Imágenes de drones del campo de batalla en Bakhmut.

Imágenes de drones del campo de batalla en Bakhmut. Reuters

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Ucrania aprovecha el caos de Rusia para realizar avances y cerrar la bolsa sobre Bakhmut

En las últimas horas, las tropas ucranianas han avanzado por el sur justo hasta las afueras de Klishchiivka, cuyo asedio podría haber empezado ya.

30 junio, 2023 04:18

En Bakhmut empezó todo y es hasta cierto punto lógico que sea en Bakhmut donde la contraofensiva ucraniana pueda cobrarse su primera gran pieza. En el verano de 2022, Bakhmut no era más que un punto de paso hacia las ciudades de Kramatorsk y Sloviansk, donde Ucrania tenía fijados sus cuarteles para la guerra del Donbás. Rusia venía de conquistar con un alto gasto en vidas Sievierodonetsk y Lisichansk y aún controlaba el sur de Járkov, la ciudad de Limán, la de Izium, la de Sviatohirsk…

En definitiva, el ataque sobre el centro neurálgico de la defensa ucraniana en la región de Donetsk parecía cuestión de días… pero el ejército ruso decidió emprender una pausa operacional y el Grupo Wagner se fue a lo suyo, es decir, al pillaje. ¿El destino? La mencionada ciudad de Bakhmut o, más bien, las minas de sal de Soledar. En su mente estaba hacer lo mismo que llevaban haciendo años en África: utilizar los recursos naturales para su provecho y hacer dinero con ello. Alexander Dvornikov, jefe de las operaciones rusas, no quiso oponerse. A los mercenarios es bueno tenerlos contentos.

Ahora bien, el error fue tremendo y lo peor es que se prolongó en el tiempo. Bajo la excusa de estar buscando una victoria "simbólica" para Rusia, Prigozhin convirtió Bakhmut en algo así como su Moby Dick particular. Se obsesionó. Aún más cuando a Dvornikov le sustituyó al mando de las operaciones en Ucrania su buen amigo Sergei Surovikin, "el general Armageddon", "el carnicero de Siria", compañero de atrocidades en las campañas de Putin ayudando a los sátrapas del mundo o sofocando a cañonazos las rebeliones vecinas.

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Surovikin mimó a Wagner todo lo que pudo. Le dio munición, le dio armas, convenció al ministerio de justicia para que Prigozhin pudiera reclutar prisioneros y mandarles al frente… todo para el interés propio del antiguo cocinero de Putin en San Petersburgo. El resultado fue que Wagner tardó nueve meses en tomar Bakhmut. Perdió por el camino decenas de miles de hombres, hipotecó cualquier otro avance en la ofensiva de invierno y cuando plantó la bandera de su ejército privado -no la de su país- en medio de unas ruinas, Surovikin ya no estaba ahí. Al rey de los epítetos le habían echado sin darle ni una explicación varios meses atrás.

La destitución de Surovikin fue extraña en su momento, pero ahora empiezan a encajar las piezas. Surovikin fue una apuesta personal de Putin ante la inoperancia de sus demás generales. Como jefe de las fuerzas aéreas había asolado Alepo y había participado en el pasado en la guerra de Chechenia. Su crueldad era su carta de presentación. Su objetivo: hacer cundir el pánico en la población civil ucraniana mediante ataques nocturnos violentísimos, a ser posible en lunes. Su ambición: la de todos, ser Shoigú en vez de Shoigú; ser Gerasimov en vez de Gerasimov.

Surovikin y Prigozhin: dos ídolos caídos

El problema de Surovikin fue que toda la exageración en torno a su persona chocó de inmediato con la realidad: más allá de dejar que su amigo Prigozhin actuara de hecho como un señor de la guerra, con total independencia del resto de mandos, fue incapaz de parar la ofensiva ucraniana en Jersón justo días después de que Putin hubiera anunciado solemnemente la anexión de dicha región (y la de Zaporiyia) a la Federación Rusa. El ridículo fue enorme, estrepitoso. Surovikin cesó y en su lugar quedó Gerasimov, en la práctica el jefe del ejército ruso.

La caída en desgracia de Surovikin supuso amplios recortes en el envío de municiones y refuerzos a Prigozhin. Es cierto que Gerasimov siguió permitiendo que toda la ofensiva rusa se centrara en un punto inocuo del mapa, pero también lo es que hizo lo posible para no armar demasiado a un grupo salvaje dirigido por un ambicioso psicópata. Sabía que esas armas podían volverse en su contra en cualquier momento. La guerra dentro del bando ruso estalló y no dejó de crecer hasta que el pasado viernes, Prigozhin decidiera invadir Rostov, donde pensaba que podría encontrar a Shoigú y a Gerasimov y tomarlos como rehenes. Irónicamente, uno de los primeros en salir públicamente a condenar sus acciones y pedirle cordura fue su amigo Surovikin.

Imágenes de drones desde el campo de batalla en Bakhmut

Imágenes de drones desde el campo de batalla en Bakhmut Reuters

Solo que había algo raro en el vídeo de Surovikin, como en el del general Vladimir Alekseiev, que se publicó en esas mismas horas difusas de la mañana del sábado. Ambos tenían el mismo fondo y desde el principio se especuló con que ambos estaban detenidos. El Kremlin ya sabía que ellos sabían. Otra cosa es que haya esperado hasta este jueves para detener al menos a Surovikin… si es que lo ha detenido. Su hija dice que no. No hay imágenes ni comunicados. En rigor, desde ese sábado, nadie ha visto con vida ni a Surovikin ni a Prigozhin. Y tiene pinta de que esto no ha hecho más que empezar.

Por su parte, es normal que Ucrania se beneficie de toda esta marejada. Y es inteligente que haya decidido centrarse en Bakhmut. Primero, porque Wagner dejó Bakhmut en el caos y así sigue. Llegaron, tardaron nueve meses en vencer, perdieron -dicen ellos- veinte mil hombres y se fueron sin más. No se sabe quién está defendiendo ese montón de escombros, pero sí se sabe que no habían dejado a nadie en los flancos de Ivanivske y Khromove, rápidamente ocupados por los ucranianos en los primeros días de junio.

Bakhmut y el caos

Probablemente, la idea de Zaluzhnyi y Syrskyi, antes de que sucediera todo esto, fuera dejar Bakhmut atrás. No meterse en líos. Seguir avanzando y embolsar a las tropas que estuvieran defendiendo los rascacielos derruidos para dejarlas fuera de juego. Evitar el combate directo. Ahora bien, tanto las palabras de la portavoz del ministerio de defensa como los comentarios que llegan desde el terreno, así como las distintas geolocalizaciones, hacen pensar que Ucrania quiere recuperar Bakhmut cuanto antes. Primero, por lo que tiene de simbólico para su propio pueblo. Segundo, porque dejaría más en evidencia la infinita torpeza de Prigozhin y Surovikin en su empeño por esa ciudad insignificante. Tercero, porque a ver qué pasa cuando lleguen a Soledar y recuperen las minas.

En las últimas horas, las tropas ucranianas han avanzado por el sur justo hasta las afueras de Klishchiivka, cuyo asedio podría haber empezado ya. En el norte, se dice que podrían haber tomado el control de las tierras altas de Berkhivka, que permiten tener a tiro el acceso a Bakhmut… y a Krasna Hora, la población que fuera otro de los centros neurálgicos de Wagner durante su campaña de la pasada primavera. Ambas podrían caer a lo largo del próximo mes, especialmente si se confirma el envío de misiles de precisión ATACMS por parte de Estados Unidos.

Rendirse o morir

Para ello, Ucrania está optando por una doble estrategia: por un lado, cortar cualquier línea de suministro al hacerse con el control de la M03. Por otro lado, azuzar a los invasores en el interior de la ciudad con bombardeos y escaramuzas para "invitarles" a la rendición. La moral de las tropas rusas está por los suelos. Sus condiciones llevan siendo penosas desde hace meses y a eso hay que añadir la absoluta falta de liderazgo en ese punto concreto del frente. No se puede descartar una desbandada en cualquier momento.

Probablemente, esa sea el gran objetivo de las tropas ucranianas: proponerles una retirada digna y hacer que esas tropas dejen vacía la ciudad para reconquistarla. Ahora bien, si no aceptan, habrá que doblar los ataques y volverá a morir mucha gente. Es dudoso que los rusos se manejen con la misma facilidad en el terreno de la guerra urbana como se manejaron los ucranianos. Básicamente, porque muchos de los que defendían Bakhmut de Prigozhin eran los habitantes de la propia ciudad. Se conocían cada esquina, cada rincón. Defender la plaza sin ese punto extra de motivación y pericia se hace casi imposible.

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Y cuando caiga Bakhmut de nuevo en manos ucranianas, ¿qué será de Prigozhin y Surovikin? Hasta ahora, el primero ha podido defenderse apelando a su valentía y su supuesto heroísmo. ¿Qué sucederá con él cuando Shoigú y Gerasimov puedan acudir a Putin y explicarle con imágenes que todo ese desperdicio de vidas rusas no ha servido absolutamente para nada? El exilio parece que se queda corto. La cárcel, probablemente también. Una salida digna de Putin a esta guerra pasa por culpar a otros de su derrota. Considerarla inevitable por la negligencia ajena y hacer una purga de escándalo en el ejército y el ministerio. Y luego, ya sí, esperar tranquilamente a que la gente olvide y que todo siga, más o menos, como antes. Ante sí, tiene la oportunidad. No debería dejarla pasar.