El ejército ruso andaba desnudo por Ucrania, pero nadie se atrevía a señalárselo a Vladimir Putin. Esta es, según el Washington Post, la principal razón por la que Ucrania consiguió recuperar en septiembre el norte de Járkov y adentrarse incluso en algunas ciudades de Lugansk, hasta entonces en manos rusas. A su vez, el éxito de esta contraofensiva y la perplejidad rusa al respecto explican lo sucedido un mes y medio después en Jersón, cuando Ucrania consiguió tomar todo el flanco oeste del Dniéper y recuperar la capital de la provincia.
A principios de septiembre, la obsesión del mando ucraniano era conseguir una victoria que diera un giro a la guerra y, sobre todo, permitiera a sus aliados confiar en sus posibilidades. Zelenski quería enseñarle a Biden y a la OTAN de lo que eran capaces, convencerles de que podían expulsar a los rusos totalmente de su territorio y que las armas que les pedían tenían un sentido estratégico y eran una inversión razonable. Así, durante semanas, se filtró el supuesto intento de ofensiva sobre Zaporiyia y Jersón, en el sur del país.
Confiados en que la situación en el Donbás estaba controlada después de la captura de Sievierodonetsk y Lisichansk a finales de junio, los rusos empezaron a transferir tropas a la supuesta zona amenazada… exactamente lo que Ucrania quería. Porque el caso es que el ataque estaba pensado precisamente sobre las ciudades de Izium y Kupiansk, donde el ejército ruso había desplegado sus centros de mando. Dos ciudades clave para romper la cadena de suministros desde Belgorod y a su vez dificultar el envío de refuerzos.
Poca defensa rusa
La apuesta parecía arriesgada, pero Ucrania tenía una baza a su favor: los rusos tenían armas de sobra, sí, pero no tenían hombres que las pudieran usar. Putin llevaba meses prometiendo que no habría una movilización general ni parcial, convencido de que todo iba bien en el frente. No quería provocar la más mínima inquietud entre sus ciudadanos, que vivían mayoritariamente al margen del conflicto. Convencido de que no había por qué reforzar unas líneas en realidad maltrechas, Putin prefirió cruzarse de brazos… y lo pagó con creces.
El ataque de Ucrania fue inesperado y fugaz. En dos o tres días, lograron avanzar decenas de kilómetros y así envolver estas ciudades y poder marchar hacia Limán. Kupiansk cayó con cierta facilidad, pero Izium prometía ser otra cosa… al menos sobre el papel. Ni siquiera la inteligencia estadounidense había tenido en cuenta que el estado del ejército ruso podía ser tan precario. A los dos días de cerco de la ciudad, las tropas invasoras salieron corriendo por la única salida posible. Para sorpresa de los ucranianos, lo hicieron dejando atrás armamento de enorme calidad y tanques llenos de gasolina. Una auténtica desbandada.
Las noticias de la toma de Izium resonaron en el Kremlin. Putin montó en cólera y exigió una comunicación más sincera. Aparte, anunció lo que llevaba negando tanto tiempo: una movilización parcial, con la idea de mandar unos trescientos mil nuevos hombres al frente para que no volviera a pasar algo como lo de Izium. Sin embargo, a los pocos días, la que caía era Limán. Ahí, por lo menos, los rusos no se rindieron. El problema es que no iban tan armados como estaban sus compañeros de Izium: opusieron mayor resistencia, pero acabaron cediendo igualmente.
Ucrania quedaba así a un paso de la conquista de Kreminna, Svatove y el noroeste de Lugansk. En estado de alarma, las tropas rusas volvieron a cambiar de asignación: los que estaban en el sur volvieron al este, para evitar la catástrofe. Aparte, se empezaron a mandar al Donbás a movilizados sin apenas formación, con el único fin de hacer de barrera humana. Se tapó la hemorragia, pero la debilidad mostrada era demasiado evidente como para no insistir en ella.
La historia se repite
El hombre de Putin en Ucrania pasó a ser Serguei Surovikin, “El General Armageddon”. Oficial fiel en la guerra de Siria, Putin confiaba en que al menos con Surovikin las cosas se dijeran a la cara. Surovikin se estrenó con unos cuantos bombardeos criminales sobre posiciones civiles, pero no supo detectar -o no pudo frenar, en cualquier caso- una segunda contraofensiva cuando parecía que Rusia tomaba de nuevo la iniciativa militar.
Aprovechando el vacío de hombres que habían marchado a proteger la línea Kreminna-Svatove, Ucrania tenía pensado un ambicioso plan para tomar Zaporiyia, partir en dos las defensas rusas en el sur y avanzar por el oeste hacia Jersón, por el este hacia Mariúpol y por el sur hacia Crimea. Tan ambiciosa era la estrategia que sus aliados occidentales les disuadieron: mejor centrarse en una zona concreta. Mejor ir a por Jersón, aprovechando que la orilla noroeste del Dniéper estaba completamente desprotegida.
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De nuevo, el ataque fue inesperado y vertiginoso. De nuevo, el éxito fue absoluto. Solo quedaba atreverse a dar el salto al otro lado del río: tomar Davydiv Brid y lanzarse sobre Jersón capital. Lo primero se consiguió de inmediato. Lo segundo tuvo que esperar. Pese a haber volado el puente Antonovski, clave para el suministro de los veinticinco mil soldados rusos que aún defendían la posición, Andrei Kovalchuk, el general al cargo de la ofensiva no terminaba de dar el paso definitivo.
Tanto tardó Kovalchuk y tantas fueran sus excusas que a Zelenski no le quedó otra que sustituirle por Alexander Tarnavski. Tarnavski, que había sido el lugarteniente de Alexander Syrskyi en la ofensiva de Járkov, no tuvo tantos miramientos. Siguiendo la táctica del este del país, Tarnavski y sus hombres tiraron de imaginación y rodearon Jersón en vez de atacarla directamente. Al cabo de unos días, el 9 de noviembre, las tropas rusas empezaron una lenta retirada, asegurándose de minar todo el camino que permitiría perseguirles en su huida. Dos días después, las tropas de Tarnavski liberaban la única capital de provincia en manos rusas.
Así se fraguó, en definitiva, esta historia de mentiras al líder, de torpezas a la hora de defender las ciudades -tal vez, incluso, de miedo- y de un cambio que fue clave para aligerar las maniobras en el sur. Una historia de éxito que ha llevado a Ucrania a entrar en el territorio de Lugansk, donde sigue luchando ahora mismo por recuperar Kreminna, y empujar a los rusos hacia Crimea, que queda a poco más de cien kilómetros de distancia. Una historia que, sobre todo, permite creer en Ucrania y sus fuerzas armadas, algo necesario para convencer a Estados Unidos y a la OTAN de que hay que seguir enviando armas. Sin ellas, no hay táctica que valga.
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