Wais Mohammadi, el joven afgano que logró llegar a Grecia tras una travesía con solo 18 años

Wais Mohammadi, el joven afgano que logró llegar a Grecia tras una travesía con solo 18 años Manuela Rodríguez

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La victoria de Samotracia de Wais: así huyó de Afganistán a Grecia por una nueva vida en Europa

Un joven de 22 años inició una travesía al cumplir 18 que le obligó a jugarse la vida en el mar, además de toparse con los engaños y las amenazas de las mafias

29 julio, 2022 02:40

Ningún ciudadano occidental es capaz de imaginarse la complejidad de ciertas travesías. En su mayoría, ilegales. Y que concluyen exclusivamente con dos vías: conseguirlo, o no. No existen los grises cuando hablamos de huir de un país como Afganistán. Lo más práctico para comprender una historia es escucharla desde el principio. Por ello, sentado en un cartón en el suelo para evitar quemarse con los 42 grados que hay en Atenas, Wais Mohammadi, de 22 años, cuenta su historia marcada por los talibanes.

Aunque creció en una familia feliz, cuando tenía 18 años, Wais decidió abandonar Afganistán. Tenía su propia tienda y con la llegada de los talibanes se vio obligado a cerrarla. La organización militar islamista no aceptaba su poca implicación con el régimen. "Teníamos una asignatura en la que nos enseñaban exclusivamente cómo ser buenos musulmanes. No era algo demasiado apasionante. Los Talibanes empezaron a enseñarnos cómo enfrentarnos al Gobierno. Nos pedían que utilizaramos armas y que nos dejáramos instruir por ellos", cuenta en conversación con EL ESPAÑOL. Además, relata que "le dijeron a mi padre que llevaba muchos años estudiando la teoría como para no ponerla en práctica".

Los Talibanes advirtieron a su padre de que si emigraba, su familia tendría problemas. A pesar de saber el riesgo que corrían, decidieron ir a la capital para solicitar un pasaporte.  "Conseguir un pasaporte en Afganistán cuesta dinero y tiempo, así que lo mejor que puedes hacer es extorsionar a las autoridades para que aceleren el proceso", explica. 

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Un viaje hasta Turquía

Tras un mes de espera, Wais consiguió su pasaporte y cogió un taxi a la frontera de Irán. En el mismo estuvo aproximadamente una hora y media de trayecto. Su objetivo era encontrar un país en el que ser libre. Por ello, se puso manos a la obra. En Irán optó por coger un autobús de Teherán a Turquía. El viaje duró casi tres días. 

En Turquía las cosas se complicaron un poco más. "Sólo podía trabajar en negro y no tenía acceso a medicinas ni estudios. Después de 10 días andando decidí que no era el país en el que quería quedarme. Cuando mi madre se enteró de que estaba en Turquía (se creían que me iba a quedar en Irán con mi hermano) casi me mata", cuenta Wais, que apunta que su familia "no quería que fuese un ciudadano ilegal por el mundo por las consecuencias que podría traerme".

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Los primeros días, como ya apuntaba, no fueron fáciles. "Éramos cuatro personas de todas las edades, aunque yo era el más pequeño. Me sentía perdido y no sabía cómo empezar a ejecutar todas las ideas que tenía. Llegamos a Estambul y el cansancio nos hizo parar en un parque a descansar", expone Wais.

Todo cambió cuando de repente apareció una caravana negra. "Nos cerró el paso de la que se bajaron varios señores para tratar de arrestarnos. Gracias a unos papeles falsos que tenía me dejaron marchar, aunque me dijeron que huyera lejos porque si me volvían a pillar me cogerían y me meterían preso", recuerda. Después, empezó a correr hasta que les perdió de vista. "Mi única misión en Turquía era huir de esa caravana. Me daba más miedo que todo lo que había podido vivir en el viaje. Había siempre entre 40 y 50 personas en la caravana y yo no quería ser uno de ellos", asegura. 

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Cada vez que aparecía la furgoneta, varias personas trataban de persuadirles ofreciéndoles cruzar a Europa a cambio de grandes cantidades de dinero. "Ahí aprendí a no fiarme de nadie. Comprendí el significado de la palabra Mafia. Nos pedían 900 euros para llevarnos de Turquía a Grecia en barco", cuenta sobre su primer intento para moverse de allí. 

El intento fallido

Finalmente, apareció un chico del que sí se fio para el viaje porque era afgano. "El dinero se lo mandó directamente mi hermano desde Irán al chico que lo solicitaba a través de Western Union, una plataforma de transferencias inmediatas de dinero entre países. Sin embargo, no le dimos el dinero entero. Le dimos la mitad y le ofrecimos una alternativa: cuando llegara a Grecia le pagaríamos el resto", apunta Wais.  

Tras eso, les citaron en un parque a una hora concreta. "Nos dijeron que cuando la caravana pasara, debíamos montarnos en marcha. ¿Por qué en marcha?, les pregunté. Nos dijeron que si los vecinos nos veían subirnos a la caravana, llamaban a la policía. Tenía que ser un visto y no visto", asegura.

Para prepararse, se escondieron detrás de un árbol. "De repente la caravana apareció. Salieron aproximadamente 70 personas, no sé de dónde, y empezaron a correr detrás de la caravana. Conseguí entrar en el automóvil y por un momento sentí que estaba a salvo", señala. Pero a los 40 minutos, el coche paró. "Pensé que habíamos llegado. Al abrir las puertas del maletero vi una persona con una pistola. Nos amenazó y nos hizo salir de la caravana. Nos quedamos en mitad de la nada y nos mandó correr a donde fuese", explica sobre esa situación.

El problema se lo aclaró uno de los chicos que conducía la furgoneta. "Comentó que se habían rebelado y que no querían llevarnos a la frontera. Eran las 5 de la mañana y buscamos un taxi. Nos dejaron una casa para dormir y le pedimos al dueño de la casa que nos llevara a la frontera. Obviamente nos pedía dinero, y aceptamos para poder huir de ahí, no nos quedaba otra opción", relata el joven afgano. 

La mafia les dijo que debían repetir la operación del parque de nuevo y que esta vez sería diferente. Eso hicieron. Durmieron en el parque aproximadamente cinco días, y finalmente les dejaron en la frontera. "Esperamos dos o tres días a que llegara el barco en una jungla escondidos. Realmente no se veía el mar, solo árboles y oscuridad. Éramos dos grupos. Una noche, la policía encontró a un grupo sin saber de la existencia del nuestro. Se los llevaron y no sabemos qué fue de ellos. Tuvimos suerte", apunta Wais. 

El mar, el gran obstáculo

Después, tanto él como sus compañeros fabricaron su propia barca. Tardaron aproximadamente dos horas en apilar las maderas necesarias. "Nos subimos al barco 45 personas. El problema de esto es que ya era demasiado pesado como para portar equipaje, comida o incluso agua. Teníamos que priorizar entre personas y víveres. Obviamente, escogimos personas". Una elección que ya acrecentaba el riesgo del viaje. Por lo que estaba "realmente aterrorizado".

"El agua nos empapaba de una forma impresionante. Fue complicado porque no teníamos ni agua ni comida. La única manera de refrescarnos era con el agua del mar, que a largo plazo nos hacía estar más sedientos. No sabíamos cuánto duraría el viaje. Lo único que nos dijeron era: aparecerá una montaña. Cuando la veáis, estaréis en Grecia", explica.

La travesía fue dura. "Lloré mucho en el viaje en barco. No sabía si iba a fallecer o a continuar con vida. De hecho pensé que nunca llegaríamos y que los 45 falleceríamos juntos. El conductor del bote, que tenía 18 años, estaba tan cansado y sediento que llamamos a diferentes números de teléfono para que nos fueran a rescatar"", relata Wais. Por suerte, después de 6 horas, apareció la policía griega. Les tomaron fotos y les llevaron a tierra, parecía ser una isla. Era Samotracia, a 800 kilómetros de Atenas. 

"Cuando llegamos a tierra todo el bote se puso a llorar. Realmente nadie ponía la mano en el fuego porque fuéramos a sobrevivir. Llorábamos de felicidad. Nos llevaron a una nave lejana a la civilización. Ahí, me fijé en las paredes: los refugiados habían escrito mensajes para los siguientes en dormir allí", recuerda. El problema es que esos textos no eran buen presagio. "Te deportarán" o "No saldrás con vida" eran algunos de ellos.

La vida en el campo de refugiados

Los comienzos allí fueron como todo lo anterior. Primero, les quitaron los teléfonos móviles. Después, les registraron. "Yo le di mi teléfono a las mujeres para que me lo escondieran. No podía permitirme perder las fotos de todos estos años en la galería. Después, lo metí en el zapato hasta estar seguro", cuenta el refugiado.

Tras ese episodio, pasó varios días en la incertidumbre. No sabía qué sería de él ni de sus compañeros. "Una familia con tres hijos se escapó. La policía, en uno de sus chequeos diarios, se dio cuenta. Nos preguntaron cuál era su paradero y a los 30 minutos ya les habían traído de vuelta. No era seguro escaparse. La isla apenas tenía 2000 habitantes" recuerda el joven afgano. 

Cuando los policías les ofrecieron ir a Atenas en ferry, el grupo no se fiaba. Habían pasado por demasiadas manos antes de llegar hasta allí. Y la mitad no eran de fiar. Tocaba asegurarse de que tomaba la decisión correcta. 

"Durante la estancia en la isla nos hicimos amigos de una mochilera anarquista y de un juez. Ambos griegos. Les pedimos que subieran a nuestro barco para tenerlos como testigos. Nos metieron en un bus muy parecido a una cárcel, con barrotes. Detuvieron a los dos testigos que nos acompañaban, por lo que pensamos que nuestras opciones estaban agotadas. Nos deportarían", rememora con terror por aquella escena. 

Entre gritos pidiendo que les dejaran libres, finalmente desaparecieron de su vista. "No supimos más de ellos. Llegamos a un campamento y al menos, nos sentimos seguros por no estar en una cárcel, aunque no saboreamos la libertad que buscábamos. Seguíamos rodeados de vallas", señala.

Su nueva vida

Wais Mohammadi es ahora el enlace con muchos campos de refugiados y ONG’s. Su bilingüismo le ha abierto puertas que ya no se van a cerrar. Ayuda en la organización SOS refugiados Atenas y reparte víveres y alimentos a familias del campo. Además, utiliza su teléfono para conocer la situación de los migrantes y ofrecerles ayuda, en especial en estos días de calor. 

Hace apenas cinco días, el gobierno de Grecia le concedió el asilo. Con él, podrá buscar trabajo en Atenas y hacer un único viaje por la Unión Europea.