Tres días son pocos para afirmar nada en una guerra, pero lo cierto es que el tercer día de la segunda ofensiva de Rusia en Ucrania, centrada únicamente en la conquista total del Donbás, ha acabado como los dos primeros: sin avances significativos de unas tropas rusas que parecen caer continuamente en las mismas trampas. Aunque el líder regional de la provincia de Lugansk reconoció este mismo miércoles que el 80% de su territorio está ocupado por los rusos, prácticamente toda esa ganancia se produjo en la primera semana de guerra, allá por finales de febrero y principios de marzo. El 20% restante sigue resistiendo a la artillería invasora y repeliendo los ataques de la infantería, cada vez menos numerosos.
El principio de esta segunda ofensiva se parece mucho al final de la primera: muchos bombardeos, poca batalla cuerpo a cuerpo y, en consecuencia, muy limitados avances. Si ayer hablábamos de la toma de Kreminna por parte del ejército ruso, hoy el ministerio de defensa ucraniano ha anunciado la liberación de Marinka, a escasos veinticinco kilómetros de Donetsk capital. Se trata de ciudades pequeñas que probablemente vayan pasando de unas manos a otras al verse en primera línea del frente, nada que se salga de lo normal en una guerra de desgaste como esta.
Tanto Putin como el general Dvornikov parecen haber elegido una estrategia más lenta, de conquistar y asentar en vez de ir como locos estableciendo varios frentes a la vez. No quieren aumentar el número de bajas ni exponer demasiado a un ejército cansado y con la moral por los suelos. Muchos de esos soldados pensaban que iban una semana a hacer unos ejercicios militares y llevan ya dos meses empantanados en tierra ajena, viendo a sus compañeros morir o sufrir heridas de consideración.
Sea como fuere, si la ventaja de Rusia se presupone en el número, tarde o temprano tendrá que utilizar ese número en su favor. No puede limitarse a bombardear y bombardear y confiar en que el ejército ucraniano recule muerto de miedo. No está pasando y no va a pasar. Las contraofensivas desde Járkov siguen haciendo daño a las tropas rusas que intentan sitiar la ciudad y ni siquiera la toma definitiva de Mariúpol parece todo lo cerca que la propaganda anunciaba a principios de semana.
Surgen las dudas ante los continuos fracasos
La presencia de medios y mandatarios rusos en las inmediaciones del ya histórico puerto industrial del Mar del Azov hace pensar que Putin está como loco por anunciar la toma de la ciudad. Pregonar una victoria antes incluso de que esta se produzca calmaría los ánimos que se empiezan a agitar en casa. Se habla muy a menudo de la uniformidad de la opinión pública rusa, pero las dudas empiezan a surgir y es lógico que así sea: el pasado sábado, el presentador Vladimir Solovyov, muy próximo al Kremlin y en concreto al presidente Putin, se preguntaba en directo en el canal Rusia-1 qué había salido mal para que el “Moskva” se hundiera en mitad del Mar Negro.
Por mucho que se bombardee al ciudadano medio con imágenes de niños preguntando obviedades a Putin, hablamos de un pueblo que ya no vive en el aislamiento soviético y que sabe cómo enterarse de lo que está sucediendo por difícil que se lo ponga su régimen. Rusia no es, de repente, Corea del Norte. La opinión pública sabe que miles de soldados han perdido la vida, sabe que la ofensiva sobre el Donbás no parece terminar nunca, sabe que Kiev ha aguantado todos los ataques hasta que el ejército invasor ha tenido que salir huyendo… y sabe que no es buena señal que los barcos insignia se hundan antes incluso de entrar en acción.
Putin necesita algo y lo necesita antes del famoso 9 de mayo, Día de la Victoria. Mariúpol podría servir de caramelito con el que saciar el hambre mediático ruso. Con el 95% de la ciudad en su poder, no es descartable que mande a un alto cargo de su administración y alce todas las banderas rusas que hagan falta sobre los pocos edificios oficiales que queden en pie. Eso, unas imágenes de pobres prorrusos narrando las barbaridades cometidas por el Batallón del Azov durante la defensa de la ciudad, y a aguantar unas semanas más sin incómodas preguntas.
Azovstal resiste pese al pesimismo público
El problema, ya quedó dicho, es que Mariúpol aún no es rusa. De hecho, este miércoles se produjo un incidente de lo más significativo. No solo las tropas recluidas en la acería de Azovstal aguantaron un día más de asedio, sino que una unidad especial de la 36ª Brigada de Infantería de Marina logró romper ese cerco y llegar a la zona oriental del puerto principal, donde aún resistían unos quinientos combatientes de la Guardia Fronteriza. No solo consiguieron llegar hasta ahí tras recibir su petición de ayuda, sino que lograron volver por donde habían venido y dar techo a sus compatriotas en alguno de los refugios que llenan el interior de la planta siderúrgica.
Una ciudad en la que pasan esas cosas no es una ciudad conquistada. Más allá del tamaño considerable de Azovstal, su importancia está en su ubicación y su capacidad industrial. Pegada al mar y con kilómetros de fábricas y fábricas, controlar Azovstal no es un capricho, es una necesidad. Por supuesto, Putin puede montar todos los espectáculos que quiera para sus medios, a lo Grigori Potemkin ante la zarina Catalina la Grande en el siglo XVIII, pero corre el riesgo de ver estropeada su ficción en cualquier momento por otra acción guerrillera. Ni los chechenos de Ramzán Kadirov ni el ejército de la autoproclamada República Popular del Donetsk consiguen dar el paso definitivo… y desde la distancia es difícil saber si el final está lejos o cerca.
Hechos como el narrado invitan a pensar en lo primero. Declaraciones como las de Sergei Volyna, uno de los líderes de la resistencia, pidiendo ayuda a Occidente y asegurando que les quedan días o incluso horas de vida si nadie va en su rescate, hacen más verosímil lo segundo. La verdad puede que esté en un término medio. De entrada, la verificación del rescate en el puerto de Mariúpol resulta muy complicada, teniendo que recurrir a fuentes no siempre fiables. Por otro lado, es probable que Kadirov exagere para alertar aún más a la opinión pública de Occidente, en la esperanza de que eso aumente la presión sobre los distintos gobiernos para acelerar los envíos de armas.
En cualquier caso, la realidad es que Rusia sigue sin avanzar y no se avistan señales de debilidad en la primera línea de defensa ucraniana. Falto de hechos, Putin solo puede recurrir a símbolos: victorias que no existen y pruebas de misiles intercontinentales aún por desarrollar con los que aterrorizar a sus enemigos occidentales. "Así se lo pensarán dos veces antes de provocar a Rusia", se dijo desde el ministerio de defensa tras el test un nuevo Sarmat capaz de burlar cualquier defensa aérea. Todo eso mientras Rusia sigue siendo incapaz de entrar en una acería y capturar a mil quinientos soldados muertos de hambre. Como para andar amenazando con guerras nucleares.
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