Kiev

Son hombres gordos, inmóviles al tango de Francisco Canaro y Carlos Roldán. Más solo que nunca, dice el nombre de la canción. Así está el Arbequina, el último restaurante del centro de Kiev donde la imaginación, la sensualidad y la belleza disimulan un viaje al pasado. Entre réplicas boteristas y paellas que insultarían a un valenciano, los altavoces enmudecen las sirenas antiaéreas de una capital que respira desconfiada.

Apenas hay bares abiertos, sí cafés, y mucho falso ciclista con mochila de repartidor a domicilio a la espalda. ¡Tesoro mío...! / ¡Cuánto sufro por tu ausencia! / ¡Te extraño mucho! Katya sonríe cansada, aunque no entiende la letra. Lleva 11 días trabajando de manera consecutiva y, por fin, este sábado baja la persiana. “El lunes volvemos a abrir”, insiste de nuevo, con una picaresca más típica del Mediterráneo ofrecido en su carta, que de un país vecino de Rusia.

Kiev vive días extraños, no queda nada de la comúnmente llamada como nueva Berlín. Las fiestas de música electrónica en lugares abandonados han desaparecido; el sexo y la droga quién sabe. Un hedonismo sin freno que vivía alejado de la guerra en el este del país, hasta que un dedo les señaló como el principal objetivo. 53 días de una madrugada que no deja de repetirse, por más que las tropas del Kremlin dieran marcha atrás en su intento de tomar el antiguo Rus de Kiev, origen del legado cultural eslavo.

Represalias por el buque hundido

El viernes tres proyectiles impactaron en la ciudad, y este sábado una persona falleció –varias resultaron gravemente heridas— tras nuevos bombardeos. Así lo confirmó Vitali Klitschko, alcalde de la metrópoli. En esta ocasión, le tocó a Darnytskyi, un distrito de las afueras, en el lado este del río Dniéper.

Ataques que tanto Occidente como Ucrania han leído en clave de venganza. Putin habría decidido responder al hundimiento del buque Moskva, la insignia de su armada en el mar Negro, aunque la propaganda rusa no termina de aclararse. Si fue una tormenta la que envío el barco al fondo del mar, ¿por qué y contra quién deberían ser las represalias?

Zelenski comunicó el fin de semana la cifra de 3.000 soldados ucranianos muertos. Fermín Torrano

Al mediodía de este sábado, en la ventanilla de admisión del hospital Nº1 de Darnytskyi aseguraban no tener pacientes del ataque contra el distrito. Una pareja de soldados con vendas en la cabeza, cojeando en la entrada, tampoco confirmaban su procedencia. Según el Ministerio de Defensa ruso, el Kremlin habría atacado una fábrica militar, con armas de largo alcance y alta precisión.

En la entrada del complejo hospitalario, compañeros de uniforme controlaban entradas y salidas parapetados con sacos de arena. No son tiempos de bromas ni de llevar cámaras colgadas del hombro. Aquí no hay música, pero en esta guerra el roce entre prensa y ejército bastaría para un tango.

Trampas en la vajilla

“Kiev era y es todavía objetivo del agresor, y no descartamos que continúen los bombardeos contra la capital ucraniana”, manifestó Klitschko este sábado, antes de reiterar su petición a los kievitas de retrasar su vuelta a la capital.

Según las últimas estadísticas aportadas por la administración, hasta 50.000 personas estarían regresando a cada día a la región de Kiev. Números superiores a los ucranianos cruzan la frontera, de vuelta al hogar. Las cifras indican que la mayoría regresan de otras zonas del país, como el oeste, que en estos momentos acogen a los más de siete millones de desplazados internos que ha generado la invasión.

Los accesos a los pasadizos subterráneos que conectan las aceras de la capital están protegidos por sacos de arena. Fermín Torrano

Sin embargo, en la séptima semana de conflicto a gran escala, el principal peligro no son los misiles lanzados a centenares de kilómetros, sino las trampas y minas que dejaron las tropas rusas en su huida. Atadas a los árboles, escondidas en bolsas de la compra e incluso oculta entre la vajilla de muchos hogares.

Unas prácticas que han movilizado a varias las unidades dedicadas a detectar y barrer las zonas más afectadas a las que podrían retornar, en el corto plazo, muchos ciudadanos. Según la estimación de Oleksandr Pavliuk, el jefe de la administración militar de Kiev, hasta junio no se podrá limpiar todos los caminos de materiales explosivos en la región. El resto del país, por lo menos, tardará un año.

El tiempo que necesitarán las calles para recuperar la normalidad tampoco se sabe. Hay tímidos intentos cuando el sol acompaña, los niños, para muchas familias, también son una excusa que ayuda a bajar al parque.

Hace dos meses que el centro está fortificado. Los controles se han vuelto perezosos, pero dificultan el tráfico. El transporte público sigue funcionando, aunque con frecuencias y opciones reducidas. Hasta los grafitis hablan de Putin y una Ucrania que teme desangrarse en el este, si la pinza de norte y sur acaba produciéndose en el Donbás.

Jamón, Estrella Damm, paella y música hispana en un rincón junto a la plaza de la Independencia en Kiev. Fermín Torrano

La ciudad está triste y el frío no acompaña. Quizás por eso, a escasos metros de la plaza de la Independencia y entre los numerosos restaurantes georgianos cerrados, destaca un pequeño establecimiento con música en castellano y cerveza de Barcelona.

Lugar de cambio y revolución, el Maidán escucha la letra escrita por Enrique Dizeo un año antes del final de la II Guerra Mundial. Un tango que le canta a la ausencia y pide volver. Como Kiev, aunque todavía no lo sepa.

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