Ante la lluvia de proyectiles que Hamás comenzó a lanzar sobre las ciudades israelíes en la noche del 10 al 11 de mayo de 2021, hay una pregunta harto sencilla que es imposible no plantearse: ¿qué quería?, ¿cuál es su objetivo de guerra?
No se trata del “fin de la ocupación israelí”, puesto que, desde 2005, con la retirada que pactó Ariel Sharon, ya no hay un solo soldado israelí en Gaza y, por consiguiente, no se puede hablar de ocupación, colonización o disputa territorial de ningún tipo.
Vista la guerra fratricida y constante que ha enfrentado a ambos bandos desde que Hamás, dos años más tarde, impusiera mediante el terror, está claro que su objetivo no es mostrar alguna especie de solidaridad con la Autoridad Palestina de Mahmud Abbás a cargo, al oeste del río Jordán, del territorio hermano de Cisjordania.
Tampoco puede ser el bloqueo que se supone que asfixia la franja porque: 1. Gaza no tiene una, sino dos fronteras con el resto del mundo y, en este caso, también habría que preocuparse por Egipto, que cierra su frontera sur. 2. Hablando de fronteras, la de Israel es, con mucho, la menos hermética, ya que por ella pasan cada día cientos de camiones, incluso en tiempos de guerra, no solo con suministros de agua, gas y electricidad, sino también para llevar productos para el abastecimiento diario de la franja y, en la otra dirección, cientos de civiles palestinos cruzan cada día para ser atendidos en los hospitales de Tel Aviv. 3. Dado que el bloqueo solo afecta a los productos utilizados en la fabricación de equipamiento militar, como el que se ha usado en los ataques de estos días, bastaría con que cesaran dichos ataques para que no hubiera ningún tipo de bloqueo. Estos ataques, por el contrario, solo pueden derivar en que este se refuerce.
No.
Hamás no tiene un fin claro que pueda ser objeto de diálogo y negociaciones.
O, más que “fin”, “objetivo”, que, en el lenguaje de Clausewitz, puede ir en dos sentidos, no tiene un Ziel (objetivo concreto, racional, sobre el que un alto el fuego permitiría negociar y ponerse de acuerdo), pero sí que tiene un Zweck (es decir, un objetivo estratégico, uno solo, que no es otro que la reafirmación del odio total y despiadado inscrito en su Carta Magna que profesa a la “entidad sionista”, a la que se quiere aniquilar).
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Hay una segunda pregunta harto sencilla que también me hago y que debería formularse cada vez que vemos a miles de manifestantes salir a las calles de París, Londres o Berlín para “defender a Palestina”.
¿Les indigna la muerte de civiles palestinos? En ese caso, es difícil entender por qué no se les escucha cuando los palestinos persiguen, torturan, mutilan a balazos, asesinan o atacan con armamento pesado a otros palestinos sospechosos de colaborar con Israel.
¿Se preocupan por los derechos humanos en todos los rincones del mundo y circunstancias? Uno se sorprende de que, sin remontarse al genocidio de los tutsis en Ruanda o a la masacre de musulmanes en Bosnia y Darfur, nunca los oigamos defender a los uigures, víctimas de la “limpieza” étnica de la dictadura china; a los rohinyás, “desplazados” por la junta birmana, o a los cristianos de Nigeria exterminados por Boko Haram o los destacamentos de fulanis islamistas. Tampoco se indignan ante las violaciones de derechos humanos que se cometen, a gran escala, en Afganistán, en Somalia, en Burundi o en los Montes Nuba; zonas que algo sí que conozco y donde no son cientos, sino miles, incluso decenas o cientos de miles de civiles los que acaban asesinados.
¿Les indigna acaso la indiferencia de un Occidente cómplice que permite bombardear una ciudad y civiles musulmanes en Gaza? Es difícil de explicar, entonces, por qué no salieron a la calle para mostrar su solidaridad con, por ejemplo, los kurdos de Kirkuk a quienes asaltaron, en octubre de 2017, los escuadrones a sueldo de la Guardia Revolucionaria iraní o a los que fueron bombardeados al año siguiente por Erdogan en la Rojava occidental. O también, en otro momento, con las ciudades sirias bombardeadas, en operaciones de un salvajismo que pocas veces se ha visto, por los aviones del dictador árabe Bashar al-Asad y la ayuda de los de Vladímir Putin.
No.
Podemos formular la pregunta de mil maneras. Está claro que hay muchísima gente en Francia, Estados Unidos y Gran Bretaña a la que no le interesan los derechos humanos, las guerras olvidadas —e incluso los palestinos— y que solo se dignan a manifestarse cuando su movilización les permite matar dos pájaros de un tiro y gritar, ya de paso, “muerte a Israel” o “muerte a los judíos”.
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Yo, por mi parte, no he cambiado mi posición ante tanta “tartufada” en 50 años.
El número de víctimas civiles de esta guerra absurda y criminal que lleva a cabo Hamás me parte el corazón, es innegable. Y, aunque su reivindicación nacional sea reciente, aunque podamos lamentar que sus dirigentes no hayan utilizado los miles de millones de ayudas y subvenciones internacionales que han recibido en los últimos años para crear siquiera el embrión de una administración digna de llevar ese nombre, creo que los palestinos tienen derecho a un Estado.
Siempre y cuando no se trate de otro estado tiránico.
Siempre y cuando no se trate de un Estado asesino que toma a sus gentes como rehenes y hace que vivan en una prisión al aire libre, y, cada tres o cuatro años, cuando su fuerza política se tambalea, sacrifica un nuevo contingente de escudos humanos cuyo martirio enarbolará para remozar su legitimidad perdida.
Siempre y cuando ese Estado no sirva única y exclusivamente de plataforma de lanzamiento de misiles con el fin de destruir Israel.