No era el primer infierno que pisaban. Ni mucho menos. El periodista navarro David Beriain y el cámara vasco Roberto Fraile no eran precisamente novatos. Afganistán, Irak, Sudán, Congo, Libia o Colombia formaban parte de su hábitat natural. Traficantes, saqueadores, gánsters y asesinos les acompañaban en sus jornadas laborales. Nadie les engañó para viajar a Burkina Faso. Simplemente buscaban el reportaje perfecto. Como tantas otras veces.
Entre la ciudad de Gao, en Mali, y la ciudad de Pama, en Burkina Faso, hay más de 800 kilómetros de carretera. Unas 14 horas de viaje, según Google Maps, aunque la primera sí tiene aeropuerto. En realidad, poco o nada vincula a ambas ciudades. La primera, más cerca de las arenas del Sáhara. La segunda, en el límite suroeste del Parque Nacional de Arli, paraíso natural (y protegido) para elefantes, hipopótamos y leones. Sin embargo, su nexo es mucho más fuerte del que pudiera parecer. En ambos, la vida de los europeos vale menos que la ropa que visten. Y en ambos actúan el JNIM y el ISGS, las ramas en el Sahel de Al Qaeda y Estado Islámico.
Los periodistas españoles sabían dónde se metían. Por eso tomaban precauciones.
Beriain y Fraile se enrolaron en un grupo organizado por el conservacionista irlandés Rory Young a través de su ONG Chengeta Wildlife. Sus acuerdos con los guardabosques y con el ejército de Burkina Faso para proteger los parques naturales de saqueadores y furtivos, precisamente el objetivo del documental que ansiaban los dos periodistas, les permitirían llegar donde ningún informador había llegado antes. Literalmente.
El 27 de abril un escalofrío recorrió las redacciones de todos los medios españoles. El navarro y el vasco habían sido asesinados.
Los españoles se habían integrado en una patrulla "fuertemente armada, con unos 30 efectivos, dos camionetas pick-up y una docena de motocicletas", según relata una investigación oficial recogida por el diario El País. Tuvieron la desgracia de toparse con un campamento en el que "ondeaba una bandera negra con una inscripción en árabe (símbolo de Al Qaeda) y se inició un combate que se prolongaría durante más de tres horas".
La camioneta en la que viajaban los dos periodistas españoles fue atacada con crudeza y Fraile resultó herido de gravedad. Pese a la insistencia de los soldados burkineses bajo el fuego cruzado de armas pesadas, Beriain no quiso abandonar a su compañero.
Sus cuerpos fueron hallados el día después con signos de haber sido ejecutados. Con ellos yacía el cuerpo de Rory Young.
Apenas una semana más tarde, el 5 de mayo, el periodista francés Olivier Dubois, corresponsal de los diarios franceses Le Point y Libération aparecía en un vídeo, vestido con ropa local, solicitando al gobierno de Emmanuel Macron realizar "todo lo que esté en su mano para liberarme". Fue cuestrado el 8 de abril y en la fecha en la que se publica esta información aún se desconoce su paradero.
Tanto el secuestro de Dubois como el asesinato de Beriain y Fraile han sido reivindicados por el JNIM (Grupo de Apoyo al Islam y a los Musulmanes, por sus siglas en inglés). Se trata de la facción de Al Qaeda en el Sahel que, hoy por hoy, se encuentra en plena guerra abierta con diferentes gobiernos regionales y, de forma especialmente virulenta, con el ISGS, conocido como Estado Islámico en el Gran Sáhara. Una guerra oculta de la que Dubois, Beriain y Fraile fueron daños colaterales.
La excepción del Sahel
Según un informe del Obervatorio Internacional de Estudios sobre Terrorismo (OIET), la frontera entre Mali, Níger y Burkina Faso, conocida como el Liptako-Gourma, es la región donde más ha crecido la actividad terrorista yihadista en los últimos años, aunque no siempre fue así.
Dominada desde los primeros años del siglo XXI por grupos cercanos a Al Qaeda, el JNIM nació en 2014 de la unión de cuatro facciones más pequeñas: Al Qaeda en el Magreb Islámico, Al-Murabitun, el Frente de Liberación de Macina y Ansar Dine. Una organización amplia y considerada por muchos como una de las más grandes afiliadas a Al Qaeda en el mundo y con un potencial especialmente peligroso dada la debilidad (y la corrupción) de los gobiernos regionales.
La 'calma' en la zona comenzó a resquebrajarse, primero con la proclamación en 2015 del califato por parte de Abu Bakr al-Baghdadi por la que exigía a todas las organizaciones islamistas del mundo doblegarse ante Estado Islámico, y tres años después, con la derrota de Estado Islámico en Oriente Próximo y la muerte de Al-Baghdadi en 2019. Aunque, si bien provocó una convulsión en la yihad islámica no supuso un desequilibrio total de fuerzas en el Sahel, pues los soldados del norte de África que retornaban desde Oriente Medio se alistaban indiferentemente al JNIM o al ISGS.
Desde 2017, diferentes observadores internacionales han identificado en el Sahel las mismas tácticas empleadas por Estado Islámico en los años previos y, en cambio, ambas organizaciones han coexistido sin tensiones entre ellas en los últimos años. Cada una dedicada a sus 'negocios', repartiéndose incluso los territorios y las funciones en una suerte de entente cordiale. Es más, las autoridades en la zona apenas registraron un enfrentamiento serio en junio de 2015, precisamente en la región de Gao, donde Olivier Dubois ha sido secuestrado.
'Jahiliyya', el punto de inflexión
Tanto el JNIM como el ISGS son organizaciones salafistas. Es decir, ambos profesan la corriente más conservadora del Islam, aquella que defiende el retorno a las tradiciones del 'salaf', que se corresponde con los escritos de los principales estudiosos tras la muerte del profeta Mahoma. Una corriente radical, reformista y con un claro carácter totalitario entre cuyas teorías se incluye el 'takfirismo'.
Si bien el Islam diferencia entre los creyentes y los 'kafir' -aquellos que rechazan y ocultan a Dios, los infieles-, el 'takfirismo' distingue entre aquellos creyentes que viven de acuerdo a la interpretación más radical del Corán y la 'jahiliyya', un término que hace referencia explícita a la ignorancia que existía antes de Mahoma y del Islam. Un concepto que desde el salafismo se utiliza para atacar a creyentes que no están de acuerdo con su interpretación ultraconservadora, a los 'takfir' o impuros.
En mayo de 2020, Al-Naba, una de las publicaciones periódicas de Estado Islámico, confirmó oficialmente el enfrentamiento con el JNIM en el Sahel acusándoles de haber comenzado "una guerra contra los hombres del Califato en medio de una violenta campaña de los Cruzados". Iba más allá, cargando contra la rama de Al Qaeda por no perder "una oportunidad para la traición".
La traición se refiere a una única cuestión: "Negociar con el gobierno apóstata de Mali".
Iyad ag-Ghali, líder del JNIM, reconoció que no descartaba reunirse con el entonces presidente de Mali, Ibrahim Boubacar Keita, para participar en una mesa de diálogo nacional. Es más, reconocía la inestabilidad y los muertos que la actividad de su grupo había causado y condicionaba su participación en las conversaciones a la retirada del país de todas las tropas internacionales que forman parte del G5 liderado por Francia y que se ha mostrado claramente ineficiente en una zona en la que los grupos terroristas han multiplicado su actividad de forma exponencial.
Bandas criminales
Una actividad que no hace referencia únicamente al terrorismo yihadista, sino que va más allá: secuestros, tráfico de drogas, contrabando de armas, trata, extorsión, caza furtiva para el tráfico de animales, contrabando de diamantes y, por supuesto, tráfico de migrantes en su camino hacia Europa. Un amplio abanico de delitos que, según el informe de diciembre de 2017 del Center for Sanctions & Illicit Finance de la Fundación en Defensa de las Democracias, representó pingües beneficios para ambas organizaciones y sus socios.
Sus fuertes lazos con las diferentes tribus de Liptako-Gourma o incluso con los pueblos nómadas del Sáhara han creado una red de contactos que mueve mercancías y personas desde las costas de Togo, Benín y Nigeria -todo ello controlado por Boko Haram- hasta las costas de Libia, ya en el Mediterráneo.
Según los últimos cálculos de Naciones Unidas, la filial de Al-Qaeda en el Sahel habría conseguido sólo entre 2010 y 2014 más de 75 millones de dólares con los secuestros de ciudadanos extranjeros. Es más, se estima que por cada una de las 20 personas secuestradas entre 2008 y 2013, el JNIM habría percibido más de 4,5 millones de dólares y entre sus pagadores se encontrarían los gobiernos de Austria, Gran Bretaña, Alemania, Países Bajos, Suecia, Suiza y al menos dos compañías estatales francesas.
Tal fue el nivel de éxito alcanzado por las técnicas del JNIM, que Osama bin Laden se propuso extenderla a todas las organizaciones de Al-Qaeda y el G8 llegó a prohibir de forma expresa el pago de rescates, aunque esa norma nunca ha llegado a aplicarse con firmeza.
Un equipo especial de Naciones Unidas determinó, sin embargo, que "el contrabando para conseguir armas y municiones, los asaltos y el tráfico y la extorsión a los traficantes de drogas" son las principales fuentes de financiación tanto del JNIM como del ISGS.
Tráfico de drogas
Desde que en 2012 se calculara el beneficio del tráfico de narcóticos en torno a los 1.250 millones de dólares, el negocio no ha dejado de crecer en Africa Occidental, donde ahora también se producen las drogas. De hecho, esta zona del continente ya no es sólo un lugar de paso de mercancías dentro del continente, pues como atestigua la entidad independiente Council on Foreign Relations en su informe de 2015, el JNIM llevaría más de una década cortejando a los cárteles de la droga sudamericanos e incluso a las FARC ofreciendo una ruta segura hasta Europa.
Es más, los grupos yihadistas no sólo se estarían disputando ser los socios preferenciales o manejar la producción, sino que también se han convertido en una mafia para los propios grupos criminales africanos, a los que extorsionan a cambio de protección y a quienes cobran un diezmo para permitirles usar sus rutas seguras de distribución de mercancías a través del Sáhara como alternativa a las vías marítimas donde los controles europeos son más efectivos.
Negocios todos ellos que ayudan a financiar la guerra entre los bandos y la yihad contra los infieles. Negocios por los que vale la pena enfrentarse entre sí, hacer frente al G5 liderado por Francia y soportar las acometidas cada vez mayores de Estados Unidos en la zona.
Negocios, al fin y al cabo, por los que vale la pena derrocar gobiernos -la actual crisis en Mali no es casual para la mayoría de analistas- y por los que vale la pena secuestrar, matar y traficar. Como secuestraron a Olivier Dubois. Como mataron a David Beriain y Roberto Fraile. Como seguramente estarán traficando con las metralletas, las motos y el dron que robaron después de abatir a su grupo.
A ellos no pudieron secuestrarlos para pedir rescate pero aún así lograron obtener un beneficio.