Ciudadanos sudaneses que huyeron del conflicto en Murnei, en la región de Darfur, en Sudán, cruzan la frontera entre Sudán y Chad en Adre, Chad, el 4 de agosto de 2023.

Ciudadanos sudaneses que huyeron del conflicto en Murnei, en la región de Darfur, en Sudán, cruzan la frontera entre Sudán y Chad en Adre, Chad, el 4 de agosto de 2023. Zohra Bensemra REUTERS Sudán

África

Sudán: la guerra olvidada capaz de producir un desastre humanitario de proporciones bíblicas por la 'fiebre del oro'

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La contienda civil en Sudán, que se desató en abril de 2023 en el país africano, ha dejado decenas de miles de muertos, millones de refugiados y está a punto de provocar la peor crisis del hambre en medio siglo. Todo ello debido a que, diversos actores internacionales tienen intereses en uno de los más preciados recursos naturales que ofrece el país, el oro

Como suele suceder en estos casos, el origen de la guerra civil que asola Sudán desde hace más de año y medio se encuentra en otra contienda. La que arrasó el oeste del país hace dos décadas, cuando las gentes de Darfur se alzaron en armas contra el dictador Omar al-Bashir.

Aquella rebelión dejó 300.000 muertos, varios millones de desplazados y un grupo paramilitar creado a partir de varias tribus camelleras para combatir a los insurgentes que, con el tiempo, se autodenominó Fuerzas de Apoyo Rápido. RSF, por sus siglas en inglés.

Como también suele suceder en estos casos, las RSF sirvieron lealmente a Bashir hasta que dejaron de hacerlo. Aprovechando las protestas de la sociedad civil desatadas contra el dictador a finales del 2018, unieron fuerzas con un general llamado Abdel Fattah al-Burhan para hacerse con el poder en la primavera de 2019. El método fue un golpe de Estado.

Aunque en un principio Burhan –ya convertido en el líder de las fuerzas armadas sudanesas o SAF– y las RSF –comandadas por un tal Mohamed Hamdan Dagalo alias Hemeti– aceptaron la participación de civiles en el nuevo Gobierno, su tolerancia no duró mucho.

En el otoño de 2021, año y pico después de sacar a Bashir de palacio, Burhan y Hemeti tomaron las riendas del país y establecieron una junta militar. La relación entre ambos empezó a agriarse pronto, cuando el primero rehabilitó en los círculos de poder a varios miembros prominentes de las facciones islamistas que habían sido leales al dictador.

Hemeti entendió ese movimiento como un intento de reducir su peso, influencia e importancia en el nuevo orden sudanés dado el poco cariño que esos islamistas profesaban por su grupo paramilitar. En consecuencia, tomó algunas medidas preventivas.

La sangre terminó llegando al río el 15 de abril del 2023, cuando las RSF –que llevaban meses reclutando más y más guerrilleros– lanzaron una serie de ataques contra las SAF a lo largo y ancho del país poniendo especial énfasis en la capital: Jartum.

Desde entonces se han registrado cerca de 9.000 batallas, ataques o emboscadas –la cifra pertenece a una organización no gubernamental estadounidense llamada Armed Conflict Location & Event Data– que han dejado alrededor de 50.000 muertos, 14 millones de desplazados internos, más de 3 millones de refugiados en países vecinos como Chad, Sudán del Sur, Uganda o Egipto y –lo que más preocupa a los observadores internacionales– cerca de 25 millones de personas al borde de la hambruna.

Los actores internacionales

"Esta crisis olvidada requiere soluciones políticas para detenerla", declaró antes del pasado verano Carl Skau, director ejecutivo adjunto del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. "Y se nos está acabando el tiempo".

Sin embargo, a pesar de la urgencia, el enviado especial de Estados Unidos a la zona, Tom Perriello, no es optimista al respecto. "Hay demasiados actores internacionales beneficiándose, tanto financiera como políticamente, de esta guerra", reconoció ante un grupo de periodistas hace tres semanas.

¿Quiénes son esos actores internacionales? Un editorial del Financial Times publicado hace apenas unos días citaba cinco países con nombre propio –Emiratos Árabes Unidos, Rusia, Egipto, Arabia Saudí e Irán– al tiempo que mencionaba "otros" agentes menos relevantes sin dar nombres.

También se ha mencionado en algunos foros la presencia de mercenarios de varias procedencias. Libia, Ucrania y Colombia entre otras. Preguntado por sus perspectivas de cara a un posible acuerdo de paz entre Burhan y Hemeti, el emisario estadounidense las calificó de "sombrías".

Perriello está considerado el artífice de haber negociado el acceso de ayuda alimentaria a varias partes del país, pero también alguien que no ha conseguido atenuar prácticamente nada en el frente bélico.

"No hay un lado bueno y un lado malo; hay un lado malo y un lado aún peor", sentenció ante el mismo grupo de periodistas al tiempo que advertía de una posible partición del país en el corto o medio plazo. Algo que, en su opinión, crearía un escenario parecido al de los Balcanes y "garantizaría otros 30 o 40 años de guerra".

La 'fiebre del oro'

Quienes desconocen la idiosincrasia de Sudán suelen preguntarse qué pintan tantos países extranjeros en su guerra civil. La respuesta es sencilla: intentar conseguir un trato de favor a la hora de acceder a sus inmensos recursos naturales. Cuando no controlarlos directamente, claro.

Entre los activos más codiciados se encuentran los muelles de Puerto Sudán, una ciudad a orillas del mar Rojo cerca de la cual se ha encontrado petróleo, y sobre todo las minas de oro que esconde el país. Concretamente dos: la que se encuentra en Songo, en el suroeste del país, y la que se encuentra a medio camino entre Jartum y Puerto Sudán, en el noreste del país. Esta última se conoce como Kush.

El problema para los sudaneses es que la primera –donde también se sospecha que puede haber uranio y diamantes– se encuentra bajo el control de las RSF y la segunda bajo el control de las SAF, reportando cientos de millones de dólares a cada bando para que puedan seguir comprando armamento y reclutando gente para la batalla; tanto locales como mercenarios extranjeros.

Según una investigación publicada recientemente por el New York Times y firmada por el veterano periodista Declan Walsh, que además de ser el principal corresponsal del periódico en África lleva cerca de dos décadas cubriendo la región, tanto Burhan como Hemeti utilizan una red de motos, camiones y finalmente aviones para sacar el oro del país y, a partir de ahí, embarcarse en las transacciones pertinentes.

Su destino suele ser alguno de los aeropuertos privados que hay repartidos en Emiratos Árabes Unidos, un hub internacional para el oro de dudosa procedencia.

De todas formas, y como los vuelos procedentes directamente de Sudán podrían provocar algún arqueamiento de cejas, los lingotes tienden a recorrer la última parte del trayecto despegando de países vecinos. Sudán del Sur, Chad o Uganda, preferentemente.

"Por el camino, una cadena heterogénea compuesta por todo tipo de especuladores se lleva su tajada; criminales, señores de la guerra, espías, generales y funcionarios corruptos", explica Walsh en su investigación. "Son los engranajes de una economía de guerra en expansión que, a su vez, proporciona un poderoso incentivo financiero para que el conflicto continúe".

Tan es así que algunos de esos agentes externos implicados juegan a dos bandas, aprovechando, no tanto la confusión imperante como la imposibilidad de negarse a cualquier tipo de ayuda por parte de los dos líderes sudaneses.

Por ejemplo: una red de reporteros locales ha documentado la presencia de mercenarios rusos en la mina de Songo, bajo el control de Hemeti, al tiempo que la mina de Kush cuenta entre sus socios capitalistas, o contaba hasta hace poco, a un magnate ruso vinculado al Kremlin llamado Boris Ivanov.

Otro ejemplo: Emiratos Árabes Unidos está posicionado con Hemeti, a quien ha vendido una cantidad inmensa de armas introducidas en el país bajo la cobertura de convoyes supuestamente humanitarios, pero resulta que un jeque llamado Tahnoon bin Zayed, consejero de Seguridad Nacional emiratí y hermano del líder del país, es quien se encuentra detrás de una de las compañías extranjeras –Emiral Resources– que ejerce de socio capitalista en la mina de Kush.

El resultado de todo ello es tan dramático como paradójico. Porque no hace tanto tiempo, al poco de caer Bashir, muchos sudaneses vieron en el oro la gran esperanza del país. Bien gestionado, semejante recurso natural podría reconstruir la maltrecha economía sudanesa y convertir el país en una entidad mínimamente funcional. Hoy por hoy, empero, el preciado metal es la gran maldición de Sudán.

"Está destruyendo el país", le contaba Suliman Baldo, un analista especializado en la región, y concretamente en sus recursos naturales, a Walsh. "Y también a los sudaneses".