Las lecciones que Siria puede aprender de la Primavera Árabe: de la ilusión al fracaso en Túnez, Libia y Egipto
- La caída del régimen de Asad ha despertado la euforia entre la población Siria y los líderes occidentales, pero la experiencia reciente demuestra que derrocar a un dictador no garantiza el progreso ni la democracia
- Más información: Julani, el líder terrorista de HTS que soñaba con derrocar a Al Asad y promete reconciliación sin venganza
"La llamada Primavera Árabe solo trajo caos consigo y los rebeldes en Siria nunca conseguirán vencer”. Así se refería Bashar Al Asad a la sucesión de revueltas populares que sacudieron varios países del norte de África y Oriente Próximo que buscaban derrocar sus regímenes a principios de la pasada década.
Aunque la revolución emprendida contra el Gobierno sirio y la posterior guerra civil no podrían calificarse como un fenómeno local (dada la intervención directa de las grandes potencias mundiales), el presagio de Asad no se ha cumplido y los rebeldes finalmente sí que han logrado derrocar su régimen tras 24 años en el poder.
La euforia se ha desatado en las calles de Siria y en varias capitales occidentales, pero la experiencia reciente de otras insurrecciones que lograron acabar con el Statu Quo en sus países, como las de Egipto, Túnez, Libia o Yemen, dibuja un panorama de incertidumbre para los sirios.
A excepción de Túnez, donde se logró consolidar una frágil democracia, el resto de revoluciones acabaron en contrarrevoluciones autoritarias de carácter islamista o directamente en estados fallidos, ya sea por la injerencia de potencias mundiales o por el interés económico de las monarquías petroleras de la región.
Con motivo del décimo aniversario del origen de la Primavera Árabe, YouGov realizó en 2021 una encuesta publicada en The Guardian. El resultado habla por sí solo:el 75% de los sirios, el 73% de los yemeníes y el 60% de los libios afirmaban estar peor que antes de la etapa de esperanza frustrada iniciada en 2011.
Los yihadistas prometen una transición pacífica
El horizonte para Siria es una incógnita dada la radical ideología islamista del grupo insurgente, el conflicto de intereses de las potencias involucradas y la atomización de las facciones dentro del país.
El triunfo de los yihadistas también amenaza la pluralidad religiosa en Siria, hasta ahora respetada con Asad. Los datos del Ministerio de Exteriores español reflejan que existe una mayoría musulmana (74% sunitas y 13% de alahuitas y chíies) que convive con un 10% de cristianos y un 3% de drusos.
Por ahora, los rebeldes han prometido respetar las peticiones internacionales para impulsar una transición pacífica sin represalias para los leales a Asad, y los medios internacionales han tratado al grupo Hayat Tahrir al-Sham (HTS) con más suavidad que a Al Qaeda o el ISIS en el pasado.
Con la vuelta de los talibanes al poder en Afganistán aún en la retina y con el fantasma de un potencial resurgir del terrorismo yihadista sobre la mesa,tampoco está claro cómo se relacionará el nuevo estado con Occidente ni si los rebeldes pretenden proclamar la sharia (ley islámica).
La reciente experiencia de Túnez, Egipto o Libia en sus aspiraciones democráticas invitan a la cautela. Aunque Al Asad ya ha encontrado su invierno, está por ver si Siria va a consolidar su primavera.
Túnez, una década de progreso con final amargo
En diciembre de 2010, un joven frutero tunecino llamado Mohamed Bouazizi se inmoló para denunciar que la policía le había agredido y confiscado sus bienes de trabajo sin motivo.
Su muerte, fruto de la desesperación, lo convirtió en un mártir capaz de desatar una serie de revueltas populares que acabaron provocando la huida del díctador Ben Alí tras 24 años en el poder. La mecha de la Primavera Árabe se había prendido.
Durante una década, Túnez experimentó una notable transformación democrática: celebró elecciones libres a finales de 2011, aprobó una Constitución en 2015, se produjo una alternancia pacífica en el poder en 2016 y se garantizó una libertad de expresión inimaginable en la dictadura de Ben Alí.
Los avances democráticos no se reflejaron a nivel económico y el avance democrático no se tradujo en bienestar social. En las elecciones de 2019, un candidato independiente y populista, Kais Said, se hace con la victoria aprovechando el momento.
Tras meses de inestabilidad, en julio de 2021, Said activó un artículo de la Consittución para arrogarse plenos poderes y anular el poder judicial y cerrar el Parlamento.
Se iniciaba así un retroceso hacia un sistema hiperpresidencialista culminado en 2022 con la reforma constitucional de tintes autoritarios y con su reelección en unos comicios de 2024 donde participó menos del 28% del electorado.
Egipto, de la revolución a la contrarrevolución
Inspirados por lo sucedido en Túnez, en Egipto se produjo una oleada de protestas que lograron poner fin a tres décadas bajo el yugo de Hosni Mubarak en febrero de 2011.
Las elecciones egipcias de 2012 abrieron una puerta a la esperanza y a la regeneración democrática.
El candidato moderado del movimiento de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi se hizo con la victoria en las primeras elecciones limpias de un país con una historia milenaria.
Sin embargo, el malestar económico y los tentáculos del Estado profundo consolidados en la dictadura de Mubarak jugaron en su contra.
Morsi fue derrocado y encarcelado con cadena perpetua en 2013 tras perpetrarse un golpe de estado encabezado por el ministro de Defensa, Abdelfatah El Sisi, que desde 2014 ejerce como presidente.
Morsi vivió bajo condiciones infames en la cárcel y murió en 2019. Del sueño democrático y el entusiasmo popular de 2011, se volvió al punto de partida: autoritarismo, islamismo radical y represión agudizadas por una crisis económica que ha empobrecido a millones de egipcios.
Libia, del fin de Gadafi al estado fallido
Otro de los países donde las protestas sirvieron para derrocar el régimen imperante fue Libia.
El gobierno de Muamar el Gadafi reprimió violentamente a los manifestantes y la ONU autorizó una intervención militar. La OTAN justificó así su intervención y ayudó a los rebeldes a acabar con su dictadura.
Gadafi acabó siendo asesinado en 2011 tras cuatro décadas de mandato, pero su caída dio paso a un estado fallido y a una segunda guerra civil iniciada en 2014 y de la que todavía quedan ecos.
El país quedó dividido en dos. En el oeste, con base en Trípoli, el Gobierno de Unidad Nacional, reconocido por la comunidad internacional y apoyado por Turquía y Catar; y en el este, con base en Tobruk, el Ejército Nacional Libio (LNA) apoyado por el Grupo Wagner (Rusia) y Emiratos Árabes Unidos, entre otros.
En mitad del caos y el vacío de poder, surgieron múltiples milicias enfrentadas entre sí y una potente industria de tráfico ilegal de migrantes que durante años ha puesto en jaque las políticas migratorias de la UE.
Entre 2014 y 2017, 600.000 personas llegaron a Italia partiendo desde Libia. Otros 10.000 murieron en el trayecto. Al no encontrar solución al problema en Libia, Bruselas apostó por endurecer su pacto migratorio.
El caos también favoreció el terrorismo. El ISIS aprovechó la situación y se hizo fuerte en algunas zonas del norte del país y muchos de los que un día fueron partidarios de la Tercera Teoría de Gadafi acabaron abrazando el islamismo radical.
Al ser preguntado por cuál considera que ha sido su peor error durante sus dos mandatos en la Casa Blanca, el expresidente estadounidense Barack Obama señaló que aunque intervenir en Libia fue "una decisión correcta", se equivocó al no "planear el día después del fin de Gadafi".
Diez años después, Libia sigue siendo un Estado fallido, inmerso en la guerra y la violencia, donde milicias locales y grupos armados con mercenarios extranjeros se enfrentan por el control del territorio y el expolio de petróleo, principalmente.
Siria, bajo la sombra de Afganistán
Este domingo, las calles de Damasco y los alrededores de muchas embajadas sirias en Europa se han llenado de celebraciones por la caída del régimen de Al Asad, y algunos líderes mundiales como Olaf Scholz, Emmanuel Macron o Benjamin Netanyahu han expresado públicamente su satisfacción por lo sucedido.
Sin embargo, está por ver hasta qué punto el grupo yihadista Hayat Tahrir al-Sham (HTS) y su líder Al Julani van a respetar su discurso favorable a una transición pacífica.
Establecer un estado fuerte donde reine la sharia en Siria podría generar una represión contra las mujeres similar a la vivida en Afganistán tras el regreso de los talibanes al poder.
Esto también podría resucitar la amenaza terrorista contra Occidente y elevar aún más las tensiones en Oriente Próximo.
La caída de Asad fortalece la posición de Israel y Turquía en detrimento de Rusia e Irán, y el nuevo equilibrio de fuerzas podría acarrear a nuevas guerras regionales para aprovechar el momentum.
Además, los intereses cruzados y la multitud de facciones envueltas en el conflicto también podrían desembocar en nuevas luchas por el poder dentro de Siria.
Por tanto, poner fin a cinco décadas de mandato de la familia Asad representa hoy un símbolo de cambio esperanza para muchos, pero las lecciones extraídas en los países que vivieron su propia Primavera Árabe demuestra que derrocar a un dictador no implica necesariamente la llegada de la democracia, la libertad y la prosperidad.