La segunda ofensiva rusa sobre Ucrania ha empezado. Al menos, así lo anunciaron el lunes el ministerio de Defensa ucraniano y el presidente Volodimir Zelenski. No se trata esta vez de un ataque combinado desde varios frentes con el fin de sumir al enemigo en el caos y obligarle a una rendición inmediata sino de un esfuerzo centrado en una única zona: el Donbás, un territorio algo confuso al este de Ucrania que comprende la totalidad de las regiones de Donetsk y Lugansk, más algunas ciudades de Dnipropetrovsk y Járkov, incluida su capital.
Aunque los expertos del Institute for the Study of War afirman que esta ofensiva es precipitada y que no debería ofrecer unos resultados muy distintos a los vistos hasta ahora, lo cierto es que vuelven los bombardeos, vuelve la lucha sobre el terreno y lo hace con fuerzas más o menos renovadas. En otras palabras, vuelve el horror si es que alguna vez se había ido. Putin quiere celebrar su victoria el 9 de mayo, aniversario de la rendición nazi en la II Guerra Mundial, y no parece que la paciencia esté siendo su máxima virtud en esta guerra.
De momento, los primeros avances de las tropas rusas se están viendo en Rubizhne y Popasna, en la región de Lugansk, y en Marinka, a escasos kilómetros de Donetsk. Asimismo, parece que han podido capturar la ciudad de Kreminna, también en Lugansk, a medio camino entre la capital y las ciudades de Sloviansk y Kramatorsk, centros de abastecimiento de las JFO ucranianas. Estas tropas de élite llevan ya ocho años combatiendo en la frontera con Rusia y han demostrado una resistencia admirable ante los continuos ataques enemigos, inquietando incluso la estabilidad de la capital del Donetsk con sus contraofensivas puntuales.
Aislar a estas tropas del resto de Ucrania es el principal objetivo actual del Ejército coordinado por el general Alexander Dvornikov y es un objetivo que Rusia debe conseguir cuanto antes si quiere una verdadera victoria en la zona. En principio, hablamos de un ataque en dos frentes: uno, desde el este, el más potente, más organizado y que se corresponde más con la idea de "segunda ofensiva" de la que se lleva hablando el último mes. El segundo, desde el oeste, supondría establecer un eje entre Mariúpol y Járkov para rodear a las JFO e impedir su reabastecimiento. Ambas opciones presentan complicaciones que Rusia no puede permitirse.
Lo sencillo es difícil para Rusia
Una cuestión importante en esta ofensiva será determinar los objetivos. Como mínimo, Rusia busca la ocupación total de las regiones de Donetsk y de Lugansk, algo que sigue sin conseguir. Aunque el Ejército de Putin confía en que la reorganización de sus tropas y la concentración de objetivos le va a dar una ventaja estratégica, lo único cierto es que el Ejército ucraniano es mucho más potente ahora que el 24 de febrero. Si entonces los de Putin fracasaron, veremos cómo se las arreglan para girar esta vez las tornas.
En cuanto al frente del sur, seguimos observando varias claves: de entrada, Mariúpol no ha sido conquistada en su totalidad. Aunque sólo quede un reducto -la acería de Azovstal- con unos 2.500 soldados y civiles, Rusia no puede permitirse abandonar la ciudad a su suerte y mandar las tropas ahí concentradas al norte. Necesita asegurarse antes de que no hay rebeldes armados capaces de montar una contraofensiva a la más mínima relajación. Parece que eso va a tomar su tiempo, al menos hasta la próxima semana. La acería de Azovstal es un auténtico laberinto casi imposible de tomar por las bravas.
Sin los refuerzos del sur, toda la responsabilidad de la pinza occidental queda en las tropas que rodean Járkov y que la bombardean cada vez con mayor fiereza. El problema es que siguen sin poder acercarse a la periferia... Mientras las tropas ucranianas sí han conseguido algo de espacio vital recuperando algunas ciudades limítrofes. Si Dvornikov no puede aislar a las JFO y no puede tomar definitivamente Mariúpol, va a tener un grave problema a medio plazo. Los dos frentes se van a convertir en uno... y ahí Ucrania se maneja a la perfección.
La batalla de Járkov
Como se ve, la captura del Donbás en su versión más reducida ya es complicada. Ahora bien, es difícil imaginar que Putin se vaya a conformar con una victoria que no incluya la toma de la citada Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania y donde más habitantes rusófonos hay censados. Járkov es la capital de la región administrativa del mismo nombre, pero eso no es más que burocracia. En rigor, Járkov pertenece al ámbito de influencia ruso tanto como pueden pertenecer Donetsk o Lugansk. Por eso su toma es esencial, en términos sociopolíticos y en términos puramente estratégicos: no es lo mismo sentarte a una eventual mesa de negociaciones con Járkov bajo el brazo que con unos ligeros avances sobre Kreminna.
En el fondo, no es disparatado concebir esta segunda ofensiva como una complejísima batalla por Járkov, igual que la primera trató sin éxito de centrarse en Kiev y sus alrededores. Dicho esto, si tomar Mariúpol está costando casi dos meses y causando numerosas bajas, ¿qué pensar de Járkov, una ciudad de casi el doble de habitantes antes de la guerra? El reto es tremendo y de ahí que estos preliminares sean tan importantes: Rusia necesita unas cuantas victorias rápidas y contundentes para elevar la moral de sus tropas, establecer corredores de suministro y no perder la iniciativa que está buscando con este nuevo ataque.
Necesita que, desde el este, sus tropas empujen a las JFO hacia los límites de Kramatorsk y Sloviansk... y necesita, a su vez, que ahí se encuentren con ciudades tomadas desde Mariúpol y Crimea por las distintas divisiones enviadas a la zona. La toma de Járkov solo puede plantearse si antes se ha tomado todo ese territorio y se ha obligado a las tropas de élite ucranianas a una rendición total. Rusia no se puede permitir parones en el camino. No ya para poder celebrar el 9 de mayo, que, sinceramente, parece de un optimismo exagerado, sino para poder dar esta segunda fase de la 'Operación militar especial' por terminada en algún momento.
Todo esto hace de la resistencia ucraniana una necesidad imperiosa. Parece que va de suyo, pero no es así. El ejército ucraniano está cansado, es inferior en número y su armamento es menos complejo... pero defiende su país, defiende su pueblo y defiende el futuro de sus familias. La tentación de rendirse en un momento dado puede ser enorme, pero no se lo pueden permitir. Las tropas de Donetsk y de Lugansk se encuentran en una situación parecida a las de Mariúpol. Puede que su resistencia acabe en derrota... pero todo el tiempo que ganen o, más bien, todo el tiempo que hagan perder a los rusos será vital para salvar otros territorios.
El coste de una guerra prolongada
La paz depende de la utilidad o no de la guerra. No hay más. Si el Ejército de Putin vence la resistencia oriental de Ucrania, puede plantearse no ya ocupar Járkov sino incluso llegar hasta el río Dniéper vía la ciudad de Dnipro. Si todo sale rodado, como su propaganda insiste, pueden establecerse en esa frontera natural y avanzar hacia el sur, rumbo a Mikolaiv y Odesa, donde, de momento, sus tropas suficiente hacen con defender Jersón de las contraofensivas locales.
Si Putin consigue todo eso, la paz sólo llegará mediante la victoria. Nada le impedirá soñar con un ataque a Kiev desde Bielorrusia que complete la jugada y que, por fin, haga caer al Gobierno de Zelenski, su gran pesadilla. Por el contrario, si ve que no es capaz de romper esa barrera de las JFO; si ve que sus mercenarios chechenos no son capaces de establecerse ni en Mariúpol, la cosa cambiaría por completo. Rusia no puede permitirse una guerra larga sin apoyos económicos externos. Las sanciones no han surtido el efecto a corto plazo que se esperaba, pero eso no las hace inocuas: la economía rusa tarde o temprano sufrirá y sufrirá mucho.
Sostener una guerra en territorio ajeno, sin apoyo local, contando con mercenarios y formando rápidamente a reclutas para poder establecer relevos y mantener frescas las tropas es carísimo. De ahí que Rusia tenga que cumplir sus objetivos lo antes posible... y de ahí que a Ucrania le vaya tanto en retrasarlos. Esta semana probablemente sea clave para saber lo que nos espera: un nuevo atasco en los frentes o un rápido avance ruso. De ello probablemente dependa el futuro de la guerra a corto-medio plazo. Recuperar la estabilidad a la larga sí que parece una tarea mucho más compleja.
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