Las reuniones entre enviados rusos y ucranianos siguen en distintas partes del mundo para que nadie diga que no se intentó. Otra cosa es que, a estas alturas, alguien crea al presidente ruso Vladimir Putin o a cualquiera de sus colaboradores. El anuncio de un acercamiento de posturas, incluso de la aceptación de que Ucrania entrara en la Unión Europea, alegró el principio de semana a buena parte de la comunidad internacional. Sin embargo, según avanzan los días sin pausa en los bombardeos, todos parecen coincidir en que Rusia está intentando ganar tiempo con negociaciones que no van a ningún lado, sin más intención que reagrupar sus fuerzas, remplazar parte de sus tropas y pillar por sorpresa de nuevo a los ucranianos.
El asunto es que a los ucranianos ya no les pilla de sorpresa nada. Han visto el horror demasiado de cerca. Aunque la inteligencia estadounidense afirme que hasta el 20% de las tropas que rodeaban Kiev han sido transferidas a cuarteles en Bielorrusia o al frente del Donbás, Ucrania duda de que eso sea verdad. Duda porque ve que los misiles siguen cayendo y que los tanques siguen donde estaban. Aparte, sigue pensando que, por mucho que Kiev haya pasado a un segundo plano en el discurso público del Kremlin, sigue siendo una pieza demasiado importante como para renunciar sin más a ella.
No, Rusia no se va a marchar de las inmediaciones de Kiev, no va a ceder terreno de forma gratuita –sí puede replegarse mínimamente, pero para contraatacar en cualquier momento- y, desde luego, no va a abandonar el frente occidental de su ofensiva. Necesita que Ucrania defienda ese frente y, de esta manera, no pueda enviar tropas a Járkov o a Dnipro o a la propia Odesa: las joyas de la Novarosiya con la que sueña Putin y tras cuya conquista puede plantearse proponer un alto el fuego y una retirada parcial. Nunca antes.
¿Estrategia o necesidad?
Es posible que la estrategia inicial de Putin fuera la correcta: avanzar hacia la capital, deponer a Zelenski y establecer un nuevo régimen con el que firmar inmediatamente la paz. Algo rápido, indoloro y eficaz. El problema de esa estrategia, como hemos visto, es que no se sustentaba en la capacidad real del ejército ruso. Para tomar una ciudad como Kiev hacía falta mucho más de lo que Putin mandó. Ahora bien, si esto fuera una partida de ajedrez, tomar Kiev seguiría siendo la jugada del jaque mate. Ucrania tiene buena parte de sus fuerzas empleadas simplemente en evitar el siguiente movimiento de su rival. Necesariamente, eso impide defender con garantías otros territorios.
En ese sentido, la declaración del alto mando ruso de "relajar" las maniobras en el frente occidental para centrarse únicamente en el oriental tienen una parte de propaganda y una parte de engaño demasiado burdo. El engaño está a la vista de todos: anunciar una supuesta desescalada para invitar al enemigo a relajarse. No parece que haya colado. Ni Ucrania ni sus aliados occidentales se han creído el farol. La propaganda es más sutil: "No me echas, me voy yo". Al insistir en que las tropas rusas van a ir abandonando sus posiciones en los alrededores de Kiev, Rusia maquilla su derrota ante su propio público.
No es lo mismo reconocer que no has conseguido tus objetivos y que cinco semanas más tarde sigues prácticamente a la misma distancia de la capital que al día siguiente del comienzo de la campaña, que disfrazar todo eso de una estrategia de retirada voluntaria. Del "no hemos tomado Kiev porque no hemos querido" hemos pasado al "nos alejamos de Kiev porque es mejor concentrar las tropas en otras zonas que nos interesan más". Nadie está negando que la capital ucraniana haya dejado de ser un objetivo principal de Putin, pero si esto es así se debe a su incapacidad y no a una cuestión de estrategia.
La ofensiva oriental con Mariúpol como ejemplo
Con una capital que resiste y muy pequeños avances en el este y el sur del país -el Donbás sigue lejos de estar controlado por completo, Odesa sigue apareciendo como una promesa lejana, ni siquiera Mariúpol acaba de ceder totalmente-, lo normal es que Putin mantenga la amenaza ya presente en Kiev y busque nuevas tropas o mercenarios para empujar el frente oriental hacia el río Dniéper. Seguir bombardeando donde se pueda -y eso incluye también a Lviv, donde, sin duda, la guerra tampoco ha acabado- y cualquier refuerzo centrarlo en las zonas ya ocupadas para lanzar una nueva ofensiva.
La duda, en ese caso, sería cuánto tiempo puede resistir el ejército ucraniano en esas zonas y exactamente qué pretende hacer Putin con ellas. El ejemplo de Mariúpol es devastador, pero a la vez significativo: ¿la idea es hacer lo mismo con todas las ciudades que Rusia se vaya anexionando?, ¿qué sentido tiene ocupar aquello que has destrozado?, ¿cuánto dinero te vas a gastar en la reconstrucción? Y, si no hay reconstrucción, ¿para qué quieres un pedazo de tierra humeante lleno de potenciales insurgentes que te van a obligar a mantener un retén de tropas para imponer el orden y que no haya marchas atrás?
Putin ha necesitado cinco semanas para reducir Mariúpol a escombros. No ha encontrado el apoyo interno que esperaba ni la cobardía de Zelenski con la que también contaba. Parece que ha dejado el trabajo sucio en manos de los voluntarios chechenos y los mercenarios del Grupo Wagner. Ahora bien, ¿en cuántas ciudades puede hacer lo mismo? Una guerra de ocupación supone un esfuerzo descomunal en estas condiciones. Parece claro, como decíamos, que Putin no se va a sentar seriamente en una mesa de negociaciones hasta que no consiga sus objetivos en Járkov, Dnipro y, probablemente, Odesa, pero ¿qué objetivos son esos?
Mandar más tropas puede agilizar la ocupación de estas ciudades, pero también supondrá un incremento significativo del número de bajas. Puedes bombardear y bombardear, pero tarde o temprano tienes que entrar en la ciudad y tomar las calles. Y ahí te están esperando. Sin duda, Putin aún cree en el derrumbe total del ejército y de la población ucraniana. Necesita ambas cosas. Al ejército le puede tener ocupado en Kiev y limitar su movilidad… pero mientras haya milicias civiles armadas que complementen a las tropas ya desplegadas en el este y el sur del país, fácil no va a resultar ninguna invasión.
Es el momento, pues, de que Putin decida si se conforma con lo que ha conseguido, si limita sus objetivos a controlar por completo las regiones de Donetsk y Lugansk sin pretender ir más allá o si, efectivamente, quiere la "Nueva Rusia" completa. Esto último supone meses de guerra sin garantías de triunfo, pero no parece que se vaya a conformar con menos. Mientras, seguirán las muertes, las emboscadas, la guerra de guerrillas y los bombardeos indiscriminados. Nadie puede ganar ahora mismo la guerra, pero nadie quiere reconocer que la ha perdido. Y eso es un problema, claro.