Ahmad Masud: "Hace ocho días no quisieron darme armas en Kabul y ahora las tienen los talibanes"
"Preferiría morir antes que rendirme" / "La libertad y los derechos humanos son bienes infinitamente valiosos, no podemos intercambiarlos por la estabilidad de una prisión" / "La resistencia del Panshir es un escudo contra la barbarie, y no solo para el pueblo afgano, sino para todos los ciudadanos libres del mundo entero".
23 agosto, 2021 12:00Noticias relacionadas
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Esta entrevista tuvo lugar la noche del 21 de agosto, por teléfono.
Ahmad Masud, hijo y continuador de la tarea del legendario comandante Ahmad Shah Masud, se ha retirado al Panshir. Desde allí, unas horas antes, cuando Kabul terminaba de caer, lanzó un emotivo llamamiento a la resistencia.
Está aislado del mundo.
No puede acceder a ningún medio de comunicación.
Los talibanes acampan a la entrada de los valles y sitian el territorio.
Los cabecillas de los talibanes no tardan en decir que este heredero sin experiencia, sin medios ni retaguardia será incapaz de resistir mucho tiempo.
En las redes sociales, tampoco tarda en correr el rumor de que Masud había entablado conversaciones con ellos y estaría a punto de anunciar, él también, igual que el resto de las élites afganas, la rendición.
¿Es eso realmente lo que está sucediendo?
¿Cuáles son las intenciones y, sobre todo, las cartas con las que puede jugar este joven al que conocí aquí mismo hace un año, un casi gemelo de su padre, y que me confiaba sus proyectos para la democracia y los derechos de las mujeres en su país?
Y, cuando un hombre guerrea en contra de su voluntad y su mayor gozo en este mundo es hacer jardinería y contemplar las estrellas, ¿puede improvisar un papel a lo Churchill, De Gaulle, Mustafa Barzani o, simple y llanamente, como el nuevo Masud de un Afganistán abandonado por sus aliados y en las garras del oscurantismo más cerril?
El contacto con Masud hijo lo ha organizado el comandante Muslem Hayat, veterano de las guerras antisoviéticas, a quien conocí en 1998 cuando él lideraba la guardia cercana a Masud padre y coincidió que yo había ido al Panshir en sazón de un reportaje para Le Monde.
La línea que se ha instalado para la entrevista es segura, pero inestable.
La voz se oye clara, con buen timbre, pero se entrecorta.
Cuando se interrumpe la comunicación, me toca volver atrás y pedirle que repita sus palabras.
El joven Masud, de todas maneras, calibra muy bien lo que dice.
A veces le brotan las frases, pero, a menudo, se toma su tiempo, reformula varias veces y reflexiona lo que va a decir.
Sé que pasará muchas horas tanto por la noche como durante la jornada del domingo, después de que hayamos colgado el teléfono, releyendo sus frases en otro servicio de mensajería cifrada.
Hay muchísimo en juego. Su destino. Su vida. Pero también el honor y el destino de su pueblo, del que encarna, en estos instantes, prácticamente la única e indomable aspiración de libertad.
Y todo eso lo lleva a sus espaldas.
¡Querido Ahmad! Por fin… Llevo días intentando desesperadamente hablar con usted.
Lo sé. Estoy en un rincón remoto del Panshir. Aquí la conexión es muy mala.
Antes que nada, ¿cómo está?
Bien. Ya se lo dije la mañana de la caída de Kabul, la última vez que tuvimos ocasión de hablar: hemos perdido una batalla, pero no la guerra. Me siento con más fuerzas que nunca.
Circulan informaciones, tanto en Europa como Estados Unidos, que apuntan a que usted también se prepara para deponer las armas.
No es más que propaganda. Parece ser que entre ustedes hay derrotistas que consideran que sus deseos son hechos objetivos. Pues no. Que se sepa. Ni se plantea que cesen los combates. Aquí, en el Panshir, nuestra resistencia no hace más que comenzar.
Haqqani, el líder de los talibanes, acaba de declarar en Twitter que usted se estaba retirando. ¿Es falso?
Le repito que esa información es falsa.
Entonces, el mensaje está claro, nada de rendición, ¿verdad?
Claramente, nada de rendición. Preferiría morir antes que rendirme. Soy el hijo de Ahmad Shah Masud. Rendición es una palabra que no figura en mi diccionario.
¿A pesar de la marcha de los estadounidenses? ¿De la rendición de sus aliados? ¿Del derrumbamiento del Estado?
Cuando vino a verme hace ya un año, a mis territorios del Panshir, le dije que mi padre era más que un padre, que era mi mentor. Mi padre no aceptaría que me rindiese.
En Europa, la gente tiene dudas. Dicen que usted no es un jefe militar, que no lo conseguirá.
Mi padre me enseñó una cosa: lo que conforma la fuerza de un pueblo, más allá del desequilibrio de fuerzas, es el espíritu de resistencia. Eso es lo que cuenta. Hay que creer en todas sus fuerzas y en su misión. Y, para mí, esta misión es un fin irrevocable, sea cual sea el precio que haya que pagar. Mi padre llevaba dentro esa fuerza. Nunca vaciló. Haré todo lo que esté mi mano para demostrar que soy digno de su ejemplo, de su determinación y de su valentía serena.
Disculpe que insista, querido Ahmad, querido amigo, pero la conexión es verdaderamente desastrosa, quiero estar seguro de estar entendiéndolo bien. Entonces, ¿los rumores que dicen que está usted en conversaciones con los talibanes son falsos?
Hablar es una cosa. Hablar se puede hablar. En todas las guerras se habla. Mi padre siempre habló con sus enemigos. Siempre. Incluso en el punto álgido de la guerra. Pero rendirse es otra cosa bien diferente. Le repito que ni mis comandantes ni yo nos planteamos rendirnos. Está completamente descartado.
Entonces, ¿para qué hablar con ellos?
Porque soy un hombre de paz y quiero el bien de mi pueblo. Imagínese que los talibanes respetaran los derechos de las mujeres, los de las minorías, la democracia, los principios de una sociedad abierta, etc. ¿Por qué no voy a intentar convencerlos de que esos principios beneficiarían a todos los afganos, incluidos a ellos mismos? Pero, de nuevo, y a riesgo de repetirme, jamás aceptaría una paz impuesta cuyo único mérito fuese la estabilidad. La libertad y los derechos humanos son bienes infinitamente valiosos. No podemos intercambiarlos por la estabilidad de una prisión.
Entonces, si lo he comprendido bien, se mantiene en la misma posición que la semana pasada, cuando abandonó Kabul para trasladarse a sus terrenos del Panshir. No acepta el discurso de que todo ha terminado, de que la guerra está perdida y de que prolongar el combate es tarea inútil…
Cuando yo era niño, mi padre me hablaba del general De Gaulle, cuyas memorias usted mismo le regaló. En la academia militar en la que estudié, en Sandshurst (Reino Unido), también leí las memorias de Churchill. En la misma época que De Gaulle, el británico se dirigió a su pueblo y dijo: “Lo único que puedo ofreceros son sangre y lágrimas, jamás nos rendiremos”. Todavía no sé lo que nos depara nuestra lucha y no me atrevería a compararnos con esos dos ejemplos tan gloriosos, pero le digo que los tengo presentes y que me inspiran el mayor de los respetos.
En estos momentos, mientras hablamos, ¿teme un ataque de los talibanes?
Los talibanes son temibles. Han metido mano en las reservas de armas estadounidenses. Y añado: tampoco olvido el error histórico de aquellos a los que pedía armas, hace solamente ocho días, en Kabul. Me las negaron. ¡Y esas armas, esa artillería, esos helicópteros, esos tanques de fabricación estadounidense, en estos momentos están en manos de los talibanes! Pero las montañas del Panshir tienen una larga tradición de resistencia. Ni los talibanes antes de 2001 ni, antes que ellos, los soviéticos consiguieron violar este refugio. Creo que esta vez sucederá lo mismo.
La víspera de la caída de Kabul, a través de mi revista, La Regle du Jeu, lanzó un llamamiento a los afganos para que se unieran a usted. ¿Cómo está la situación? ¿Ha recibido respuesta a su llamamiento?
Sin duda. Miles de hombres se unen a nosotros. Entre ellos hay activistas, intelectuales, políticos u oficiales del Ejército afgano. Esto no es más que el comienzo.
Concretamente, ¿cómo se está desarrollando todo?
Llegan a pie, a caballo, en moto, en coches privados. Les plantan cara a todos los peligros. Se unen a nuestras filas. Son muy valientes. Son antiguos miembros de las fuerzas especiales. Es una gran ventaja para nuestro movimiento.
¿Puede sobrevivir una guerrilla si se le corta la comunicación con su retaguardia? Su padre tenía Tayikistán. Hasta el final, tuvo helicópteros. Usted no tiene helicópteros y…
Sí que tengo. Tengo equipamiento, pero necesitaré medios para que sigan operativos.
Entonces, ¿puedo decir en mi país, en Estados Unidos y en el resto del mundo que sigue manteniendo la esperanza?
Sí. Si nos mantenemos firmes ante la tempestad, los vientos cambiarán. Y todavía más si recibimos ayuda.
¿De quién?
De quien quiera ayudarnos. Y espero que de su país, de Francia. Cuando fui a París, con usted, me reuní con el presidente Macron. Me impresionó este joven presidente que admiraba a mi padre y al general De Gaulle. Me resulta inimaginable que nos deje hundirnos. Sabe que la resistencia del Panshir es un escudo contra la barbarie, y no solo para el pueblo afgano, sino para todos los ciudadanos libres del mundo entero.