Armas nucleares de baja intensidad: las medidas extremas que Putin baraja para no alargar la guerra
Rusia puede pensar que un ataque nuclear le acabaría saliendo gratis… Puede que la OTAN no responda o puede que lo haga con fiereza.
24 marzo, 2022 03:52Noticias relacionadas
El pasado lunes, el presidente Biden alertaba del peligro de que Putin se sintiera "arrinconado", después de ya cuatro semanas sin conseguir avanzar lo suficiente en territorio ucraniano y de ver cómo las estimaciones hablan ya de más de 10.000 soldados rusos muertos. Están surgiendo lógicas dudas acerca de la capacidad del ejército invasor para protegerse y establecerse en determinadas zonas. Se necesitan tiendas de campaña, refugios, comida y suministros para más de 150.000 personas que están desperdigadas por el sur y el este del país y no está nada claro que se disponga de la infraestructura necesaria para hacerles llegar ropas de abrigo y alimentos en medio de las temperaturas bajo cero que están asolando Ucrania.
Aunque es cierto que Rusia está avanzando lentamente hacia el norte de Crimea y que pretende cerrar la salida al mar de su enemigo con el ataque combinado a Mariúpol y Odesa, también es verdad que, de momento, no lo está consiguiendo. De hecho, se están viendo contraofensivas más o menos puntuales en las inmediaciones de Kiev, con la idea de impedir un cerco a la capital como el que hemos visto en la citada Mariúpol o podemos ver en breve en Járkov, ahora mismo el objetivo número uno de las bombas rusas.
Putin se prepara para una guerra larga en la que probablemente tenga que conformarse con objetivos que no eran los iniciales. Olvidar Kiev -si no puedes tomar Mariúpol, donde no queda piedra sobre piedra, ¿cómo vas a tomar la capital?-, olvidar Lviv, olvidar cualquier territorio al oeste de Dnipro y el norte de Odesa e intentar concentrar sus tropas en la llamada "Novarosiya" ("Nueva Rusia"). Una vez conseguido el control de la zona rusófona del país y reprimido cualquier intento de insurrección, Rusia podría sentarse a la mesa y negociar una paz. Antes, no parece probable.
El asunto es cuánto tiempo puede durar eso y qué precio en vidas habría que pagar. La infantería entrando a pecho descubierto en barrios llenos de francotiradores y emboscadas. La necesidad de ir dejando tropas en cada plaza tomada para evitar que los restos del ejército ucraniano en la zona recuperen posiciones. Parece, desde la distancia, un camino largo y tortuoso para un ejército con problemas y un país que pronto se quedará sin dinero para mantenerlo. Putin no puede permitirse una guerra de meses y meses. Sería un gasto brutal para un país en plena crisis económica.
"Acelerar" la victoria
Ahí es donde, por seguir las palabras de Biden, Putin podría plantearse "acelerar" el proceso. En otras palabras, olvidarse de una guerra convencional y utilizar armas prohibidas por todos los acuerdos internacionales. Mucho se ha hablado de la posibilidad de utilizar armas químicas porque sabemos que se utilizaron en Siria. También se ha contemplado la posibilidad de algún tipo de guerra biológica, liberando patógenos que puedan acabar con partes importantes de una población. Con todo, lo que más estremece, pero hay que empezar a contemplar, es la posibilidad de un ataque nuclear.
La posibilidad va ganando enteros entre expertos de todo el mundo… en caso de que Putin realmente vea que no tiene otra manera de ganar la guerra tal y como parece que él quiere ganarla. El presidente ruso podría firmar ya el armisticio y vender a su pueblo que su "operación militar" ha sido un éxito: con reconocimiento ajeno o sin él, se ha afianzado el dominio sobre la península de Crimea, incluso extendiendo el territorio ocupado; el Donbás está ahora mismo bajo control ruso, aunque sigan los combates con fuerzas insurgentes ucranianas… y no parece que Zelenski tenga problema alguno en poner negro sobre blanco lo que ya es un secreto a gritos: Ucrania jamás entrará a formar parte de la OTAN.
Aun así, está claro que a Putin no le vale todo esto. Sigue bombardeando y sigue atacando posiciones civiles para multiplicar el terror e intentar ganar ventajas negociadoras. Preguntado en rueda de prensa, el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, se negó a descartar el uso de armas nucleares por parte de su país. Es más, afirmó contundentemente que Putin no dudaría en utilizarlas en caso de "peligro existencial" para Rusia. En qué consiste este "peligro existencial" es la clave de todo esto: ¿solo se está refiriendo a un ataque del que Rusia se defendería… o incluye también a la amenaza que supone tener a la OTAN en la frontera? A menudo, Putin ha parecido indicar lo segundo.
Durante décadas, el uso de armas nucleares se ha considerado un suicidio por el concepto propio de la "Destrucción Mutua Asegurada". No había manera de ganar una guerra nuclear por la propia devastación que causaría cada ataque y la certeza de que dicho ataque sería respondido por otra potencia nuclear enemiga. Hablábamos de bombas como las de Hiroshima y Nagasaki, incluso más potentes, que buscarían acabar con el máximo de vidas posible y causar así daños irreversibles en el otro país. A la larga, la cosa acababa siempre en tablas. Los dos enemigos perdían y quedaba un mundo propio de Mad Max. Desgraciadamente, ese ya no es el escenario.
Las bombas "de baja intensidad"
La tendencia en los últimos años ha sido a ir reduciendo los arsenales nucleares y cambiar estas enormes y carísimas bombas por otras menos potentes, más económicas y de menores consecuencias. Rusia empezó este cambio de doctrina en 1999, y la OTAN tuvo que ponerse al día en 2010, cuando aceptó el envío a sus bases de Europa y Turquía de una centena de estas cabezas nucleares. El riesgo de este tipo de armas es precisamente su alcance limitado. Causan un daño espantoso -como apuntaba el experto nuclear Ulrich Kühn al New York Times, una bomba con la mitad de potencia que la de Hiroshima podría causar medio millón de muertos y heridos de manera inmediata si se lanzara sobre Manhattan- pero admiten un uso estratégico y puntual.
Eso es lo que asusta a Occidente ahora mismo, basándose en la propia retórica nuclear que se está instalando en la opinión pública rusa controlada por el Kremlin. El convencimiento de que el uso de una de estas "pequeñas" bombas nucleares, cuya proliferación está más allá de cualquier tratado, supondría un enorme beneficio en la guerra contra Ucrania… pero a la vez no causaría tanta devastación como para exigir un contraataque por parte de la OTAN. El propio Joe Biden se manifestó durante la pasada campaña electoral en contra de este tipo de armas nucleares al considerar que hacen "más fácil" tomar la decisión de apretar el botón rojo sin sentirse excesivamente culpable.
Se calcula que Rusia puede tener unas dos mil de estas armas de baja intensidad. No sabemos cuántas tiene exactamente Estados Unidos, aunque en una escalada militar, probablemente acabe dando igual. Aunque ha cambiado el ámbito de la disuasión, no ha cambiado el concepto en sí mismo. El peligro está ahora en dicha escalada. Por limitados y precisos que sean estos ataques nucleares, si se repiten en el tiempo, acabarían de todos modos con los países involucrados. Ese es el riesgo a evitar ahora mismo y al que se está asomando Rusia, aunque sea desde la distancia.
En el Kremlin sospechan que, si lanzan un misil con cabeza nuclear sobre territorio ucraniano, Occidente no reaccionará. No les merecerá la pena. Consideran, pese a las evidencias recientes, que Occidente es la máxima expresión de la debilidad y la decadencia y no se atreverán, por tanto, a contraatacar. Obvian así que el objetivo mismo de tener armas nucleares es evitar que el enemigo sienta que tiene una ventaja estratégica sobre ti, es decir, que puede atacar sin recibir después un ataque. De ese acuerdo de pánico depende toda la estrategia nuclear desde 1945.
La cíclica amenaza nuclear
Volvamos al anterior escenario: Rusia, desesperada por acabar la guerra en Ucrania -como desesperado estaba Truman por acabar la guerra con Japón en 1945-, decide lanzar un par de ataques precisos con armas nucleares de baja intensidad, pero aun así suficientemente letales como para obligar a Ucrania a la rendición incondicional. ¿Qué hace la OTAN al respecto? ¿Se cruza de brazos y espera a que el ataque sea sobre Estonia, sobre Letonia, sobre Lituania, sobre Polonia, sobre Hungría…? ¿Lanza a su vez un ataque preventivo sobre algún territorio ruso despoblado para dejar claro que ningún acto quedará sin respuesta? ¿Ataca una base militar, para asegurarse que no habrá víctimas civiles?
Si no hace nada de esto, Rusia sentirá que el uso de armas nucleares merece la pena. Que acelera las victorias sin riesgo alguno. Si lo hace, se corre el riesgo evidente de la escalada de la que hablábamos antes. ¿Cuánto tarda a continuación Putin en ordenar un ataque sobre Tallín o sobre Vilnus o sobre Riga? Sus misiles tienen el alcance suficiente para llegar a cualquier punto del continente europeo. En ese caso, ya estamos en una III Guerra Mundial en clave nuclear y es difícil saber dónde y cuándo terminar con los ataques y la devastación. No parece que haya manera de acertar.
Obviamente, estas amenazas nucleares no son nuevas. Las generaciones anteriores las han vivido durante la Guerra Fría. Escenarios -no solo la famosa "crisis de los misiles" de 1962- en los que una de las dos partes ha amenazado con el uso de armas de destrucción masiva. Rusia puede pensar que un ataque nuclear le acabaría saliendo gratis… pero también tiene elementos de sobra para pensar lo contrario. Puede que la OTAN no responda o puede que lo haga con fiereza. Puede, incluso, que otras potencias nucleares como China, vecina de Rusia, se vean amenazadas y entren también en el conflicto.
Todo esto sería enormemente gratuito. Putin, insisto, ya ha conseguido lo suficiente como para vender una victoria a la opinión pública de su país. Probablemente, en las próximas semanas, consiga un poco más. Entendemos que ese es el escenario más probable, pero, de repente, no es el único y eso asusta, claro. La administración Trump desarrolló en 2019 un tipo de bomba -la W76 Model 2- diseñada precisamente para contraatacar en caso de una locura por parte de Putin. Hasta qué punto considera Biden que ese es el tipo de respuesta que merecería un ataque estratégico en Ucrania está por determinar. Hasta qué punto los propios altos mandos rusos están dispuestos a correr el riesgo por la cabezonería de su líder a la hora de tomar Járkov o Mariúpol o el puerto de Odesa, también.