La figura del explorador desprende, desde tiempos inmemoriales, cierto aroma de misterio, de leyenda. Es el aventurero que se lanza a lo desconocido jugándose la vida para conseguir lo que solo unos pocos han conseguido antes. Desde Heródoto a Colón, desde Edmund Hillary a Yuri Gagarin, este tipo de logros nunca han sido baratos ni seguros, y muchos que intentaron emularles se quedaron en el camino. El accidente del Titan esta semana es solo la última muestra del riesgo que supone llevar la tecnología al extremo y a la naturaleza humana donde no le corresponde.
De los cinco tripulantes del minisubmarino, Hamish Harding es el más cercano al perfil del aventurero. Antes de sumergirse en las profundidades del Atlántico, este multimillonario británico ya había conocido la inmensidad del espacio. A él le acompañaba el explorador francés Paul-Henry Nargeolet, uno de los mayores conocedores del Titanic, el malogrado trasatlántico al que quería contemplar con sus propios ojos.
La expedición contaba también con los paquistaníes Shahzada y Suleman Dawood, padre e hijo, patrocinadores del Instituto SETI, que busca explorar y entender el origen del universo. Completaba el grupo Stockton Rush, el propio consejero delegado de la firma operadora del submarino, OceanGate.
El fallecimiento de los cinco se confirmó este jueves, después de que uno de los robots de búsqueda encontrase restos del sumergible. La Guardia Costera de EEUU informó de que se habría producido una "implosión catastrófica" que habría destrozado la cámara de presión donde se alojaba el quinteto de aventureros. Además, la Marina de EEUU admitió haber escuchado el mismo domingo que el Titan inició el viaje, un ruido que podría corresponderse a esa implosión.
Son las últimas víctimas de la maldición de un barco que se publicitaba como imposible de hundir y que apenas logró navegar cinco días antes de chocar contra un iceberg. 1.500 personas fallecieron aquel 15 de abril de 1912, sobreviviendo poco más de 700 personas.
Un viaje peligroso y en las peores condiciones
Todos conocían los riesgos. Como han contado los viajeros que les precedieron, quienes iban a bordo del Titan debían firmar un documento donde se advertía del peligro del viaje, que se tornaría mortal ante casi cualquier imprevisto una vez comenzase la inmersión. Sin embargo, abonaron el precio, de unos 250.000 dólares, y partieron el pasado viernes 16 desde la ciudad canadiense de St. John's, el punto más oriental de Norteamérica, a bordo del barco Polar Prince.
Junto a los cinco aventureros y su tripulación, en el navío viajaba el Titan, el minisubmarino de OceanGate capaz de sumergirse a una profundidad de 4.000 metros. Fabricado en fibra de carbono y titanio, medía 6,7 metros de largo y contaba con cuatro propulsores eléctricos. La parte principal de su fuselaje era una cápsula cilíndrica sellada con un pequeño ojo de buey de 21 pulgadas de diámetro.
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El sábado 17, Harding publicaba un mensaje en Facebook donde avisaba del "peor invierno en 40 años" en la zona, por lo que posiblemente ese viaje sería "la primera y única misión al Titanic en 2023". "Intentaremos una inmersión mañana", indicaba.
Hacia las 12.00 horas GMT (dos horas más en la España peninsular) del domingo 18, el Titan comenzaba a sumergirse en el que sería su último viaje, al igual que le pasara al Titanic hace 110 años. El vehículo tenía previsto descender durante más de dos horas, ayudado por la gravedad terrestre y por sus motores eléctricos.
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Pero hacia las 13.45 GMT, el Polar Prince dejó de recibir comunicaciones del sumergible. No era la primera vez: el Titan ya había experimentado problemas de comunicaciones al menos en una inmersión realizada en 2022.
Quizá por precedentes como este no se dio la voz de alarma de inmediato. El minisubmarino tenía previsto emerger a la superficie a las 19.00 GMT, pero no lo hizo. Dos horas y 40 minutos después, la Guardia Costera de EEUU recibe aviso de esta desaparición y se pone en marcha el dispositivo de búsqueda.
Una búsqueda contrarreloj
Aviones que lanzaron boyas con sónar en la zona donde se perdió el contacto, barcos de las fuerzas de seguridad de EEUU y Canadá, empresas privadas de exploración oceanográfica, equipamientos para rastrear submarinos... Todos ellos fueron llegando al lugar entre el lunes y el miércoles, con la esperanza de encontrar un vehículo minúsculo en un área de búsqueda inmensa. Ni siquiera se sabía por entonces si el Titan seguía sumergido o flotaba a la deriva en el Atlántico.
Los aparatos de rastreo lograron el martes una primera pista: sonidos de golpes realizados a intervalos de 30 minutos. Los más optimistas vieron una muestra clara de que los cinco aventureros seguían vivos, aunque la Guardia Costera ha informado tras el suceso que los ruidos no se produjeron en la zona donde ha ocurrido la catástrofe.
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En cualquier caso, aunque a esa hora del martes siguieran vivos, el oxígeno escaseaba. Los expertos estimaban que el suministro de aire les daría para entre 70 y 96 horas desde la salida. Para cuando se detectaron los golpes esperanzadores, más de la mitad del oxígeno se les habría agotado. Y lo único que se había conseguido era reducir el radio de búsqueda.
A la zona se llevó a los ROV (vehículos operados de forma remota, por sus siglas en inglés), los robots de exploración submarina que van conectados por un cable al barco desde el que se manejan y visualizan las imágenes que captan sus cámaras.
Los esperanzadores avances del martes se desvanecieron el miércoles con la detección de nuevos ruidos, lo que amplió de nuevo el área en el que indagar.
Pese a la búsqueda contrarreloj, el tiempo estimado de oxígeno en el interior de la nave se agotaba a las 10.00 GMT del jueves sin que hubiera nuevas noticias del minisubmarino extraviado. Las pocas esperanzas de las últimas horas se agotaban.
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La trágica noticia tenía sus primeros visos de confirmación cuando a las 15.48 horas del jueves la Guardia Costera de EEUU informaba de que un ROV había encontrado restos que podrían pertenecer al Titan. Convocaban una rueda de prensa para dos horas después.
Sin embargo, quienes tenían acceso a las imágenes del ROV daban por seguro que los restos encontrados correspondían a la parte en la que se apoyaba el Titan y la parte trasera. No mucho después, la propia compañía OceanGate daba por muertos a los cinco ocupantes, algo que confirmaría la Guardia Costera a las 19.00 GMT del jueves.
A pesar del amplio dispositivo movilizado, se desconocen por el momento las circunstancias del accidente. Se ignora en qué momento pudo implosionar el Titan -si antes o después de que se les acabase el oxígeno-, las causas de la implosión, si el vehículo se enredó en alguna red o si llegaron a ver el ansiado Titanic. Sólo se sabe que el mítico trasatlántico se ha cobrado cinco vidas más, y que las voces que critican este peligroso turismo de lujo van en aumento mientras la carrera empresarial por popularizar el turismo espacial continúa.