Una clara visión de los problemas globales, una apuesta por la diplomacia discreta y grandes dosis de habilidad política han permitido a António Guterres navegar todo tipo de crisis al frente de la ONU y, a la vez, conservar el apoyo de la comunidad internacional para asegurarse un segundo mandato como secretario general de la organización.
El exprimer ministro portugués, de 72 años, fue reelegido este viernes por la Asamblea General y el próximo enero iniciará su segundo y último periodo de cinco años como jefe de Naciones Unidas.
Aunque ha habido excepciones, en las últimas décadas casi todos los secretarios generales de la ONU han disfrutado de dos mandatos consecutivos, pero pocos han conseguido salir de su primer ejercicio con una reputación tan intacta como la que Guterres mantiene entre los Estados miembros.
Lo ha hecho gracias a una capacidad política que ya había demostrado durante su etapa en Portugal, donde fue el único primer ministro capaz de acabar una legislatura sin el apoyo mayoritario de la Asamblea de la República y que le ha permitido mantener apoyos en una escena internacional extremadamente dividida.
Ante las grandes crisis, el secretario general de la ONU ha preferido trabajar entre bastidores y no quemarse personalmente en conflictos de muy difícil arreglo como los de Siria o Yemen o cuestiones enquistadas como las de Oriente Medio o Corea del Norte.
En una de las pocas ocasiones en las que optó por asumir directamente un mayor protagonismo, la experiencia fue todo menos exitosa: en abril de 2019 viajó a Libia para tratar de impulsar el proceso político y, mientras se encontraba en Trípoli, el mariscal Jalifa Hafter lanzó una ofensiva militar contra la capital.
Guterres, que tiene amplia experiencia sobre el terreno tras haber pasado una década como alto comisionado de la ONU para los refugiados, viajó inmediatamente a la ciudad de Bengasi para tratar de frenarla, pero volvió a Nueva York con las manos vacías.
Época tumultuosa
Su llegada a Naciones Unidas coincidió con el desembarco en la Casa Blanca de Donald Trump, un duro crítico de las instituciones internacionales y que, desde el primer día, dinamitó varios consensos globales y utilizó la baza del presupuesto de la ONU para hacer política.
Estados Unidos es con diferencia el país que más dinero aporta a la organización y el socialista Guterres tuvo que hilar fino para evitar una enorme crisis, evitando los choques con un líder situado en sus antípodas ideológicas.
También ha tenido que lidiar con una creciente brecha entre Washington y Pekín, que ha complicado los avances en la ONU y que, según el propio secretario general ha advertido en más de una ocasión, amenaza con dejar un mundo totalmente dividido en dos.
Y, por supuesto, con un Consejo de Seguridad muy fracturado y que permanece bloqueado en los principales conflictos de los que se ocupa, pero donde Guterres sigue contando con un amplio respaldo.
"Todos hemos visto al secretario general en acción y creo que ha sido un excelente secretario general", señalaba recientemente el presidente de turno del Consejo, el estonio Sven Jürgenson, destacando su carácter de "constructor de puentes" y su capacidad para "hablar con cualquiera".
Han sido muy pocas las ocasiones en las que el portugués ha criticado directamente a Gobiernos o líderes y, en general, ha dejado en manos de la alta comisionada para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, las respuestas más contundentes ante violaciones graves y abusos.
Esa es una de las cuestiones que más le reprochan organizaciones de derechos humanos, que confían en que en su segundo mandato -ya liberado del peso de tener que buscar la reelección- se vea a un Guterres más franco.
“Para que Guterres sea recordado como un defensor de los derechos humanos de los oprimidos, tendrá que dejar el silencio y la inacción y estar dispuesto a decir a todos los gobiernos, incluidos los más poderosos, lo que no quieren oír”, señala el director ejecutivo de Human Rights Watch (HRW), Kenneth Roth.
Un pensador práctico
Mientras, el político portugués se ha destacado como un gran líder en algunos de los principales desafíos globales, como el cambio climático, los efectos de la revolución digital o la lucha contra las desigualdades, asuntos que ha situado en lo más alto de su agenda.
“Es un pensador práctico”, asegura a Efe el embajador de España ante la ONU, Agustín Santos, que destaca la “enorme capacidad” de Guterres para sintetizar en un programa de acción esas necesidades globales.
Esa habilidad a la hora de identificar y ofrecer respuestas a las grandes cuestiones de esta era y de situarlas por encima de la competencia geopolítica es en buena medida lo que le ha permitido conservar el apoyo de todas las regiones y de las grandes potencias en una época tan polarizada como la actual, apunta Santos.
La crisis de la Covid-19 se ha convertido en la gran prioridad inmediata para Guterres, que se ha destacado como una voz clave en los llamamientos a asegurar vacunas para todos y para que la recuperación desemboque en un mundo más justo.
Por delante tiene cinco años a priori más favorables, con un Gobierno estadounidense más comprometido con la ONU y con la libertad de saber que ya no tiene que mantener contento a nadie.