La sola presencia de China en la Conferencia de Seguridad de Múnich ya es una excelente noticia. Descartado su rechazo explícito a la invasión rusa de Ucrania, la neutralidad es lo más a lo que puede aspirar Occidente. China, desde luego, parece cómoda en ese papel. De alguna manera, hace que todos la necesiten, lo que no deja de ser el gran objetivo de Xi Jinping: por un lado, Rusia la ve como su único aliado de entidad; por el otro, Estados Unidos confía en que Xi pueda controlar y atemperar a Putin, si es que no es ya demasiado tarde para eso.
La retórica china va en ese sentido: su ministro de exteriores, Wang Yi, insistió en la necesidad de parar la guerra y dialogar, aunque, por supuesto, ni especificó cómo se iba a escenificar ese alto el fuego ni en qué consistiría el diálogo. Repetía así el discurso de la facción moderada del Kremlin, que se repite peligrosamente por demasiados países, España incluida: sembrar la idea de que estamos ante un conflicto entre dos países y no ante la invasión de un país a otro con violaciones evidentes de los derechos humanos e indicios de crímenes de guerra.
Exactamente esa fue la posición que marcó la vicepresidenta estadounidense Kamala Harris en su intervención. Harris acusó a Rusia de “crímenes contra la humanidad” y exigió que sus responsables rindieran cuentas ante la justicia internacional. Yi se frotaba las manos: poco antes había acusado de histerismo a Estados Unidos por la sobrerreacción en la crisis del globo espía y ahora tenía otra excusa retórica para golpear a su gran enemigo: “Están fomentando un ambiente de Guerra Fría”, dijo, como si hubiera sido Estados Unidos quien decidiera anexionarse cuatro regiones de un país vecino.
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Estados Unidos, como vemos, recibió de lo lindo. Es normal. En Múnich anda también Anthony Blinken, secretario de estado. Blinken tenía programada una visita a Pekín para la segunda semana de febrero que se vio cancelada súbitamente cuando se descubrió la presencia del globo chino sobre Montana. Al gobierno de Xi Jinping no le sentó nada bien. La visita tenía como objeto precisamente rebajar la tensión creciente entre ambos países ya desde el viaje de Nancy Pelosi y varios congresistas a Taiwán el pasado verano y al final las cosas quedaron como estaban, si no peor.
Rechazo nuclear
Con todo, aspirar a la neutralidad te obliga a dar una de cal y una de arena. Yi habló de histerismo y habló de Guerra Fría… pero también se mostró partidario de continuar los acercamientos entre Xi y Biden iniciados en la cumbre del G20 en Bali. No hubo escalada verbal e incluso mandó un claro mensaje respecto a las recurrentes amenazas de Rusia: “No podemos permitir guerras nucleares”, dijo Xi, para a continuación añadir: “Juntos, debemos oponernos al uso de armas químicas y biológicas sea cual sea la circunstancia”.
China ha luchado mucho desde el cambio de siglo para conseguir una posición de preponderancia comercial y política en todo el planeta, algo que probablemente no hayamos visto en toda la historia de la humanidad. Obviamente, le viene fatal que esa historia de la humanidad se acabe de la noche a la mañana. Puede que sea lo único en lo que China se sale del mensaje de los aliados dialécticos del Kremlin, pero no es poca cosa. Mientras Rusia siga siendo incapaz de ganar la guerra con armas convencionales, la tentación nuclear siempre estará ahí. Bueno es que China se le ponga enfrente y no decida mirar para otro lado.
No tener miedo a ganar
En lo que sí tiene razón Yi es en su referencia a la Guerra Fría, aunque confunda al responsable. El ambiente en Múnich es claramente bélico, como no puede ser de otra manera. Varios jefes de estado y primeros ministros han insistido en la necesidad de que la guerra de Ucrania acabe de manera que el conflicto no quede pendiendo sobre Europa durante las próximas décadas. El asunto es determinar el cómo. La primera ministra finlandesa, Sanna Marin, fue la más contundente al respecto: “Europa no debe tener miedo a ganar la guerra en Ucrania”, declaró.
Ese miedo, desde luego, ha existido durante mucho tiempo. El miedo a arrinconar a Putin. El miedo a que la propia China le eche un cable al verlo arrinconado -Blinken volvió a insistir en las terribles consecuencias que eso tendría para el país asiático, aunque, de nuevo, sin concretar- y el conflicto se extienda, que es justo lo que desea el Kremlin. Poco a poco, sin embargo, parece que el temor se va perdiendo. Múnich está siendo también una entusiasta declaración de intenciones: incluso el canciller Scholz animó a todos los países a enviar armas a Ucrania.
China, que tiene sus propias escaramuzas en el Pacífico, ve todo esto desde la distancia de quien prefiere no meterse en la pelea hasta no saber seguro quién la va a ganar. Gato negro, gato blanco. Al sentido práctico chino no lo afectan siquiera las veleidades nacionalistas e imperialistas de Xi. De momento, neutralidad, que así no se molesta nadie. Luego, según avancen las cosas, ya iremos viendo.