En 2015, Volodimir Zelenski fue elegido para encabezar el reparto de una serie llamada "Servidor del pueblo". Se trataba de una comedia en la que un profesor de escuela conseguía llegar a presidente de Ucrania y arreglaba un país sumido en una intensa crisis: trabajo para todos, lucha contra la corrupción, derrota de los poderes fácticos, etc. Lo curioso de la serie era que, estrenada un año después de la anexión de Crimea y en plena lucha por los territorios de la cuenca del Donetsk, no hacía referencia alguna a Rusia ni a la tensa relación entre ambos vecinos. Probablemente, la productora quisiera venderla también al otro lado de la frontera.
"Servidor del pueblo" cambió la vida de Zelenski en demasiados aspectos. A sus 37 años, había participado en numerosas películas de bajo presupuesto, había sido guionista de otras tantas, era un personaje relativamente habitual en televisión como monologuista o como actor en gags irreverentes… pero no era un ídolo de masas.
De tener que buscar un equivalente en la política europea occidental, ese sería Beppe Grillo, el fundador del Movimiento 5 Estrellas, que estuvo tan cerca de ganar las elecciones italianas en 2013 y lo acabaría consiguiendo en 2018, aunque ya con Luigi Di Maio como candidato.
Tal vez por el éxito de su serie, tal vez por el ejemplo del propio Grillo, tal vez porque el populismo carismático es el tema de nuestro tiempo, Zelenski se presentó a las elecciones presidenciales de 2019 sin ningún bagaje político previo. Con una campaña basada en la denuncia de la corrupción del gobierno Poroshenko y tirando de carisma y simpatía, Zelenski ya consiguió el doble de votos que su rival en la primera vuelta, para acabar pasando por encima de él en la segunda, con un 74,23% de los votos, con mucho el porcentaje más alto recibido por cualquier candidato desde las primeras elecciones libres en 1991.
Zelenski, como tantos líderes elegidos en esas fechas, tuvo que enfrentarse a las primeras de cambio a una pandemia, al acoso de los medios prorrusos –"payaso", les gusta llamarle- y, por último, a la presión de un Vladimir Putin que sabe dónde detectar una debilidad y que pensó que aquel hombre de apariencia jovial no estaba sino interpretando un papel y sabría rectificar sus políticas en cuanto se le insinuara. Un error colosal. Su resistencia a las amenazas, su presencia constante en primera línea de fuego, su uso inteligente de las redes sociales para demostrarle al mundo que está ahí, que está vivo y que no va a dejar a su país tirado le han convertido en el gran héroe de la nación y, probablemente, de todo el mundo libre.
El líder que asume consecuencias
Este sábado por la mañana, en uno de sus vídeos tomando café junto a un grupo de soldados en un lugar protegido e indeterminado de Kiev, Zelenski revelaba que Estados Unidos le había ofrecido la posibilidad de abandonar el país. "No necesito un paseo, necesito más munición", bromeaba el presidente ucraniano junto a sus improvisados compañeros.
A nadie se le escapa que el presidente ucraniano podría llevar ya días muerto a poco que la inteligencia rusa hubiera afinado el tiro. Sin embargo, Rusia no quiere un mártir, no quiere un símbolo al que el pueblo ucraniano pueda agarrarse durante décadas.
Con todo, la lucha y el coraje de Zelenski son admirables. Admirables en un contexto en el que, mártir o no, todos intuimos que acabará tiroteado o preso. En la hora más grave, el actor ha reaccionado a la altura de su cargo y a la altura de la ocasión histórica. En cuanto los talibanes empezaron a hacer sonar sus kalashnikov a la entrada de Kabul, el presidente Ashraf Ghani cogió su avión privado y se plantó en Doha. Las revueltas populares en la llamada "Revolución de la Dignidad" acabaron con el títere de Putin, Viktor Yanukovich, en Moscú, bien alimentado y calentito.
Zelenski ha elegido el camino complicado. El camino Allende, si se quiere. Kiev caerá tarde o temprano y caerá con él dentro. Le eligieron para esto, pensará el cómico. Desafió personalmente al hombre más poderoso y salvaje de Europa, aceptó el riesgo de la invasión, y sabe que es él, en primera persona, el que debe cargar con las consecuencias. Cada vídeo de Zelenski resistiendo en Kiev es un mensaje a sus tropas, un mensaje a sus ciudadanos y un mensaje al Kremlin. Es el mensaje de un líder en el amplio sentido de la palabra. Alguien que sienta ejemplo.
¿Falta de previsión?
Todo esto hace muy complicado un análisis racional de la gestión del conflicto por parte de Zelenski. ¿Cómo no admirar a alguien que se está jugando la vida por la libertad de su pueblo y la de tantos otros pueblos que ahora mismo se ven amenazados? Con todo, el trabajo del periodista ha de ir más allá del panegírico y no queda más remedio que señalar determinadas sombras y matizar algunas decisiones de Zelenski en las últimas semanas. Unas semanas en las que ha parecido superado en todo momento, probablemente porque lo estuviera.
Desde que se supo que Putin había colocado más de 100.000 tropas en la frontera este de Ucrania, el convencimiento de una guerra inminente recorrió el mundo. Estados Unidos lo dijo alto y claro, a lo que Zelenski respondió pidiendo por favor que no insistieran en ese mensaje, que aún quedaba mucho por negociar. Era una reacción lógica porque, en un mundo ideal, ese tipo de noticias alarmistas hunden mercados, cierran negocios, ahuyentan turistas y multiplican el pánico entre la población… El problema era que Ucrania ya no vivía en ese mundo ideal sino bajo una amenaza demasiado obvia como para ignorarla.
De hecho, cada vez que Biden o Blinken anunciaban los planes de Putin -con una precisión que se ha demostrado asombrosa-, le obligaban a retrasarlos. Había cierto consenso en la inteligencia occidental en que el ataque tendría lugar durante la segunda semana de enero. Al final, ha llegado en la última de febrero. Eso le ha dado a Ucrania un mes y medio para preparar algo parecido a una defensa. Sabemos que el ejército ucraniano tiene pocos medios, pero no deja de contar con 900.000 reservistas y un total de 1,2 millones de tropas. Solo Rusia supera esos números en toda Europa.
Mantener un perfil de tranquilidad de cara al exterior podía ser comprensible, pero cabe pensar que se ha pecado de esa misma tranquilidad a la hora de afrontar la crisis en la propia Ucrania. Uno de los últimos avisos de Biden, en rueda de prensa por si alguien no se enteraba, fue que Putin iba a por Kiev. Que se olvidaran del Donbás o de Odesa o del Mar de Azov. El objetivo era Kiev y una guerra total. Mientras, los periodistas desplazados a la zona no dejaban de repetirnos que en la capital todo era tranquilidad y que ahí no había sensación alguna de alerta. Buen tiempo y atascos para ir a trabajar.
Una reacción desesperada
Durante semanas, Ucrania se comportó con frialdad en las negociaciones -punto a su favor- pero no supo a la vez guardar la ropa. No es lógico que, a las veinticuatro horas del inicio de las hostilidades, a la desesperada, se aplique la ley marcial y se ordene la movilización de todos los hombres entre 18 y 60 años. No es lógico que los reservistas no fueran movilizados hasta el mismo momento de la invasión. Se interpretó la preparación para la guerra como una señal de miedo a evitar y el resultado ha sido nefasto.
Las apelaciones heroicas a la resistencia urbana, a la lucha calle por calle, denotan una falta tremenda de organización. Son propias del final de un conflicto bélico y no de su inicio. La facilidad con la que Rusia tomó Chernóbil y a partir de ahí se plantó en Kiev en unas pocas horas es incompatible con la información que Estados Unidos estaba dando continuamente al gobierno de Zelenski. Había dudas sobre si el ejército ucraniano podría tapar todas sus fronteras, pero al final la sensación es que no ha tapado ninguna.
Tampoco parece que esté siendo el presidente justo con sus aliados occidentales, aunque nadie puede culparle en este caso. De hecho, de tanto repetir "no estáis haciendo nada" o "nos habéis dejado solos" va consiguiendo apoyos puntuales en el terreno militar de las repúblicas bálticas, de Suecia o incluso de Alemania. Ahora bien, en ocasiones Zelenski abusa de lo fácil, del chiste irónico para humillar al Draghi de turno cuando no es necesario.
Nadie se ha cruzado de brazos
Occidente sí que está dispuesto a sacrificar cosas por Ucrania. Muchas cosas. Y es lógico que así sea. Está dispuesto a renunciar al preciado gas, a los preciados petrodólares y a establecer sanciones muy discutidas porque algunos entienden que perjudican tanto a Rusia como a la propia Unión Europea. Aquí nadie se ha cruzado de brazos ni ha minimizado el problema. Se han mandado armas. No todas las que necesita Ucrania, pero todas las que se han podido movilizar de urgencia. La OTAN ha reforzado las fronteras con Polonia y Hungría para facilitar el flujo de armamento y para ayudar a los refugiados según van llegando.
Es lógico que Zelenski quiera que organicemos una III Guerra Mundial para defender a Ucrania. Completamente lógico y todos podemos entenderle, pero no es una exigencia a plantear en términos morales. Como opción política, supongo que es discutible y que lo será más si la cosa sale mal (recordemos de nuevo el caso de Hitler y los Sudetes), pero, de tanto acusar a sus aliados, da la sensación de que los coloca en un mismo plano de culpabilidad que al propio Putin.
Ahora bien, el mensaje está calando, con esa tendencia irrefrenable del ciudadano occidental a culparse de todo lo que pasa en el mundo y luego cambiar de canal. Si el chantaje moral sirve para un mayor compromiso con la situación actual o para trazar un plan conjunto frente a futuras contingencias, bienvenido sea. Si alguien le preguntara ahora mismo a Vladimir Putin quién es la persona a la que más detesta del mundo, sin duda el ruso diría "Volodimir Zelenski".
Con sus luces y las sombras, eso basta para ganarse la simpatía y el reconocimiento del planeta. Cada uno planta cara con lo que tiene. Zelenski está ofreciendo su vida, nada más se le puede pedir.
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