No se sabe si movido por el éxito electoral de Marine Le Pen y Jean-Luc Melenchon en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, esta misma semana Emmanuel Macron pedía a Joe Biden que no utilizara la palabra “genocidio” para referirse a lo que está haciendo Rusia en Ucrania. Según el presidente francés, aún nos falta información para saber si el sustantivo es el correcto o si a tamaña atrocidad le corresponde otro.
Mientras, el ejército de Putin sigue bombardeando ciudades sin diferenciar entre zonas residenciales e industriales, paseantes y militares, aumentando día a día un número de víctimas civiles que, según Ucrania, hay que contar en decenas de miles.
El propio Volodimir Zelenski reivindicaba este jueves la necesidad de averiguar lo que está pasando en las zonas del sur tomadas por los rusos al inicio de la guerra. Es importante saber si las barbaridades que se dieron en los alrededores de Kiev -zona nacionalista, de raíces polacas y no rusas en su mayoría- se están repitiendo estos días en Jersón o Melitopol, donde la mayoría de sus habitantes son rusófonos y considerados “hermanos” por sus invasores.
Hay un motivo para el optimismo: el caso del alcalde de Melitopol, que fue tratado como prisionero de guerra y salvó la vida en un intercambio… pero hay muchos más para el pesimismo, empezando por la masacre de Mariúpol. No solo el exterminio de la ciudad como tal sino el ensañamiento con los más débiles: ahí quedarán para la historia el bombardeo de la maternidad y el del teatro donde se refugiaban los que se habían quedado sin techo.
El avance de las tropas ucranianas desde Mykolaiv puede ser clave en ese sentido: ¿qué están encontrando en los pueblos que van liberando camino de Jersón? Aún no hay imágenes ni testimonios al respecto. Es verdad que hablamos de muy poco territorio, pero podría ser representativo. En lo que Occidente se lía con el vocabulario, Putin prepara una segunda ofensiva que puede dejarnos escenas muy duras. Como afirmaba Zelenski en su intervención del viernes: “Occidente debe hacerse a la idea de que se utilizarán armas químicas o nucleares tácticas en Ucrania. Putin no ve valor alguno en la vida de los ucranianos”. No parece faltarle razón repasando los hechos.
Bucha y Kiev
El New York Times publicaba el pasado martes un completo resumen de las atrocidades cometidas por el ejército de Putin en la ciudad de Bucha, casi calle por calle: las fosas comunes, los francotiradores psicópatas, las mujeres violadas y asesinadas en sótanos, los cadáveres repartidos por toda la ciudad mientras intentaban huir llaves en mano, comprar el pan, montar en bicicleta o simplemente abrir la puerta principal para merodear el horizonte. Todo ello fotografiado, documentado y con testimonios de apoyo.
La propaganda rusa ha intentado negar, luego minimizar y luego culpar a los propios ucranianos de las matanzas en Bucha, a pocos kilómetros de la capital, porque lo visto ahí se hace insoportable. Después de todo, puede que la “desnazificación” fuera esto, sin más: la deshumanización, la incapacidad de ver en el otro algo parecido a un semejante.
La crueldad de quien decide sobre la vida y la muerte como aquel comandante de campo de concentración que dibujaba con precisión Steven Spielberg en su Lista de Schindler. El soldado más chusco convertido en emperador que baja o sube pulgares a su antojo entre los más débiles, los indefensos, los que ni siquiera esperaban la guerra porque les habían prometido mil veces que jamás llegaría.
La organización Human Rights Watch publicaba la semana pasada un estudio en el que recogía posibles crímenes de guerra en Staryi Bykiv, dentro de la región de Chernihiv, contigua a la de Kiev. No queda ahí la cosa: desde entonces se han documentado ejecuciones sumarias en Zabuchchya y Vorzel, fosas comunes en Borodyanka, Shevshenkove y Buzova. Hablamos, en todos los casos, de localidades ocupadas los primeros días de la invasión con la intención de rodear y tomar Kiev.
Otro ejemplo sería el de Motyzhyn, donde su alcaldesa Olga Suchenko fue ejecutada junto a su hijo menor de edad, dejando ambos cadáveres en medio de un montón de cuerpos sin vida. El de su marido, directamente, lo lanzaron a un pozo.
Como menciona el Institute for the Study of War, auténtica referencia en este y tantos otros conflictos armados, la propia presencia de la Guardia Nacional junto al ejército regular ya indica una voluntad de acabar con civiles. Rusia tiene el poder para ocupar determinadas ciudades como Jersón o la propia Melitopol, pero no lo tiene para controlarlas. Necesita del terror para imponer una cierta paz.
Ahí es donde la Guardia Nacional entra en acción secuestrando, mandando a campos improvisados de concentración o directamente ejecutando a aquellos líderes que consideran más peligrosos ante una posible revuelta. Si la desnazificación en Kiev es directamente un despropósito caprichoso, puede que en el sur sea la identificación igualmente azarosa de cualquiera que se imponga a la invasión para ajusticiarlo o negociar por él.
Secuestros y violaciones
En ocasiones, el horror parece limitado mediáticamente a Kiev y sus alrededores. Eso es porque los medios no pueden llegar a otras zonas, lo que no quiere decir que no aparezcan de vez en cuando testimonios de actitudes parecidas. El gobernador de la región de Sumy, Dmitro Zhivitski, manifestaba el pasado miércoles en declaraciones a The Kyiv Independent, que se habían rescatado al menos 100 cadáveres de civiles en su región… pero que el número de desaparecidos era alarmante y que cada día el número de muertos aumentaba.
Sumy hace frontera con Rusia, en concreto con la ciudad de Belgorod, donde se supone que se están concentrando las tropas rusas, sirias, osetias, etcétera, para iniciar una segunda ofensiva en el este de Ucrania. El acceso a determinadas zonas de la región de Járkov, cuya capital puede seguir en breve los pasos de destrucción de Mariúpol -ya lleva más de 50 días soportando bombardeos salvajes-, impide saber la gravedad de la represión rusa. Las denuncias de violaciones y de secuestro de niños son constantes.
A mediados de marzo, el gobierno de Kiev fijó en aproximadamente 2.500 los niños que habían desaparecido. Apenas un mes después, el embajador de Ucrania ante las Naciones Unidas, Sergei Kislitsia, cifraba en 121.000 los menores enviados a Rusia solamente desde las zonas fronterizas de Donetsk y Lugansk. Hay que matizar que son cifras aún por comprobar. Las Naciones Unidas sólo han podido verificar la muerte de 142, aunque los ritmos del organismo internacional a la fuerza son lentos y requieren un tiempo.
El drama de los menores, siempre según Kislitsia, no acababa ahí: de los 7.500.000 menores de edad censados en Ucrania, 4.800.000 habrían tenido que abandonar sus hogares, de los cuales 2.800.000 siguen en el país. Otros 2.000.000 tendrían que haber cruzado la frontera, a menudo sin sus padres ni nadie que pueda protegerles de mafias y extorsionadores. La situación es dramática, en ese sentido. Tampoco es posible saber con certeza cuáles son las condiciones de vida de los 2.700.000 que se han quedado en sus casas. No es lo mismo vivir en Lviv, al oeste del país, que hacerlo bajo las bombas de Mariúpol.
Mariúpol, como Stalingrado
Mariúpol, precisamente, pasará a la historia como una especie de Stalingrado del siglo XXI. El alcalde de la ciudad cifró en 15.000-20.000 el número de civiles muertos en el asalto al puerto más relevante del mar de Azov, clave para establecer un corredor que una Crimea con el Donbás. Hablamos de una ciudad de aproximadamente medio millón de habitantes antes de la guerra, es decir, de confirmarse estas cifras -probablemente infladas por una cuestión de propaganda, pero significativas- habría muerto entre el 2% y el 3% de la población civil en apenas 50 días.
En Mariúpol, como comentábamos antes, quizá se esperaba un trato más “humano”. Al fin y al cabo, ellos son parte de esos “hermanos” a los que Putin quería salvar de los malvados “nazis”. No ha sido el caso. La ciudad es un solar, como lo fue Grozni o como lo fue Alepo. Algunas tropas resisten en el puerto principal del sur de la ciudad y otras cuantas lo hacen en la planta siderúrgica Azovstal. Su destino está sellado. No sabemos qué está pasando con los civiles que los rusos van encontrando a su paso. ¿Los ajustician por haber colaborado con la resistencia? ¿Los “filtran” para saber quién es partidario de Putin o quién tiene sangre rusa por sus venas y quién no? ¿Los mandan a campos de concentración hasta saber qué hacer con ellos?
Antes hablábamos de los bombardeos indiscriminados al teatro y a la maternidad, que tanto llamaron la atención de los medios occidentales, pero es fácil olvidar la cantidad de veces que el ejército ruso tiroteó a refugiados que intentaban abandonar la ciudad por los corredores humanitarios que los propios rusos habían pactado con Ucrania. Es imposible olvidar la crueldad con la que Putin y sus tropas se han empleado en Mariúpol y por eso mismo será imposible mantenerla bajo la bota rusa durante demasiado tiempo. Mucho menos convencer a una población diezmada, hambrienta y devastada de que pasan a ser la Nueva Rusia y que todo se ha hecho por su bien.
Estación de Kramatorsk
Kiev, Sumy, Járkov, Lugansk, Donetsk, Mariúpol… desgraciadamente, no acaba ahí la ronda de terror ruso. El pasado 8 de abril, varios misiles explotaban sobre la estación de tren de Kramatorsk, llena en aquel momento de civiles buscando huir de la ciudad hacia Dnipro, unos kilómetros al oeste, justo sobre el río Dniéper. Al menos, 52 personas perdieron la vida de manera totalmente gratuita. Como averiguaron periodistas del Washington Post desplazados a la zona, en uno de los misiles aparecía la leyenda “Por los niños”. Se entiende que los niños rusos a los que los “nazis” ucranianos están matando no se sabe dónde.
En el sur, como comentábamos al principio, todo es una incógnita. Sabemos que, aunque se intente vender lo contrario, las cosas no son fáciles en Melitopol -la resistencia de su alcalde es una buena muestra- ni en Jersón, hacia donde las tropas ucranianas se acercan muy lentamente desde Mykolaiv. Hay protestas y hay represión. Dementiy Bilyi, jefe local del gobierno ucraniano en la zona, afirmó a mediados del mes pasado que las violaciones eran sistemáticas, así como los fusilamientos. Además, añadió que al menos 400 personas habían desaparecido. De eso, hace tanto tiempo que es imposible saber cómo está la situación ahora mismo.
Si las tropas ucranianas consiguieran liberar esa zona, veríamos probablemente un escenario similar al del norte: un ejército ruso que deja a su paso una huella de sangre, destrucción y odio. Hace tiempo que Putin parece haber dejado de diferenciar entre norte y sur, entre este y oeste, entre “nazis” y “hermanos”. Es la suya una guerra que no sólo busca la victoria, sino que busca el ejemplo. Lo que le puede pasar a cualquiera que desafíe al glorioso ejército ruso. Mientras, sus soldados se comportan como vulgares saqueadores propios de otros siglos y otras épocas, torpes e incapaces en su tarea principal, pero tremendamente eficaces en algo que no sé si Macron hace bien en no llamar genocidio, pero que empieza a parecerse peligrosamente.
Noticias relacionadas
O gestiona tu suscripción con Google
¿Qué incluye tu suscripción?
- +Acceso limitado a todo el contenido
- +Navega sin publicidad intrusiva
- +La Primera del Domingo
- +Newsletters informativas
- +Revistas Spain media
- +Zona Ñ
- +La Edición
- +Eventos