La pasión de Anna Reid (Reino Unido, 1965) encontró su lugar en Polonia. “En el verano de 1984”, recuerda, sin fisuras. “Era mi primer verano de vacaciones universitarias. Cogí una mochila y me fui dos semanas a Polonia, en plena ley marcial. Me familiaricé con los movimientos anticomunistas allí, en las iglesias, que era donde no se atrevían a irrumpir los policías”.
P: Y confirmó lo que sospechaba.
R: Entre los jóvenes de mi generación, los intereses se dividían en dos opciones: la lucha contra el apartheid y la lucha contra el comunismo.
P: Fue lo segundo.
R: A lo que añadí una fascinación por los lazos entre Rusia y Ucrania.
En la siguiente década, Anna Reid convirtió la pasión en oficio. Trabajó en los noventa como periodista económica y como corresponsal en Kyiv para The Economist. Comenzó a viajar por Rusia y Ucrania, y se entregó al estudio de los eventos más trágicos del siglo soviético. A uno muy concreto, por encarnar lo peor y lo mejor de la humanidad, le concedió noches de trabajo durante años.
Reid publicó Leningrado en 2011 y lo acaba de recuperar Debate con una traducción impecable de Raquel Marqués. Es un libro fundamental sobre el asedio de la Alemania nazi a la actual San Petersburgo, y es el relato brutal de 900 días, entre 1941 y 1944, en los que el frío, el hambre y la soberbia de Hitler y Stalin se cobraron más de 700.000 vidas. “No creo que pudiera hacer este libro ahora”, concede Reid. “Rusia ya no nos permite, como extranjeros, acceder a los archivos”.
La historiadora británica, cuando tenemos esta conversación, acaba de regresar de su viaje a Ucrania. El país que dejó queda lejos. Reid no olvida la destrucción y el horror atestiguados en las afueras de Kyiv. “Todo está cubiertos de cristales rotos”, describe. “Los bombardeos han sido aleatorios. Puedes ver dos edificios completamente destrozados y encontrar el siguiente intacto. Es surrealista. Allá donde vas, la gente te cuenta historias desgarradoras, espeluznantes. A poco que les preguntas, te cuentan la muerte de un pariente ejecutado por un soldado ruso o muerto en un sótano de hambre o deshidratación”.
Los polacos, en tiempos de Yeltsin, ya advirtieron sobre Putin. Pero Occidente prefirió mirar a otro lado.
Tienes razón. Estados Unidos, Reino Unido y Europa, con la excepción de los polacos y los bálticos, han sido increíblemente ingenuos y complacientes con Rusia. Algunas voces ponían el grito en el cielo, como Edward Lucas en Reino Unido o Anne Applebaum en Estados Unidos. Pero los expertos internacionales los veían como fuera de lugar, como paranoicos o extremistas.
Cuando entrevisté a Applebaum, me dijo que le costaba creer que Putin fuera hacerlo. Pero no lo descartaba.
Durante las semanas en que Putin comenzó a concentrar tropas en la frontera con Ucrania, asistí a infinidad de seminarios. Participaban exembajadores en Moscú, exembajadores en Ucrania, investigadores de think tanks, etcétera. Ya sabes, todas estas viejas y sabias cabezas. Ninguno anticipó esto. Todo el mundo dijo que Putin era el zorro cauto y calculador que siempre fue. Que lo suyo es la guerra híbrida, con ataques que luego puede negar, y que no le gusta hacer la guerra directamente. Lo más atrevido y lo más maximalista que oí tenía que ver con la creación de un corredor terrestre entre el Donbás y Crimea.
¿Y qué pensaba usted?
Yo le preguntaba por qué no iba a hacerlo. Lleva 22 años en el poder, ¿quizá ha enloquecido? Es un patrón normal. Es lo que hacen los dictadores después de tanto tiempo. Y además Putin se estaba comportando como un paranoico. Apenas se reunía con nadie. Después del coronavirus, la gente guardaba cuarentenas de quince días antes de entrar a verlo. Pero me respondían que era demasiado dramática. Ni siquiera los críticos acérrimos de Putin imaginaron, ¡ni por un minuto!, que marcharía hacia Kyiv.
Los ucranianos, con el enemigo a las puertas, seguían sus vidas como si nada.
Estuve en Kyiv a principios de febrero. De hecho, estuve allí diez días antes de que comenzara la guerra. Y, en ese momento, del primero al último de los mortales evitaba pensar en la posibilidad de la invasión. A pesar del hecho de que, ya sabes, se estaban construyendo puentes de pontones desde Bielorrusia, instalando estaciones médicas y excavadoras, y trasladando todo el material necesario para una guerra. No sé si recuerdas lo que decía Zelenski entonces. Que la población debía mantener la calma y continuar la vida como de costumbre.
Y acusó de “alarmista” a la inteligencia norteamericana.
¡Exacto! Ese mensaje caló en la población. Recuerdo preguntar a una joven pareja muy moderna, muy hípster, si estaban preparados para cualquier escenario. Si estaban almacenando agua y arroz. Si tenían generadores y estufas. Me dijeron que no. No querían ni mencionar la posibilidad. Era como si, por pensar en ello, lo atrajeran. Incluso me sentía mal por preguntarles. Pensé que fuera de la capital, cerca de la frontera con Bielorrusia, estarían más asustados.
¿Y bien?
Viajé a Chernyhyv y entrevisté al gobernador del oblast. Repitió lo mismo que Zelenski. No prepararon nada, ni reservas de alimentos. Está claro que, en retrospectiva, lo correcto habría sido evacuar las ciudades más expuestas, como Mariúpol, Chernyhyv y Járkiv. Sacar a las mujeres, los niños, los ancianos y a cualquiera que no fuera a implicarse en el esfuerzo bélico. Creo que no lo hicieron para no regalarle el mensaje a Putin de que estaban preparándose para la guerra. Porque sentían que, preparándose para la guerra, la estaban atrayendo. De modo que pilló a todos los ucranianos por sorpresa.
Se hace difícil de explicar la parálisis después de ocho años de guerra en el Donbás.
Seguro que, en el fondo de sus corazones, los ucranianos sabían que Putin sería capaz de hacerlo. Pero es normal querer creer que no va a suceder algo tan atroz. Había argumentos racionales para pensar que Putin iba de farol. Había mucha diplomacia en marcha. Existía la esperanza de una solución diplomática de algún tipo. Nadie se lo reprocha a Zelenski. De hecho, todos piensan que es un héroe. Hasta los seguidores de Poroshenko. Todos están volcados con las necesidades inmediatas y en hacer lo que corresponda para ayudar al país.
La falta de preparación en Leningrado, precisamente, hizo que el daño fuera mucho más profundo.
Sí, no la evacuaron a tiempo y quedaron atrapados por el cerco de los alemanes. Fue producto de que nadie se atrevía a contar la verdadera situación sobre el terreno a Stalin. Básicamente, porque sabían que esa sería su sentencia de muerte. El paralelo más parecido con Leningrado, por el cerco, lo está sufriendo Mariúpol. No parece que vayan a matar a los soldados ucranianos con armas. Los van a matar de hambre, sin dejarlos salir, ni a ellos ni a los civiles, sin permitir la entrada de suministros. ¿Has visto cómo han dejado la ciudad?
Reducida a escombros.
Las fosas comunes. No tienen agua, ni electricidad. Algunas personas acampan en plazas y cocinan al aire libre con estufas. Las morgues no tienen sistemas de refrigeración y los cadáveres se amontonan. Se ven los cuerpos descompuestos. Es terrible. Terrible. Contrasta con la realidad en Lviv, por ejemplo. Hay algo de resentimiento, como es natural. Pero el sentimiento más común es el optimismo. Creen que van a vencer. Todos aportan lo que pueden, pensando también en la reconstrucción. Una de las claves para apoyarles desde Occidente es asegurarse de que el dinero enviado en ayudas no acabe en una cuenta bancaria en Suiza.
¿Qué quiere decir?
Ucrania es un país con mucha corrupción. Su índice de transparencia es ligeramente superior al ruso. Está al nivel de México o Zambia. La corrupción ha sido uno de los grandes problemas del país. Durante años, Occidente se lo ha reprochado, empujando a sus gobernantes a introducir reformas y a diluir el poder de los oligarcas. Zelenski aprobó el pasado otoño una ley en este sentido. Pero estaba redactada de tal manera que dejaba la puerta abierta a la manipulación política y, en esencia, permitía que el Gobierno decidiera quién cuenta como oligarca. Adivina quién fue la primera persona incluida.
Su rival, Poroshenko.
Exacto. Ucrania lleva desde el Maidán, en 2014, caminando en la dirección correcta. Con paso lento, pero firme. Tenemos el deber de ayudarles a resurgir de sus cenizas.
"Me pregunto qué pasará cuando la gente descubra que no todos los ucranianos son deslumbrantes seres de luz"
No parece posible sin que entren en la Unión Europea.
Desde luego los requisitos de ingreso obligan a hacer reformas profundas que, si ya estás dentro, son más difíciles de asumir. Y con el ejemplo de Polonia o Hungría puede haber argumentos para que no entre. Pero hay más. Ucrania es increíblemente pobre. Su renta per cápita es una cuarta parte de la polaca. Si se aspira a tener una Ucrania con los parámetros medios del resto, el coste será prácticamente inasumible. ¿Crees que, conforme vaya alargándose la guerra y Ucrania vaya desapareciendo de las portadas, la opinión pública europea seguirá dispuesta a asumirlo?
No creo que nadie, en estos momentos, haya reparado en eso.
Me temo que se irá perdiendo interés en Ucrania. Porque, además, con el avance de la guerra iremos aprendiendo más cosas sobre Ucrania. Llegarán informes sobre el uso de armas de racimo por parte de los ucranianos, por más que sea a una escala muy inferior a la empleada por los rusos. Sabremos de torturas a prisioneros. Me pregunto qué pasará cuando la gente descubra que no todos los ucranianos son deslumbrantes seres de luz. Que hay un sistema muy corrupto. Que Ucrania está lejos de ser Suecia. Que hay libertad de prensa y elecciones, sí. Pero que el sistema judicial es de pesadilla y que se maneja mucho dinero sucio. Y no parece que Putin vaya a ordenar el fin de la guerra pronto.
¿Ve rasgos comunes en Putin y en Stalin?
El lenguaje, sobre todo. Se refieren a los críticos como insectos, como enemigos del pueblo, como saboteadores. Putin convirtió en delito que se insulte al Ejército ruso. Es lo mismo que en los años treinta. Una de mis partes favoritas de Leningrado es aquella donde cuento que existía un delito de calumnia contra la realidad soviética. ¡Te podían arrestar por decir que habías hecho cola durante horas por un trozo de pan! Putin está introduciendo esta clase de leyes por las que salirse de la realidad del régimen es un delito. Es un personaje absolutamente paranoico. Y lo está demostrando con todo lo que está haciendo y diciendo desde ese famoso ensayo histórico que publicó con su nombre el verano pasado.
Muy largo, sí.
He perdido la cuenta de las veces que lo he leído. Se llama Sobre la unidad histórica de Rusia y tiene unas 7.000 palabras. La primera vez que lo leí me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.
¿Por qué?
¡Es demencial! ¡Y es tan novedoso…! No era sólo por ese lenguaje que el Kremlin no había empleado antes. Era, también, por ser tan largo, por estar tan enfocado en la historia del país, por combinarla con elementos fantásticos. Nadie puede saber qué está pasando dentro de la cabeza de Putin, pero me da la impresión de que está absolutamente paranoico. ¿De verdad creerá, como sostiene su propaganda, que la OTAN tiene el propósito de acabar con Rusia? Quiero creer que no lo piensa, realmente. Que todo forma parte de un complejo de inferioridad y de la relación de amor-odio que Rusia siempre ha tenido con Occidente, desde tiempos de Pedro el Grande. Que se trata de un sentimiento muy básico y nada complejo de posesión sobre Ucrania…
Que quiere hacer Rusia grande de nuevo…
Algo que, por otra parte, está muy arraigado en los rusos. Incluso después de los noventa, podías hablar con el ruso más liberal, sacar el asunto de Ucrania y escuchar burlas sobre su existencia como país soberano. ¿Qué puede pasar, entonces, por la cabeza de Putin? Ni siquiera la inteligencia británica se hace una idea. Hace tiempo que renunció a desarrollar su perfil psicológico. Putin vive aislado. Tiene un círculo muy pequeño. Una diplomática ucraniana me contó que conoció a Macron poco después de una de sus reuniones telefónicas con Putin. Macron le dijo que la conversación consistió en una hora y media de perorata sobre la historia de Rusia. Y que Putin parecía muy obsesionado con Ucrania.
¿Qué cabe esperar de un fanático?
Más vale que nos preparemos para lo peor. Para cualquier cosa. Incluso para algún tipo de ataque nuclear. Putin ha rebasado los peores pronósticos, ¿por qué no iba a hacerlo? Sé que parece una locura, pero ¿acaso no lo era pensar que pudiera ocurrir lo que está ocurriendo?
Usted tiene muchos amigos en Rusia. Seguro que le contarán qué se vive allí.
Ya, bueno. Pero mis amigos rusos no son nada representativos. Odian a Putin. Una de ellas, que me ayudó mucho en el proceso de escritura de Leningrado, estaba conmigo cuando se publicaron las primeras fotografías de Bucha tras la liberación. Se puso enferma. Se quedó hundida. Es una situación muy dura para los opositores de Putin. Pero la realidad es que, si consultas sondeos de opinión rigurosos y fiables como los del Centro Levada, compruebas que la mayoría de los rusos están a favor de esta guerra, y que el respaldo a Putin creció hasta el último recuento conocido, justo antes de que ordenara la invasión. Los rusos tienen el dicho de que Rusia es su país, siempre, en los aciertos y en los errores.
"En Rusia, los derechos humanos y la democracia son preocupaciones de la intelligentsia"
¿Cree que los rusos están más dispuestos a sacrificar la propia vida por el país que los americanos o los europeos?
Por mi experiencia, no. Es un cliché. En Rusia no están más dispuestos a entregar su vida que en cualquier otro país. Ya hemos visto a unos cuántos padres, desconsolados, preguntando por sus hijos tras el hundimiento del Moskva.
Si murieran 15.000 jóvenes españoles o británicos en dos meses, en su país y en el mío arderían las calles.
Los rusos no lo saben. No saben cuántos jóvenes han muerto en Ucrania. ¡Ni siquiera los padres lo saben! No se lo comunican. Rusia está llevando crematorios móviles para incinerar los cuerpos de sus propios soldados. Están enviando a Ucrania jóvenes del Lejano Este, de Siberia, de cualquier rincón al este del Volga. A buen seguro que habrá pueblos en la frontera mongola donde han perdido a diez jóvenes, y sus padres ni siquiera tienen manera de contactar con Moscú para preguntar por ellos. Las noticias no llegan. Sus lágrimas no se oirán. Para el Kremlin son muertes fácilmente asumibles.
¿Hay manera de detener a Rusia?
Hay que seguir suministrando armas a los ucranianos. Hay que mantener los paquetes de sanciones, por dolorosas que sean para el pueblo ruso y para nosotros. Los rusos únicamente salen a protestar en masa cuando se disparan los costes de la vida. Incluso en 2011, cuando se dieron las manifestaciones prodemocráticas, se contaban decenas de miles de ciudadanos. Nada que ver, por ejemplo, con el millón que llegó a contarse en las protestas del Maidán en Kyiv.
¿No hay interés por los derechos humanos?
En Rusia, los derechos humanos y la democracia son preocupaciones de la intelligentsia. Es un país mayoritariamente rural, de gente trabajadora que sólo aspira a mejorar un poquito su calidad de vida. Cuando se dan protestas importantes es cuando les tocan las pensiones con alguna reforma o cuando aumentan los impuestos al petróleo. Lo que puede frenar a Putin es una profunda crisis económica, un desequilibrio en las cuentas y pérdidas militares desmedidas. Putin es un populista. Le importa la opinión pública.