El papa emérito Benedicto XVI, considerado por muchos uno de los grandes teólogos del siglo XX, fue un intelectual que, pese a su fama de conservador, tomó una de las determinaciones más seculares que se han visto en un Santo Padre: renunciar.
Joseph Ratzinger, el papa emérito a quien todo el mundo conociera como Benedicto XVI, falleció este sábado en Roma a los 95 años. Este mismo miércoles, el papa Francisco pedía "una oración especial" para el Benedicto XVI porque estaba "muy enfermo". Todos los que le habían visitado en los últimos meses aseguran que Ratzinger hablaba con un hilo de voz, que no caminaba y que se le veía muy frágil, aunque estaba completamente lúcido.
La sombra de la edad y los efectos del paso del tiempo sobre su salud marcaron su papado desde el primer día en que ofició como Santo Padre, el 24 de abril de 2005. Fue en una misa al aire libre en la Plaza de San Pedro del Vaticano. A esas alturas a nadie se le escapaba ya que, tras la muerte de su predecesor, Juan Pablo II, la Iglesia católica tenía al frente con Benedicto XVI a un hombre de 78 años.
En 2005, Benedicto XVI era el nuevo papa más veterano que había tenido el catolicismo en 300 años. Esa circunstancia también la tenía presente el propio Benedicto XVI. Ya en aquella primera misa, el Santo Padre dejaría dicho: "En este momento, débil servidor de Dios que soy, debo asumir esta tarea enorme que de verdad supera toda capacidad humana".
El papado de Benedicto XVI apenas duró ocho años. "Mi avanzada edad no se corresponde con la de un adecuado ejercicio del ministerio petrino", según explicaría en su renuncia el propio Benedicto XVI en febrero de 2013. Para un hombre en el que muchos vieron continuidad respecto a Juan Pablo II, alguien a quien Ratzinger acompañó como principal asesor durante años, aquella dimisión fue un auténtico acto de ruptura.
Le haría quedar en la historia como el segundo papa en renunciar a ejercer de sucesor de San Pedro en la historia de la Iglesia católica. Hay que remontarse siete siglos en la historia de la Iglesia para ver otra dimisión papal. A saber, la de Cecilio V en 1294.
Con una frágil salud como la suya, Benedicto XVI tuvo que enfrentarse en su último año de papado al escándalo Vatileaks. Este consistió en una serie de filtraciones de documentos internos de la Santa Sede sobre, entre otras cosas, las encarnizadas luchas de poder de la Curia. Esas filtraciones fueron posibles gracias a la traición del que fuera su mayordomo, Paolo Gabriele. El escándalo de Vatileaks acabó resolviéndose en los tribunales en 2016 con Benedicto XVI siendo ya papa emérito.
A diferencia de Juan Pablo II, quien estuvo al frente de la Santa Sede durante años pese a sus graves problemas de salud, Benedicto XVI abandonó el cargo en lo que el filósofo italiano Paolo Flores d'Arcais definiría como un gesto propio de una visión "secular" de la Iglesia moderna. "Al renunciar, Ratzinger ha dado crédito a la visión más secular de la Iglesia moderna presentada por su antiguo antagonista Hans Küng y por los miembros más progresistas del Concilio Vaticano II cuya influencia Ratzinger consiguió marginalizar", según Flores d'Arcais.
Reconocido prestigio
Mayormente, aludía el italiano a las tesis de inspiración marxista de la teología de la liberación condenadas en su momento por Ratzinger. Ni Hans Küng ni nadie pudo doblegar la línea de pensamiento de Benedicto XVI, ya fuera en su etapa de teólogo y profesor universitario, la de arzobispo, la de cardenal o la de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Todo eso fue también Joseph Ratzinger antes de convertirse en el líder de la Iglesia católica.
Curiosamente fue Küng quien, en 1966, respaldaría la candidatura de Joseph Ratzinger al puesto de profesor de Teología Dogmática en la Universidad de Tubinga. Por aquel entonces, Ratzinger ya era, sin embargo, un pensador de prestigio. Prueba de ello es que sirviera de asesor al arzobispo de Colonia, Joseph Frings, en el Concilio del Vaticano Segundo entre 1962 y 1965.
Del papa emérito se ha terminado reconociendo que fue "uno de los grandes teólogos del siglo XX". Ante Ratzinger, poco antes de adoptar el nombre de Benedicto XVI, alguien como Jürgen Habermas, un pensador salido de la neomarxista Escuela de Fráncfort y tal vez el filósofo alemán de mayor prestigio en el paisaje intelectual germano de las últimas décadas, acabaría reconociendo la importancia de la religión como fundamento para construir los sistemas legales democráticos.
Ese fue al menos el recuerdo que dejaría el diálogo que Habermas y Ratzinger mantuvieron en 2004, un intercambio de argumentos recogido en el libro 'Entre razón y religión: dialéctica de la secularización' (Ed. Fondo de Cultura Económica, 2008).
Papa y "orgullo nacional"
En su Alemania natal, Ratzinger era el pequeño de una familia bávara de fuerte convicción católica compuesta por tres hermanos y encabezada por un padre policía y una madre cocinera, ejerció de "orgullo nacional". Así lo describiría en su momento la canciller alemana, la cristianodemócrata Angela Merkel.
Hasta Gregor Gysi, siendo éste líder parlamentario del partido poscomunista Die Linke, tuvo tiempo para alabar a Benedicto XVI. Adhesiones atípicas como la de este político ateo y marxista se explican en buena medida por la nacionalidad del papa emérito. No en vano, él fue el primer papa alemán desde Adriano VI en el siglo XVI.
Como la de Alemania, la historia personal de Ratzinger estuvo marcada por el trágico pasado nazi de su país. A la fuerza, el régimen nazi le hizo formar parte de las Juventudes Hitlerianas en 1939. Estuvo al servicio del Ejército del III Reich entre 1943 y 1945. Antes de que acabara la guerra logró desertar. En pleno proceso de reconstrucción de su país, el menor de los Ratzinger pudo entregarse a estudiar teología, siguiendo así su vocación y los pasos de su hermano Georg. Eso sí, Joseph fue el que alcanzó las cotas más altas de la Iglesia católica.
Su hermano mayor, que llegó a arzobispo de Ratisbona, falleció en julio de 2020. El papa emérito lo visitó antes de su muerte y, sólo tras su fallecimiento, se supo del empeoramiento del estado de salud Benedicto XVI, a principios de agosto de 2020.
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