El concepto de Guerra Mundial requiere no solo que haya muchos países implicados y de distintos continentes, sino que estén más o menos repartidos entre dos bloques antagonistas. Todos contra Rusia no puede ser una Guerra Mundial en ningún caso. La clave ahora mismo para Putin, más allá de sus avances puntuales en Ucrania, es guardarse las espaldas de cara a una posible escalada del conflicto. Sabe que, en el terreno puramente militar, no puede competir contra la OTAN y sabe que, en el terreno diplomático, recurrir a la destrucción nuclear como única amenaza no le va a llevar muy lejos. Como decía Sting en los años ochenta, "los rusos también quieren a sus hijos". La extinción no es una opción apetecible.
Queda, por lo tanto, la búsqueda de aliados. Por supuesto, Rusia los tiene en Irán y Siria. El problema es que Siria es más una colonia que un aliado mientras siga ahí Al-Asad e Irán tiene prohibido por las Naciones Unidas el uso de su uranio enriquecido para la fabricación de armas nucleares. No son los únicos países que simpatizan con Putin: ahí están algunos de los gobiernos sudamericanos, como Venezuela o, según el día, Argentina; ahí está, por supuesto, Corea del Norte, si es que Kim Jong-Un decide meterse en aventuras ajenas, algo que su país no ha hecho nunca… y, ahí está, la gran pieza de este tablero, China, con el mayor ejército del mundo, cientos de armas nucleares y una economía en continua progresión.
Pese a su tradicional neutralidad, China lleva tiempo apostando por un multilateralismo que le reivindique como superpotencia mundial. Sienten que se lo han ganado. Su simpatía hacia Rusia viene de los tiempos de la Unión Soviética… pero también vienen de entonces sus desconfianzas. Hablamos de dos países que comparten tres mil kilómetros de frontera, la más larga del planeta, y las tensiones son inevitables. Si el recelo lo provoca el trato continuo y la ambición de sus dos líderes, la unión viene dada por el enemigo común: Estados Unidos y Occidente en general. Por otro lado, sus mejores clientes.
Hasta ahora, China se ha negado a implantar sanción alguna contra Rusia e incluso ha anunciado que va a comprarles más trigo y harina. Putin cuenta con su vecino como salvavidas económico, pero, como hemos dicho antes, eso no basta. Si el multilateralismo va a ser un multilateralismo imperialista -tú bombardeas talibanes, él bombardea ucranianos, tal vez un día me dé a mí por bombardear taiwaneses…-, la unión estratégica de dos potencias podría desestabilizar por completo a la tercera, en este caso, la OTAN. De ahí que, ahora mismo, sea lo primero a evitar.
China y la diplomacia constante
Las relaciones entre China y Estados Unidos nunca han sido buenas, pero tampoco han sido demasiado malas. Han aprendido a tolerarse. Cuando la Unión Soviética se vino abajo en 1991, Estados Unidos pudo más o menos desentenderse de ese frente, pero China siempre ha sido motivo de preocupación y diplomacia. Los intereses de Estados Unidos en el Pacífico Sur han coincidido en demasiadas ocasiones con los del "gigante dormido" y por eso ambos países están acostumbrados a negociar entre sí, tienen líneas muy directas y, hasta ahora, un cierto sentido de la confianza mutua.
Cuando Trump perdió las elecciones de 2020 y mandó a sus fieles a tomar por la fuerza el Capitolio para impedir que se certificara la elección de Joe Biden, en China saltaron todas las alarmas. Faltaban aún tres semanas para la investidura del nuevo presidente y temían que el despechado Trump pudiese cometer cualquier locura. Tuvo que ser Mark Milley, Jefe del Estado Mayor, el que llamara inmediatamente y en primera persona a su homólogo chino para tranquilizarle: no habrá locuras… y, si las hay, no serán obedecidas.
Del mismo modo, en cuanto surgió la posibilidad de que China aceptase la petición de ayuda militar por parte de Vladimir Putin -una petición que tanto Rusia como China han calificado de "propaganda estadounidense"-, el Consejero de Seguridad estadounidense, Jake Sullivan, ha corrido a reunirse en Roma con su equivalente chino este mismo lunes para ver cómo respira Xi Jinping.
Estados Unidos puede permitirse que China se mantenga neutral, pero bajo ningún concepto que tome postura a favor de Putin. En el fondo, todos sabemos que, si la OTAN atacara Rusia, China se pondría inmediatamente del lado de esta última. Lo que necesitan saber Occidente, Estados Unidos y Sullivan es qué pasaría si la OTAN se defendiera de un ataque en Polonia o en las Repúblicas Bálticas.
Una subasta con un solo ganador
Igual que decíamos que China se ha negado a implantar sanción alguna contra Rusia, hay que matizar que también se ha negado a apoyar su intento de invasión. Para Beijing, el respeto a la integridad territorial de los estados es clave. Al fin y al cabo, se trata de un país gigantesco con múltiples naciones en su interior. Suficientes como para no querer agitar el avispero. Aunque la administración Biden haya utilizado el habitual tono desafiante de cualquier gobierno estadounidense en sus declaraciones públicas, lo cierto es que Estados Unidos no está en disposición de una actitud así. Necesita demasiado a China como para intentar arrinconarla.
China se encuentra ahora mismo en una especie de subasta, escuchando ofertas. No tiene nada que perder y quiere saber cuánto puede ganar. Si se queda como uno de los escasos clientes de Rusia, obviamente esperará una reducción de los precios. Si sigue vendiendo a Rusia lo que esta no puede comprar en ningún otro lado, probablemente intente subirlos. Beijing no quiere que Estados Unidos triunfe, pero tampoco lo estará pasando mal viendo sufrir a Putin. Una amenaza menos, a corto plazo, y la posibilidad de un favor que cobrarse cuando más le interese.
Es poco probable que China se preste a hacer de muleta militar de Rusia porque China no hace esas cosas. Lo que sí es indudable es que la sola idea de que eso pueda pasar en algún momento basta para colocarla en una situación de enorme ventaja negociadora. China no solo va a querer salir reforzada económicamente de todo esto: también querrá un beneficio geopolítico claro. El asunto es qué puede ofrecer Occidente, y en concreto Estados Unidos, para convencer a China de que la neutralidad es su mejor opción… sin molestar a su vez a sus aliados del Pacífico, especialmente a Japón y a Corea del Sur.
Lo primero: una salida para Rusia
De entrada, hay que entender que China va a pedir que se respeten los mínimos negociadores de Rusia para acabar la guerra. En su concepción del multilateralismo, a China no le importa ver a su vecino dañado, pero no toleraría verlo derrotado. Xi no quiere una exaltación occidentalista que incomode su política exterior. Si Rusia y la OTAN van a entrar en una guerra fría, estupendo… pero, antes, que firmen una paz y que se comprometan a que sea duradera. En ese sentido, lo normal es que China exija que, no solo Ucrania, sino la UE y la OTAN, acepten el control ruso sobre el Donbás y Crimea y firmen un acuerdo de "neutralidad" del país de Zelenski, extendido, como mínimo, a Moldavia y Georgia.
Esa sería una salida honrosa para todos: la UE y la OTAN podrían presumir de haberle "parado los pies" a Putin mientras que Putin podría presumir de haber salvado a sus "hermanos" del sudeste ucraniano -los mismos a los que está masacrando día y noche- de la cacareada "amenaza neonazi". Si Occidente aceptara, no habría justificación alguna para que China entrara en conflicto. Al contrario, podría irle con el cuento a Putin y hacer la negociación a la inversa: "Oye, ya he convencido al otro bando, como no aceptes estas condiciones, me pongo de su lado…". Obviamente, el autócrata ruso tampoco podría permitírselo.
Una paz tutelada por China puede parecer poca cosa, pero sería algo histórico. Nunca se ha contado con Beijing para dirimir problemas europeos. Si eso no es multilateralismo, no sé qué podría serlo. Ahora bien, puede no bastarle a Xi Jinping… o, al menos, no en principio. Si hay unas conversaciones geopolíticas serias entre Estados Unidos y China, es extraño que no incluyan la cuestión taiwanesa. En los últimos meses, Taiwán se ha convertido en una obsesión, un tema recurrente en todos los discursos nacionalistas del líder del Partido Comunista Chino. Al igual que le sucede a Putin con Ucrania, Xi entiende que Taiwán, en rigor, no existe, que es el mismo país que él gobierna solo que se niega a reconocer su autoridad.
El malestar japonés, coreano y australiano
Estados Unidos podría ayudar con eso si quisiera. El asunto no es tanto si quiere -China no parece, de momento, tener un plan de expansión que vaya más allá de la antigua isla de Formosa- como si puede. Sin duda, Occidente aceptaría sacrificar de alguna manera Taiwán porque le pilla muy lejos. Otra cosa es lo que se piense en Tokio o en Seúl al respecto. Una ocupación militar de la isla provocaría un enorme malestar en ambos países e incluso en Australia, que compró recientemente a Estados Unidos un buen número de submarinos nucleares adelantándose a una contingencia de este tipo.
La tentación de permitir a Rusia quedarse con Ucrania y hacer lo propio con Taiwán debe de ser grande en el Partido Comunista Chino. Por otro lado, no es Xi, ni fueron sus predecesores, hombres de grandes cambios en el statu quo internacional. Lo lógico sería dejar la cuestión abierta. En estudio. Tal vez, prometer un foro de negociaciones que incluya a las citadas Japón, Corea del Sur y Australia. Ofrecer más empezaría a resultar peligroso y a mostrar demasiadas debilidades. El problema es que Occidente está hoy en una posición de debilidad evidente. Estados Unidos no puede estar tapando agujeros en Europa, en Oriente Medio y en el Pacífico a la vez. Ni puede ni quiere. Hablamos de un país partido en dos entre disputas internas y con un intento de golpe de estado demasiado reciente.
De hecho, no solo es que Occidente probablemente tenga que ceder poder a un país como China que no respeta los derechos humanos y sin un historial diplomático consistente como superpotencia mundial… sino que, tal vez, hasta le venga bien. Son demasiados los retos y muy pocas las fuerzas: Rusia en el este, la inmigración masiva y controlada por mafias o estados autoritarios en el sur, el yihadismo potencialmente terrorista en Oriente Medio… No hay manera de enfrentarse a todo esto y, además, a China. De ahí la urgencia de no ganarse un enemigo más. ¿A cualquier precio? Probablemente, no, pero pagando más de lo que nos gustaría, parece seguro.
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