“Bajan al Río Bravo, se ponen enfrente y, cuando todos han bajado de las dos escaleras, se grita ‘¡ya!’ Entonces empieza la cuenta atrás”, cuenta Rebeca Sánchez, una española de 32 años que ha decidido dedicar parte de sus vacaciones este verano a las familias de Ciudad Juárez (México) a EL ESPAÑOL. Esta semana, varias familias divididas entre su tierra natal y Estados Unidos tuvieron tres minutos para encontrarse sin un muro de por medio. Tres minutos para verse, abrazarse y hacerse fotos. “Había mucha gente llorando de la emoción”, cuenta Rebeca.
El evento lo organizaron dos organizaciones de defensa de los migrantes (Instituto Fronterizo Esperanza y la Red Fronteriza de los Derechos Humanos) bajo el lema “abrazos, no muros”. A los que bajaban del lado de Ciudad Juárez (México) se les ponía una camiseta blanca. A los que venían de El Paso (Estados Unidos), una camiseta azul. Varios voluntarios les iban guiando mientras las fuerzas de seguridad vigilaban el encuentro.
Los guardias también iban avisando del tiempo que quedaba. “Cuando acabó, nosotros tuvimos que separar a las familias de blanco y los voluntarios del otro lado a los de azul”, narra la voluntaria española. Desde las dos organizaciones confían en que este evento se pueda volver a repetir. “Había gente que llevaba cinco o seis años sin ver a su familia”, afirma Rebeca.
Uno de ellos era un joven de 21 años que no había visto a su madre en los últimos cinco. Rebeca le conoció en el centro de detención de menores y jóvenes de Ciudad Juárez, que acoge a chicos y chicas entre los 15 y 25 años. Le habían dejado salir una semana antes.
Es la primera vez que se abre la frontera para este tipo de encuentros en Ciudad Juárez, aunque en mayo sí se hizo un encuentro similar en Tijuana (México) y San Diego (Estados Unidos). También hubo otros en abril de 2015 y 2013, pero los anteriores eran para números muy reducidos de familias (en el de mayo de este año participaron cuatro). Más de 100 familias se han favorecido del encuentro de esta semana, que se ha producido en medio de la campaña presidencial de Estados Unidos, marcada en gran medida por el discurso antimigratorio de Donald Trump, que pretende que los mexicanos paguen la construcción de un muro en toda la frontera.
Estamos con los chicos que han robado, que han matado. Y jugamos con ellos. A veces les llevamos películas y les hacemos palomitas
La voluntaria española acude al centro de detención de menores dos días a la semana. La acompañan el resto de voluntarios que viven en el Centro Juvenil Salesiano de la ciudad. “Estamos con los chicos que están allí, que han robado, que han matado. Son muy jóvenes. Y jugamos con ellos. A veces les llevamos películas y les hacemos palomitas”, cuenta la joven. Rebeca asegura que los chiquillos se ponen “súper contentos” y se muestran “muy abiertos” cuando van a visitarles.
Rebeca quería hacer un voluntariado desde hace mucho tiempo. Este año, una amiga suya le puso en contacto con Misiones Salesianas, que tienen tres “oratorios” en Ciudad Juárez. En esos centros, la comunidad religiosa atiende a niños y jóvenes de entre cinco y 16 años durante todo el año. Durante el verano organizan campamentos.
Al “oratorio” más grande acuden casi 400 niños. En el centro en el que ha ayudado Rebeca, una decena de voluntarios de distintas partes del mundo asisten a unos 60 niños de la zona más pobre de la ciudad. Algunos de los voluntarios están allí todo el año y otros sólo unas semanas. Como algunos de los niños viven con muy pocos recursos, “también se les da un pequeño desayuno para que los niños coman algo”.
Durante cuatro horas por la mañana y dos por la tarde, los niños reciben una hora de apoyo escolar para refrescar los conocimientos del colegio que empieza en un par de semanas. El resto del tiempo, participan en diversas actividades organizadas por los voluntarios: gymkanas, juegos en equipo sobre valores y talleres de cocina, papiroflexia, reciclado… Al final de la semana se premia a la mejor “patrulla”.
Rebeca llegó a México a mediados de julio y vuelve la semana que viene a Madrid, aprovechando las vacaciones de su trabajo. Antes había asistido a varios cursos de formación organizados por los salesianos para preparar la actividad y ver cómo vive la comunidad. Cuando llegó a Ciudad Juárez descubrió que casi todos los voluntarios son educadores o trabajan en algún proyecto de desarrollo. Ella no se dedica a ninguna de las dos: trabaja en una tienda de cafés.
La tercera semana del campamento, hacen uno externo, fuera de la ciudad. Los niños más pequeños, o aquellos a los que sus familias no han dejado salir fuera, continúan con actividades en el oratorio. La idea es que esos niños se formen tanto en el ámbito educativo como en el pastoral.
Estuve hablando con una niña de ocho años y por cómo me hablaba no me podía creer que tuviese esa edad, se me ponían los pelos de punta
“El otro día me contaba una niña que su madre y varios hermanos han muerto”, narra la voluntaria española. Rebeca también explica que muchos padres abandonan a sus mujeres tras dejarlas embarazadas. “Estuve hablando con una niña de ocho años y por cómo me hablaba no me podía creer que tuviese esa edad, se me ponían los pelos de punta”, asegura. Sin embargo, “los niños están felices y lo pasan genial”, afirma.
Rebeca asegura que a pesar de la fama violenta de esta ciudad fronteriza no ha sentido miedo, aunque reconoce que ha sido precavida. “Sabes a dónde vienes y a mí, aún más siendo chica, no se me ocurre ir un día a las diez de la noche aunque sea a por un pan”, confiesa. La española advierte de que, aunque la violencia en la ciudad ha disminuido en los últimos años, hay que ser precavidos. “Antes había casos en los que mataban a 30 niños que jugaban en la calle. Ahora, si ocurre algo así, es por la noche o de madrugada”.
La joven confiesa que no sabía qué esperarse de esta experiencia, pero que la experiencia ha superado con creces cualquier cosa que se hubiese podido imaginar. “Al segundo día supe que quería volver a venir, pero más tiempo. Un mes es poco”, concluye.