El anuncio de Joe Biden de que las amenazas nucleares de Rusia acercan a nuestro planeta al Armagedón parece haber disparado el nivel de alerta en la opinión pública. La referencia, como no puede ser de otra manera, es la llamada "crisis de los misiles" de octubre de 1962, cuando Estados Unidos desplegó unas lanzaderas de misiles en Italia y Turquía, y la Unión Soviética hizo lo propio en Cuba, a escasos kilómetros de la costa de Florida, provocando que el mundo estuviera durante trece días al borde de la guerra nuclear.
Aunque ambos momentos históricos tienen algo en común -el pánico atroz a una escalada atómica-, son también muchas las diferencias: de entrada, no había un agresor claro. La Unión Soviética siempre justificó la presencia de sus misiles como un acto antiimperialista tras el fallido intento de invasión estadounidense en Bahía de Cochinos y, en vez de amenazar directamente con la colocación de dichos misiles, Khruschev lo negó hasta que Estados Unidos hizo públicas las fotos.
El propio contexto era completamente distinto: en 1962, los dos bloques vivían lo más frío de la guerra fría. La URSS se había hecho con el control absoluto del este de Europa, intervención en Hungría incluida (1956) y reciente estaba la construcción del Muro de Berlín que volvía a aislar a la parte occidental de la ciudad del resto de su entorno (1961). La amenaza nuclear no solo era algo que se palpaba en el ambiente, sino que los protocolos de seguridad se enseñaban en los colegios mientras los cazas de ambos países sobrevolaban los cielos durante las veinticuatro horas para adelantarse a cualquier movimiento del enemigo.
Afortunadamente, hay muchas señales que nos invitan a pensar que no estamos ante una situación tan crítica: este viernes, el Pentágono volvió a aclarar que no se han observado movimientos extraños en el arsenal nuclear ruso que hagan pensar en una acción inminente. Más allá del lógico nerviosismo de Zelenski, no se percibe en Occidente la necesidad de prepararse para lo peor y el tétrico "reloj del fin del mundo", que mide el tiempo que le resta a la humanidad antes de un holocausto nuclear, sigue estancado en cien segundos desde el año pasado.
Con todo, la crisis de Cuba y la actuación de la administración Kennedy nos deja algunas lecciones que cabe aprender para actuar ahora de manera que no haya cesiones políticas, pero tampoco entremos en una guerra nuclear mundial como parecen estar deseando algunos propagandistas del Kremlin. Para no acercarnos aún más al Armagedón, convendrá seguir las seis siguientes enseñanzas.
Confiar en la inteligencia
En 1962, los sistemas de detección por satélite no estaban tan avanzados y, de hecho, las plataformas de misiles soviéticos se descubrieron en unos vuelos rutinarios de aviones espía U2 que patrullaban la zona y pudieron fotografiar el arsenal soviético. La inteligencia militar estadounidense demostró entonces su capacidad para adelantarse al problema al igual que lo demostró a finales de 2021 y principios de 2022, cuando alertó en varias ocasiones al presidente Zelenski de la inminente invasión rusa, cosa que el gobierno de Kiev no se acababa de creer.
Igual que Kennedy pudo desmontar las mentiras soviéticas con imágenes, Biden haría bien en anticipar cualquier movimiento ruso con la información de la que disponga. De momento, parece que su referencia al Armagedón no viene apoyada por evidencia alguna de hechos concretos por parte de Rusia. Otra cosa es que él sepa algo que el Pentágono no quiera revelar en público, claro. En ese caso, estaríamos ante un grave problema.
Mostrar firmeza ante la amenaza
Cuando JFK se encontró con la prueba de que había plataformas de lanzamiento de misiles potencialmente nucleares a ciento cincuenta kilómetros de territorio estadounidense, tuvo que elegir entre varias alternativas: bombardear dichas plataformas, invadir Cuba con todas sus consecuencias… o mirar hacia otro lado. Teniendo en cuenta lo reciente que estaba el fracaso de Bahía de Cochinos y el prestigio que tenía aún el Ejército Rojo tras su éxito en la II Guerra Mundial, es de suponer que esta última era una opción más que apetecible.
Sin embargo, Kennedy supo encontrar un punto medio: mostrar firmeza sin caer en la violencia. Bloqueó marítimamente el acceso a la isla para impedir el traslado de más armamento proveniente de la Unión Soviética. Cuando Zelenski habla de ataques preventivos, hay que recordar que Kennedy se negó en redondo. Simplemente, plantó cara a Khruschev y esperó su siguiente movimiento, exactamente lo que está haciendo la OTAN con Rusia: tomarse en serio la amenaza, mostrar la máxima preocupación… pero no ceder en el envío de armas ni en el de ayuda económica a Ucrania.
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Jugar con el lenguaje
Cuando el desastre pende de un hilo y todo el mundo busca una excusa para dar un paso difícil de justificar, cualquier excusa es buena. En octubre de 1962, como decíamos, Kennedy decidió enfrentar su armada a la soviética y bloquear el acceso a la isla. Ahora bien, no lo llamó "bloqueo" -un término bélico- sino "cuarentena". En ocasiones, el lenguaje es el primer arma que vigilar de cerca.
El problema es que, en esta guerra, quien está destacando en "neolengua" es precisamente Putin, que aún no ha sido capaz ni de llamar "guerra" al conflicto y sigue hablando de "operación militar especial" como si se trataran de unas simples maniobras. Del mismo modo, llama "referendo" a lo que es una votación ilegal y "liberación" a lo que es una anexión de territorio ajeno por las bravas. La OTAN y Biden tendrán que buscar su propia terminología para rebajar la literalidad sin relajar el mensaje.
Mostrar sangre fría
Buena parte de la estética ruso-soviética consiste en describirse a sí mismos como rudos y valientes superhombres sin miedo a nada ni a nadie y dispuestos a hacer lo que sea, incluso inmolarse en un hongo nuclear, con tal de rendir honores a la Madre Patria. Afortunadamente, cuando la estética se lleva a la política o, en este caso, a lo militar, la cosa cambia. El oso ya no es tan fiero y tiende a pensar dos veces sus actos.
Khruschev le dejó claro a Kennedy varias veces que si sus barcos se veían interceptados por los estadounidenses podían prepararse para una III Guerra Mundial. Exactamente, las mismas palabras que repite Putin en el convencimiento de que así nos amedrentará a los débiles y decadentes occidentales. El choque estuvo a minutos de producirse y durante trece días estuvimos al borde de la guerra nuclear total. Al final, los rusos recularon. Algo le decía a Kennedy que recularían. Simplemente, no tenía sentido acabar con el mundo por unos misiles en Turquía o unos acorazados en el Caribe. Probablemente, Biden cuente con que Putin esté pensando lo mismo sobre la trascendencia de Jersón o Zaporiyia en la historia de la humanidad.
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Involucrar a todos en la diplomacia
La crisis de los misiles fue un triunfo de la diplomacia. La diferencia es que, entonces, había una salida muy fácil -quitar los misiles de Cuba a cambio de quitar los de Turquía- y ahora todo se complica más, aunque solo sea porque, en principio, ni la OTAN ni Estados Unidos son parte beligerante. En otras palabras, lo más que pueden hacer es fomentar acuerdos entre Kiev y Moscú que no sean excesivamente dolosos para ninguna de las dos partes.
En ese sentido, la ayuda de China es imprescindible. Desde Beijing deben dejarle claro a Putin que no cuenta con su apoyo en materia de uso de armas nucleares. Que, si ya es absurdo jugarse la vida por Lisichansk siendo ruso, más lo es siendo chino. Después de siglos y siglos, el "gigante dormido" por fin parece haber encontrado su lugar en el mundo, conquistando esferas de poder. ¿Le conviene que justo ahora ese mundo se acabe, sin más?
Conceder en privado lo que no se reconoce en público
Sesenta años después, la historia de la crisis de los misiles se entiende como la historia del triunfo de Estados Unidos sobre la Unión Soviética. Al menos, en los propios Estados Unidos y su zona de influencia. Sin embargo, no está nada claro que fuera así. La URSS retiró sus misiles en Cuba, sí, y se evitó una guerra nuclear mundial… pero en secreto, Khruschev y Kennedy llegaron a un acuerdo para que EEUU retirara también los suyos de Turquía. No se sabe aún si los de Italia estaban incluidos en el paquete.
Cada país vendió a su pueblo una victoria cuando en realidad la cosa no pasaba del empate. Algo parecido podría pasar en Ucrania. Más allá de los grandes discursos y los grandes compromisos inamovibles, habrá que encontrar la manera de que tanto Putin como Zelenski puedan construir un relato en el que, de algún modo, se puedan presentar como victoriosos. El asunto es que Rusia ya ha llevado las cosas a unos extremos desde los que encontrar puntos medios es complicadísimo. Aun así, como siempre, habrá que encontrarlos. Nos va en ello el futuro.
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