Aunque el ministro de defensa ruso, Sergei Shoigu, declaró el pasado miércoles que los 1.026 miembros de la 36ª Brigada de Marines se habían rendido al ejército invasor en la ciudad de Mariúpol, su afirmación ha resultado imposible aún de verificar. Shoigu publicó una serie de vídeos que mostraban la entrega de algunos de estos combatientes, pero sin posibilidad de fechar las imágenes y sin constancia alguna de su número exacto. De hecho, pocas horas después, fuerzas de dicha Brigada y del Batallón del Azov publicaron unas fotos en las que aparecían juntos en la planta siderúrgica de Azovstal.
Todo esto forma parte de lo que no sabemos con certeza. Lo que sí sabemos es que el ejército ruso, junto al de la autoproclamada República Popular de Donetsk, sigue avanzando por las calles de Mariúpol sin conseguir de momento su control absoluto. Van ya cincuenta días de guerra resistiendo sin apenas alimentos, agua potable ni suministros de ningún tipo. Viendo cómo Rusia bombardeaba sus maternidades y sus refugios. El fin está muy cerca y ellos lo saben, entre rendiciones ocasionales -alguien se tuvo que entregar en la planta siderúrgica Ilyich para que Shoigu consiguiera esas imágenes- y la amenaza del uso de armas químicas en cualquier momento para terminar con esto cuanto antes.
Hasta entonces, siguen resistiendo. Son algo más de un millar de unidades, la mayoría perteneciente al citado Batallón de Azov, repartidas por unas pocas áreas de la ciudad que escapan al dominio ruso: parte del puerto principal, que Rusia dio por controlado a principios de la semana, pero parece que no en su totalidad; unos terrenos en el noreste de la ciudad, alrededor de la planta siderúrgica Ilyich, y las inmediaciones de la otra planta siderúrgica, Azovstal, donde resiste el mayor contingente de tropas, entre hierros, pasadizos y la protección del propio acero.
Hasta que Rusia no consiga el control de Azovstal y no complete la toma del puerto principal, no podrá decir que Mariúpol -lo que queda de Mariúpol, más bien- ha caído. Mientras tanto, sus planes de rodear a las tropas de las JFO ucranianas en el Donbás, tiene que seguir aplazándose. La idea es bajar tropas desde Járkov y subirlas desde Mariúpol para hacer una pinza… pero las segundas siguen demasiado ocupadas como para diversificar sus tareas. A su vez, el hecho de que las JFO sigan con acceso a munición y alimentos desde el oeste hace que puedan resistir los ataques constantes de Rusia, con lo que los avances de Putin en esa zona son mínimos.
La desbandada de Kiev
Todos intuimos que Mariúpol caerá en breve y que esos mil o mil quinientos soldados ucranianos tendrán que rendirse o morir en el camino. Todos intuimos, a su vez, que entonces y solo entonces dará comienzo la temida segunda fase de la "operación militar especial" rusa. Las agotadas tropas del sur intentarán aislar a las JFO y entrará en juego el nuevo contingente que está preparando Putin en la frontera desde hace semanas. Todas las unidades destinadas en origen a los alrededores de Kiev están llamadas a participar en este nuevo ataque, así como un numeroso grupo de reservistas, voluntarios chechenos, sirios y osetios, así como unidades del Grupo Wagner dispuestos a actuar con su falta habitual de escrúpulos.
Por si esto fuera poco, Putin anunció hace poco una nueva leva de hasta ciento sesenta mil nuevos reclutas, que se supone que estarán formados para el combate en junio o julio, para cuando la guerra entre en una nueva fase de conquista al oeste del Dniéper. Mientras llega ese momento, lo cierto es que el panorama no es nada alentador para Rusia: Mariúpol es ahora mismo un problema para ellos, pero no es el único. Aparte del bloqueo que supone tener tantas tropas tomando una sola ciudad, más las que quedan bombardeando Járkov día y noche, imposibilitando la mencionada pinza sobre las JFO, los demás escenarios de la guerra muestran estos días un avance ucraniano sobre tropas desmoralizadas o directamente a la fuga.
En el norte, ya hemos dicho que todas las unidades que llegaron a quedarse a quince kilómetros de Kiev tienen la orden de retirarse a la frontera del Donbás para prepararse para una nueva ofensiva en esa zona. Teniendo en cuenta el inmenso despliegue que Putin preparó para tomar la capital, hablamos de decenas de miles de tropas y tanques a la fuga, vía Bielorrusia en su mayor parte. Otra de las prioridades del ejército ruso es precisamente garantizar esa huida -o ese traslado, según se quiera ver-, sin perder aún más unidades por el camino. Toda la operación en el norte ha sido un desastre de enormes proporciones: no solo no se consiguió el objetivo de tomar Kiev, deponer a Zelenski y acabar con la guerra en un solo movimiento, sino que se ha tenido que devolver todo el terreno ganado y el nombre de Rusia y su ejército quedará siempre ligado a las atrocidades que han quedado expuestas en las distintas ciudades ocupadas: Bucha, Buzova, Shevchenkova, Borodianka…
El Moskva, hundido
Al estancamiento en el Donbás y la desbandada en Kiev, hay que añadir la insólita situación en el sur del país. Pese a que Jersón fue una de las primeras capitales regionales tomadas por los rusos -la única fuera de Donetsk y Lugansk, de hecho-, el soñado avance hacia Mykoklaiv para desde ahí rodear Odesa no ha llegado a producirse nunca. Las cosas van cada vez peor para las tropas rusas desplazadas desde Crimea a la zona. Las contraofensivas ucranianas siguen ganando terreno y recuperando ciudades, quedando ya a pocos kilómetros de una capital que ha sido emblema para los invasores durante un mes y medio… pero que puede cambiar de manos si no llegan pronto los refuerzos del este.
No queda ahí la cosa: este miércoles llegaban las noticias de un enorme fuego en el acorazado Moskva, uno de los estandartes de la marina rusa en el Mar Negro, desplegado justo frente a las costas de la ciudad portuaria de Odesa como recordatorio constante a sus ciudadanos de lo que está por venir en cualquier momento. Este mismo jueves, Rusia anunció su hundimiento mientras intentaba llegar a tierra para ser reparado. Las noticias alrededor del Moskva son algo confusas, siguiendo la línea de lo que uno puede esperar en una guerra. Al principio, la propaganda ucraniana -que también existe y es potente- habló de su hundimiento antes de tiempo. Horas después, Kiev anunció un ataque con misiles Neptuno que habría dañado gravemente al barco hasta el punto de dejarlo inservible.
Nadie ha podido confirmar aún esta versión, pero lo que es obvio por numerosas fotos y varios vídeos emitidos en redes sociales es que del Moskva salía una intensa columna de humo y ha acabado bajo el agua. En el Kremlin hablan de un incendio, sin más. Un fuego que habría empezado por un problema en el interior del barco y que se habría complicado. Nada que ver con Ucrania, nada que ver con su ejército. No es fácil saber qué versión deja peor a los rusos: malo es que el enemigo hunda uno de tus barcos insignia, pero probablemente sea peor que tú mismo te lo cargues desde dentro.
Todo el mundo habla estos días de la segunda ofensiva y da por hecho que no será como la primera. Centrarse en el Donbás tiene la ventaja de afrontar un terreno más abierto, más claro y más reducido. Nada que ver con el frondoso norte, lugar ideal para emboscadas. La presencia del general Alexander Dvornikov, el héroe de Rusia en Siria y Chechenia, parece haber revitalizado los ánimos de las tropas desplegadas en el este de Ucrania. Ahora bien, el desastre del que viene el ejército ruso, tan solo capaz en cincuenta días de ampliar sus fronteras unos kilómetros en el Donbás y avanzar mínimamente hacia el norte y el este de Crimea, incapaz aún de completar el corredor del Mar del Azov, debería servirnos de aviso: la fuerza y el número no lo son todo.
Desde el Kremlin se irradia una sensación de complacencia que choca con la realidad sobre el terreno. Ucrania está poniendo los muertos y las ciudades arrasadas, sí. Como decía el propio Zelenski la semana pasada: "Es difícil decir que estamos ganando la guerra cuando nuestros civiles son asesinados y violados cada día". Sin embargo, lo que parece claro es que no la está perdiendo. No solo ha conservado Kiev, sino que mantiene Járkov bajo su poder, Dnipro aún está lejos de la primera línea de defensa, el temido desembarco en Odesa no se ha producido y el oeste del país -Lviv incluida- apenas ha tenido que sufrir algún ataque suelto desde posiciones en Bielorrusia. Pensar que esto puede dar un giro de ciento ochenta grados en apenas cuatro semanas (el 9 de mayo, Día de la Victoria, se acerca) parece ahora mismo un acto de fe.