Suena La Marsellesa mientras un cuchillo táctico baila en la encimera. “Hostia puta, calla un poco, esto se respeta”, exige Zerdesk en español, con fuerte acento francés, a unos acompañantes que poco le entienden. ¿Qué hacen un galo, un inglés, un estadounidense y un español bebiendo ron y vodka estonio en la cocina de un nacionalista ucraniano?
Podría parecer el inicio de un mal chiste, pero tan solo es la integración deficiente de voluntarios extranjeros (más de 20.000 según las últimas cifras oficiales) en las unidades de defensa de Ucrania. Burocracia que ha frenado a muchos curiosos, pero que también ha provocado el regreso de experimentados combatientes durante las primeras semanas de invasión rusa.
Ahora, con los alrededores de la capital de nuevo bajo control, y el foco en el Donbás, la posibilidad de un ataque del Kremlin que trate de rodear las provincias de Donetsk y Lugansk se ha multiplicado. Una opción que convierte el este de Ucrania en un país interesante para los voluntarios militares que han viajado hasta el último muro de Europa con la intención de pelear y defender a la población civil.
Sin embargo, obtener un destino no es siempre tan fácil. La manera más rápida de entrar en combate es enrolarse con batallones externos a las fuerzas armadas, con los que hay que contactar para hacer una entrevista. Unidades en las que se ha llegado a facilitar ocho fusiles para grupos de treinta hombres, así ocurrió en los alrededores de Kiev, cuando la artillería rusa bombardeaba sin descanso la ciudad de Irpin.
Precisamente, por las facilidades e infraestructura, muchos deciden tocar la puerta de milicias de nacionalistas que ven en los luchadores extranjeros una oportunidad para engrosar sus propias filas y mandar un mensaje de poder e influencia.
La base, prohibida
El encuentro se fraguó 24 horas antes con un mensaje de WhatsApp breve: “Puedes ir con nuestra gente”. Hacía un par de días, Yura Noievyi había esperado el final de una conexión en directo de televisión para preguntarme en castellano: “¿Español, no?” y ofrecer una comida junto con un chico de Seattle al que acababa de recoger en el centro de Kiev. De 37 años, Noievyj resultó ser un representante del partido Svoboda (Libertad). Considerado por algunos analistas como un movimiento de ultraderecha, cuentan con un representante en el parlamento y cierto poder en las calles de grandes ciudades.
Su milicia recibe y acoge a algunos foráneos que no han logrado integrarse en la legión Internacional y que se mueven por la capital a la espera de una llamada o un mensaje que les monte en un camión camino del frente. Aperturismo que no permite la entrada de este periodista a la base, a pesar de ir recomendado por un miembro del consejo político. Quizás por coincidir con mandos intermedios, quizás simplemente porque no quieren informadores. No es problema para Yura: “Ven a mi casa, hoy ha venido un grupo que mañana irá al Donbás”.
Con el cuchillo en su mano izquierda y la botella de vodka en la otra, Zerdesk aparenta una edad que no tiene. Bajito y con bigote, es veterano de las Unidades de Resistencia de Sinyar (YBS), una milicia creada por los kurdos turcos e iraníes para defender a los yazidíes de Irak. A sus escasos 20 años, se formó en la armada francesa. Al inicio de la invasión, se encontraba en Oriente Medio, desde donde voló a Polonia y cruzó la frontera. Saltó al primer coche que le abrió sus puertas y decidió cambiar una causa por la otra.
"Una guerra de putas"
“Pienso que es una guerra putas de importante. Soy joven, he estado en el desierto, he visto al Daesh… pero esto es en Europa”, explica en un español aprendido tras su paso por unas YBS con fuerte presencia de exmilitares españoles.
Mes y medio después de su llegada a Ucrania, ha realizado misiones con la legión Georgiana y el regimiento Azov. Fue allí, precisamente, donde, tras comprobar su experiencia en el uso de lanzacohetes, le admitieron en una compañía de combate. Por desgracia para él –y la de otros muchos voluntarios con pasado castrense— le mandaron a excavar trincheras.
“Es una completa locura eso ¿eh?, yo he venido aquí por la gente de Ucrania y para luchar, pero en la trinchera cavar, cavar, cavar y cuando los rusos lanzan misiles, al suelo”, cuenta negando con la cabeza.
Su decisión fue pedir la baja y servir de instructor para personas sin experiencia durante un puñado de días. Ahora se encuentra en este piso franco no muy lejos del centro de Kiev aguardando impaciente una llamada –que no llega—que le ponga en primera línea.
En la misma mesa bebe y fuma Jraven, estadounidense de 31 años que dejó su trabajo en un Taco Bell para defender frenar el imperialismo ruso. Él, al igual que Zerdesk, también fue entrenado por las YBS en Irak. Ahora fuma cigarros sin parar a la espera de un contrato, arma y un destino en el que batallar: “He estado varias semanas tirado por Ucrania, prefiero esperar aquí a que nos confirmen el destino”.
Contra Putin y por la libertad
Kyle es el más distinto del grupo. Exsoldado británico, de 27 años y con experiencia en África, su contrato terminó en el momento adecuado para montarse en un avión y luchar contra Putin. “Odio a los abusones”, confiesa. “Los crímenes de guerra que se ven por televisión no se pueden describir. Fue el propio Zelenski el que pidió que viniéramos”, dice, en parte, para no incurrir en problemas legales en su país.
“A mí (tampoco) no me llames mercenario, no soy una puta. Llevo año y medio sin ver a mi familia, vengo aquí por la libertad de Ucrania, por la libertad de Europa. Si Zelenski pagara 5.000, los cerdos de Wagner se cambiarían de bando. Yo jamás pelearía con los rusos”, subraya Zerdesk.
El ron sustituye al vodka, la caja de puros se vacía y las sirenas antiaéreas comienzan a sonar. O lo hacen de nuevo, pero nadie parecía haberlas oído entre gritos, canciones, vídeos, himnos y anécdotas. Kyle pide silencio, quiere enviar un audio a su familia. También encuentra tiempo para cocinar una tortilla para el grupo y hacer vídeollamadas con sus amigos, algo que pone nervioso al que podría ser su compañero. “Español good, americano así, así… –dice girando la mano—, ¡pero a ti no entiendo nada!”, le recrimina.
—Bufff, si llaman a primera hora ¿creéis que podremos? — pregunta Zerdesk con hipo al tiempo que deja la cocina camino de la cama.
—Mañana—responde Yura encogiendo los hombros y tomando aire— creo que volveremos a tener fiesta.
Cuando suene el despertador, deberían agarrar el petate y poner rumbo al Donbás en algún batallón de voluntarios que no comparte edad, origen, idioma ni ideología. En Ucrania son tiempos de Tik-Tok y Telegram, pero aquí basta con camaradería, tabaco y alcohol. La guerra de toda la vida.
Noticias relacionadas
O gestiona tu suscripción con Google
¿Qué incluye tu suscripción?
- +Acceso limitado a todo el contenido
- +Navega sin publicidad intrusiva
- +La Primera del Domingo
- +Newsletters informativas
- +Revistas Spain media
- +Zona Ñ
- +La Edición
- +Eventos