Convencido a la fuerza de que su estrategia inicial había sido ruinosa -imposible culminar una “guerra relámpago” en un territorio tan grande como Ucrania entregado a la defensa de su autonomía-, el ejército de Vladimir Putin se está tomando esta segunda fase de su ofensiva con mucha calma, tanta que pasan los días y ya no hay grandes conquistas ni grandes contraofensivas.
La guerra se ha convertido en una cosa lenta, de centímetros, contando los días hasta el 9 de mayo, Día de la Victoria, fecha en la que Putin parece haberse centrado para dar la “operación especial” en Ucrania por terminada.
Mientras las tropas venidas de Kiev y los reservistas llamados a última hora se van agrupando en las inmediaciones de Bélgorod, a unos cincuenta kilómetros de Járkov, la ciudad más importante de la Ucrania rusófona, los altos mandos siguen dándole vueltas a cómo conseguir tomar por completo la llamada Novarossiya, es decir, el territorio que va desde Járkov hasta Odesa pasando por Dnipro: todo el Donbás, buena parte del oblast de Dnipropretrovsk y el corredor que da salida al Mar Negro y al Mar de Azov con Crimea de por medio.
Es un objetivo ambicioso, casi imposible de conseguir en apenas un mes, pero que sigue en la cabeza de Vladimir Putin una vez se ha dado cuenta de que no va a poder ocupar militarmente Kiev ni el oeste nacionalista de Ucrania. Dependerá de la resistencia del ejército ucraniano, de la llegada de nuevas armas por parte de Occidente y de la capacidad de las propias tropas rusas para comportarse con un mínimo de organización y disciplina.
Lo visto hasta ahora roza el ridículo: 40 días de guerra para tomar Melitopol, Jérson y Donetsk. Casi quince mil muertos para ocupar una sexta parte, si llega, del territorio enemigo.
De Slovyansk a Dnipro y Járkov
Centrado ya exclusivamente en una parte muy limitada de Ucrania, la segunda ofensiva de Putin irá muy probablemente en dos direcciones: hacia Dnipro en sentido este y hacia Odesa en sentido sur. Para ello, necesita ir creando caminos de suministro y seguridad que permitan avanzar en bloque sin exponerse demasiado a los ataques de los partisanos. Rusia parece convencida de que, tarde o temprano, Járkov caerá. Para ello, será clave la toma de la ciudad de Slovyansk, en el oblast de Donetsk.
De por sí, Slovyansk no es un enclave especialmente importante. No sale en los libros de historia, no tiene una gran narrativa detrás. Lo importante de Slovyansk es que, por un lado, su toma puede ayudar a envolver a las tropas ucranianas desplegadas aún en el Donbás, que son muchas.
Tenemos la idea de que el Donbás ya está bajo control ruso y, aunque es cierto que Lugansk está más o menos en esa situación, Donetsk aún es un territorio en abierta disputa.
Las JFO -Fuerzas Unidas de Operación- siguen defendiendo el terreno frente al ejército regular ruso y a los paramilitares que llevan ocho años combatiendo en la zona. La idea es rodearles por completo, atacarles desde dos direcciones y aislar a su vez a Járkov, en el norte, de cualquier ayuda que pueda llegar por parte de esas tropas.
Si Rusia consigue entrar en Slovyansk en los próximos días, Ucrania se encontrará con un verdadero problema a la hora de defender la segunda ciudad más poblada del país… y si Járkov cae, Rusia ya podrá centrar todos sus esfuerzos en llegar a Dnipro y asomarse al río Dniéper que divide en dos Ucrania.
Todo esto es fácil de decir, pero se está demostrando muy difícil de hacer. Sobre el mapa, todos somos Montgomery. Esto no es el Risk. Tomar una sola ciudad, incluso secuestrando a su alcalde, matando a sus civiles y sembrando el pánico con bombardeos masivos, se ha comprobado que no es fácil. Ahí están los alrededores de Kiev para demostrarlo, ahí está Mariupol, aún parcialmente defendida por el ejército ucraniano pese a semanas y semanas de horror y destrucción.
Sin apoyo interno, tomar una ciudad calle por calle requiere de algo más que mercenarios sirios y voluntarios chechenos. En ese sentido, la toma de Járkov (casi un millón de habitantes antes de la guerra) puede tomar muchísimo más tiempo y costar muchísimas más vidas.
De Mykolaiv a Odesa
En cualquier caso, el ejército ruso lo intentará, claro. Es uno de los objetivos impuestos desde Moscú. El otro atañe al sur del país y consiste en cerrar por completo el acceso de Ucrania al mar. Para ello, es necesario expandirse desde Crimea al este y conquistar todo el Mar del Azov -algo ya prácticamente conseguido con la mencionada excepción de Mariúpol- y ampliar ese dominio al oeste, con la conquista de Odesa, algo que, de momento, parece un imposible.
Odesa es una ciudad clave dentro de la historia rusa. Este puerto del Mar Negro fue lugar habitual de veraneo de la aristocracia del siglo XIX y uno de los más importantes centros de comercio de la Rusia zarista.
Escenario de las primeras revueltas de la Revolución de 1905, que sembraría la semilla de los movimientos posteriores que derivaron en la caída de los zares en 1917, Odesa lleva más de un mes esperando una ofensiva rusa que no acaba de llegar. O no del todo. Por supuesto ha habido bombardeos desde las bases del Mar Negro, pero el temido ataque anfibio no se ha producido. Simplemente, no hay garantías.
Para tomar Odesa, visto lo sucedido en el Mar de Azov, Rusia necesita rodear por completo la ciudad, algo que ahora mismo está fuera de su alcance. Melitopol y Jersón, justo al norte de Crimea, no tardaron demasiado en caer, con mayor o menor resistencia, pero el ejército ruso sigue atascado ahí. No hay avances significativos.
La piedra con la que se chocan una y otra vez es Mykolaiv, en permanente lucha. No hay manera de tomar la ciudad portuaria… y sin Mykolaiv no hay corredor que valga ni hay acceso a la desembocadura del Dniéper, que podría servir para remontar el río rumbo a Zaporiyia y posteriormente juntar tropas en torno a Dnipro.
Mykolaiv sigue bajo bombardeo constante desde esas mismas bases móviles en el Mar Negro, pero no cede. Mientras no lo haga, el propio río hará de frontera natural entre el bando ucraniano y el ruso y protegerá por lo tanto a Odesa de cualquier invasión. No hay un solo soldado ruso en cincuenta kilómetros a la redonda.
Otra opción que se barajó antes de la guerra fue el desembarco masivo de tropas en Transnitria, territorio rebelde de inclinación prorrusa dentro de Moldavia, y así atacar Odesa desde el oeste… pero eso supondría un esfuerzo organizativo que se ve que el ejército ruso no puede acometer en este momento.
Una guerra sin final a la vista
En resumen, tanto la ofensiva del norte como la del sur parecen exigir un esfuerzo y una eficacia militar que no se han visto hasta ahora por parte de Rusia. Una coordinación precisa de movimientos y la asunción de que las tropas van a pasar semanas y meses avanzando muy lentamente hasta llegar al Dniéper. En el camino, atrocidades y aberraciones, como hemos visto.
La guerra en la peor de sus expresiones. Cuanto más larga, más cruel y sangrienta. Rusia necesita tomar Slovyansk y Mykolaiv cuanto antes… pero eso, obviamente, no basta. Es solo el mínimo exigible para continuar la campaña.
No sabemos en qué estado han quedado las tropas replegadas desde las cercanías de Kiev ni cuántas se van a emplear en esta segunda ofensiva. Tampoco conocemos exactamente cuántas han quedado en Bielorrusia o en las inmediaciones para poder seguir presionando a la capital, algo clave para obligar a Ucrania a mantener siempre un mínimo de tropas protegiendo la joya de la corona.
Tampoco sabemos cuántos jóvenes más puede movilizar Putin ni de qué armas dispone. Con las que tiene, incluso esta avalancha sobre el Dniéper parece condenada al fracaso.
El problema es cómo acabar con esto de otra manera. ¿Puede celebrar Rusia una victoria que no incluya ninguna de las cuatro principales ciudades de Ucrania? ¿Puede conformarse con la anexión de aquellos territorios de Lugansk y Donetsk que no estén aún en pleno frente de batalla? Parece complicado.
En este mes y pico, Rusia ya ha perdido más efectivos que los que perdió Estados Unidos en las guerras de Irak y Afganistán juntas. No solo eso, sino que se han mostrado como auténticos salvajes de la peor calaña. Ahora, es difícil dar marcha atrás. Tampoco parece haber voluntad de hacerlo.
El escenario más probable, salvo un derrumbe del ejército ucraniano que Occidente no está dispuesto a permitir, es una guerra de desgaste que se alargue en el tiempo y que difumine las fronteras. Que no haya manera de saber dónde acaba Ucrania y dónde empieza Rusia.
Que ambas economías acaben estranguladas por los estragos de una guerra continua y que decenas de miles de jóvenes y no tan jóvenes acaben perdiendo la vida mientras millones de personas vagan por el oeste del país y el resto de Europa sin hogar ni medios suficientes de subsistencia a medio plazo. El horror, vaya, un horror caprichoso, megalómano y sin sentido.
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