Después de más de dos meses y medio de combate, de enormes pérdidas en equipamiento aéreo, naval y terrestre -incluyendo los 73 vehículos perdidos en el intento de cruzar el río Donets a la altura de Bilohorivka el pasado martes-, y de una estimación de 20.000 bajas (hasta 27.000 según el ministerio de defensa ucraniano), el avance de las tropas de Putin puede medirse ahora mismo en unos centenares de kilómetros al noroeste de las autoproclamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk y un vasto corredor al noreste de Crimea, uniendo por tierra ambos territorios prorrusos.
En total, desde el inicio de la guerra, Rusia habría avanzado unos doscientos kilómetros al norte de Lugansk, otros doscientos desde la frontera hasta Izium y aproximadamente quinientos desde Donetsk a Jersón. La conquista de estos territorios hizo que el New York Times hablara el pasado martes de una momentánea “victoria rusa” en la guerra y, sin duda, es una victoria en el sentido de que ahora controlan algo que antes no era suyo… pero es complicado encontrar una victoria más amarga que esta.
De entrada, como decíamos al principio, hay que tener en cuenta el enorme precio que está pagando Rusia en forma de vidas y de material militar. Eso, sin mencionar la cantidad de dinero que le está costando esta guerra y que le seguirá costando durante los siguientes meses.
A principios de abril, el alto mando circunscribió la “operación militar especial” a la conquista del Donbás, entendiendo como tal no ya la totalidad de la cuenca del Donets sino solamente las regiones administrativas de Lugansk y Donetsk, un tercio de las cuales ya estaban bajo control de las milicias prorrusas antes del 24 de febrero. Sin embargo, esta no era la intención original de Vladimir Putin o, desde luego, no lo parecía.
Una primera semana de infarto
Como se puede ver en el siguiente mapa del Institute for the Study of War, la primera semana de invasión invitaba a pensar en un escenario de “guerra relámpago” con la idea de ocupar los centros de decisión del país vecino. En solo siete días, Rusia ya había conquistado Melitopol y Jersón en el sur, creando buena parte del corredor actual, se había expandido al norte de Lugansk, sin llegar a cerrar el control sobre la provincia, y, sobre todo, había rodeado la capital Kiev y la segunda ciudad más importante del país, la rusófona Járkov. De hecho, como se puede ver, hay más territorio ocupado en torno a estas dos ciudades que en el propio Donbás.
Estos fueron los días del “mejor rendirse”, del “la superioridad militar es abrumadora” y de las amenazas a los países bálticos, a Moldavia, a Polonia e incluso a Suecia y Finlandia, por si se les ocurría pedir el ingreso en la OTAN. Los días en los que la posibilidad de un conflicto directo con la Alianza Atlántica se temió más que nunca, con las connotaciones nucleares que eso suponía. No deja de ser irónico que, casi tres meses después, estamos analizando si Rusia será capaz de tomar o no Limán… algo que, de momento, no está consiguiendo.
Al mes de empezar la contienda, ya empezó a quedar claro que Rusia había alcanzado su máximo operativo. Los tanques se sucedían en las carreteras de acceso a Kiev sin posibilidad de protegerlos de los ataques ni de reparar los desperfectos. Járkov, bombardeada masivamente desde el primer día, no cedía, y solo parecía haber avances significativos en la ciudad de Mariúpol.
El momento de máxima expansión del ejército ruso en Ucrania coincide con el del colapso. Habrá quien diga que, en realidad, todo estaba pensado desde el principio, que tanto el ataque a Kiev como el ataque a Járkov eran “fintas” para desviar la atención de las defensas ucranianas. De ser así, Rusia casi quedaría en peor lugar.
Una táctica marcada por las posibilidades
El tercer mapa del Institute for the Study of War nos muestra cómo estaban las cosas el 24 de marzo, hace exactamente cincuenta días. Basta compararlo con el del miércoles (ver primer epígrafe) para comprobar que la pérdida de posiciones en Kiev y en Járkov no se ha traducido en un avance en los demás frentes.
En estos cincuenta días, los soldados rusos han seguido muriendo, sus tanques han seguido quedando inutilizados, sus buques han acabado en el fondo del Mar Negro, sus generales han sufrido todo tipo de ataques… pero los avances han sido mínimos. En el sur, de hecho, no ha habido, más bien al revés, con ligeras contraofensivas desde Mikolaiv hacia Jersón.
En el este, sí se ha intensificado la presión sobre Severodonetsk… pero Severodonetsk ya era la frontera entre el lado ruso y el ucraniano del Donbás hace dos meses. Es probable que caiga tarde o temprano, como tal vez lo hagan Kramatorsk o Sloviansk, completando el control ruso sobre las dos provincias del este de Ucrania.
Ahora bien, ¿es una victoria a ese precio realmente una victoria? Rusia puede seguir mandando gente y armas al frente hasta literalmente echarlo abajo, pero eso supone hipotecar cualquier acción militar posterior y seguir sumando bajas.
Si el ejército ruso daba miedo después de sus intervenciones en Osetia, Georgia, Chechenia o Siria, ahora la cosa ha cambiado por completo. Un ejército con tantas limitaciones solo tiene en la disuasión nuclear un elemento diferencial. De ahí, probablemente, que Finlandia haya pedido su entrada en la OTAN pese a las continuas amenazas rusas. Saben que el Kremlin no está en condiciones de abrir otro frente. No tendría a quién mandar ahí. Recordemos que solo para empezar la invasión, Putin mandó casi doscientos mil hombres a Ucrania. Después de dos meses y medio, unos ochenta mil están muertos o heridos.
Solo queda la apelación a una leva masiva, pero sería un ejército sin el armamento necesario para combatir de tú a tú con un país apoyado por la OTAN. Rusia puede protestar y quejarse todo lo que quiera, pero en el pecado ha tenido la penitencia. No solo ha confirmado a sus vecinos (Finlandia y Rusia comparten más de mil kilómetros de frontera) que no es de fiar, sino que, a pesar de toda la bravuconería empleada, sus posibilidades militares son muy escasas.
La sensación general es muy distinta a la del 25 o el 26 de febrero: sí, Rusia puede ganar su batalla en el Donbás, pero ha perdido la guerra con Occidente, que, en el camino, ha visto como sus dos grandes instituciones -la OTAN y la Unión Europea- salían reforzadas. Para ganar así -y está por verse- tal vez Putin habría hecho mejor en estarse quieto.