Lo primero que hay que tener claro es que Bosnia y Herzegovina no es un país, es un dique. Un dique al terror, las matanzas y los genocidios. Una solución apresurada, provisional, para evitar que musulmanes, ortodoxos y católicos de distintos orígenes siguieran matándose entre ellos. Una manera, en realidad, de pararles los pies a los serbios y especialmente al sanguinario Radovan Karadzic, un compromiso para liberar Sarajevo de la dictadura de los francotiradores.
Bosnia y Herzegovina es un producto forzado de los llamados “Acuerdos de Dayton”, firmados en noviembre de 1995 por el croata Franjo Tudjman, el serbio Slobodan Milosevic y el musulmán Alija Izetbegovic. Tan artificial el consenso, que hubo que ir a Ohio a establecer las condiciones -bajo la estrecha mirada de Bill Clinton y el permiso de Boris Yeltsin- y hubo que viajar a París para formalizarlo con la firma. Desde entonces, Bosnia y Herzegovina es un estado dividido en tres, con tres cabezas visibles: el representante serbio, el croata y el musulmán, en un tenso equilibrio de fuerzas entre ellos.
Aunque la cara visible del país sea la del presidente Safik Dzaferovic, representante de la mayoría musulmana, en realidad, ha de contar siempre con el apoyo de las otras dos partes que representan a las otras dos nacionalidades. Los croatas no suelen dar demasiados problemas. Son, más bien, un bastón en el que apoyarse para evitar derivas peligrosas de los serbios.
Otra cosa son los propios serbios, claro, y, en concreto, su representante desde 2018, Milorad Dodik, que llegara al puesto tras ganar por un estrecho margen unas elecciones que siempre se sospechó que estuvieron demasiado “influidas” por el gobierno ruso.
El sueño
Dodik no disimuló en ningún momento que era el candidato de Putin. Ambos son amigos, se llevan bien y dicen admirarse. No hablamos solo de un nacionalista serbio sino de un paneslavista, es decir, un hombre con un ojo siempre puesto en lo que le diga la “madre Rusia”. ¿Y qué le lleva diciendo desde hace tres años? Que cree un problema donde no lo había. Que transforme esa especie de dejadez siempre implícita en Bosnia en un conflicto abierto. Un conflicto que recuerde al de 1991 y que ponga a toda la Unión Europea sobre aviso. Un peón más en la lucha geopolítica contra Occidente.
Milorad Dodik lleva tiempo pidiendo la independencia de los serbios bosnios. Quiere que su propia república, dentro de la gran república, se convierta por fin en un estado diferente. No es nada nuevo en los Balcanes, llevan siglos así, pero, obviamente, nos recuerda los peores tiempos más recientes. Minorías dentro de minorías. Los Balcanes siempre serán una matrioska de exigencias, cada una con sus aliados y sus enemigos y su voluntad de llevar las cosas más o menos al límite.
Ahora mismo, esa es la duda con Dodik, ¿hasta dónde es capaz de llegar? Su discurso no admite matices y es exigente. Quiere un referéndum y lo querría cuanto antes. Quiere la independencia que sabe que conseguirá en ese referéndum parcial y amenaza con “el apoyo de Rusia y de China” a ese nuevo país. Dodik, al fin y al cabo, no deja de ser el líder de la Alianza de Socialdemócratas Independientes desde 1996, es decir, desde que el país es tal o lo intenta. La Alianza siempre se ha entendido como una versión moderada y blanqueada del temido Partido Democrático Serbio, fundado por el citado Radovan Karadzic.
Dodik quiere la independencia que sabe que conseguirá en ese referéndum parcial y amenaza con “el apoyo de Rusia y de China”
Aunque este es su primer mandato en el consejo federal, Dodik ha sido durante ocho años el presidente de la Republika Srpska, es decir, la parte serbia del país, la que quiere independizarse, la que, de hecho, ya funciona como una entidad independiente desde hace bastantes años. Lo que ha aportado Dodik a la situación, que no se atrevían Nebojsa Radmanovic o Mladen Ivanic, los anteriores representantes serbios en el Consejo, es un discurso peligroso, etnicista y lleno de odio a las instituciones que él mismo representa. Eso ha hecho saltar varias alarmas.
Alemania y sanciones de la UE
El único país de la Unión Europea que ha mostrado en algún momento verdadero interés por la situación en los Balcanes es Alemania. Alemania fue el “hermano mayor” que ayudó a Eslovenia a que su independencia fuera rápida con un reconocimiento inmediato… y el que hizo lo propio, con menos éxito, con Croacia. Por Bosnia, eso sí, apenas movió un dedo como no lo movió nadie.
En Alemania, observan el discurso de Dodik con preocupación. La nueva ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, exigió esta misma semana que la Unión Europea impusiera sanciones sobre Dodik y los suyos. Es una posición que ya había defendido su antecesor de la administración Merkel.
La ministra de Asuntos Exteriores, Annalena Baerbock, exigió esta misma semana que la Unión Europea impusiera sanciones sobre Dodik y los suyos
¿Cuál es el origen de esas posibles sanciones? El auto-golpe que el parlamento de la República Serbia de Bosnia dio en febrero de este año, cuando se arrogó las competencias de seguridad, recaudación y justicia, que hasta entonces dependían del estado central. Esa decisión contravenía por completo el espíritu de los acuerdos de Dayton y deshacía en la práctica la unión de serbios con bosnios y croatas. Lo raro es que solo Alemania vea el peligro de descomponer algo que está cogido con alfileres y cuyo sentido fue detener un baño de sangre.
Por supuesto, la ministra repitió que ese referéndum que pide Dodik para separarse del resto del país es “ilegal” y contraviene los acuerdos internacionales. La cuestión es si eso va a detener a los serbios. De momento, Dodik no ha pasado de las palabras a los hechos, es decir, no ha convocado formalmente dicho referéndum. ¿Qué pasará cuando lo haga? Todo parece cuestión de tiempo. ¿Qué pasará si una nueva república serbia, de fundación eslava, con el apoyo de Rusia y de China, parte en dos a Bosnia y empieza a convertir en refugiados a los que no formen parte de su etnia? Es difícil no pensar que nos veríamos abocados a una nueva guerra civil.
El rol de Putin
Si, en esa guerra civil, Rusia está de un lado, es lógico pensar que, o la Unión Europea y la OTAN se ponen del otro, o no va a durar mucho. En otras palabras, la posibilidad de volver a posiciones anteriores a 1995 está sobre el tablero. ¿Por qué tanto interés de Putin en regresar a tiempos tan caóticos? Primero, por una cuestión nacionalista, por supuesto. Serbios y rusos son hermanos de sangre y como tal se comportan. Ahora bien, si, durante veinticinco años, la Federación Rusa ha parecido convivir en paz con el reparto de Bosnia, ¿por qué ahora está moviendo el avispero?
Todo forma parte de un mismo ataque a diferentes bandas. Una pieza más de la estrategia que coloca presión en Polonia vía la inmigración de Bielorrusia, que amenaza con aislar las repúblicas bálticas y que coquetea con la invasión del este de Ucrania. Ni a Putin ni a Rusia se les da demasiado bien la diplomacia, pero algo saben de táctica. Tampoco tienen demasiados problemas morales en que esa táctica incluya la violencia si es necesario.
Rusia es un país imperialista y, como todo país imperialista, tiene un punto paranoico: durante setenta años, los soviéticos vivieron con el miedo de un ataque de los Estados Unidos. Hoy en día, ven en la OTAN una posible amenaza que no les hace gracia ninguna.
Si la OTAN interviene en Bosnia, no podrá hacerlo en Ucrania. Si lo hace en Ucrania, no solo dejará Bosnia en manos de Putin, sino que tendría problemas para defender a Polonia de una posible invasión migratoria. En otras palabras, Rusia va colocando piezas sobre el tablero para afirmar su poder. Putin quiere saber que, cuando llegue la siguiente tentación occidental de amenazar con sanciones económicas o de cualquier otro tipo, él va a tener ventajas estratégicas con las que negociar. “Si no os parece bien lo que hago con el gas, preparaos para una guerra civil en el corazón del continente”. “Si tenéis algún problema con lo que he hecho en Crimea, esperad a ver qué pasa en Dnipro o en Donetsk”. “¿No os gusta cómo trato a la oposición? Mirad esos campos de refugiados”.
Dodik sabe que sin Putin no es nadie y su aventura no va a ningún lado, quizá por eso las acciones se van retrasando en el tiempo. Cada tres por cuatro, el líder nacionalista sale a algún medio internacional a repetir que no, que la unidad de Bosnia y Herzegovina no está amenazada, pero que, si no queda más remedio, si los serbios no consiguen lo que quieren, si siguen oprimidos… Cierra la puerta y abre la ventana, vaya.
Nadie duda de que el momento justo de echarse al monte coincidirá con alguna necesidad geoestratégica de Rusia. Mientras Europa y Occidente en general luchan contra una pandemia y se preguntan qué quieren ser, sus enemigos van ocupando el centro del tablero, contando cuántas jugadas quedan para poder declarar jaque.