Mucho antes de la canción de los hermanos Sherman y antes aún de la versión de Ringo Starr con Paul McCartney y Harry Nilsson, en Estados Unidos ya era popular la celebración de los “Sweet sixteen”, algo así como la “puesta de largo” española cuando las hijas de familias bien cumplían los dieciocho... pero con dos años de adelanto. La promesa de los dieciséis años era una promesa de un mundo nuevo aunque no necesariamente mejor: en un mundo dominado por hombres, aquello significaba en buena parte: “Esta chica ya está disponible para el matrimonio”. No era un baile de promoción, no era una fiesta religiosa, era simplemente un anuncio: aquí estoy, a ver qué hacemos.
Cada cultura tiene su edad fetiche para este tipo de ritos. Por ejemplo, los judíos celebran la “Benei Mitzvá” (para chicos) o “Bat Mitzvá” (para chicas) a los trece y doce años respectivamente. A partir de entonces, empiezan las responsabilidades y todos están sujetos a las leyes sagradas. Ya son hombres y mujeres. Es curioso que el mundo católico no tenga un equivalente: ninguno de los sacramentos simboliza un paso a la vida adulta como tal. La comunión se suele celebrar a los nueve años, una edad demasiado temprana. La confirmación, entre los catorce y los dieciséis, tiene, en principio, una connotación puramente religiosa.
En el mundo latinoamericano, la edad mágica se ha establecido en los quince años, como el amor del Dúo Dinámico. Las llamadas “quinceañeras” llevan celebrándose en distintos países de influencia hispana desde hace muchas décadas. De hecho, entronca con una tradición azteca. Es el gran día para millones de adolescentes, que eligen días antes sus vestidos, sus accesorios y el lugar donde celebrar, generalmente no solo con la familia sino también con sus amigos. La tradición, obviamente, se ha trasladado a Estados Unidos, donde las empresas de festejos ya ofrecen servicios relacionados con quinceañeras como lo hacen con otro tipo de celebraciones similares. El problema es que muchas de esas quinceañeras cumplirán este año dieciséis.
Cumplir quince años en tiempos de la Covid
El festival de tiaras, vestidos engolados y peinados a lo Selena Gómez tuvo que parar el año pasado en seco debido a la pandemia. En Nueva York, uno de los grandes focos de la comunidad latina en Estados Unidos junto a Florida, Texas y Los Ángeles, las restricciones han limitado al extremo este tipo de eventos. Razones había para ello: la Covid-19, especialmente durante la masacre de marzo y abril que se llevó a decenas de miles de neoyorquinos por el camino, afectó especialmente a los barrios de Brooklyn, Queen´s y el Bronx con alta población latina. En números totales, la mortalidad fue de casi el doble que en los barrios de mayoría blanca.
La quinceañera es especial en Estados Unidos porque de alguna manera sirve de arraigo dentro de la comunidad, le recuerda a uno las raíces. Es difícil prescindir de una celebración así que mueve miles de millones de dólares al año entre alquiler de recintos, vestidos, limusinas y regalos. Es cierto que, en ocasiones, la esencia se pierde y lo que queda es una mezcla de celebraciones puramente latinas con un aire claramente estadounidense. Cuando un adolescente celebra, tampoco se pone exquisito. El ritual clásico suele consistir en una misa para empezar, el encendido de las quince velas, un baile con el padre o con el chambelán y el tradicional cambio de zapatos planos a tacones, que, se supone, simboliza el paso a la madurez.
Sin embargo, ya no es tan raro ver quinceañeras laicas, sin celebración religiosa de ningún tipo y que se parecen más a una fiesta de graduación que a un ritual histórico. Lo que permanece es el baile, más tradicional o más ajustado a las nuevas modas, según el gusto. Hay todo un negocio alrededor del mundo de los bailes de quinceañeras como lo hay alrededor de los esmóquines en las bodas. Al fin y al cabo, el baile es la mayor expresión latina de liberación individual y a la vez de pertenencia al grupo. El baile conecta las generaciones y a la vez te hace diferente dentro de tu grupo.
Desde seis millones de dólares a los sesenta la hora
Según las cifras aportadas por The Quinceañera Report, el coste medio de una celebración de este tipo es de veintidós mil dólares. Lo que en España sería una boda tirando a cara. Veintidós mil dólares que se pagan con antelación y que se van al garete si hay que posponer un año la fiesta: el vestido ya no entra, los zapatos quedan pequeños, el baile se ha olvidado por completo y hay que buscar un nuevo profesor… El salario medio anual de un trabajador latino en Estados Unidos es de unos treinta mil dólares frente a los cincuenta mil de la media del país. En otras palabras, lo que se pierde en caso de cancelación no es solo una celebración sino un año entero de trabajo.
Por supuesto, eso hace que haya quinceañeras de primera y quinceañeras de segunda. En Latinoamérica era muy habitual entre las familias adineradas que el regalo incluyera precisamente un viaje para visitar Estados Unidos, donde se ve de todo. Maya Henry, de San Antonio, en Texas, vio cómo su padre organizaba un evento social digno de una familia real: contrató a Nick Jonas y a Pitbull para actuar en directo, eligió al fotógrafo personal de Michelle Obama y encargó el maquillaje a los estilistas de las hermanas Kardashian. La fiesta se celebró en una finca de cincuenta y un hectáreas y acudieron seiscientos invitados. El precio total ascendió a seis millones de dólares que su padre, un abogado de raza blanca, pagó gustoso como quien paga un bolso de Louis Vuitton a su hija por aprobar selectividad.
Para el resto de los seres humanos que quieran celebrar los quince años, la cuestión ha de ser más económica: en Nueva York se reservan recintos desde sesenta dólares la hora y se pueden encontrar vestidos desde ochenta dólares sin necesidad de recurrir a ropa de segunda mano ni a aplicaciones de intercambio. Los colores favoritos son el blanco, el rojo y el rosa y casi todos llevan la tradicional falda abombada al estilo siglo XIX. Aunque la teoría habla de catorce damas de honor, igual tu prima te puede bastar. O la mejor amiga del instituto. Eso rebaja bastante los presupuestos. Un efecto colateral de la pandemia ha sido precisamente que los excesos eran ilegales. Muchos han celebrado en sus casas, con tartas caseras y un pequeño grupo de amigos. Otros han esperado un año y parecen dispuestos a esperar dos hasta que puedan de verdad celebrar por todo lo alto. La quinceañera de los diecisiete será un clásico en 2022.
Los “dobles quince” o cómo reivindicar la feminidad
No se puede decir que la quinceañera sea una celebración polémica entre la comunidad latina. Lo que sí es cierto es que algunos grupos han señalado su carácter excesivamente patriarcal y una cierta cosificación de la niña-mujer, por lo general, demasiado sujeta a los deseos celebratorios de su familia. Por eso en los últimos años, y especialmente en Estados Unidos pero no solo, se ha empezado a poner de moda la “doble quinceañera” o “los dobles quince”, que, supongo, queda mejor que “los treinta” y punto.
Estas celebraciones coinciden obviamente con el trigésimo cumpleaños y tienen un punto reivindicativo pero no necesariamente excluyente. Hay quien disfrutó muchísimo de su quinceañera y busca una ocasión para repetirla y hay quien sintió que aquello llegó demasiado pronto y quiere ahora hacer una celebración propia, única y de verdadera presentación ante el mundo. Algo que vaya más allá del “ya soy mayor porque llevo tacones” y que, hasta cierto punto, muestre en quién te has convertido con el tiempo, qué clase de mujer has decidido ser y compartir todo eso con orgullo junto a aquellos compañeros de viaje que has elegido en el camino.
La “doble quinceañera” puede ser poco más que una noche de cena y farra con las amigas -como dicen algunas, “ahora, con treinta años, podemos beber alcohol”- o puede ser algo más serio, más parecido al original. La repetición de algo feliz o la posibilidad, pasado el tiempo, de disfrutar algo que tu familia no pudo costear en su momento. En cualquier caso, se trata de un rito de afirmación: afirmación de la identidad, del género, de la individualidad. No solo no soy una niña sino que ni siquiera soy la niña a la que llamaron mujer por cambiarse de zapatos.
Este fenómeno está traspasando fronteras culturales, como es habitual en barrios donde las minorías se mezclan entre sí. Están, por ejemplo, las “quincenegras”, celebradas por familias negras con vínculos con la comunidad latina. Incluso en determinados barrios musulmanes la celebración de los quince años se está empezando a hacer popular… aunque sin Selena y Pitbull, claro. Hablamos de la confirmación de la mayor minoría estadounidense y de un rito que lo tiene todo para hacerse universal si cada uno lo adapta según sus criterios. Si un abogado blanco de Texas puede celebrar que su hija cumple quince años, ¿por qué no lo puede hacer un mormón de Utah? Estados Unidos es un país que necesita símbolos continuamente. Cuantos más, mejor. Si las quinceañeras cumplen una función de cohesión social, se extenderán como se extendió en Europa la celebración de Halloween.
En medio, como sucede con las bodas, miles de millones de dólares se mueven en una dirección y en otra. En 2020, menos. En 2022, muchísimo más. Seguimos aquí atascados en este punto medio al que se ha condenado 2021, que parece no ir del todo mal. De una recesión económica se sale de mil maneras distintas, y el consumo es desde luego la más vistosa de todas.