Isabel II, última reina del Imperio y primera de la cultura pop
Fue un icono de la cultura popular. Su rostro es el más famoso de la historia y nunca una mujer tuvo tanto poder. Los problemas en su familia estuvieron a punto de acabar con su dinastía.
Con Isabel II muere uno de los personajes más extraordinarios de todos los tiempos. Ningún monarca había permanecido tanto tiempo en el trono. Durante su reinado, fueron elegidos 13 presidentes de los Estados Unidos y 7 papas. Nunca antes una mujer había acumulado y ejercido tanto poder.
Su fortuna estaba entre las más grandes del mundo. Reinó en su país y en 16 de los Estados de la Commonwealth, incluidos Canadá y Australia. Además, fue líder de la Iglesia de Inglaterra. Y, por encima de todo, mantuvo a flote una de las monarquías más antiguas del mundo, con más de 1.000 años de tradición a sus espaldas.
Fue un icono de la cultura popular, la música, la pintura, el cine y las series. Su rostro es el más popular de la historia. Los problemas en su familia –el divorcio y la muerte de Lady Di, especialmente- estuvieron a punto de acabar con su dinastía, pero supo dar la vuelta a la situación y recuperar el afecto de su pueblo mostrando incluso un buen sentido del humor: "No debemos tomarnos tan en serio a nosotros mismos".
Intervino en política de forma más o menos sutil y, cuando menos, siempre la han intentado involucrar. A propósito de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, el diario The Sun publicó un rotundo titular: Queen Backs Brexit (La Reina respalda el Brexit). Buckingham se apresuró a resaltar la "neutralidad" de la reina, pero la música permaneció de fondo.
La pesadilla de los divorcios
Los defensores de la permanencia en Europa se vieron obligados a recordar una declaración realizada en 2015 por Isabel II durante una visita a Alemania: "Sabemos que la división de Europa es peligrosa y que debemos estar vigilantes, tanto en el oeste como en el este de nuestro continente".
Elizabeth Alexandra Mary nació en el barrio londinense de Mayfair el 21 de abril de 1926. Era la hija mayor de los duques de York, que llegaron a ser los reyes, con su padre, Jorge VI, quien ocupó el trono en 1936, después de que su hermano Eduardo VIII abdicara para celebrar su boda con Wallis Simpson, una divorciada norteamericana. Las separaciones matrimoniales iban a ser una pesadilla en la vida de la futura reina.
Dio muestras de su fuerte carácter desde bien pronto. El mismísimo Winston Churchill la describe con tan solo dos años de edad como un "personaje". "Tiene un aire de autoridad y reflexión sorprendentes para un niño", escribió en su diario.
La princesa fue trasladada al palacio de Windsor durante los bombardeos alemanes sobre Londres. Su seguridad no le impidió conducir camiones y aprender mecánica en la sección femenina del ejército, alentar a los soldados a través de la radio, pasar revista a las tropas en su primera aparición pública o mezclarse con la multitud en la celebración del día de la victoria.
Enamorada a los 13 años
Elizabeth había conocido al apuesto príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca con solo 13 años. Se acabó enamorando de él. Mantuvieron una larga relación postal. El pretendiente no era muy bien visto en palacio. Le tachaban de ser "un príncipe sin hogar ni reino". Además, recién acabada la guerra, no era buen momento para celebraciones. Churchill definió el ostentoso festejo como ‘un toque de color en el duro camino que debemos recorrer’.
La boda le trajo muchos problemas. Elizabeth no pudo invitar a sus tres cuñadas, casadas con alemanes sospechosos de colaborar con los nazis. Se discutió cambiar el nombre de la Casa Windsor por la Casa Mountbatten, la que unía a su familia con la de su marido. De nuevo, Churchill tuvo que intervenir para mantener la denominación de la dinastía británica. De nada sirvió a Felipe la protesta: "Soy el único hombre en el país al cual no se le permite dar su apellido a sus propios hijos".
Elizabeth no pudo invitar a su boda a sus tres cuñadas, casadas con alemanes sospechosos de colaborar con los nazis.
Después de que el pretendiente abandonara el catolicismo ortodoxo, abrazara la fe de la Iglesia Anglicana y, tras ser designado duque de Edimburgo, se celebró por fin la boda en 1947. A la ceremonia, que fue transmitida por radio a todo el mundo por la BBC, asistieron más de 2.000 invitados.
Casada con un marido infiel
A Felipe se le ha acusado de numerosas infidelidades. La biógrafa de la reina Sarah Bradford enumera diversas relaciones con mujeres más jóvenes, entre ellas una princesa, una duquesa, dos condesas, además de otras muchas sin título, la mayoría también aficionadas a la equitación, la gran pasión del duque. En esa larga lista, figura la novelista Daphne du Maurier, autora de ‘Rebeca’, cuyo marido trabajaba en la oficina de Felipe.
No se sabe a ciencia cierta cómo ese afán conquistador afectaría al matrimonio en la intimidad. Lo cierto es que la pareja siguió adelante sin transmitir sus problemas al mundo exterior. Un funcionario de la Casa Real lo explicó de forma muy reveladora: "Es una especie de matrimonio de trabajo".
Si la boda fue un gran acontecimiento para la radio, la coronación en 1953 lo fue para la televisión. Más de 20 millones de espectadores, desde sus casas o desde las de los vecinos, vieron el evento en Gran Bretaña y casi 100 millones en Estados Unidos.
La caída del Imperio Británico
Como reina de la Commonwealth, desempeñó un muy importante papel en el proceso de descolonización. Entre 1953 y 1954, se embarcó con su marido en una gira de seis meses alrededor del mundo, convirtiéndose en la primera monarca que visitaba Australia y Nueva Zelanda. Se calcula que pudieron verla en persona tres cuartas partes de la población de Oceanía. De inmediato, se convirtió en la reina más viajera de la historia.
En 1956, Reino Unido y Francia invadieron Egipto para recuperar el control del Canal de Suez. La operación fue un estrepitoso fracaso y, en una de las frecuentes meteduras de pata de la familia política de la reina, Lord Mountbatten, tío de su marido, dijo que Elizabeth siempre había estado en contra de la chapucera intervención militar. Tuvo que salir a desmentirlo el premier Anthony Eden, que poco después dimitió a consecuencia de la crisis desencadenada. Una vez más, la Reina tenía razón.
La mitad de sus territorios -incluidos Sudáfrica, Pakistán y Ceilán (Sri Lanka)- lograron su independencia y se convirtieron en repúblicas entre 1956 y 1992. La reina tuvo que dedicarse en cuerpo y alma al desmantelamiento del imperio.
Sentimiento antimonárquico
También tuvo que lidiar con las reticencias hacia la monarquía de otros países tan emblemáticos de la Commonwealth como Australia y Canadá. Pierre Trudeau, padre del primer ministro canadiense Justin Trudeu, aseguró a finales de los 70 que "la Corona tenía poco sentido". Llegó a “decepcionar” a la reina con gestos poco respetuosos: aseguran que se deslizó por las barandillas de las escaleras de Buckingham, efectuó algunas cucamonas en las mismas espaldas de Isabel, e incluso eliminó algunos símbolos reales de los estandartes de Canadá.
Como reina de la Commonwealth, desempeñó un muy importante papel en el proceso de descolonización. También tuvo que lidiar con las reticencias hacia la monarquía.
Elizabeth logró que el sentimiento secesionista se fuera enfriando paulatinamente. En sus memorias, Trudeau acabó deshaciéndose en elogios para la reina: "Favoreció mi intento por reformar la Constitución. Siempre me impresionó no solo por la gracia que emitía en público en todo momento, sino también por la sabiduría que mostró durante una conversación privada".
Los 70 trajeron dos muy malas noticias para su reinado. De un lado, el asesinato de Lord Mountbatten, dos familiares y un joven tripulante, tras accionar a distancia el IRA una bomba en su yate. Un golpe terrorista al círculo más próximo de la reina, su propio tío, y del imperio, el último virrey de la India. Por otro, el desenmascaramiento de Anthony Blunt —conservador de su colección de arte—, que resultó ser un espía al servicio de Moscú. La guerra fría había llegado hasta Buckingham.
"Señor, se ha equivocado de habitación"
La década de los 80 comenzó con un atentado contra la propia reina, aunque sin consecuencias. Un joven le disparó balas de goma mientras desfilaba a caballo. Un día de 1982, la reina se despertó y encontró un intruso, Michael Fagan, en su propia habitación, firme ante su cama. Llamó a seguridad, pero tardaron tanto que dispuso de 7 largos minutos para charlar con el extraño. Su máximo reproche fue: “Señor, creo que se ha equivocado de habitación”.
Esa fue la década de la guerra de las Malvinas, uno de los dos conflictos bélicos que vivió como Reina. Esta vez su implicación fue mayor si cabe, ya que su hijo Andrés se encontraba entre los combatientes contra Argentina.
En cuanto a su relación con líderes extranjeros, mantuvo buena sintonía con Ronald Reagan y ambos se tributaron mutuas visitas. Pero eso no fue óbice para que se molestara seriamente con el presidente norteamericano, cuando ni siquiera le pidió permiso para invadir la isla de Granada, uno de sus reinos en el mar Caribe. En cuanto a su papel como líder espiritual del anglicismo, el mayor hito fue la visita de Juan Pablo II en 1982, la primera de un papa católico al Reino Unido en 450 años.
Durante los 80 le tocó lidiar con la dama de Hierro. Sobre las relaciones de Elizabeth y Thatcher se escribió mucho y no siempre verdades.
Durante los 80 le tocó lidiar nada menos que con la dama de Hierro. Sobre las relaciones de Elizabeth y Margaret Thatcher se escribió mucho y no siempre verdades.
El Sunday Times llegó a decir en 1986 que la reina estaba preocupada por la férrea política económica de la premier, que había provocado la violenta huelga de los mineros, un aumento del paro y una gran desigualdad. El diario también insinuaba que estaba molesta por la complacencia de la líder conservadora con el Apartheid en Sudáfrica.
"Travesuras del periodismo"
Por el otro lado, se publicó una supuesta declaración de Thatcher asegurando que la reina votaría a los laboristas. El biógrafo de la primera ministra John Campbell calificó lo sucedido como “travesuras del periodismo.” No obstante, Thatcher tardaría años en proclamar su admiración por la Reina.
Se estaba abriendo la veda en la información sobre los Windsor. El programa de guiñoles de televisión Spitting Image ridiculiza a la Reina con sombreros imposibles y bolsos de todo a 100, mofándose de su rigidez y engolamiento victorianos; a la reina madre la mostraba siempre con una botella de Beefeater en el bolsillo; y a su marido Felipe como un payaso que se tropezaba torpemente con cuanto se encontraba a su paso.
El sentimiento antimonárquico creció como una bola de nieve. Arreciaron las críticas sobre el patrimonio de la reina, los rumores de las crisis matrimoniales en la familia. El entonces director de The Observer, Donald Trelford, escribió: “El serial televisivo real ha llegado a tal grado de interés público, que el límite entre realidad y ficción se ha perdido de vista. No es justo que algunos periódicos no corroboren las afirmaciones: no les importa si las historias son verdaderas o no”.
Un 'annus horribilis' en una década nefasta
Era solo el preludio de una década, la de los 90, que iba a ser horrible para la reina. En un discurso pronunciado el 24 de noviembre de 1992 para conmemorar el 40 aniversario de su reinado, denominó aquel año su ‘annus horribilis’. Isabel, en un tono inusitadamente personal, reconoció que toda institución debe estar sometida a críticas, pero lamentó que no siempre fuera con “un toque de humor, ternura y comprensión”.
Y es que la cronología de aquel año se las trae. En marzo, su hijo Andrés se separa de Sarah Ferguson. En abril, su hija Ana se separa de Mark Philips.
En octubre, un grupo de ultraizquierda arroja huevos a la reina durante una visita a Alemania. En noviembre, un incendio causa numerosas pérdidas en el palacio de Windsor. Ese mismo mes, el premier John Major anuncia que la familia real pagará el impuesto de la renta por primera vez en su historia. En diciembre, tras años de infidelidades, su hijo Carlos, el heredero, y Diana también se separan. Y todavía dio tiempo para que Elizabeth demandara a The Sun por publicar su discurso de Navidad dos días antes de pronunciarlo. En su lugar, muy pocos hubieran sobrevivido a un año así.
Uno de sus peores año fue 1992. Se separaron sus hijos, un grupo de ultraizquierda le arroja huevos, un incendio causa numerosas pérdidas en el palacio de Windsor...
La reina hizo lo imposible para evitar las rupturas matrimoniales. "¡Y nosotros que creíamos haberles educado tan bien!," dijo resignada tras lo ocurrido con sus hijos. Pero el culebrón no se había acabado con el año. A la reina le quedaba la parte más difícil. Carlos y Diana tenían nuevas relaciones por separado, eran portada un día sí y otro también en la prensa. Así que la soberana decidió mover ficha en 1996 y aceptar el divorcio. El 31 de agosto de 1997, Lady Di, acompañada por su amante, el árabe Dodi Al-Fayed, murió en un extraño accidente de tráfico en París.
Un pulso con Lady Di ya muerta
Los medios de comunicación dirigieron su foco hacia la familia real. Hubo hasta quien la acusó de haber tramado un asesinato. Mucho más cabal era la crítica de que los Windsor se habían desentendido de la princesa del pueblo, la madre del heredero, como si ya no fuera uno de los suyos. Elizabeth, su hijo Carlos y sus nietos Guillermo y Enrique se recluyeron en el palacio de Balmoral, donde la noticia les sorprendió de vacaciones. En las jornadas previas al funeral, nadie dio la cara. Hasta que la reacción popular a favor de Diana y contra Elizabeth se desbordó.
La reina reaccionó ya muy tarde, tras cinco eternos días, con una alocución pública: “Lo primero, quiero rendir tributo a Diana yo misma. Fue un ser humano inteligente y excepcional. En los buenos tiempos y en los malos, nunca perdió su capacidad para reír y sonreír, ni para inspirar a los demás con su cordialidad y su bondad. La admiré y la respeté por su energía y su compromiso con los demás, y especialmente por su devoción a sus dos hijos”. Se colocó al frente de los admiradores de Lady Di, como las decenas de miles de personas que rodearon Buckingham Palace aquellos días. Estos sucesos se relatan con detalle en la película ‘The Queen’ (Stephen Frears, 2006), donde se otorga un papel decisivo en el cambio de actitud de la reina al primer ministro Tony Blair.
Cinco años después, en 2002, se celebraron los 50 años de su reinado. La Prensa predijo que iba a ser un fracaso, que el pueblo de Londres aún no había perdonado a su reina. Se equivocó. Un millón de personas participó en las celebraciones que se prolongaron durante tres días en Londres, y el público se rindió entusiasmado a Isabel.
Durante la era Blair, de nuevo se intenta implicar a la soberana en asuntos del gobierno, a propósito de la Guerra de Irak. En 2007, The Daily Telegraph publicó que la reina estaba “desesperada y frustrada” por la política belicista del primer ministro, sumiso seguidor de Bush, y que incluso la monarca le había mostrado su preocupación por la presión a la que se estaba sometiendo a las tropas. Nunca se desmintió. Al acabar el mandato de Blair, Isabel tuvo palabras cariñosas para el político, refiriéndose, eso sí, a la paz alcanzada en Irlanda del Norte, otro hito en su reinado.
Un icono de la cultura pop
El año 2012 vuelve a ser tiempo de grandes festejos para la soberana. Se celebra en Londres el Jubileo de Diamantes por sus 60 años como reina. Pese a su avanzada edad, encabeza un desfile náutico por el Támesis con la familia real. Y además, todos juntos acuden a un multitudinario concierto en el que participaron entre otros Paul McCartney, Elton John y Kylie Minogue.
Además, se celebran con gran éxito los Juegos Olímpicos de Londres y Elizabeth vuelve a exhibir su buen humor. Una actriz disfrazada de reina, acompañada del agente OO7 Daniel Craig, aterriza en paracaídas en medio de la ceremonia inaugural.
Fue un emblema, probablemente el símbolo más reconocible y rentable de su país junto a la música. Fue un icono cultural desde que los Sex Pixtols lograron un tremendo éxito con el irreverente himno God Save the Queen, en medio de una cultura pop que había asumido la Union Jack como referente. Isabel, como siempre, supo sacar partido de la situación y prestó su egregio perfil a la modernidad. La fotografiaron Annie Leibovitz -en la serie At Work y con sus perros para Vanity Fair- y Mary McCartney, la hija de Paul. La pintaron Andy Warhol -en sus mosaicos de caras repetidas- y Lucien Freud –en un fabuloso e irreverente retrato-.
Además de en la mencionada The Queen, su personaje aparece en El discurso del rey (Tom Hooper, 2010), en una de las entregas de ‘Agárralo como puedas’ (Leslie Nielsen), y hasta en tres episodios de los Simpson como estrella invitada. Pero fue con. la serie The Crown - muy exitosa, pero muy discutida por su falta de rigor histórico- con la que la reina se colocaría de nuevo en el centro del interés de las generaciones más jóvenes.
Unos dicen que fue una persona simple, solo dedicada a sus caballos, sus perros y a los juegos de mesa. Otros, que fue una estirada de moral victoriana, como su abuela. Pero Isabel, de pocas palabras, siempre encontró los términos adecuados para defender su papel y el de toda mujer: “Simplemente, me duele sonreír. ¿Por qué se espera que las mujeres estén radiantes siempre? No es justo. Si un hombre tiene una apariencia solemne, automáticamente se asume que es una persona seria, no un miserable.” Ella fue una persona seria y quienes la conocieron sostienen que hasta con un fino sentido del humor.