierno está exigiendo que cada responsable de un grupo de personas, desde capataces de fábrica o comités vecinales hasta delegados del partido, deben remitir un informe diario con los nombres, temperaturas corporales medidas a las 10 de la mañana, viajes y movimientos, posibles síntomas, contacto con personas de otro grupo y denuncias de desobediencia.
Estos datos se recogen a través de formularios rellenados en los teléfonos móviles y son procesados en forma de “big data” para extraer conclusiones, tendencias, proyecciones y disponer de información precisa y actual para tomar las decisiones oportunas.
El sistema conjuga los datos de policía, autoridades sanitarias, agencias de transporte y comités ciudadanos para contrastar y dimensionar su importancia. Tanto control beneficia también al controlado: cada persona tiene en su móvil un código que se exige y es leído en todos los lugares públicos, incluyendo cafeterías o tiendas. Este código puede ser exigido en cualquier momento por un controlador. Si por ejemplo un familiar del portador de dicho código ha sido diagnosticado con el virus, se tornará de color rojo y le afectará la cuarentena.
Lo mismo vale para compañeros de trabajo o incluso si por casualidad se ha viajado en el mismo transporte público que un infectado.
Los viajes de placer, reuniones masivas, locales de ocio (algunos restaurantes siguen abiertos, pero con menos mesas para distanciar a los clientes), eventos deportivos, centros culturales y de enseñanza se han suspendido y, sorprendentemente para muchos no chinos, la gente lo acepta y no han trascendido hasta ahora casos de irresponsabilidad criminal como el de la pareja italiana que rompió el bloqueo para ir a esquiar (y volvió infectada) o el empeño de la Iglesia polaca de seguir celebrando misas -e incluso aumentar su número “para que haya menos personas en cada una”-.
Con la excepción de Italia y Portugal, que han cerrado el tráfico en regiones enteras, aún hay miles de europeos viajando por placer y que se niegan a posponer un par de semanas sus viajes. Valga decir que, en China, decenas de millones de trabajadores han tenido que dejar su puesto temporalmente y la producción industrial del país en febrero ha descendido a la mitad.
Italia, segundo país más afectado
En Italia, el virus se ha extendido hasta el punto de que ese país es el más afectado del mundo después de China, tanto en número de afectados como en muertes. 16 días después del “estallido” inicial, se decidió cerrar los accesos y salidas en 14 provincias del norte del país, una medida que afecta a 16 millones de personas.
El Gobierno ha anunciado que se permitirá retrasar el pago en las hipotecas de la población afectada y es posible que se reduzca temporalmente el precio de la electricidad en consumo doméstico. Bodas y bautismos han sido pospuestos, así como cualquier reunión pública masiva. Las escuelas y universidades están cerradas y también los cines, museos y teatros.
Bares y restaurantes pueden abrir de 8 de la mañana a 6 de la tarde si hacen que sus clientes permanezcan a una distancia prudencial entre sí. Las inusuales fotos de sitios monumentales vacíos de turistas y las restricciones a la entrada de viajeros procedentes de Italia en varios países, como España, son signos de la alarma que se ha extendido. No es para menos: el martes se detectaron unos 1.000 nuevos casos y cerca de 170 fallecimientos.
En España, el Gobierno ha anunciado “semanas difíciles” y se ha decretado el cierre de todos los centros educativos. Los nuevos casos diarios se cuentan por cientos y existe la impresión general de que se ha reaccionado tarde: hasta ayer no estaba claro que se fueran a suspender las Fallas de Valencia, cuya celebración entrañaría un riesgo incalculable.
Nuestro país es uno de los más afectados del mundo y, según confirman los expertos, se están reproduciendo las fases por las que han pasado los italianos. Aunque Pedro Sánchez ha dicho que se hará “todo lo que haga falta contra esta emergencia” y por ahora la Bolsa mantiene el tipo, la alarma ya ha prendido en el sector turístico y servicios.
El Congreso ha suspendido sus actividades por una semana y supuestamente no volverán a repetirse situaciones como el mitin de Vox del hace unos días, donde un Ortega Smith visiblemente enfermo se dedicó a estrechar manos y abrazar a diestro y siniestro. El doctor Górgolas, del servicio sanitario del Congreso, afirmó a este periódico que “se irán tomando medidas según vaya avanzando la epidemia”, pero si algo hay que aprender de Italia y China es que en casos como éste hay que adelantarse a los acontecimientos.
Es lo que hizo Corea del Sur, por ejemplo. Este país, duramente golpeado por el coronavirus –están a punto de llegar a los 8.000 afectados y cuentan más de 60 muertes-, ha enfrentado la epidemia con una mezcla de preparación (contaban con experiencia tras emergencias parecidas), el equipamiento apropiado y suerte (unos días antes del estallido la agencia de emergencias nacionales terminó un simulacro a nivel nacional que les dejó a punto y perfectamente preparados).
Llama la atención la disparidad en la mortalidad que se está dando en diferentes países. En Alemania, por ejemplo, el número de muertes es proporcionalmente bajo, mientras que en China e Italia es muy alto. Las posibles explicaciones son muchas: en China, la mitad de los hombres fuman, y unos pulmones débiles acentúan la vulnerabilidad de un infectado. Italia, por su parte, es el segundo país más viejo del mundo, y se sabe que las personas de edad avanzada sufren de una tasa de mortandad mayor si contraen el coronavirus.
Aunque se cree que el Covid-19 se originó en un mercado al aire libre de marisco en la ciudad de Wuhan, no existe unanimidad al respecto. A estas alturas, lo más importante es saber qué es, cómo se transmite, a quién afecta más y cómo pararlo. Y no se puede ir buscando una respuesta a cada una de estas preguntas, porque todas están relacionadas. Además, y como dice la cita de Séneca que Xiaomi ha escrito en las cajas con mascarillas y equipamiento que ha donado a Italia: “Somos olas del mismo mar, hojas del mismo árbol, flores del mismo jardín”.