“Resolver la cuestión taiwanesa y completar la reunificación de China es una misión histórica y un compromiso ineludible”. Quien dice esto no es un propagandista ni un tuitero enardecido. Quien dice esto -quien lo dijo el 1 de julio, coincidiendo con la celebración del centenario del Partido Comunista Chino- es ni más ni menos que Xi Jinping, secretario general del partido y, en consecuencia, presidente de la China continental.
El comentario pasó en su momento algo desapercibido como parte de un conflicto que dura ya más de setenta años. La actualidad nos lo trae de vuelta tras una semana movida en el Pacífico.
Lo primero que quizá convenga recordar es a qué se refiere Jinping con “reunificación”. Al fin y al cabo, ambas partes dicen considerarse herederas de la China imperial y adoptan ese nombre como propio. La diferencia es que la China comunista, la República Popular, tiene una extensión de casi diez millones de kilómetros cuadrados mientras la China nacionalista, conocida como República de China, sin más, -o China Taipei, si le gustan mucho los deportes- apenas cuenta con los 35.808 de la isla de Taiwan. En la primera viven más de mil cuatrocientos millones de personas y en la segunda, poco más de veintitrés.
Que el pez gordo no se haya comido al chico a lo largo de siete décadas ya es de por sí milagroso. Que tarde o temprano lo intentará, es algo con lo que todo el mundo cuenta, incluidos los propios taiwaneses, con cierto fatalismo. En una encuesta reciente, el 45% de sus ciudadanos reconocía que, en caso de una invasión comunista, abandonarían el país o se acostumbrarían a las nuevas políticas… pero en ningún caso defenderían la independencia de su país poniendo en riesgo su integridad física.
"La mayor amenaza en Asia Oriental"
La nueva tensión entre las dos Chinas va más allá de una declaración en un mitin. En su informe anual de seguridad, Japón reconocía este mismo verano que el conflicto latente entre ambos países y la posición de fuerza de la República Popular China ante la indiferencia del resto de estados democráticos suponía “la mayor amenaza de seguridad en Asia Oriental”. Recordemos que la China comunista no solo tiene muchos más recursos y muchísimo más armamento que Taiwan sino que su expansión tecnológica amenaza con borrar a su rival de un mercado que ha dominado durante décadas.
Probablemente, Jinping no necesite mandar un ejército para acabar con los nacionalistas. Basta con seguir ahogándoles económicamente y confiar en que su condición de potencia económica haga que todos miren para otro lado. Aún están recientes las disculpas de John Cena, actor de la saga Fast and Furious y estrella de la lucha libre americana, solo por mencionar a la China nacionalista como una entidad aparte de la continental. Las presiones sobre la productora fueron tales que ahí pidió perdón hasta el técnico de sonido.
Da la sensación de que la República Popular está esperando a que Taiwán se cueza en su propio desánimo. Que, lo que ha sido siempre un país próspero económicamente y defensor de la democracia y las libertades, se acabe rindiendo ante la evidencia de la superioridad numérica… y el Partido Comunista pueda entrar en la isla por primera vez desde 1949 como “salvador” y no como “enemigo”.
Esa sensación, que comparten buena parte de sus vecinos, también ha preocupado a Theresa May, la exprimer ministro británica, que teme que la falta de reacción de la comunidad internacional en ese escenario siente un penoso precedente… pero a la vez avisa de que una reacción excesiva puede llevar a una guerra de imprevisibles consecuencias.
Las implicaciones del acuerdo Aukus
¿Por qué dice Theresa May eso ahora, septiembre de 2021, en la Cámara de los Comunes? ¿A qué se debe esta repentina preocupación del Partido Conservador británico por los asuntos taiwaneses? La respuesta está en el reciente acuerdo de defensa entre Australia, Estados Unidos y Gran Bretaña, bautizado con el nombre de Aukus, y que implica la colaboración en cuestiones de inteligencia y tecnología entre los tres países. Aparte, las dos potencias atlánticas han surtido a Australia con un buen número de aviones y submarinos nucleares casi imposibles de detectar, en lo que tanto May como la mayoría de los expertos internacionales han visto un aviso a la República Popular China para que ceda un poco en su presión.
El acuerdo, por supuesto, ha enfadado mucho a Xi Jinping… aunque no tanto como a Francia, que tenía ya casi cerrada su propia venta de armamento a Australia y ahora tiene que buscar nuevo comprador entre gritos de “¡traición!” y dramáticas apelaciones a supuestas “puñaladas por la espalda” de sus aliados. Aunque Boris Johnson afirme que armar a Australia no tiene nada que ver con la crisis China-Taiwán (y la verdad es que cuesta ver a los australianos defendiendo la integridad territorial taiwanesa), May sigue con la mosca detrás de la oreja.
En los últimos días, hasta diecinueve aeronaves de la China comunista han sobrevolado la zona de exclusión con Taiwán, aunque sin llegar a violar el espacio aéreo de la isla vecina. ¿Seguro que esos submarinos no están ahí para vigilar el estrecho en un momento de máxima tensión? ¿Seguro que no es la manera de Joe Biden de tranquilizar a Japón y a Taiwán, diciendo: “Estamos aquí, no os vamos a dejar solos”? Y en ese caso, ¿no es legítimo pensar en las consecuencias de que todo se complique, que un acto acabe llevando a otro y que una invasión comunista acabe degenerando en una guerra con Japón, Australia y sus aliados occidentales?
Un conflicto bélico sin interés
Sinceramente, parece complicado. De todos los escenarios que podrían dar inicio a una tercera guerra mundial, probablemente este sea el más plausible, pero igualmente lejano. Nadie quiere andar tirándose misiles nucleares en nombre de ningún valor abstracto. Si la mitad de los taiwaneses no están dispuestos a luchar por su país, imagínense cuántos australianos están por la labor. Lo más normal es que la República Popular China nunca ataque militarmente Taiwán sino que, algún día, en algún momento, la absorba, sin más, como hizo con las colonias británicas de Shanghai y Hong Kong.
Pero es que incluso en el peor de los casos, en el de un ataque militar puro y duro que “resuelva la cuestión taiwanesa” por las bravas, la reacción sería puramente diplomática: todos nos rasgaríamos las vestiduras, los países occidentales impondrían sanciones económicas que ni a ellos les interesaría respetar… y poco a poco todo volvería a la normalidad. No estamos en los años cincuenta ni en los setenta. Taiwán es ahora mismo prescindible en el tablero geopolítico. Por supuesto, habrá quien diga que también lo eran Austria o los Sudetes en los años treinta y que cuando uno empieza a invadir es difícil parar.
Tendrá razón, pero, como entonces, el mundo esperará al siguiente movimiento. Y lo más normal es que no llegue. El gigante se dará por alimentado y descansará tranquilo. Sus batallas son ahora otras y no requieren tanques ni acorazados. La propaganda y las amenazas acaban teniendo el mismo efecto.