Járkov

Allí donde la artillería golpea, los rayos de sol son un bien escaso. Ucrania es la prueba y la piel blanca de Nina tan solo un ejemplo. Ella fue una de "esas niñas" que vio llegar a las tropas alemanas a Chernigiv, su ciudad natal en el norte del país. De aquellos dos años bajo el yugo nazi, cuando solo tenía seis años, recuerda el hambre y el miedo de que se llevaran a su madre. Lo que no esperaba ochenta años después era encontrarse de nuevo escondida bajo tierra convertida en una babushka (abuela) más que quiere regresar a su hogar.

Hace 69 días que Nina no respira el aire de Járkov ni ve la luz de sus calles. Fue el siete de marzo cuando, acompañada por su hija Halina, bajó los más de 200 peldaños que hunden la estación de metro cercana a su apartamento. Diez días antes, el ejército ucraniano aseguraba haber recuperado el control total de la ciudad. Fue entonces cuando la artillería comenzó a castigar día y noche.

El invierno ya terminó, la contraofensiva dio sus frutos y, aunque Nina todavía no ha visto las flores que han vuelto a crecer, la situación puede estar a punto de cambiar. La metrópoli suma cinco días sin recibir ataques y el Kremlin habría empezado a retirar sus tropas alrededor de la ciudad. Diferentes localidades de los alrededores han sido liberadas. De hecho, análisis de instituciones como el Institute for the Study of War dan por finiquitada "La batalla de Járkov".

Como Halina y Nina, centenares de personas continúan viviendo en las diferentes bocas de metro de la segunda ciudad de Ucrania Fermín Torrano Járkov

La segunda ciudad de Ucrania era uno de los principales bastiones rusófonos y Putin la señaló como objetivo tras fracasar la toma de Kiev. Pero la población demostró que lengua e identidad nacional no van de la mano y que no hay peor estrategia para que alguien se una a tu causa que bombardear su apartamento. Nina y Halina, precisamente, continúan hablando ruso escondidas en una estación nombrada en honor a un poeta ruso para protegerse de misiles rusos. 

"Tengo miedo a lo que ocurra después de la guerra. A veces escucho críticas contra todo lo ruso, y no lo comparto. La cultura es cultura. No deberíamos desecharla por más que peleemos para no olvidar lo que sus soldados hacen aquí", lamenta Halina.

Los andenes llevan meses convertidos en salones de casas improvisadas, la intimidad es un concepto extraño en las estaciones de Járkov. Fermín Torrano Járkov

Una lucha que empieza en casa y que no está teniendo los resultados esperados. Su hermano vive en el país vecino y ni siquiera cuando las calles desiertas de Járkov estaban llenas de escombros y cristales llegó a creer que era Putin quien atacaba a su familia. "He tratado de explicarle, le he enviado fotos de las ciudades destruidas, de mamá tumbada sin apenas poder moverse… pero no nos entiende y yo no puedo entenderlo a él", reconoce Halina. "Es muy duro", apunta.

También lo han sido los últimos 12 meses, en los que falleció su padre y a su madre le dio un ictus. Por eso, esta empleada de la Universidad Politécnica cuida de Nina en la estación Pushkinska. Duermen juntas, comen juntas y tan solo se separan cuando Halina sube al exterior para buscar comida y alimentar a una gata que dejó en su apartamento.

En la entrada llegan los primeros escalones que, combinados con las escaleras mecánicas que no funcionan, suman más de doscientos peldaños.

"Las condiciones aquí no son las adecuadas para un animal", justifica. Tampoco lo son para el centenar de personas que continúan viviendo bajo tierra, con apenas un microondas y colchones en el suelo. Pero eso no hace falta aclararlo, le delata su mirada desviada a una madre que respira con dificultad.

En el último año, los reveses se le acumulan haciendo peligrar una débil salud que se tambalea. El infarto cerebral del que no se ha recuperado en su totalidad y la muerte de su marido, tras largas décadas juntos, precedieron la invasión que ha desangrado Járkov.

Con la efigie de Pushkin presidiendo la estación, las tiendas de campaña y los colchones se acumulan en el suelo Fermín Torrano Járkov

Enfermera durante más de 40 años, le duele no poder ayudar a una ciudad que la acogió y que a mediados de mayo todavía mantiene sus calles vacías y negocios cerrados. Las personas que regresan a sus hogares lo hacen para asegurar los últimos objetos. Geopolítica y el miedo pocas veces van de la mano.

Sin embargo, algo les tranquiliza a ambas: contar con Aleksei protegiendo Járkov. Como si el hijo y nieto del que no dejan de mostrar fotos pudiera parar a un ejército sin más ayuda que la confianza de su familia. Como si él fuera el único moviendo la línea. 

Confían en salir pronto

Una fe que muchos recuperan y lucen en Ucrania desde finales de febrero. Ella es ortodoxa, pero hay católicos y protestantes que vuelven a los templos y rezan por las noches. "No estoy muy unida a la Iglesia, pero creo que todo el mundo pide ahora por los suyos para que Dios les mantenga a salvo", reconoce Halina.

Una seguridad de la que Nina ha dudado durante muchas semanas. Sin poder salir y rendida en una cama, su mayor miedo es no volver a ver los rayos de sol cambiar el color de la barba de su nieto. 

"Es muy triste para mí vivir aquí, quiero volver a casa", resopla incorporándose. "Es muy difícil celebrar entierros en estos momentos… Las personas deben morir en casa, no bajo tierra, dice Nina.

"Iremos a casa, ¡pero no para morir!", le recrimina Halina, alzando por primera vez su tenue voz. "Esperemos a la victoria", insiste.

Se han cumplido tres semanas de esta última conversación y Járkov está liberada. Las últimas novedades de Nina y Halina llegan este sábado por mensaje: "Creo que saldremos pronto, mamá ha empezado a andar".

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